Colectivo
Utopía Contagiosa
Por un lado
podríamos argumentar que el despilfarro militar está muy arraigado con la forma de
funcionamiento de lo militar, tanto a nivel individual como a nivel institucional, y que ello es así en gran parte
porque nunca han estado sometidos a controles y auditorías externas e
independientes. Nos parece que en este primer estudio sobre el despilfarro en
la Defensa hemos demostrado que el despilfarro es nuclear en la planificación
militar, en la toma de decisiones, en la gestión y en la inexistente evaluación
de sus actividades.
Realmente, para
evaluar el despilfarro militar de forma transversal nos tendríamos que hacer la
gran pregunta: ¿para qué sirve el trabajo que hacen los militares?, ¿para qué
sirve la producción de armas y su comercio?, ¿en qué se beneficia la Humanidad
de todo ello? Muchos contestarían que no nos beneficiamos, en general, de nada,
pero que una pequeña élite sí se lucra muchísimo con negocios fuera de toda ética.
Con ello se desvela la naturaleza estructuralmente despilfarradora del
militarismo.
Es importante reflexionar
sobre esto: ¿qué producen los militares?, ¿cómo evaluarlo y valorarlo?
Realmente da igual lo que piense el supuesto cliente de su “producción”, es
decir, la sociedad, porque no se sabe cuál es,
concretamente, el fin de la defensa. Dicho de otro modo, no necesitan que el
producto salga bien porque la propia indefinición de la defensa o de la
seguridad hace no se les pueda evaluar ni cualitativa ni cuantitativamente. El
ejemplo más palmario fueron los atentados del 11-M en Madrid en 2004. La
conclusión lógica debería haber sido que había fallado nuestra defensa militar,
que estaba mal planteada y que fue ineficaz para prever y luchar contra
aquellos funestos atentados. Y una conclusión más certera aún habría sido la de
que la política de Defensa de Aznar con su seguimiento al intervencionismo del
trío de las Azores, fue lo que provocó la intención de los yihadistas de atentar
en nuestro país. Sin embargo, todo se tergiversó y a todo se le dio la
vuelta: la conclusión de los políticos (del PSOE y del PP) fue que se necesitaba más dinero para nuestra defensa militar. En
conclusión, cuando no hay ataques no sabemos si nuestra defensa militar
funciona, y cuando hay ataques y fracasa la defensa militar, la culpa hay que
buscarla fuera y la conclusión políticamente correcta y al uso es que gastamos
poco en lo militar. Es un debate con
demasiadas trampas y falsedades.
Todo esto nos
lleva a pensar que si el despilfarro militar tiene mucho en común con las empresas
y otras entidades, además tiene algo peculiar, intrínseco, ideológico,
connatural, esencial, que hace que el despilfarro sea una consecuencia directa de lo militar. Y
esto es muy grave.
Se nos podría
contraargumentar, con parte de razón, que también hay muchos militares que
diariamente son diligentes y honestos con su trabajo. Pero el caso es que en este
estudio no estamos hablando de ellos, sino de los despilfarradores. Y ahora,
además, estamos hablando de si la esencia del militarismo conlleva despilfarro.
Un aspecto en
el que hemos reflexionado mucho durante la realización de este trabajo y
queremos someter al juicio del lector es el siguiente. Nos parece que se puede
argumentar que lo militar en sí es un gran despilfarro, dicho de otro modo, que el despilfarro
es inherente a la esencia militar, que no depende de buenas o malas prácticas
personales o institucionales sino que es intrínseco a lo militar. Para demostrarlo tendríamos que fundamentar que
las bases de lo militar son, en sí, despilfarradoras por naturaleza.
Nuestro
razonamiento se basa en que las bases y el corazón de lo militar: la guerra, la industria
militar y los ejércitos, son esencialmente despilfarradores:
° que la guerra es
siempre un sinsentido, y por lo tanto un despilfarro. Tanto en lo ecológico como en lo social como en lo político y
económico, y siempre en lo ético. De las guerras
no se beneficia nadie, miles y millones mueren, millones resultan heridos o con
graves secuelas física y/o mentales, millones son los desplazados, los países
ven hundido su desarrollo por décadas o, como ocurre ahora con las
intervenciones internacionales se ven convertidos en Estados fallidos durante
muchísimo tiempo, las poblaciones sufren los desmanes químicos y las bombas
perdidas durante años, la radiaciones y los efectos de los agentes químicos,
etc., se transmiten a las generaciones posteriores por la contaminación del
aire, del agua, y luego por la contaminación de los alimentos, …
° los ejércitos y las guerras tienen, subyacente, una industria
productora de armamentos que son
instrumentos sin ética y que suponen un despilfarro de recursos naturales y humanos
considerable. A ello hay que sumar toda la economía especulativa (no productiva
de bienes socialmente útiles) que existe alrededor de la venta de armas.
° el ejército
español es un buen ejemplo (1 mando por cada 1’8 soldados, con un gasto del 74 % del presupuesto del Ministerio de Defensa dedicado al
personal, y más de 3.262.000 personas que dependen del sistema de defensa
español) de lo que significa despilfarrar continuamente personas en estar esperando un ataque del enemigo, o
creando enemigos para autojustificar el modo de vida militar, o lo que es peor,
estar participando en una guerra o en una intervención militar en el extranjero
bajo bandera OTAN, UE, o de cualquier coalición internacional ad
hoc . Millones de soldad@s en el mundo que
no se especializan en ninguna otra cosa que no sea la destrucción.
° Por tanto, también la
estructura militar y la constante “preparación de la guerra” es despilfarradora
en sí.
Ello nos lleva a razonar que si el
despilfarro en lo militar no depende de mejorar las prácticas de gestión, sino
que va a seguir existiendo mientras exista lo militar, hemos de concluir que el
militarismo es en sí esencialmente un despilfarro. Y, por lo tanto, la única
solución racional es su desaparición.
Efectivamente,
hemos pasado bastante tiempo pensando cómo sería posible romper los múltiples
círculos viciosos que representa el despilfarro militar. Somos conscientes de
que el despilfarro habitual y su repetición por la falta de mecanismos de
control en lo militar nos llevan a potenciar el despilfarro estructural, no a
acabar con el despilfarro. Por otro lado también es lógico pensar que el despilfarro
del personal en los ejércitos potencia y hace posible un despilfarro superior,
el organizativo, y éste a su vez el despilfarro político que cierra el círculo
impulsando el despilfarro personal. Por
ello hay que preguntarse si ¿nos podemos defender del despilfarro militar sólo
con reformas? Ciertamente éstas taparán huecos, pondrán parches, mejorarán la situación,
pero no cambiarán la esencia de lo militar y de su despilfarro inherente. La única posibilidad real para acabar con el
despilfarro militar, entonces, es transitar hacia un concepto alternativo de
defensa, el de Defensa Popular Noviolenta basado en defender la Seguridad
Humana.
[Tomado de las
Conclusiones del informe Despilfarro Militar, que en versión completa es
accesible en https://es.scribd.com/document/334307500/Despilfarro-Militar#from_embed.]
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