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domingo, 2 de junio de 2019

Introducción a _Revolución o Colapso. Entre el azar y la necesidad_ de O. Alberola


Octavio Alberola



Un libro no es jamás el fruto del azar, sino de las circunstancias que han llevado al autor a escribirlo. Este libro tampoco es el fruto del azar, sino de las circunstancias que me llevaron a reflexionar y a interrogarme sobre lo que el anarquismo y la revolución han sido para mí, como sobre lo que también han sido para otros y otras. No sólo porque, desde muy joven y a lo largo de mi vida, he dudado de la magia de las palabras y de la acción reducida a retórica, sino también por haber pensado siempre que –de una manera o de otra somos los testigos, y también los actores, de la historia en curso.


He aquí pues, muy resumidas, esas circunstancias:
 


La primera, por haber sido mis padres maestros “racionalistas”, en las escuelas creadas por los trabajadores de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en diferentes ciudades de España, y después, cuando tenía ocho años, por haber vivido con ellos y mi hermana el comienzo de la Guerra Civil, de 1936, hasta la derrota del antifascismo español y la dolo-rosa “retirada” de febrero de 1939 para encontrar refugio en Francia.


La segunda, por haber vivido en México –el país en el que se había producido, en 1910, una de las primeras revoluciones del siglo XX– desde pocas semanas antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial hasta que, en 1962, me marché para incorporarme a la lucha clandestina antifranquista lucha que se prolongó para mí hasta mi última detención en Francia, poco antes de la muerte de Franco en 1975.

La tercera, porque, tras salir definitivamente de la clandestinidad y volver a ser un “ciudadano normal” –al mismo tiempo que España reencontraba la “democracia”–, he podido participar públicamente en los combates políticos y sociales de esta nueva etapa y en los debates y cuestionamientos intelectuales que esos combates han suscitado desde entonces hasta ahora.

Un periodo de más de medio siglo, que va desde mi primera detención y encarcelamiento en México hasta hoy, y durante el cual se sucedieron muchos acontecimientos importantes en el mundo: tanto para la marcha de la historia como en la manera de interpretarla y de intentar cambiarla. Y, entre ellos, los más importantes para mí fueron, sin ninguna duda, el haber vivido en México un exilio impregnado del recuerdo mítico de la Revolución Española y el haber participado al inicio de la Revolución Cubana con el grupo de exilados cubanos que preparó –en México la expedición del Granma y organizó el apoyo a la lucha contra la dictadura de Batista hasta el triunfo de “los barbudos” de Sierra Maestra en 1959. Y luego, el haber asistido a la inexorable deriva de esta “Revolución” hacia el capitalismo de mercado, siguiendo los pasos de las “Revoluciones” rusa y china que le han precedido en tal involución. Sin olvidar esos exaltantes momentos de concienciación libertaria que fueron el movimiento de Mayo de 1968 en Francia y, en 1989, la caída del “Muro de la Vergüenza” en Berlín, esa insurrección popular que marcó simbólicamente el comienzo del desmoronamiento de la Unión Soviética y el final de la bipolaridad ideológica en el mundo de hoy.

A esas circunstancias (muy resumidas) hay que añadir también el hecho de poder disponer hoy de esos extraordinarios medios de expresión y comunicación que son la informática e Internet pues, además de haber podido localizar casi todos mis textos, escritos en las circunstancias ya precisadas, he podido recuperarlos y resumir algunos de ellos para integrarlos en este libro. Un libro que, además de ser un síntesis biográfica de mi participación en la lucha contra el franquismo y por un mundo más justo, también es un testimonio de mi contribución al combate de ideas que se desarrolló, durante ese periodo, para pensar un mundo de libertad, de igualdad y fraternidad para todos, y los medios para hacerlo posible. Un combate en el que he participado y en el que sigo participando en tanto que anarquista heterodoxo. No sólo porque, desde que comencé a identificarme con el ideal anarquista, ya era alérgico a los símbolos y a las etiquetas, a las ideas transformadas en ideologías, en sistemas o en dogmas, sino también porque lo sigo siendo inclusive más que antes a las formas simbólicas o doctrinarias a las que algunos pretenden reducir el anarquismo para no implicarse en las luchas sociales. También porque, pese a los esfuerzos de los anarquistas y de muchos otros, ese mundo de libertad aún está por realizarse, lo que nos obliga a desacralizar nuestro ideario y nos fuerza a ir más allá de las proclamas, las celebraciones, las hazañas individuales o las gestas colectivas del pasado.

