Luis Buendía y Daniel
García
* En este artículo examinamos el
nexo entre la economía y el anarquismo. Tras analizar la existencia de ciertos
vacíos analíticos que se cubren con el préstamo de otras corrientes políticas,
como el marxismo, constatamos un mayor papel del anarquismo en el ámbito
propositivo, y mostramos las diferencias con la derecha libertaria. Luego
exponemos las principales propuestas de organización económica que han surgido
históricamente. Terminamos abordando algunos de los debates actuales de los que
el anarquismo es partícipe, como la forma en que se asignan los recursos o la
problemática ambiental y de recursos naturales.
Uno de los autores de este
artículo suele mencionar una anécdota real cuando trata el tema del anarquismo
y la economía. Cuando estaba estudiando en la universidad y militaba en grupos
anarquistas, en algunos círculos le conocían como «el economista anarquista».
Esto no deja de ser una anécdota, pero sirve para ilustrar también algo de
realidad, no por poner juntas las palabras «economista» y «anarquista» sino,
sobre todo, por anteponer el determinante «el» a ambas palabras.
El anarquismo ha generado una
cantidad importante de historiadores, filósofas, antropólogos, juristas,
sociólogas, geógrafos... que han hecho un trabajo magnífico, en sus respectivas
áreas y, además, en el anarquismo. Max Nettlau, Emma Goldman, Lysander Spooner,
Aníbal A. D’Auria, Piotr Kropotkin, Teresa Claramunt, etc. ¿Y economistas? Es
evidente que la separación de las disciplinas como si fueran compartimentos
estancos es artificial, y que, cuando, por ejemplo, Pierre-Joseph Proudhon
escribe su famoso ¿Qué es la propiedad?, escribe un libro plagado de
implicaciones económicas y también políticas, y legales, pero lo hace desde la
filosofía. Lo mismo que Mijaíl Bakunin en cualquiera de las obras que tanto nos
han maravillado desde el siglo XIX, y en las que sus análisis de la jerarquía y
el Estado ejercen necesariamente influencia sobre cualquiera con interés por la
economía. El caso de Kropotkin es aún más peculiar, y también ilustrativo de lo
que estamos indicando: su obra más «puramente» económica es, sin duda, Campos,
fábricas y talleres, que podría presentar ciertas similitudes con la de
Friedrich Engels acerca de La situación de la clase obrera en Inglaterra,
pero a Engels sí se le recuerda por esa obra, entre otras; a nuestro príncipe
ruso por La conquista del pan o por El apoyo mutuo,
incluso entre los y las anarquistas, y no es que en éstas no haya implicaciones
económicas —sobre todo en la primera—, es simplemente que no son «de economía»
—como sí lo es la de Engels. Esto es así incluso más recientemente: autores
contemporáneos que se reivindican del anarquismo, como David Graeber, por
ejemplo, escribe magníficas obras, como, por ejemplo, En deuda, que
tratan de economía, pero lo hacen desde la historia y desde la antropología.
Cuando se la mira desde el anarquismo, la economía parece reservada para los y
las economistas. Eso es un problema.
Además, es una diferencia con
otras posturas ideológicas: el comunismo, la socialdemocracia, el liberalismo,
etc., tienen todas sus economistas de referencia —Karl Marx, Rosa Luxemburg,
John Keynes, Milton Friedman, Friedrich Hayek, etc.—, ¿y el anarquismo? La
principal obra de Marx no es El manifiesto comunista, ni siquiera, y
aunque nos genere muchas simpatías, La guerra civil en Francia. Marx no
era economista, pero su obra principal es El capital, que contiene mucha
política y filosofía, qué duda cabe —en tres volúmenes enormes hay mucho margen
para ello—, pero es, sobre todo, una obra de economía. No es casual, pues, que
sea difícil encontrar textos anarquistas que planteen un diálogo, crítico o no,
con El capital, como sí los hay respecto de otras obras del escritor
alemán.
