Carlos Taibo
Quienes me conocen, y algunxs de quienes me leen, saben que no me gusta mucho autodescribirme como "anarquista". Aunque las razones son varias, entre ellas despuntan dos. Si la primera subraya que presentarse como anarquista puede parecer un injustificable ejercicio de petulancia -ser anarquista es muy difícil-, la segunda me invita a recordar que de siempre he preferido explicar qué es lo que uno defiende, y en su caso qué es lo que uno hace, más allá de unas u otras etiquetas. Con frecuencia he confesado preferir, por añadidura, el adjetivo "libertario" -a mi entender menos ideológico y doctrinal- para retratar mi posición, siempre desde la perspectiva de que es más importante lo que las gentes hacen que el nombre que otorgan a lo que hacen.
Quienes me conocen, y algunxs de quienes me leen, saben que no me gusta mucho autodescribirme como "anarquista". Aunque las razones son varias, entre ellas despuntan dos. Si la primera subraya que presentarse como anarquista puede parecer un injustificable ejercicio de petulancia -ser anarquista es muy difícil-, la segunda me invita a recordar que de siempre he preferido explicar qué es lo que uno defiende, y en su caso qué es lo que uno hace, más allá de unas u otras etiquetas. Con frecuencia he confesado preferir, por añadidura, el adjetivo "libertario" -a mi entender menos ideológico y doctrinal- para retratar mi posición, siempre desde la perspectiva de que es más importante lo que las gentes hacen que el nombre que otorgan a lo que hacen.
Pero, dicho lo anterior, es verdad que en algunas ocasiones, y para deshacer malentendidos, recurro al adjetivo "anarquista" para autorretratarme. Lo hice, sin ir más lejos, en Brasil, con ocasión de una mesa redonda acompañada de una asistencia multitudinaria. En un momento determinado, en el debate, recordé que no soy un "decrecentista libertario", sino un "libertario decrecentista". Poco importa ahora el significado de esa declaración. Lo que me interesa señalar es que, mientras enunciaba el argumento, y pese a la casi absoluta certeza de que en el portugués hablado en Brasil, como entre nosotrxs, los adjetivos "libertario" y "anarquista" retratan realidades muy próximas, para deshacer el posible malentendido que surgiese de que alguien viese en mí un "libertariano a la norteamericana", esto es, un ultraliberal obsesionado con la defensa de la propiedad privada y del mercado, me declaré sucintamente "anarquista a la europea".
No es la primera vez que me he enfrentado a lo que relato a continuación. En las horas siguientes no menos de cuatro personas que yo no habría identificado nunca como "anarquistas" se me acercaron para confesar que lo eran. Es verdad que en todos los casos -creo- echaron mano de una llamativa forma verbal y dijeron: "Yo soy anarquista, pero...". Al "pero" le siguió uno u otro enunciado que en mi opinión poco o nada tenía que ver, sin embargo, con el anarquismo en cualquiera de las versiones imaginables. Recuerdo que uno de mis interlocutores confesó ser, sí, anarquista, pero precisó que era un "anarquista inteligente" que, de resultas, pensaba que había que hacer "un uso interesado del Estado y trabajar, por ello, en las instituciones".
Bien está que empleemos de manera flexible los conceptos, tanto más cuanto que tenemos que estar curados de espanto en lo que hace a rigores y dogmatismos. Pero no abusemos de la flexibilidad hasta el punto de que esos conceptos acaben por perder todo significado. No vaya a ser que mañana me encuentre con algún colega que me explique que es un ateo convencido pero que, eso sí, los domingos por la mañana lo suyo es acudir a la iglesia a rezar. A la vista de lo que he contado, nadie negará, con todo, que lo de ser anarquista parece tener su glamour. No sabía yo que había tantos "anarquistas, pero" Y tan inteligentes.
[Tomado de https://www.carlostaibo.com/articulos/texto/index.php?id=525.]
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