Esta es la razón por la que debemos proseguir ese combate, junto con todas las corrientes revolucionarias que se pretendan emancipadoras, sin a priori ni exclusivas, lejos de ortodoxias y dogmatismos. También es la razón de haber precisado en el título que se trata de reflexiones heterodoxas; pues, siendo alérgico al poder, a todas las formas de poder, de autoridad y de dominación, y considerando la libertad como el fundamento de las relaciones humanas en una sociedad de igualdad, ya me oponía entonces, y continúo oponiéndome aún hoy, a la transformación del anarquismo en catecismo, en retórica más o menos revolucionaria. Esto no sólo por seguir considerándolo necesario sino también porque hay muchos crédulos que, pese al final de la fe en las ideologías (lo que también vale para el anarquismo cuando se le reduce a “ismo”), aún siguen buscando la “buena” ideología, una búsqueda que contribuye sea por nostalgia de la vieja Fe o por necesidad militante de inventar una nueva a reforzar la pasividad de la espera y a hundirnos aún más en la actual impotencia revolucionaria frente al capitalismo más voraz, agresivo y peligroso de la historia.

Debemos ser conscientes de ello y reconocer –por fin y pese a nuestros estados de ánimo nuestras contradicciones ideológicas y nuestra integración social; pues sólo así podremos adoptar actitudes más pertinentes: tanto en relación con nuestras aspiraciones antiautoritarias como frente a la realidad social actual. Esa realidad en la que, tras el fiasco del “marxismo real” y del auge de la mundialización de la sociedad de mercado, la aspiración emancipadora ha desaparecido casi totalmente, inclusive entre los anarquistas.

¿Cómo negar que, pese a la estafa moral que ha sido el liberalismo, que ha acrecentado por todas partes la miseria, la exclusión social, las guerras y los graves peligros ecológicos, la inmensa mayoría de los humanos es incapaz de concebir otro horizonte que el del capitalismo y el de la democracia bur-guesa? Y eso a pesar de habernos conducido a la situación en la que estamos... De ahí la necesidad y urgencia de denunciar y desmontar los artificios dialécticos y los métodos insidiosa-mente inquisidores y sutilmente perniciosos del capitalismo y de esta democracia, que han conducido la humanidad a este callejón sin salida; pero también la necesidad y la urgencia de reconocer las contradicciones entre nuestros discursos revolu-cionarios y nuestras praxis. Aunque continuar nuestra crítica al poder siga siendo absolutamente necesario, lo es aún más no obviar lo que le permite existir y consolidarse: nuestra servidumbre (más o menos) voluntaria. Esto no sólo porque es esta servidumbre la que permite al Poder existir y al capitalismo continuar la expoliación del fruto de nuestro trabajo, sino también la que les permite continuar su obra depredadora del planeta.

Ante una realidad tal, que muestra la extrema peligrosidad del capitalismo y la complicidad del Poder, de todos los poderes, en el funcionamiento del sistema de convivencia autoritaria, es necesario designar al enemigo de la humanidad por sus verdaderos nombres: Capital y Estado. Designarlos y tratar de hacerlos desaparecer antes que ellos nos hagan desaparecer a todos. Y no es sólo por razones ideológicas que debemos hacerlo, que no debemos resignarnos a soportarlos indefinidamente, sino también porque combatirlos es una cuestión de dignidad y vital: tanto para poder continuar existiendo como para no dejarnos reducir al estado de vasallos, de objetos, de mercancías.

Si no queremos ser eso, si queremos ser seres humanos dig-nos, en todo el sentido de la palabra, debemos desarrollar un pensamiento y una actitud de negación consecuente contra el Poder de los opresores y de sus ideas. Es decir: “contra el Estado, contra el Dinero, y por consiguiente, contra su actualidad, el Progreso que nos lleva a la Muerte”, como decía Agustín García Calvo.

Debemos hacer, pues, este trabajo intelectual y comenzar por anular, tanto en el plano teórico como en el práctico, y de la manera más radical y más profunda a nuestro alcance, la antítesis entre el pensamiento y la acción. En los tiempos de la mundialización capitalista no podemos contentarnos con teo-rizar/soñar los actos son más necesarios que nunca. Frente a un porvenir tan sombrío es imperiosamente necesario y urgente reaccionar, saber por qué y en qué contexto debemos hacerlo. Ahora sabemos que, en los tiempos del Capital mundializado, la única organización del Poder a combatir es la “democra-cia”, el gobierno de la tecnocracia. No sólo por ser ese Poder el único que existe hoy, sino también porque toda otra forma de organización del Poder está destinada, de una manera o de otra, a concebirse como aproximación a la actual “democracia” capitalista.