Entonces, ¿es que no se ha
escrito economía desde el anarquismo? Lo paradójico es que sí. Diego Abad de
Santillán, Murray Bookchin o Abraham Guillén, por citar solo tres, han escrito
sobre economía desde el anarquismo. ¿Por qué, entonces, este aparente desdén? A
esta pregunta pretendemos responder en las líneas que siguen, en las que
defenderemos en primer lugar que existe cierta ruptura en el objeto de estudio
económico entre anarquistas y marxistas. A continuación, advertiremos las consecuencias
históricas de ese vacío teórico, abordando, de paso, las diferencias entre el
anarquismo y el anarcocapitalismo. Y terminaremos exponiendo algunos ejemplos
más actuales de contribuciones anarquistas a la economía. Cerraremos el
artículo recapitulando nuestras conclusiones y proponiendo una agenda de
investigación-acción.
Anarquismo y marxismo en el siglo XIX: una ruptura ideológica... y
epistemológica
La disciplina económica se ha
prodigado a la hora de proponer políticas, recetas en última instancia para
resolver problemas. En el siglo XIX, John Neville Keynes —padre del famoso John
Maynard Keynes— planteó la división entre la economía positiva —que se ocupaba
de lo que es la economía— y la economía normativa —que trataría de lo que debe
ser. Esta división resulta ciertamente artificial, sobre todo porque es difícil
creerse que podemos conocer la realidad de una forma tan pulcra como quienes
han defendido la existencia de tal economía positiva. En cualquier caso, sin
caer en el reduccionismo de esta última, lo que es indiscutible es que la
economía, como otras disciplinas sociales, tiene dos vertientes claras: una
vertiente analítica, enfocada a estudiar la realidad que nos rodea —intentando
entender por qué hay paro, por qué tienen lugar las crisis, por qué suben los
precios, por qué aumentan las desigualdades, etc.— y otra propositiva, dirigida
a proponer cómo mejorar dicha realidad —qué políticas reducen el paro, cuáles
pueden acortar las crisis, cómo atajar la inflación o qué hacer para reducir
las desigualdades. La cuestión es si la prime-ra es separable de la otra, y en
esta disquisición epistemológica es donde nos encontramos una separación entre
marxismo y anarquismo.
El anarquismo ha sido muy prolijo
en la elaboración de propuestas. La conquista del pan, de Piotr
Kropotkin, es un ejemplo pionero en este sentido. El autor ruso se dedica a
explicar cómo se podría vivir bajo el comunismo libertario, desarrollando
también los aspectos de la economía —la propiedad de los medios de producción, la
cuestión de la productividad, la distribución, regida por la famosa «toma del
montón», etc. Es interesante que, si bien Kropotkin especifica que no quiere
desarrollar un programa detallado, pues de eso deben ocuparse los y las
protagonistas del futuro, considera que ese libro puede ser útil para responder
a las críticas de «exceso de utopismo» que proceden de los sectores más
escépticos.
Este texto es paradigmático del
enfoque adoptado por los economistas. Escrito en 1888, su estela fue seguida,
por ejemplo, por Diego Abad de Santillán en su El organismo económico de la
revolución, de 1936, que tiene el clarificador subtítulo “Cómo vivimos y
cómo podríamos vivir en España”. Incluso décadas después, Abraham Guillén en su
Economía libertaria, también apuntaba a la misma tendencia de insistir
en cómo tendría que organizarse el sistema económico.
¿Y la vertiente analítica? El
marxismo ha contado desde El capital con una vertiente analítica muy
fuerte, a través de la cual desarrolla una crítica muy bien fundamentada al
capitalismo. Dicha crítica ha continuado con posterioridad yendo más allá, como
ponen de manifiesto La acumulación del capital, de Rosa Luxemburg o los
análisis sobre los ciclos económicos de Lev Trotsky, por mencionar solo un par.
Es partiendo de estos análisis que el marxismo, en cualquiera de sus variantes,
establece sus programas, y en ese sentido sus propuestas políticas y
económicas.
No es la única corriente que hace
esto. La economía, en general, propone enfoques analíticos —que chocan en
función de quién los proponga— y a partir de ahí establece sus propuestas
—igualmente sujetas a pugna ideológica, claro está—, pero ¿qué ocurre cuando
delegamos los enfoques analíticos? ¿Cómo influye en nuestros enfoques
propositivos? Dicho de otro modo, ¿podemos tener enfoques propositivos
enteramente autónomos y bien fundamentados cuando el punto de partida analítico
lo tomamos «prestado» de otras corrientes? En concreto, resulta ilustrativo que
el anarquismo haya adoptado la capacidad analítica del marxismo mientras
establecía una —muy bien razonada— crítica a sus aspectos propositivos. Por
ejemplo, los aspectos económicos de una obra fundamental del anarquismo, como
lo es El ABC del comunismo libertario, de Alexander Berkman, beben
directamente de Marx. No fue el único: Errico Malatesta en su día señaló que
los análisis económicos del anarquismo eran marxistas.
