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sábado, 16 de mayo de 2020

Anarquismo y economía: ¿una ausencia eterna?



Luis Buendía y Daniel García



* En este artículo examinamos el nexo entre la economía y el anarquismo. Tras analizar la existencia de ciertos vacíos analíticos que se cubren con el préstamo de otras corrientes políticas, como el marxismo, constatamos un mayor papel del anarquismo en el ámbito propositivo, y mostramos las diferencias con la derecha libertaria. Luego exponemos las principales propuestas de organización económica que han surgido históricamente. Terminamos abordando algunos de los debates actuales de los que el anarquismo es partícipe, como la forma en que se asignan los recursos o la problemática ambiental y de recursos naturales.



Uno de los autores de este artículo suele mencionar una anécdota real cuando trata el tema del anarquismo y la economía. Cuando estaba estudiando en la universidad y militaba en grupos anarquistas, en algunos círculos le conocían como «el economista anarquista». Esto no deja de ser una anécdota, pero sirve para ilustrar también algo de realidad, no por poner juntas las palabras «economista» y «anarquista» sino, sobre todo, por anteponer el determinante «el» a ambas palabras.



El anarquismo ha generado una cantidad importante de historiadores, filósofas, antropólogos, juristas, sociólogas, geógrafos... que han hecho un trabajo magnífico, en sus respectivas áreas y, además, en el anarquismo. Max Nettlau, Emma Goldman, Lysander Spooner, Aníbal A. D’Auria, Piotr Kropotkin, Teresa Claramunt, etc. ¿Y economistas? Es evidente que la separación de las disciplinas como si fueran compartimentos estancos es artificial, y que, cuando, por ejemplo, Pierre-Joseph Proudhon escribe su famoso ¿Qué es la propiedad?, escribe un libro plagado de implicaciones económicas y también políticas, y legales, pero lo hace desde la filosofía. Lo mismo que Mijaíl Bakunin en cualquiera de las obras que tanto nos han maravillado desde el siglo XIX, y en las que sus análisis de la jerarquía y el Estado ejercen necesariamente influencia sobre cualquiera con interés por la economía. El caso de Kropotkin es aún más peculiar, y también ilustrativo de lo que estamos indicando: su obra más «puramente» económica es, sin duda, Campos, fábricas y talleres, que podría presentar ciertas similitudes con la de Friedrich Engels acerca de La situación de la clase obrera en Inglaterra, pero a Engels sí se le recuerda por esa obra, entre otras; a nuestro príncipe ruso por La conquista del pan o por El apoyo mutuo, incluso entre los y las anarquistas, y no es que en éstas no haya implicaciones económicas —sobre todo en la primera—, es simplemente que no son «de economía» —como sí lo es la de Engels. Esto es así incluso más recientemente: autores contemporáneos que se reivindican del anarquismo, como David Graeber, por ejemplo, escribe magníficas obras, como, por ejemplo, En deuda, que tratan de economía, pero lo hacen desde la historia y desde la antropología. Cuando se la mira desde el anarquismo, la economía parece reservada para los y las economistas. Eso es un problema.



Además, es una diferencia con otras posturas ideológicas: el comunismo, la socialdemocracia, el liberalismo, etc., tienen todas sus economistas de referencia —Karl Marx, Rosa Luxemburg, John Keynes, Milton Friedman, Friedrich Hayek, etc.—, ¿y el anarquismo? La principal obra de Marx no es El manifiesto comunista, ni siquiera, y aunque nos genere muchas simpatías, La guerra civil en Francia. Marx no era economista, pero su obra principal es El capital, que contiene mucha política y filosofía, qué duda cabe —en tres volúmenes enormes hay mucho margen para ello—, pero es, sobre todo, una obra de economía. No es casual, pues, que sea difícil encontrar textos anarquistas que planteen un diálogo, crítico o no, con El capital, como sí los hay respecto de otras obras del escritor alemán.



