Jacinto Ceacero
«Hace escasos años, dos potencias se disputaban el mundo. Fracasado el comunismo, se difundió la falacia de
que la única alternativa es el
neoliberalismo. En realidad, es una
afirmación criminal, porque es
como si en un mundo en que solo hubiese
lobos y corderos nos dijeran: “Libertad para todos, y que los lobos se coman a los corderos”...
Habría que plantearse qué se
entiende por neoliberalismo, porque
en rigor, nada tiene que ver con
la libertad».
Ernesto Sábato, en su desgarrador libro Antes
del fin
Cuando todo el mundo pensaba lo contrario y
nadie lo sospechaba; cuando la
mirada siempre era hacia adelante,
hacia el futuro esperanzador y se
tenía como imaginario colectivo
que el pasado lejano de pobreza,
desigualdad, autoritarismo, había
sido superado definitivamente; descubrimos,
con desaliento, que la
evolución social liberadora, el
progreso según los valores del humanismo,
la implantación y reconocimiento de derechos y libertades –públicas y
privadas–, las conquistas
laborales, políticas, sociales y la consolidación del denominado «Estado de
bienestar»... no son hechos,
acontecimientos, procesos, que se hayan instaurado de forma definitiva en la sociedad.
Ha
resultado sorprendente descubrir en nuestras propias carnes y vidas esta realidad y lo hemos experimentado
de forma abrupta en los
últimos años, desde 2008, justo
tras el comienzo de la última crisis
económica del capitalismo financiero y globalizado.
Y
nos encontramos en una fase en
la que no solo se ha parado dicho
progreso, sino que nos adentramos en tortuosos procesos de involución que nos
retrotraen a escenarios de
décadas anteriores.
¿Qué
sucede? ¿Por qué? ¿Hasta cuándo
durará? ¿Cuánto se profundizará en la involución? ¿A qué parámetros de la vida
está afectando? Estas y otras
preguntas están intentando ser respondidas desde el análisis y pensamiento
filosófico, político,
sociológico, económico o psicológico
y se intenta hacer a escala planetaria porque los síntomas son planetarios aunque especial-mente focalizados en determinados países y sociedades occidentales, aquellos que habían avanzado en ese recorrido de progreso. Lamentablemente,
millones de personas de
diferentes sociedades no han iniciado dicho camino, no han tenido ni la oportunidad de hacerlo y difícilmente
lo harán en las próximas décadas.
Lo
vivido hasta ese 2008, había sido,
obviamente con matices, un proceso
de cambio y transformación social relativamente amplio, que afectaba no solo a aspectos económicos (cierto reparto de la riqueza,
aumento de las prestaciones sociales,
sistema público de pensiones solvente, servicios públicos universales...) sino
que abarcaba la totalidad de
la vida de las personas, especialmente
los contenidos relacionados con los derechos civiles, los derechos humanos, con la libertad, la
libertad individual, las libertades colectivas.
No
estaríamos muy lejos de la verdad
si dijéramos que todos estos cambios
de progreso, transformaciones, incremento de libertades, se configuran, adquieren una carta de naturaleza auténtica y generalizada a partir de Mayo del 68, sin olvidar el eco registrado tras la presión de la revolución soviética y el pacto social
tras la traumática II Guerra Mundial.
Esa revolución social y liberadora de Mayo del 68, después de cincuenta
años, no nos la ha perdonado el
poder, ni la clase y élite
dirigentes, ni las instituciones
políticas, económicas, civiles y religiosas que controlan el mundo; es más, tienen como objetivo erradicar
cualquier vestigio de la misma.
La
nueva realidad es que la involución es posible, resultando muy patente y sangrante el retroceso en
derechos y libertades junto al
resto de parámetros económicos, laborales, sindicales, sociales del Estado de
bienestar. Con frecuencia, ya
se escucha y asume, de manera
natural e interiorizada, que el mundo y la sociedad que estamos dejando como herencia a las siguientes generaciones es
bastante más sombrío, precarizado,
insostenible, inhabitable, desigual, violento, hostil, bélico,
conservador, manipulado, infeliz... que el que recibimos. Y ello a pesar del avance y revolución tecnológica y científica experimentados en
este siglo XXI.
No
exageraríamos si afirmáramos que estamos ante unos hechos, una realidad, una
época, una ética y una estética
que pudieran recordar el
surgimiento de actitudes, pensamientos y comportamientos neonazis y
neofascistas. El mundo está
inmerso en una nueva revolución
industrial y tecnológica pero
las imágenes mentales que manejamos
son semejantes a ese periodo:
signos de autoritarismo, comportamientos
dictatoriales, actitudes que uniformizan, prácticas y auge del nacionalismo...
En
esta fase de evolución mental y social del capitalismo y del neoliberalismo, son detectables los gérmenes de sociedades más totalitarias, nacionalistas, supremacistas,
que se expanden por todo el
planeta con discursos xenófobos, racistas, homófobos, antifeministas,
integristas, belicistas, que
están anteponiendo, con la aquiescencia
inconsciente de la población,
las proclamas de la seguridad para recortar sin escrúpulos la libertad, las
libertades.