De hecho, lo que nos encontramos
en el anarquismo es que este tiende a dar por válida esa crítica y dedica mucho
más tiempo a explicar su enfoque normativo. Ésta es una estrategia que tiene
todo el sentido, como señalaba Kropotkin, si uno quiere rebatir la idea del
exceso de utopismo, pero no sale gratis. A cambio, se renuncia a buena parte
del debate que, en términos económicos, se podría tener y, de paso, se renuncia
a que, en materia económica, se le dé al anarquismo la legitimidad teórica que
se ha ganado a pulso en otras áreas.
Esto va más allá del marxismo. La
socialdemocracia fue haciendo suyos, a lo largo del siglo XX y con mayor o
menor fidelidad, los análisis de Keynes o, para el caso, de la Escuela de
Estocolmo o de los primeros trabajos de Michal Kalecky. Esto hacía que, allí
donde se discutía de economía, se discutiera de esas diferentes ideas —y de sus
alternativas: las de los análisis marxistas o las de la escuela keynesiana. Lo
mismo ocurrió después con la llamada escuela post-keynesiana, que adoptaba una
mezcla del análisis de Keynes y de Marx, y que permitía a economistas de
izquierda entrar en el debate con otros economistas, más a la izquierda o más a
la derecha. Es más, incluso desde las corrientes más derechistas del
pensamiento económico, aquellos que proponen que el Estado debe ser abolido
—excepto para proteger la propiedad privada, claro—, han adoptado sus propios
enfoques analíticos, lo que les ha permitido estar presentes en los debates
económicos y, por supuesto, no les ha impedido hacer sus propuestas, las
cuales, por ese rechazo al Esta-do, han generado confusión con las de los
anarquistas, y es precisamente a esta confusión a la que queremos dedicar el
siguiente apartado.
El anarquismo y la derecha libertaria: qué es y qué no es anarquismo
El término anarcocapitalista o lo
que podríamos entender por derecha libertaria es un concepto posterior al de
anarquismo, de hecho, el prefijo del que gozan, «anarco», es una apropiación
por un ideario de supresión del Estado. Resumiendo, una definición de
anarcocapitalismo, basándonos en Jesús Huerta de Soto, Liberalismo versus
anarcocapitalismo, encontramos una filosofía política y económica que
enaltece el sistema capitalista, justicia y orden público, principio de no
agresión y oposición al Estado por ser un ente coercitivo de la libertad del
ser humano —libertad económica principalmente.
Podemos definir el anarquismo
como hace Emma Goldman en La palabra como arma, como una filosofía
política y económica que propone la supresión de cualquier ley artificial que
coarte la libertad del individuo. De hecho, en esa definición de Goldman se
percibe la influencia de Bakunin cuando en Escritos de filosofía política
habla sobre las leyes naturales y artificiales o sociales. A raíz de estas
definiciones cabe preguntarnos, ¿es natural el Estado? Ambas filosofías
responderán que no y por eso ambas comienzan por «anarco». El problema —uno entre
muchos— estriba cuando se formulan las siguientes preguntas: ¿es natural el
capitalismo? ¿es natural la propiedad privada y la acumulación? El anarquismo
rotundamente dirá que no mientras que el anarcocapitalismo dirá que sí y no
solo eso, sino que la existencia de cualquier cosa que no sea privada es una
ineficiencia y un elemento antinatural.
Este abismal distanciamiento
entre ambas filosofías podemos verlo más detallado en tres análisis: a través
del sistema económico que proponen, de la forma en que se construye la libertad
y analizando la crítica que se le hace al Estado. Si pensamos en qué sistema
económico deseamos para nuestra sociedad podemos atisbar que, el
anarcocapitalismo desea un capitalismo extremo, sin existencia alguna de entes
públicos. Murray N. Rothbard en Man, Economy and State manifiesta lo
indeseable que es para una economía capitalista la existencia de cualquier ente
público. David Friedman, Hans-Hermann Hoppe o Huerta de Soto por mencionar
algunos más, siguen la misma línea: potenciar más aún la forma en que se rige
el sistema capitalista y eliminar la existencia de cualquier elemento que sea
no privativo. Por el contrario, el anarquismo ha mostrado un rechazo al sistema
capitalista, en línea con el análisis marxista.