Entonces, ¿es que no se ha escrito economía desde el anarquismo? Lo paradójico es que sí. Diego Abad de Santillán, Murray Bookchin o Abraham Guillén, por citar solo tres, han escrito sobre economía desde el anarquismo. ¿Por qué, entonces, este aparente desdén? A esta pregunta pretendemos responder en las líneas que siguen, en las que defenderemos en primer lugar que existe cierta ruptura en el objeto de estudio económico entre anarquistas y marxistas. A continuación, advertiremos las consecuencias históricas de ese vacío teórico, abordando, de paso, las diferencias entre el anarquismo y el anarcocapitalismo. Y terminaremos exponiendo algunos ejemplos más actuales de contribuciones anarquistas a la economía. Cerraremos el artículo recapitulando nuestras conclusiones y proponiendo una agenda de investigación-acción.



Anarquismo y marxismo en el siglo XIX: una ruptura ideológica... y epistemológica



La disciplina económica se ha prodigado a la hora de proponer políticas, recetas en última instancia para resolver problemas. En el siglo XIX, John Neville Keynes —padre del famoso John Maynard Keynes— planteó la división entre la economía positiva —que se ocupaba de lo que es la economía— y la economía normativa —que trataría de lo que debe ser. Esta división resulta ciertamente artificial, sobre todo porque es difícil creerse que podemos conocer la realidad de una forma tan pulcra como quienes han defendido la existencia de tal economía positiva. En cualquier caso, sin caer en el reduccionismo de esta última, lo que es indiscutible es que la economía, como otras disciplinas sociales, tiene dos vertientes claras: una vertiente analítica, enfocada a estudiar la realidad que nos rodea —intentando entender por qué hay paro, por qué tienen lugar las crisis, por qué suben los precios, por qué aumentan las desigualdades, etc.— y otra propositiva, dirigida a proponer cómo mejorar dicha realidad —qué políticas reducen el paro, cuáles pueden acortar las crisis, cómo atajar la inflación o qué hacer para reducir las desigualdades. La cuestión es si la prime-ra es separable de la otra, y en esta disquisición epistemológica es donde nos encontramos una separación entre marxismo y anarquismo.



El anarquismo ha sido muy prolijo en la elaboración de propuestas. La conquista del pan, de Piotr Kropotkin, es un ejemplo pionero en este sentido. El autor ruso se dedica a explicar cómo se podría vivir bajo el comunismo libertario, desarrollando también los aspectos de la economía —la propiedad de los medios de producción, la cuestión de la productividad, la distribución, regida por la famosa «toma del montón», etc. Es interesante que, si bien Kropotkin especifica que no quiere desarrollar un programa detallado, pues de eso deben ocuparse los y las protagonistas del futuro, considera que ese libro puede ser útil para responder a las críticas de «exceso de utopismo» que proceden de los sectores más escépticos.



Este texto es paradigmático del enfoque adoptado por los economistas. Escrito en 1888, su estela fue seguida, por ejemplo, por Diego Abad de Santillán en su El organismo económico de la revolución, de 1936, que tiene el clarificador subtítulo “Cómo vivimos y cómo podríamos vivir en España”. Incluso décadas después, Abraham Guillén en su Economía libertaria, también apuntaba a la misma tendencia de insistir en cómo tendría que organizarse el sistema económico.



¿Y la vertiente analítica? El marxismo ha contado desde El capital con una vertiente analítica muy fuerte, a través de la cual desarrolla una crítica muy bien fundamentada al capitalismo. Dicha crítica ha continuado con posterioridad yendo más allá, como ponen de manifiesto La acumulación del capital, de Rosa Luxemburg o los análisis sobre los ciclos económicos de Lev Trotsky, por mencionar solo un par. Es partiendo de estos análisis que el marxismo, en cualquiera de sus variantes, establece sus programas, y en ese sentido sus propuestas políticas y económicas.



No es la única corriente que hace esto. La economía, en general, propone enfoques analíticos —que chocan en función de quién los proponga— y a partir de ahí establece sus propuestas —igualmente sujetas a pugna ideológica, claro está—, pero ¿qué ocurre cuando delegamos los enfoques analíticos? ¿Cómo influye en nuestros enfoques propositivos? Dicho de otro modo, ¿podemos tener enfoques propositivos enteramente autónomos y bien fundamentados cuando el punto de partida analítico lo tomamos «prestado» de otras corrientes? En concreto, resulta ilustrativo que el anarquismo haya adoptado la capacidad analítica del marxismo mientras establecía una —muy bien razonada— crítica a sus aspectos propositivos. Por ejemplo, los aspectos económicos de una obra fundamental del anarquismo, como lo es El ABC del comunismo libertario, de Alexander Berkman, beben directamente de Marx. No fue el único: Errico Malatesta en su día señaló que los análisis económicos del anarquismo eran marxistas.



