Desiderio Martín
«El aumento de la incidencia de
los virus está estrechamente vinculado a la producción de alimentos y a la
rentabilidad de las empresas
multinacionales. Cualquiera que pretenda comprender por qué los virus se están volviendo más
peligrosos debe investigar el modelo industrial de la agricultura y, más concretamente, de la
producción ganadera. En la actualidad, pocos
gobiernos y pocos científicos están
preparados para hacerlo.»
(Rob Wallace, biólogo evolutivo)
Una
de las certezas más extendida
en el pensamiento occidental de
los países ricos o enriquecidos
(hablamos de la economía de mercado,
de la rentabilidad y del
beneficio, no de la economía que haga sostenible la vida), y por extensión de los millones de personas que nos movemos en esa lógica, es creernos que
nuestros modos de alimentarnos
como lo hacemos: siempre lo que deseamos,
en cualquier temporada, y en las
cantidades que “cada poder adquisitivo”
tenga, no solo no contraen
consecuencias (negativas) sobre la tierra, el medio en que se producen y distribuyen los
alimentos, las relaciones de
producción, es decir el cómo se
producen, etc., sino que
además, nuestra percepción es que este “grifo nunca se secará”.
El modelo capitalista de acumulación
no busca satisfacer las necesidades
humanas esenciales para la
vida, algo obvio a estas alturas:
tasas de mortalidad por hambre
a cientos de miles; enfermedades (pandemias) en los países empobrecidos; las guerras por los recursos finitos que destrozan la
tierra, las formas de producción
autóctonas y causan muertes,
miserias, empobrecimiento y migraciones a millones de personas; carencia de servicios
esenciales (mínimos) de salud,
educación, cuidados, que generan
desesperación y negación de cualquier futuro para las personas y los pueblos, etc.
Parece obvio, desde un análisis
sensato y sin necesidad de poner
ningún “ismo”, que tenemos ciencia, saberes y tecnología más que suficiente como para haber Estados preparados para lo que tenemos encima y de manera global y en consecuencia no ser
afectados tan de manera
espantosa, pero claro, resultaría
contrario al fin único de
existencia del capitalismo: la
acumulación para la obtención de
beneficio [1].
Las grandes corporaciones farmacéuticas, que a la vez dominan las
grandes corporaciones de toda la cadena de alimentación, que a la vez sus
dueños y dueñas -en la época
actual- son los fondos
soberanos y/o fondos de
riesgo, es decir el capital financiero, hubieran tenido que considerar que la Vida (a ser posible lo
que todo quisqui entiende por una vida buena), es lo importante y haber renegado de su gran axioma o dogma: ...cualquier
efecto, consecuencia que pueda
causar la obtención del beneficio
y la libre competencia, no es
sino producto del progreso...
La relación costes/beneficios rige la vida a niveles planetarios y las fallas que el capitalismo enfrenta
(crisis económicas, crisis climáticas,
crisis sociales, etc.),pretenden
resolverlas en lo que se viene
denominando el Green New Deal, o capitalismo verde, como si esto fuera de “pintar” el colapso, catástrofe o simplemente tragedia,
con un barniz de buenos
deseos, en lo que no es sino
un tratar de alargar en el tiempo
su gran fracaso, fraude, en
satisfacer las necesidades humanas en armonía con el medio donde se desarrolla la Vida.
«La crisis global por la extensión
del coronavirus va a desencadenar
una profundísima recesión
mundial que puede dejar
pequeña la de 2008. Desde luego,
nada de lo que está sucediendo estos días en términos propiamente económicos, y están sucediendo muchas cosas, pilla por sorpresa a quienes han venido siguiendo la situación económica global en los últimos años» (Isidro López y Emma-nuel Rodríguez).
En las medidas tomadas por los gobiernos del mundo (el chino tiene capacidad de militarizar su
fuerza de trabajo, rebajar la
producción en un 20% de su PIB
y trasladar al resto del mundo
las consecuencias financieras), de lo que se trata -y lo están consiguiendo- es de imponer su
relato económico, es decir, la
lógica del capitalismo: el
coronavirus es la causa de la crisis
y/o recesión actual -el FMI la
viene anunciando desde el 2017.
