Jean
El
último de los grandes teóricos del anarquismo en expresarse sobre estética ha
sido sin duda el más sensible. Desde su infancia, en efecto, Piotr Kropotkin
(1842-1921) constata que el arte es el libre ejercicio de los dones innatos,
ejercicio al que la educación va privando poco a poco de su espontaneidad.
Todavía adolescente, poseedor de una conciencia política decisiva, escribe que
el arte representa el presentimiento de un mundo de aventuras y de
descubrimientos, pero también la evasión de las restricciones sociales que
encarcelan al mundo actual. Llegado a la edad adulta, hombre, intelectual y
ciudadano comprometido, nos dice que el arte -o el imaginario- debe ser la base
de un movimiento de revuelta contra la opresión. No nos sorprenderá que haya llegado
a ser el primer pensador revolucionario que plantea en términos modernos la
cuestión del compromiso del artista. Pero es también probablemente el único que
ha comprendido la necesidad para este compromiso de basarse en la reciprocidad
consciente de las aportaciones, entre el militante por una parte y el artista
por otra.
Al
militante, el artista le aporta su propia legitimación de la causa; al artista,
el militante promete que la revolución permitirá superar las dificultades de
vivir y de crear. Ese es el sentido del llamamiento que Kropotkin hace a los
artistas de su tiempo: "Vosotros, poetas, pintores, escultores, músicos,
si habéis comprendido vuestra verdadera misión y los intereses del arte en sí
mismo, venid a poner vuestra pluma, vuestro pincel, vuestro buril al servicio
de la revolución".
Por
otra parte, para él nada debe limitar la evolución del artista ni del arte. Por
tanto, se plantea legítimamente la cuestión de saber si los caminos de la
creación se verán afectados por el compromiso del artista, y si esos mismos
caminos pueden quedar libres de toda influencia externa. ¿No corren el riesgo,
por el contrario, de subordinarse a las leyes de una nueva sociedad orgullosa
de sus conquistas y, por tanto, como consecuencia de ello, intolerante? Este
cuestionamiento fundamental es el que marca la superioridad de Kropotkin frente
a Engels o Marx: nacida, medio siglo después de su muerte, de sus teorías sobre
la alienación del hombre y del artista, la estética marxista se convertirá en
el guardián celoso de la tradición realista. Peor aún, para conseguirlo anegará
de sangre la creación artística, bajo el pretendido beneficio de la creación
social. Un determinismo intransigente que será la causa de la esterilidad del
arte "socialista". Mijaíl Bakunin (1814-1876) esperará a encontrarse
a las puertas de la muerte para definir, en una sola frase, su relación íntima
con la Estética: "Todo pasará y el mundo perecerá, pero la Novena Sinfonía
[de Beethoven] sobrevivirá". El gran teórico del socialismo libertario,
abiertamente hostil a toda recuperación de la creación artística para una causa
cualquiera, por muy noble que sea, no ha dedicado ningún estudio específico al
arte. Y no podemos sino lamentarlo al leer la fuerza poética de su "culto"
a lo desconocido y a Dionisios.
Para
Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), el arte es solo una disciplina entre otras,
que debe dedicar todas sus fuerzas a la llegada de una sociedad mejor, en cuya
cima sitúa la justicia social. Una ética imprescindible que, desgraciadamente,
subordina el arte a la moral, y le exige que participe en una evolución muy
subjetiva de la humanidad. En este sentido, Proudhon está más cerca de Marx que
de Kropotkin.
Georges
Sorel (1847-1922) construirá, con su colaborador Édouard Berth, los puentes que
unen a Marx y Proudhon. Del primero conservan algunos principios del
materialismo dialéctico; del segundo toman prestada la sensibilidad
antiautoritaria. Pero su enfoque sociológico los limitará en sus tentativas de
conseguir la síntesis de ambos.
Para
Fernand Pelloutier (1867- 1901), el arte no es nada menos que un arma, cuya
tarea principal es "hacer revueltas". Invita vigorosamente a los
artistas a comprometerse. Pero se opondrá, también vigorosamente, a una toma de
postura en materia de arte, reivindicando que no se imponga ninguna estética
concreta a sus colaboradores del manifiesto Pro domo y de la revista L'Art
social. Sin embargo, los artículos publicados en los primeros números de esta
revista político-cultural tienen el sesgo de una comunidad de tendencias
enojosamente monolíticas. No obstante, encontramos acentos kropotkinianos al
dirigirse a los artistas: "¡Escritores, expresad siempre vuestra cólera
contra las iniquidades. Pintores, reanimad con vuestro talento y vuestro
corazón el recuerdo de las grandes revueltas. Poetas y músicos, lanzad
vibrantes estrofas que despierten en el alma de los humildes la impaciencia
ante su servidumbre!"
Más
cerca de nosotros, Jean Dubuffet (1901-1985) se reivindicará a la vez como
artista y como teórico anarquista, pero la finalidad pequeñoburguesa de su
compromiso le valdrá ser irónicamente asesinado por su amigo Michel Ragon,
compañero de viaje de los anarquistas: "La sociedad de consumo se acomoda
mucho mejor a Gauguin en Tahití que a Courbet en Plaza Vendôme".
Finalmente,
el que, después de Kropotkin, más se ha acercado a una definición anarquista de
la estética, es quizás Albert Camus (1913-1960), que nos decía, en su Discurso
de Estocolmo: "El que a menudo ha elegido su destino de artista porque se
sentía diferente, aprende deprisa que no vivirá de su arte y su diferencia,
sino de su similitud con todos. El artista se forja en este ir y venir perpetuo
de él hacia los demás, a mitad de camino de la belleza de la que no puede
prescindir, y de la comunidad a la que no puede sustraerse.".
[Publicado
en el periódico Tierra y Libertad #
287, Madrid, enero 2014. Número completo accesible en https://www.nodo50.org/tierraylibertad/282enero.pdf.]
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