De hecho, lo que nos encontramos en el anarquismo es que este tiende a dar por válida esa crítica y dedica mucho más tiempo a explicar su enfoque normativo. Ésta es una estrategia que tiene todo el sentido, como señalaba Kropotkin, si uno quiere rebatir la idea del exceso de utopismo, pero no sale gratis. A cambio, se renuncia a buena parte del debate que, en términos económicos, se podría tener y, de paso, se renuncia a que, en materia económica, se le dé al anarquismo la legitimidad teórica que se ha ganado a pulso en otras áreas.



Esto va más allá del marxismo. La socialdemocracia fue haciendo suyos, a lo largo del siglo XX y con mayor o menor fidelidad, los análisis de Keynes o, para el caso, de la Escuela de Estocolmo o de los primeros trabajos de Michal Kalecky. Esto hacía que, allí donde se discutía de economía, se discutiera de esas diferentes ideas —y de sus alternativas: las de los análisis marxistas o las de la escuela keynesiana. Lo mismo ocurrió después con la llamada escuela post-keynesiana, que adoptaba una mezcla del análisis de Keynes y de Marx, y que permitía a economistas de izquierda entrar en el debate con otros economistas, más a la izquierda o más a la derecha. Es más, incluso desde las corrientes más derechistas del pensamiento económico, aquellos que proponen que el Estado debe ser abolido —excepto para proteger la propiedad privada, claro—, han adoptado sus propios enfoques analíticos, lo que les ha permitido estar presentes en los debates económicos y, por supuesto, no les ha impedido hacer sus propuestas, las cuales, por ese rechazo al Esta-do, han generado confusión con las de los anarquistas, y es precisamente a esta confusión a la que queremos dedicar el siguiente apartado.



El anarquismo y la derecha libertaria: qué es y qué no es anarquismo



El término anarcocapitalista o lo que podríamos entender por derecha libertaria es un concepto posterior al de anarquismo, de hecho, el prefijo del que gozan, «anarco», es una apropiación por un ideario de supresión del Estado. Resumiendo, una definición de anarcocapitalismo, basándonos en Jesús Huerta de Soto, Liberalismo versus anarcocapitalismo, encontramos una filosofía política y económica que enaltece el sistema capitalista, justicia y orden público, principio de no agresión y oposición al Estado por ser un ente coercitivo de la libertad del ser humano —libertad económica principalmente.



Podemos definir el anarquismo como hace Emma Goldman en La palabra como arma, como una filosofía política y económica que propone la supresión de cualquier ley artificial que coarte la libertad del individuo. De hecho, en esa definición de Goldman se percibe la influencia de Bakunin cuando en Escritos de filosofía política habla sobre las leyes naturales y artificiales o sociales. A raíz de estas definiciones cabe preguntarnos, ¿es natural el Estado? Ambas filosofías responderán que no y por eso ambas comienzan por «anarco». El problema —uno entre muchos— estriba cuando se formulan las siguientes preguntas: ¿es natural el capitalismo? ¿es natural la propiedad privada y la acumulación? El anarquismo rotundamente dirá que no mientras que el anarcocapitalismo dirá que sí y no solo eso, sino que la existencia de cualquier cosa que no sea privada es una ineficiencia y un elemento antinatural.



Este abismal distanciamiento entre ambas filosofías podemos verlo más detallado en tres análisis: a través del sistema económico que proponen, de la forma en que se construye la libertad y analizando la crítica que se le hace al Estado. Si pensamos en qué sistema económico deseamos para nuestra sociedad podemos atisbar que, el anarcocapitalismo desea un capitalismo extremo, sin existencia alguna de entes públicos. Murray N. Rothbard en Man, Economy and State manifiesta lo indeseable que es para una economía capitalista la existencia de cualquier ente público. David Friedman, Hans-Hermann Hoppe o Huerta de Soto por mencionar algunos más, siguen la misma línea: potenciar más aún la forma en que se rige el sistema capitalista y eliminar la existencia de cualquier elemento que sea no privativo. Por el contrario, el anarquismo ha mostrado un rechazo al sistema capitalista, en línea con el análisis marxista.