Tras
la caída del simbólico Muro de
Berlín en 1989, a pesar de la emblemática
quiebra de la banca Lehman
Brothers en 2008, el neoliberalismo y el capitalismo han retomado el vuelo,
siguen su curso en un proceso
de expansión sin tregua hacia un
mundo sin futuro en el que
solo impera la lógica y las leyes
del mercado y para el que ya no
precisan la legitimación de la democracia formal, fundamentalmente porque la
mayoría de la población está
dispuesta a defender el
sistema a pesar de estar rozando
situaciones de semi esclavitud.
Desde
una visión mecanicista del funcionamiento
social, una manera de intentar
comprender y explicarlo que
está sucediendo podría ser mediante
la denominada teoría de la
acción—reacción como indica la
tercera ley de Newton; o su equivalente en ciencias sociales (fases de flujo—reflujo) o como indica la psicología,
la ley del péndulo.
Posiblemente
sea más adecuadohablar de
ciclos en el devenir de lavida
social de manera que ahora es-tamos
en el proceso de involución,de
retroceso, de recortes, no soloeconómicos
sino de derechos y li-bertades.
No tendría que ser nece-sariamente
así, pero la realidad esapabullante.
Simplificando, podrí-amos
decir que de Barack Obamapasamos
a Donald Trump; de Lula da
Silva a Jair Bolsonaro; de la Unión
Europea al Brexit; de la España del siglo XXI a la Reconquista...
Y
¿cuál ha sido la onda expansiva
del proceso de evolución que ha
conseguido generar esta actual réplica reaccionaria?
Desde
luego, podríamos afirmar que
no han sido los planteamientos
revolucionarios anticapitalistas en
el sentido estrictamente económico, en el sentido de poner patas arriba las reglas básicas del sistema como abolir la propiedad privada o regular las leyes del mercado en beneficio
de la vida. No lo está siendo la
clase trabajadora, absorta en su
precariedad, en sus debilidades y
asumiendo ser sujeto neoliberal
que defiende el modelo capitalista,
como resalta el psicólogo social
Anastasio Ovejero.
Por
tanto, ¿qué es lo que ha desestabilizado el statu quo reciente?
Históricamente se muestra que el
capital precisa buscarse un enemigo para diseñar escenarios reaccionarios,
neofascistas, de extrema derecha.
Adolf Hitler lo tuvo claro desde
el primer momento. Identificó, esencialmente, como enemigo al pueblo judío y con ello se convirtió en
el gran líder popular que limpiaría Alemania y el mundo de ese enemigo creado y alojado como talen la conciencia del pueblo alemán.
Sin
duda, y así lo hace saber con radicalidad
esa extrema derecha, el enemigo
creado para que cumpla esa
función, en nuestro país, es el
movimiento feminista, la ideología
de género, la inmigración y la rotura de la unidad de la patria España.
Cuidado,
porque ese es el señuelo, el distractor, la excusa fácil, mientras que el objetivo profundo es el recorte de derechos y libertades, es
acabar con todo lo que suene a
progreso, evolución, humanitarismo, vida. La extrema derecha considera que el
igualitarismo se ha abierto
camino, que ha perdido el control mental e ideológico de la población, que los valores rancios de la familia, el machismo, las clases sociales han dejado de condicionar la vida de la gente. Y frente a esa libertad de la que hemos dispuesto, tanto la positiva y como la negativa, como las diferencian
Isaiah Berlin o Erich Fromm,
propugnan seguridad, aunque
sea a costa de su pérdida y renuncia.
Hace siglos, Benjamin Franklin
ya decía: «Aquellos que pueden
dejar la libertad esencial por
obtener un poco de seguridad temporal,
no merecen, ni libertad, ni
seguridad». Renunciar a la libertad es renunciar a la esencia de la especie humana.
El
ser humano dispone de un programa
genético abierto, integrado por numerosas facultades, una de ellas la libertad, que le permite
poder elegir, discernir, tomar
decisiones inciertas, creativas, innovadoras, arriesgadas, equivocadas... en
definitiva, que le hace tener
un mayor protagonismo de su existencia.
La
vida, al final, es ese proceso
que nos permite desplegar esas facultades con que partimos y que nos posibilita aprender a usarlas. Solo se es libre siendo libre, actuando en
libertad. En este periodo de involución se está
intentando reducir, negar la libertad. En nuestras manos está construirnos y
actuar como seres libres (libertad
positiva) y construir sociedades que lo permitan (libertad negativa); revertir este proceso actual de
involución y regresar a las etapas
de evolución en la que un nuevo
mundo se abra camino. Para
ello, no hay que esperar a la revolución
porque el cambio se hace día a
día en todos y cada uno de los
planos de nuestra vida cotidiana construyendo actitudes y prácticas libertarias.
[Extraído
del artículo de igual título publicado en el suplemento cultural Addenda # 71, incluido en el periódico Rojo y Negro, Madrid, julio-agosto 2019,
accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/addenda%2071%20julio_0.pdf.]
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