El siguiente punto de discordia
es la forma en que se construye la libertad, y aquí entramos en temas más
filosóficos al entender que ambas filosofías desean la libertad del individuo,
pero hay premisas muy importantes que no se comparten. Es decir, en general,
todos los autores anarcocapitalistas anteriormente citados conciben la libertad
como algo que el individuo tiene cuando es pleno dueño de su propia economía.
Estamos ante una libertad centrada puramente en el ámbito económico y que parte
de él. Pero esta forma de construir la libertad a la par de poco elaborada es
puramente individualista, se parte del individuo y sobre él se construye la
libertad. Una vez que ese ser aislado es libre, si se une a otros seres
individualistas podrán formar una «sociedad». Esto es completamente distinto a
cómo el anarquismo construye la libertad. En sus Escritos de filosofía
política, Bakunin dedica un apartado solo para hablar de libertad e
igualdad. Bajo la visión anarquista el ser humano no puede ser libre cuando la
sociedad no lo es, ¿y cuándo la sociedad es libre? Cuando estemos en igualdad
de condiciones, cuando exista equidad. El elemento más distante entre
anarquismo y anarcocapitalismo es este, el anarquismo no toma como referencia
al individuo aislado sino a la sociedad en conjunto y cuando esa sociedad en
conjunto es libre porque es equitativa, el individuo ya sí es libre. El
anarquismo es equitativo pero el anarcocapitalismo no. De hecho, entre los
anarcocapitalistas, la existencia de desigualdades sociales se toma como algo
positivo que potencia al ser humano para mejorar, algo que consideramos
bastante lejos de la razón y la realidad palpable.
El tercer y último punto de
discordia entre ambas filosofías es el Estado. Ya vimos que ambas consideran el
Estado como algo a eliminar, pero es más esclarecedor el motivo por el cual lo
desean, no el simple hecho de no quererlo. Mientras los anarcocapitalistas
centran todas sus obras en buscar la ineficiencia del Estado y atacarlo por ser
un freno al capitalismo extremo que desean, los anarquistas criticarán al
Estado por ser un ente que no garantiza las libertades del individuo al no ser
capaz de otorgar la equidad para la sociedad.
A través de estos tres puntos,
simplificados y centra-dos en el ámbito económico, hemos podido ver las
diferencias entre el anarquismo y la derecha libertaria que, bajo ningún
concepto, deben confundirse. Y nos debe que-dar claro que esa derecha
libertaria, además de enfoques propositivos, también es rica en enfoques
analíticos, nos gusten éstos más o menos.
Las propuestas económicas históricas del anarquismo
En todo caso, la renuncia a los
enfoques analíticos propios de mayor enjundia no ha impedido elaborar
pro-puestas de organización económica ciertamente interesantes. El punto de
partida tradicional es la abolición de la propiedad privada y su sustitución
por la propiedad colectiva en aras de la igualdad. Como hemos señalado en el
apartado anterior, la igualdad es inseparable de la libertad para el
anarquismo. Cualquier forma de gobierno es rechazada, pues supone erosionar la
libertad, y en este sentido, y a diferencia de las propuestas procedentes de la
mayoría de las ramas del marxismo, también se rechazan los gobiernos
revolucionarios o de transición, por suponer que un grupo de dirigentes, una élite,
asuma el poder en detrimento de la mayoría. Es más, esa élite, aunque proceda
del movimiento obrero, pasaría a ostentar una nueva posición por encima del
movimiento del que salió.
Es interesante también tener en
cuenta que, el anarquismo ha considerado tradicionalmente que la economía
dejaría de estar sujeta a la política —por más que sería un movimiento político
el que promovería tal emancipación. Cualquiera que haga algo útil sería
considerado productor o productora, y esa persona es la unidad básica de la
sociedad anarquista, y no la ciudadana o el ciudadano. Partiendo de ahí, la
libre federación, es decir, la libre agrupación de productores daría lugar al
primer nivel organizativo, siendo el siguiente la comuna o municipio autónomo,
y de ahí para arriba.
Todo el mundo participaría en la
obra productiva con arreglo a sus posibilidades, y además se buscaría la
justicia en la remuneración por tal participación. Y es aquí, en esta
concepción de justicia donde nos encontramos con discrepancias de tipo histórico.