El siguiente punto de discordia es la forma en que se construye la libertad, y aquí entramos en temas más filosóficos al entender que ambas filosofías desean la libertad del individuo, pero hay premisas muy importantes que no se comparten. Es decir, en general, todos los autores anarcocapitalistas anteriormente citados conciben la libertad como algo que el individuo tiene cuando es pleno dueño de su propia economía. Estamos ante una libertad centrada puramente en el ámbito económico y que parte de él. Pero esta forma de construir la libertad a la par de poco elaborada es puramente individualista, se parte del individuo y sobre él se construye la libertad. Una vez que ese ser aislado es libre, si se une a otros seres individualistas podrán formar una «sociedad». Esto es completamente distinto a cómo el anarquismo construye la libertad. En sus Escritos de filosofía política, Bakunin dedica un apartado solo para hablar de libertad e igualdad. Bajo la visión anarquista el ser humano no puede ser libre cuando la sociedad no lo es, ¿y cuándo la sociedad es libre? Cuando estemos en igualdad de condiciones, cuando exista equidad. El elemento más distante entre anarquismo y anarcocapitalismo es este, el anarquismo no toma como referencia al individuo aislado sino a la sociedad en conjunto y cuando esa sociedad en conjunto es libre porque es equitativa, el individuo ya sí es libre. El anarquismo es equitativo pero el anarcocapitalismo no. De hecho, entre los anarcocapitalistas, la existencia de desigualdades sociales se toma como algo positivo que potencia al ser humano para mejorar, algo que consideramos bastante lejos de la razón y la realidad palpable.



El tercer y último punto de discordia entre ambas filosofías es el Estado. Ya vimos que ambas consideran el Estado como algo a eliminar, pero es más esclarecedor el motivo por el cual lo desean, no el simple hecho de no quererlo. Mientras los anarcocapitalistas centran todas sus obras en buscar la ineficiencia del Estado y atacarlo por ser un freno al capitalismo extremo que desean, los anarquistas criticarán al Estado por ser un ente que no garantiza las libertades del individuo al no ser capaz de otorgar la equidad para la sociedad.



A través de estos tres puntos, simplificados y centra-dos en el ámbito económico, hemos podido ver las diferencias entre el anarquismo y la derecha libertaria que, bajo ningún concepto, deben confundirse. Y nos debe que-dar claro que esa derecha libertaria, además de enfoques propositivos, también es rica en enfoques analíticos, nos gusten éstos más o menos.



Las propuestas económicas históricas del anarquismo



En todo caso, la renuncia a los enfoques analíticos propios de mayor enjundia no ha impedido elaborar pro-puestas de organización económica ciertamente interesantes. El punto de partida tradicional es la abolición de la propiedad privada y su sustitución por la propiedad colectiva en aras de la igualdad. Como hemos señalado en el apartado anterior, la igualdad es inseparable de la libertad para el anarquismo. Cualquier forma de gobierno es rechazada, pues supone erosionar la libertad, y en este sentido, y a diferencia de las propuestas procedentes de la mayoría de las ramas del marxismo, también se rechazan los gobiernos revolucionarios o de transición, por suponer que un grupo de dirigentes, una élite, asuma el poder en detrimento de la mayoría. Es más, esa élite, aunque proceda del movimiento obrero, pasaría a ostentar una nueva posición por encima del movimiento del que salió.



Es interesante también tener en cuenta que, el anarquismo ha considerado tradicionalmente que la economía dejaría de estar sujeta a la política —por más que sería un movimiento político el que promovería tal emancipación. Cualquiera que haga algo útil sería considerado productor o productora, y esa persona es la unidad básica de la sociedad anarquista, y no la ciudadana o el ciudadano. Partiendo de ahí, la libre federación, es decir, la libre agrupación de productores daría lugar al primer nivel organizativo, siendo el siguiente la comuna o municipio autónomo, y de ahí para arriba.



