Meridith Kohut y Nick Casey (diario The New York Times)
* Denuncia publicada cuatro años atras, pero que conserva plena vigencia no solo respecto al caso del hospital en Barquisimeto, sino en todos los centros similares del país.. En todo caso, si la situación ha variado, es para hacerse mucho peor.
El hospital psiquiátricode Barquisimetoí gestionado por el Estado ha estado olvidado durante mucho tiempo, lleno de pacientes olvidados. Pero con Venezuela sufriendo una crisis económica severa, esta institución mental no tiene medicamentos para limitar el sufrimiento que atormenta a los pacientes.
* Denuncia publicada cuatro años atras, pero que conserva plena vigencia no solo respecto al caso del hospital en Barquisimeto, sino en todos los centros similares del país.. En todo caso, si la situación ha variado, es para hacerse mucho peor.
El hospital psiquiátricode Barquisimetoí gestionado por el Estado ha estado olvidado durante mucho tiempo, lleno de pacientes olvidados. Pero con Venezuela sufriendo una crisis económica severa, esta institución mental no tiene medicamentos para limitar el sufrimiento que atormenta a los pacientes.
Invitados por los médicos, reporteros de The New York Times visitaron seis instalaciones psiquiátricas por todo el país. Todas informaron de falta de medicamentos, incluso de comida. Este hospital, El Pampero, no ha contratado a ningún psiquiatra en dos años. Tiene agua corriente solo unas horas al día y la comida escasea. Omar Mendoza, en la fotografía, es uno de los pacientes desnutridos. Perdió la mitad de su peso este verano: está en 34 kilos.
Lo que mantiene el lugar en funcionamiento —la sedación, los tranquilizantes y los medicamentos— casi se ha terminado. En los patios, las mujeres que aún medicadas son funcionales, yacen en el suelo, alucinando, llorando, gritando, balanceándose adelante y atrás durante horas. Los médicos y enfermeras están espantados con lo que sucede, atrapados entre el enfado y la desesperación. El equipo de enfermería discute todos los días: ¿a quién le damos la medicación que queda? ¿Quién está más inestable? ¿Quién sufre más? Reducen las dosis, abren y vierten las pastillas en vasos de metal con la soltura de un narcomenudista de Las Vegas.
El Pampero también sufre de escasez de personal básico, el que limpia y cuida. No hay jabón ni champú, no hay pasta de dientes, no hay papel higiénico. Los pacientes se ayudan unos a otros en las zonas comunes y el patio. Solo se lavan con agua. Las enfermeras temen que los pacientes del sector masculino se vuelvan violentos ante la incapacidad de medicarlos. Dos de los hombres que aparecen en esta imagen asesinaron a parientes antes de que se diagnosticase su esquizofrenia. Uno decapitó a su madre, otro apuñaló a su padre adoptivo.
Cleófila Carillo estaba bajo una red contra los mosquitos. Lloraba suavemente. La mañana anterior, su compañera de litera la golpeó, le mordió parte de la nariz y se la comió. Los médicos dicen que necesita cirugía reconstructiva, pero por la escasez, no tienen medios para hacerla. Todo lo que podían hacer era ponerle una venda. Sin sedación, las enfermeras solo pueden limitar la movilidad de los pacientes, colocarlos en celdas de aislamiento para que no se hagan daño. Es lo que le pasó a Raúl Martínez con un episodio psicótico: una enfermera lo ató a una camilla.
Los enfermos comen tres veces al día pero nunca hay comida suficiente. El equipo del hospital pide donaciones en su tiempo libre. Los archivos médicos muestran que la mitad de los pacientes están por debajo del peso que deberían tener. También falta ropa. Muchos pacientes en la sección femenina solo tienen camisetas. Pocas tienen zapatos. La ropa que tienen no es de sus talla y está raída. Las enfermeras hacen cinturones con guantes quirúrgicos y trozos de cuerda para que no se les caigan los pantalones.
En una celda cerca de la entrada, la persona que atacó a Carrillo ha sido aislada. Gritaba a las enfermeras que le preguntan por qué se había comido la nariz: “No fui yo, yo no lo hice”, y argumentaba que no sabía de qué le hablaban. Cuando Yusmar Torres no tuvo medicación para controlar su problema de comportamiento y depresión, se hizo un lazo corredizo y amenazó con suicidarse. Le quitaron toda la ropa por su propia seguridad y la encerraron en aislamiento durante varios días.
Hay pocos momentos de luz en El Pampero. Todos los viernes por la mañana, los terapeutas ponen música de salsa y bailan con el diez por ciento de los pacientes que son capaces de hacerlo. Antes de que escasearan las medicinas, se cosía, cocinaba, había clases de escultura y hasta un programa de agricultura. Uno de ellos dijo: “Cuando los pacientes tienen su medicamento, pueden hacer artesanía compleja, ahora solo pueden repetir tareas simples”.
La jefa de enfermeras, Évila García, alimentaba a un paciente ciego mientras un gato sin dueño daba vueltas por el lugar. También hay perros viviendo en el hospital que, a veces, duermen con los pacientes en sus camas. Las enfermeras se preocupan por los parásitos porque nadie vacuna a los animales ni los desparasita, pero hacen que algunos pacientes se sientan mejor.
El gobierno niega que sus hospitales sufran escasez y se ha negado a aceptar ayuda internacional en el sector médico. La mayoría de los pacientes de El Pampero han sido abandonados por sus familias y dependen totalmente del Estado para sus necesidades básicas. “Que Dios se apiade de nosotros”, dijo la jefa de enfermeras.
[Tomado de https://www.nytimes.com/es/2016/10/03/espanol/america-latina/el-sufrimiento-de-los-pacientes-psiquiatricos-de-el-pampero-en-venezuela.html.]
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