Así para Proudhon y los
mutualistas, el objetivo sería, habiéndose apropiado de forma colectiva de los
medios de producción, que éstos fueran organizados por coope-rativas, que
tomarían sus decisiones democráticamen-te y garantizarían que cada persona
tuviera acceso a los beneficios en proporción a su contribución a la
pro-ducción. También habría una cooperativa de crédito, denominada Banco del
Pueblo, que proporcionaría cré-ditos a un interés mínimo, el suficiente para
cubrir los gastos administrativos.
Con todo, hubo también sectores
anarquistas que cuestionaban el cooperativismo como una vía para fomen-tar la
pequeña propiedad. Esto propició que se buscasen nuevas propuestas económicas
desde el seno mismo del anarquismo, y así es como llegamos al colectivismo
pro-puesto por Bakunin, entre otros. Para quienes defendían esta postura, el
cooperativismo no era un medio temporal, de transición, con el que practicar la
autogestión, pero el destino final debería superar la naturaleza pequeñoburguesa
que iría ligada a la propiedad de los medios de producción en la forma de
cooperativas y hacer común dicha propiedad, organizándola mediante la
federación de colectividades autónomas.
En lo que a la remuneración se
refiere, el producto del trabajo sería íntegramente para quien ha trabajado, lo
que permitiría, a ojos de quienes defendían el colec-tivismo, conciliar los
intereses del común con la libertad individual. Además, esto es también un
incentivo para el esfuerzo de cada persona. Así, en una sociedad regida por los
principios del colectivismo, habría bienes de pro-piedad colectiva que serían
propiedad de toda la huma-nidad pero que estarían en usufructo de quien los
hace producir. Entrarían en esta categoría todos los medios de producción,
incluyendo las herramientas de trabajo. Y habría también bienes de propiedad
individual completa y absoluta, que sería el resultado de la producción en cada
oficio. Así pues, cada persona recibiría el fruto íntegro de su trabajo en
monedas, bonos o crédito. No obstante, se admitía una excepción a este
principio: una parte de ese trabajo tendría que ir a las arcas de la
colectividad, que lo emplearía en determinados servicios que proporcionaría
dicha colectividad —el municipio.
Finalmente estaría el comunismo
libertario, defendido por Kropotkin y por sus seguidores. El punto de partida
es bakuninista, en el sentido de que defiende con éste que los procesos de
producción modernos, dada su complejidad, son resultado de un proceso
colectivo, lo que da derecho a participar de sus resultados al conjunto de la
comunidad. De ahí se deduce que el principio que debe regir la remuneración no
puede ser el de «a cada cual según su trabajo», sino que debería pasar a ser
«de cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades». Esto
suprimiría el principio de competencia entre personas y, con ello, se
alcanzaría la igualdad y la solidaridad. El requisito, lógicamente, sería el de
la abundancia.
El comunismo libertario cuestiona
del colectivismo que permita la propiedad derivada del trabajo individual, pues
considera que eso es un germen de egoísmo, y puede dar lugar a que surjan
nuevas desigualdades y dominaciones. No obstante, sus críticos han defendido
que, en ausencia de la recompensa por el trabajo, la única manera de incentivar
la producción sería a través de la autoridad, lo que también sería fuente de
desigualdades.
A pesar de los debates, se fueron
adoptando posturas que permitieran conciliar las diferentes posiciones, hasta
concluir, en línea con el argumento ya mencionado de La conquista del pan, que
serán quienes protagonicen la revolución el día de mañana quienes deberán
decantarse por una opción u otra, quedando en todo caso como ele-mentos
consustanciales del programa económico anar-quista los que hemos señalado al
principio de este apar-tado, y concretamente, la colectivización de los medios
de producción —incluyendo las riquezas naturales— y la abolición de cualquier
forma de explotación.
Propuestas más actuales
Con el paso del tiempo, y la
lejanía de los momentos más revolucionarios, estos debates quedaron atrás, y
pasaron a hacerse propuestas en líneas diferentes.
Es interesante tener en cuenta que, de nuevo, las propuestas
programáticas han seguido teniendo más calado que las analíticas, tal como hemos
señalado al inicio. No nos es posible detenernos en todos estos, pero sí
queremos dejar constancia aquí de algunos de los más interesantes.