Todo el mundo participaría en la obra productiva con arreglo a sus posibilidades, y además se buscaría la justicia en la remuneración por tal participación. Y es aquí, en esta concepción de justicia donde nos encontramos con discrepancias de tipo histórico.



Así para Proudhon y los mutualistas, el objetivo sería, habiéndose apropiado de forma colectiva de los medios de producción, que éstos fueran organizados por coope-rativas, que tomarían sus decisiones democráticamen-te y garantizarían que cada persona tuviera acceso a los beneficios en proporción a su contribución a la pro-ducción. También habría una cooperativa de crédito, denominada Banco del Pueblo, que proporcionaría cré-ditos a un interés mínimo, el suficiente para cubrir los gastos administrativos.



Con todo, hubo también sectores anarquistas que cuestionaban el cooperativismo como una vía para fomen-tar la pequeña propiedad. Esto propició que se buscasen nuevas propuestas económicas desde el seno mismo del anarquismo, y así es como llegamos al colectivismo pro-puesto por Bakunin, entre otros. Para quienes defendían esta postura, el cooperativismo no era un medio temporal, de transición, con el que practicar la autogestión, pero el destino final debería superar la naturaleza pequeñoburguesa que iría ligada a la propiedad de los medios de producción en la forma de cooperativas y hacer común dicha propiedad, organizándola mediante la federación de colectividades autónomas.



En lo que a la remuneración se refiere, el producto del trabajo sería íntegramente para quien ha trabajado, lo que permitiría, a ojos de quienes defendían el colec-tivismo, conciliar los intereses del común con la libertad individual. Además, esto es también un incentivo para el esfuerzo de cada persona. Así, en una sociedad regida por los principios del colectivismo, habría bienes de pro-piedad colectiva que serían propiedad de toda la huma-nidad pero que estarían en usufructo de quien los hace producir. Entrarían en esta categoría todos los medios de producción, incluyendo las herramientas de trabajo. Y habría también bienes de propiedad individual completa y absoluta, que sería el resultado de la producción en cada oficio. Así pues, cada persona recibiría el fruto íntegro de su trabajo en monedas, bonos o crédito. No obstante, se admitía una excepción a este principio: una parte de ese trabajo tendría que ir a las arcas de la colectividad, que lo emplearía en determinados servicios que proporcionaría dicha colectividad —el municipio.



Finalmente estaría el comunismo libertario, defendido por Kropotkin y por sus seguidores. El punto de partida es bakuninista, en el sentido de que defiende con éste que los procesos de producción modernos, dada su complejidad, son resultado de un proceso colectivo, lo que da derecho a participar de sus resultados al conjunto de la comunidad. De ahí se deduce que el principio que debe regir la remuneración no puede ser el de «a cada cual según su trabajo», sino que debería pasar a ser «de cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades». Esto suprimiría el principio de competencia entre personas y, con ello, se alcanzaría la igualdad y la solidaridad. El requisito, lógicamente, sería el de la abundancia.



El comunismo libertario cuestiona del colectivismo que permita la propiedad derivada del trabajo individual, pues considera que eso es un germen de egoísmo, y puede dar lugar a que surjan nuevas desigualdades y dominaciones. No obstante, sus críticos han defendido que, en ausencia de la recompensa por el trabajo, la única manera de incentivar la producción sería a través de la autoridad, lo que también sería fuente de desigualdades.



A pesar de los debates, se fueron adoptando posturas que permitieran conciliar las diferentes posiciones, hasta concluir, en línea con el argumento ya mencionado de La conquista del pan, que serán quienes protagonicen la revolución el día de mañana quienes deberán decantarse por una opción u otra, quedando en todo caso como ele-mentos consustanciales del programa económico anar-quista los que hemos señalado al principio de este apar-tado, y concretamente, la colectivización de los medios de producción —incluyendo las riquezas naturales— y la abolición de cualquier forma de explotación.



Propuestas más actuales



Con el paso del tiempo, y la lejanía de los momentos más revolucionarios, estos debates quedaron atrás, y pasaron a hacerse propuestas en líneas diferentes. Es interesante tener en cuenta que, de nuevo, las propuestas programáticas han seguido teniendo más calado que las analíticas, tal como hemos señalado al inicio. No nos es posible detenernos en todos estos, pero sí queremos dejar constancia aquí de algunos de los más interesantes.