Todo esto se aborda en este libro, lo que el pensamiento y la acción anarquista pueden aportar hoy al combate de ideas y praxis, para hacer emerger una sociedad sin explotación ni dominación, y al mismo tiempo respetuosa de la naturaleza. Una reflexión y un cuestionamiento hechos a partir de mis viejos y recientes enfoques, que yo creo han sido y serán siempre heterodoxos; pues, aunque parta de ellos y continúe utilizando la palabra revolución para designar el cambio social, no los concibo válidos para siempre ni concibo ese “cambio” como la culminación de un proyecto emancipador fijado de avance. Al contrario, pienso que tanto el anarquismo como la revolución deben estar abiertos a la innovación ética y a todas las potencialidades emancipadoras de la libertad.

Por eso me parece pertinente recordar que desde el naci-miento del capitalismo moderno en el siglo xix, que engendró a través del salario el mundo actual del trabajo explotado y dominado, el deseo de emancipación se encarnó en el movimiento obrero, que luchaba por la revolución social para poner fin a toda forma de explotación y dominación. Desde entonces, para alcanzar esta utopía, los explotados y dominados han tomado diversos caminos, y uno de ellos ha sido el propiciado por los anarquistas. De ahí la pertinencia de no olvidar lo que es ese camino y de reconocer que, para enunciar hoy lo que es el anarquismo, se debe comenzar por buscar, en la galaxia de los pensamientos que le han precedido, lo que le ha ayudado a constituirse como el pensamiento más radical y más consecuente del rechazo de la autoridad y del deseo de libertad, del hombre sin Dios ni Amo, pero solidario e igual del Otro. Hay que buscar esos soportes ideológicos o éticos, por lo menos, en los pensamientos de los que, desde el siglo XVI, se pueden considerar como sus precursores: los Étienne de la Boétie, Jean Meslier, Sylvain Maréchal, William Godwin, Charles Fourier, Henry David Thoreau, Anselme Bellegarrigue y Joseph Déjacque. Y también en el pensamiento de otros más contemporáneos: los Stirner, Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Malatesta, Reclus, Faure, Armand, Makhno, Murray Bookchin, como igualmente en el pensamiento de los postestructuralistas Michel Foucault, Gilles Deleuze, Félix Guattari, Pierre Bourdieu, Jean-François Lyotard y Jacques Derrida, que han producido aportes de gran valor, sobre los cuales se han apoyado los postanarquistas de hoy: los Todd May, Saul Newman, Lewis Call, Daniel Colson, Michel Onfray, David Graeber, etc. Una genealogía que podría comenzar además con las enseñanzas humanistas y libertarias que se pueden encontrar en los escritos de los epicúreos, los cínicos y los estoicos de la Grecia antigua, como también en el taoísmo y el budismo, y en el funcionamiento de las sociedades primitivas que existían sin estructuras jerárquicas, sin relaciones de mando/obediencia que discriminan y someten. Pues, de hecho, sin esos aportes filosóficos e históricos, el corpus conceptual del anarquismo no existiría o, por lo menos, no tal como existe hoy.

De ahí mi insistencia en precisar que el anarquismo, por no haber surgido únicamente de la cabeza de un hombre y por incitarnos a rechazar toda forma de autoridad, no puede ser considerado un sistema, una teoría. ¿Cómo encerrar lo abierto? ¿Acaso no es el anarquismo la expresión más radical y consecuente del deseo de libertad, de ese deseo/aspiración que ha empujado a los hombres a luchar contra todos los poderes que han querido transformarlos en esclavos a lo largo de la historia? Y siempre en concordancia con las condiciones del social/histórico en el que se decidía y se decide la posibilidad de libertad.

El hecho mismo de haber dado lugar a diversas corrientes (el individualismo, el ilegalismo, el espontaneísmo, el colectivismo, el insurreccionalismo, el anarcosindicalismo, etc.) testimonia esta imposibilidad de poder convertirlo en doctrina; pues esas corrientes, además de expresar frecuentemente visiones contradictorias de la realidad del mundo, sólo han sido –a fin de cuentas hipótesis de trabajo para vivir sin autoridad, para la anarquía.