Una línea que ha seguido el
anarquismo en la actualidad se sitúa en torno al ecologismo y los problemas
ambientales. Para ello, aunque nos dejamos a muchos autores y muy importantes,
hacemos hincapié en dos: Bookchin, quien en Ecología libertaria plantea
la unión del ecologismo al anarquismo a través de la agricultura radical y, por
otro lado, John Zerzan, el cual en Futuro primitivo analiza los valores
humanos y la alienación desde las primeras épocas para reforzar la idea de que
hemos tomado un camino muy erróneo en cuanto a la cultura simbólica, la
división del trabajo y el trato que se le está dando a la naturaleza para
reivindicar el denominado «anarcoprimitivismo».
Un debate económico en el que sí
han participado los y las anarquistas ha sido el del papel del mercado como
asignador de recursos. Nos encontramos en este sen-tido con la posición de
Abraham Guillén, por una parte, quien, en su Economía libertaria, señalaba que
el merca-do era anterior al capitalismo y que, por lo tanto, debía ser
posterior a él. En su libro —al igual que en Socialismo libertario y en
Economía autogestionaria— explica cómo podríamos funcionar en una sociedad
libertaria, habiendo abolido la propiedad de los medios de producción, pero
permitiendo que el mercado siga existiendo.
Por el contrario, la propuesta de
Michael Albert y Robin Hahn -el, denominada Parecon- a partir de economía participativa
en inglés—, y que tiene bastante eco incluso hoy en día, propone un mecanismo
de planifica-ción, pero no central, sino descentralizado y participa-tivo, de
suerte que la población afectada pueda tomar parte en los procesos de decisión
acerca de qué producir y cómo hacerlo.
Conclusiones
En definitiva, tal y como hemos
querido poner de manifiesto en este artículo, el anarquismo sí ha intervenido
en el área de economía, y lo ha hecho de manera prolija. No obstante, donde ha
destacado y ha jugado un papel funda-mental, ha sido en la elaboración de
propuestas de cómo organizar una sociedad sin gobierno, en donde la cuestión
económica no ha sido dejada de lado, y como hemos visto, no solo en el pasado.
Ahora bien, la contribución del anarquismo a la teoría económica, es decir, al
análisis de los problemas que aquejan nuestra economía ha sido más limitada que
en otras corrientes políticas —incluyendo desde el marxismo hasta el
anarcocapitalismo—, y ello ha hecho que, a nuestro juicio, el anarquismo haya perdido
una oportunidad importante para situarse en debates actuales y, por tanto, para
ganar difusión.
Ante tal tesitura, la agenda que
nos queda por delante es seguir nutriéndonos del instrumental analítico que
proporcionan otras corrientes o escuelas —así lo hicimos, por ejemplo, en Crisis
económica y resistencia obrera, cuando lo publicamos en el Instituto de
Cien-cias Económicas y de la Autogestión, ICEA—, o tratar de detenernos a
recopilar, estudiar y sistematizar la teoría económica que subyace a los planteamientos
anarquistas desde el siglo XIX, y a partir de ahí, elaborar una teoría propia
que sirva a un doble objetivo: situarnos en el debate económico al mismo nivel
que el resto de posturas y fundamentar nuestras propuestas con un enfoque
analítico propio. Es evidente que el vacío de teoría no existe, así que va
siendo hora de decidirse, explícitamente, por una de las dos opciones.
Bibliografía
- Álvarez Junco, José: La ideología política del anarquismo
español (1868-1910). Madrid: Siglo XXI, 1991.
- Bookchin, Murray: Ecología libertaria. Barcelona: Madre Tierra, 1991.
- Guérin, Daniel: Ni Dios ni amo. Antología del Anarquismo. Barcelona: Madre Tierra, 1970.
- Guillén, Abraham: Economía libertaria (2.a ed.). Barcelona: Madre Tierra, 1990.
- Schannon, Deric; Nocella, Anthony J.; y
Asimakopoulos, John (eds.): The accumulation of freedom. Writings on
anarchist economics. Oakland:
AK Press, 2012.
[Publicado originalmente en la
revista Libre Pensamiento # 102,
Madrid, primavera 2020. Número completo accesible en http://librepensamiento.org/wp-content/uploads/2020/05/LP-N%C2%BA-102.pdf#new_tab.]
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