Javier Andaluz
Hemos
declarado la emergencia climática, con todas sus consecuencias. Sabedores de
que el productivismo y el sistema capitalista nos dirigen a un colapso sin
precedentes, hemos decidido tirar del freno de mano. Desde la juventud por el
clima, hasta algunas organizaciones sociales, ambientales y sindicales
reconocemos que tantos años de victoria del capitalismo más devorador nos ha
conducido a una situación de emergencia sin precedentes. La comunidad
científica nos avisa de que apenas quedan 11 años para limitar el incremento de
la temperatura global por debajo de 1,5 ºC. Serán precisamente los países
mediterráneos los más impactados en el entorno europeo.
La
buena noticia es que aún queda un poco de tiempo, pero para ello es necesaria
una transformación mundial sin precedentes. Una acción que debe de ser capaz de
garantizar alcanzar la neutralidad de las emisiones mundiales antes de 2050. Un
hecho que, sumado a las responsabilidades históricas de países como España,
debe situar al conjunto de la Unión Europea en una descarbonización total antes
de 2040. Sería hipócrita no reconocer que el ritmo de reducciones necesario
para limitar el calentamiento global a 1,5 ºC es enorme, más que la caída de la
industria soviética en los 90, pero profundamente transformador. Debemos poner
fin al productivismo, al capitalismo y a todos los “ismos” que oprimen a las
personas y al planeta.
A
nivel práctico podría suponer una reducción de las emisiones del 7 al 10% anual
en los países europeos. Un reto que solo se puede lograr estableciendo un
calendario de cierre de sectores fósiles que culmine en 2040. Sin olvidar que
el único escenario compatible con limitar el incremento de la temperatura
global por debajo de 1,5 ºC ya establece para 2050 un decrecimiento en la
demanda energética del 32% respecto a los niveles de 2010.Un porcentaje que
deberá ser el doble en los países enriquecidos para atender a la responsabilidad
histórica y dejar recursos disponibles para aquellos que tienen menos.
En
efecto, será necesario dar una respuesta a las familias que verán cómo sus oficios
y empleos ligados con los fósiles desaparecerán. Un hecho que no puede convertirse
en la excusa perfecta para frenar la ambición climática, un discurso en el que
se siente muy cómoda la patronal que enarbola mejor que nadie el chantaje laboral.
Como en otras ocasiones, solo aquellas organizaciones de trabajadores y trabajadoras
que estén a la altura podrán adaptarse a esta nueva situación, y estar a la
altura en muchos casos significará cerrar nuestros puestos de trabajo antes de
que la fuerza de los hechos y los intereses del patrón nos obliguen a
cerrarlos.
La
reducción de la jornada de empleo, tecnología, la introducción de mecanismos de
redistribución en sectores cada vez menos dependientes de la mano de obra, o la
formación en nuevos nichos de empleo pueden ayudar a esta transición. Pero no
serán lo suficientemente transformadores, la crisis climática solo se
solucionará mediante un cambio radical del sistema económico.
Por
poner un ejemplo, bien conocidas son las soluciones que aportan las energías
renovables, el potencial renovable del país o su facilidad de instalación hace que
sean sin duda de los sectores más importantes donde trasvasar una importante
mano de obra. No vale únicamente con el cierre del carbón o una sustitución tecnológica,
el problema energético es más profundo y se relaciona con la escasez de
recursos y con las estructuras de poder que mantienen el sistema.
La
lucha climática, es también una oportunidad, ya que, por ejemplo, la transición
energética es a su vez una herramienta de construcción colectiva, propuestas
cooperativas basadas en la descentralización de la producción energética deben
de servir para restar poder a las grandes corporaciones energéticas introduciendo
una gestión ciudadana de recursos tan fundamentales. Sin olvidar tampoco, que
en esta transición energética debemos de asegurarnos del cierre de las
centrales nucleares tras la caducidad de sus permisos.
Hay
que admitir cómo la ciencia en algunos momentos choca con la realidad. Aunque
seamos conscientes del enorme riesgo de la crisis climática, todo cambia si
eres la persona afectada por esa transición. Frente al peligro del futuro
cercano se antepone la inmediatez y la inseguridad de verte privada de tu
puesto de trabajo. Este hecho humano y comprensible hace que en muchas
ocasiones la solidaridad nos obligue a tomar malas decisiones. Necesitamos
estar preparados, pues aunque no queramos el cierre de las grandes fábricas de
automóviles, de grandes industrias, de distribución de mercancías...está
asegurado. Estas desaparecerán bien porque afrontemos la lucha climática
cerrando nuestros puestos de trabajo o bien porque los recursos se hayan
agotado sin encontrar ninguna alternativa. Sólo una de esas opciones podrá
permitirnos garantizar la existencia de un futuro para las generaciones
presentes y futuras, y el tiempo que tardemos en tomar esas decisiones solo servirá
para adquirir una hipoteca mayor y engrosar los beneficios del capital.
Somos
víctimas de un fascismo especista que ha considerado a la humanidad por encima
de cualquier ciclo natural, estamos secuestrando, expoliando y eliminando a una
gran parte de la vida en el planeta. El cambio climático es el ruido de las
campanas que anuncia la llegada de los camisas negras y la necesidad del despertar
de los milicianos, antes de que el propio planeta nos diga Bella Ciao. No hay marcha atrás, y enfrentaremos pérdidas, que
lucharemos queden restringidas a lo laboral, respetando una vida digna para
todas. Pero, en el día de hoy, tras declarar la emergencia climática, tenemos que
poner en el centro que la reducción de las emisiones es el único camino para luchar
contra la opresión.
[Artículo
publicado originalmente en el periódico Rojo
y Negro # 336, Madrid, julio-agosto 2019. Número completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro%20336%20julio.pdf.]
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