Una línea que ha seguido el anarquismo en la actualidad se sitúa en torno al ecologismo y los problemas ambientales. Para ello, aunque nos dejamos a muchos autores y muy importantes, hacemos hincapié en dos: Bookchin, quien en Ecología libertaria plantea la unión del ecologismo al anarquismo a través de la agricultura radical y, por otro lado, John Zerzan, el cual en Futuro primitivo analiza los valores humanos y la alienación desde las primeras épocas para reforzar la idea de que hemos tomado un camino muy erróneo en cuanto a la cultura simbólica, la división del trabajo y el trato que se le está dando a la naturaleza para reivindicar el denominado «anarcoprimitivismo».



Un debate económico en el que sí han participado los y las anarquistas ha sido el del papel del mercado como asignador de recursos. Nos encontramos en este sen-tido con la posición de Abraham Guillén, por una parte, quien, en su Economía libertaria, señalaba que el merca-do era anterior al capitalismo y que, por lo tanto, debía ser posterior a él. En su libro —al igual que en Socialismo libertario y en Economía autogestionaria— explica cómo podríamos funcionar en una sociedad libertaria, habiendo abolido la propiedad de los medios de producción, pero permitiendo que el mercado siga existiendo.



Por el contrario, la propuesta de Michael Albert y Robin Hahn -el, denominada Parecon- a partir de economía participativa en inglés—, y que tiene bastante eco incluso hoy en día, propone un mecanismo de planifica-ción, pero no central, sino descentralizado y participa-tivo, de suerte que la población afectada pueda tomar parte en los procesos de decisión acerca de qué producir y cómo hacerlo.



Conclusiones



En definitiva, tal y como hemos querido poner de manifiesto en este artículo, el anarquismo sí ha intervenido en el área de economía, y lo ha hecho de manera prolija. No obstante, donde ha destacado y ha jugado un papel funda-mental, ha sido en la elaboración de propuestas de cómo organizar una sociedad sin gobierno, en donde la cuestión económica no ha sido dejada de lado, y como hemos visto, no solo en el pasado. Ahora bien, la contribución del anarquismo a la teoría económica, es decir, al análisis de los problemas que aquejan nuestra economía ha sido más limitada que en otras corrientes políticas —incluyendo desde el marxismo hasta el anarcocapitalismo—, y ello ha hecho que, a nuestro juicio, el anarquismo haya perdido una oportunidad importante para situarse en debates actuales y, por tanto, para ganar difusión.



Ante tal tesitura, la agenda que nos queda por delante es seguir nutriéndonos del instrumental analítico que proporcionan otras corrientes o escuelas —así lo hicimos, por ejemplo, en Crisis económica y resistencia obrera, cuando lo publicamos en el Instituto de Cien-cias Económicas y de la Autogestión, ICEA—, o tratar de detenernos a recopilar, estudiar y sistematizar la teoría económica que subyace a los planteamientos anarquistas desde el siglo XIX, y a partir de ahí, elaborar una teoría propia que sirva a un doble objetivo: situarnos en el debate económico al mismo nivel que el resto de posturas y fundamentar nuestras propuestas con un enfoque analítico propio. Es evidente que el vacío de teoría no existe, así que va siendo hora de decidirse, explícitamente, por una de las dos opciones.



Bibliografía



- Álvarez Junco, José: La ideología política del anarquismo español (1868-1910). Madrid: Siglo XXI, 1991.


- Bookchin, Murray: Ecología libertaria. Barcelona: Madre Tierra, 1991.

- Guérin, Daniel: Ni Dios ni amo. Antología del Anarquismo. Barcelona: Madre Tierra, 1970.

- Guillén, Abraham: Economía libertaria (2.a ed.). Barcelona: Madre Tierra, 1990.

- Schannon, Deric; Nocella, Anthony J.; y Asimakopoulos, John (eds.): The accumulation of freedom. Writings on anarchist economics. Oakland: AK Press, 2012.

[Publicado originalmente en la revista Libre Pensamiento # 102, Madrid, primavera 2020. Número completo accesible en http://librepensamiento.org/wp-content/uploads/2020/05/LP-N%C2%BA-102.pdf#new_tab.]



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