Es pues por todo esto que los conceptos y las herramientas, que han contribuido a la formación de un corpus y de una práctica anarquistas sin Dioses ni Amos para la mayoría de los humanos, no pueden ser considerados inmutables y que es necesario adaptarlos a los contextos de cada época, de cada cultura, de cada sociedad. Una adaptación que, en lo fundamental, es una adecuación subjetiva a las condiciones objetivas de la lucha: tanto para que la dominación sea percibida como lo que ella es, como también para volver más eficaz la resistencia a sus dispositivos económicos, políticos y culturales. De ahí la importancia de seguir la evolución de este corpus a través del desarrollo del social/histórico desde por lo menos la Primera Internacional. No sólo porque el anarquismo ha “evolucionado” desde esos tiempos sino también porque ha evolucionado la idea del cambio social, de la Revolución. La Revolución: esa idea, esa palabra que ha incitado siempre a los anarquistas a actuar, a no disociar el verbo y la acción, a no reducir su quehacer a retórica, por revolucionaria que ésta se pretenda.

Ahora bien, ante tantas tentativas fallidas en concretizar la Revolución, ¿cómo ser insensibles a tales fracasos y no platearnos la cuestión de abandonarla o reinventarla? No sólo en lo concerniente a la formulación de lo que fueron y son aún los discursos y las praxis revolucionarias sino también en el propio sentido del objetivo emancipador.

He aquí por qué es tan importante seguir esa “evolución” a través de los discursos y las prácticas de los anarquistas, y por qué esta obra, que recoge algunos de mis textos escritos sobre este tema desde los años cincuenta del pasado siglo hasta hoy, puede ser de alguna utilidad. No sólo porque desde entonces no he cesado de considerar el anarquismo y la revolución sin catecismos, sino también porque siempre lo he hecho en relación con el contexto social/histórico en el que se desarrollaba mi militancia. Un contexto cada vez más complejo y difícil de desentrañar en sus mecanismos de funcionamiento. Pero un contexto frente al que un anarquista no podía quedar pasivo, pues, aunque no se piense la historia de manera teleológica, los anarquistas somos conscientes de que el determinismo histórico cuenta en ella y que, en consecuencia, nuestras acciones también cuentan; por lo que, de una o de otra manera, contribuimos a que la historia sea lo que finalmente es.

Por ello, y por ser el objetivo del libro dejar una traza de esta reflexión y de este cuestionamiento, me ha parecido lógico precisar las circunstancias en las cuales esta reflexión y este cuestionamiento se han producido. Porque, para mí, la política no es lo que se hace a partir de una verdad ideal sino la relación que los hombres establecen todos los días entre ellos: una práctica, más que un discurso. De ahí que, para lo que quiero desarrollar aquí, considere tan importante situar la lucha de los libertarios españoles contra el franquismo en el contexto político de esa época. Época que he dividido en dos periodos porque, al pasar los años, su fe en el ideal fue cambiando. En el primer periodo, que va de los años treinta a los años setenta del siglo XX, los libertarios continuaron creyendo en la Revolución, pese a lo aciagos que fueron para ellos el apogeo del nacionalfascismo, los cinco años de la Segunda Guerra Mundial y los años de la Guerra Fría. En el segundo periodo, que se extiende desde el final de los años setenta del siglo XX hasta hoy, los libertarios tuvieron que resignarse a la consolidación de la transición a la “democracia” burguesa en España y a ver su lucha reducida a un protagonismo cada vez más testimonial. Y ello a pesar de que la desaparición de la Unión Soviética y la mundialización de la economía les dan argumentos sólidos para defender sus propuestas emancipadoras frente a los destrozos sociales y medioambientales producidos por las políticas neoliberales y socialdemócratas actuales.

He aquí por qué he dividido la obra en dos partes: la primera, “En los tiempos de la Dictadura”, que abarca mi exilio en México y mi participación en la lucha clandestina contra la dictadura franquista, y, la segunda, en el tiempo de la “Democracia reencontrada”, durante mi arresto domiciliario en París, después de la muerte de Franco, y, a partir de 1981, en “libertad”, como los demás, para seguir enfrentando la mundialización y las crisis capitalistas.

[Tomado de la edición digital completa del libro, accesible en https://anarkobiblioteka2.files.wordpress.com/2016/08/LA_REVOLUCI%C3%93N_-_Octavio_Alberola-1.pdf.]


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