Las tendencias de recuperación se han visto trastocadas por esta pandemia. Los dineros de los Bancos Centrales, de los Estados y de sus gobiernos, inyectados a
la economía, son exclusivamente planes de choque
en favor de las empresas (especialmente las grandes corporaciones de todos los
sectores productivos y de
distribución), convirtiéndose
estos dos argumentos, sencillos y lineales, en el
nuevo mantra que nos meten de manera
pavorosa todos los días en los
medios de “formación de la
opinión pública”.
El BCE europeo ha autorizado la
compra, por 750.000 millones
de euros, de deuda pública y privada y “el objetivo era que esa financiación llegara a las familias y empresas y que ampliara el
margen de actuación de los gobiernos”,
la realidad es que esta
financiación se ha utilizado y se utiliza fundamentalmente para recompensar a
los altos ejecutivos y grandes
accionistas, a través de la recompra
de acciones con el objeto de aumentar el valor en bolsa de las firmas y para abrir líneas de crédito a
empresas “zombi” que ya acreditan
altos niveles de endeudamiento.
El resultado ha sido un sustancial
aumento de la deuda, especialmente
la privada, la tendencia
alcista de los índices bursátiles
y el sustancial crecimiento de la desigualdad. En realidad, el BCE se ha movido, como siempre, en las coordenadas fijadas
en su tratado fundacional, que prohíbe abrir vías de financiación directa a los Estados, los
cuales, ¡cómo no!, tienen que acudir a los mercados para cubrir sus necesidades.
A lo que nos enfrentamos las personas asalariadas, trabajadoras,
bien paradas, bien activas,
bien precarias, bien pensionistas,
mujeres y hom-bres, y
especialmente las personas jóvenes (es su futuro, pues el nuestro tuvo fecha de caducidad con el neoliberalismo
y antes), es saber si
tendremos la fuerza moral, ética
y la fuerza de la calle, como
para no tragarnos nuevamente que todo lo
colectivo se ponga al servicio
de los intereses empresariales y
de la oligarquía financiera y que
el “día después” no puede ser
gestionado, regulado y ordenado por quienes son los responsables de la barbarie.
La economía que sustenta la vida no pinta nada, ni en la crisis
(pandemia) del coronavirus, ni
lo va a pintar cuando a esta situación
se le dé el pistoletazo de
salida del confinamiento de personas
y nos pongan a producir mercancías y servicios,
bajo la misma lógica de la competitividad y el crecimiento, a no ser que seamos capaces de asumir comportamientos, pautas y modos de
relacionarnos desde la
solidaridad y poniendo por delante
el bien común [2], el de todos y todas, y no la lógica individual que tenemos metida hasta en el tuétano, que rija los destinos de una humanidad deshumanizada y mercantilizada.
La otra certeza que perdurará probablemente después de que pase este momento excepcional, es que volverá la normalidad de lo anterior, la cual convivirá en lucha fratricida con la excepcionalidad de lo que ahora vivimos en común y sentimos y aplaudimos para que lo común y lo público y colectivo sea el nuevo modo de vida.
Notas
[1]
Los científicos ya en el 2018 habíanpredicho
que tal pandemia ocurriría,habiéndose
alertado que el mundo noestaba
preparado para ello a no serque
se tomaran medidas urgentes parapaliar
sus efectos negativos. Tales aler-tas
no solo no se atendieron e ignoraron,
sino que muchos Estados a losdos
lados del Atlántico Norte aplicaron
políticas públicas que han deterio-rado
la infraestructura de servicios (abase
de recortes de gasto público yprivatizaciones),
así como otras políticas
públicas desreguladoras de mer-cados
laborales que han disminuido laprotección
social de amplios sectoresde
la población, afectando primordial-mente
a las clases populares de talespaíses
(citado por Vicenç Navarro).
[2]
Habrá que poner todo el esfuerzo en
impedir la vuelta a la normalidad anterior a esta crisis, exigiendo una ruptura
radical con el ya viejo sentido
común y forzando el desmantelamiento del conjunto de las políticas que han predominado durante la larga onda neoliberal. No se trata, por ejemplo, de que se suspendan temporalmente la Ley de Estabilidad Presupuestaria o el artículo 135 de la Constitución Española, sino de derogarlas,
como ya han propuesto algunas fuerzas de izquierda en el reciente debate en el Parlamento español”. (Jaime Pastor, profesor de Ciencias Políticas).
[Publicado originalmente en el
periódico Rojo y Negro # 344, Madrid,
abril 2020. Número completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro%20344%20abril.pdf.]
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