Francisco J. Velazco
En la obra el PHILOPSEUDÉS del escritor y filósofo Luciano de Samósata (siglo II), aparece según los registros un relato en el que un personaje, siendo testigo de los prodigios que realiza un mago, trata en su ausencia de hacer lo mismo con consecuencias calamitosas. Muchos siglos después, el poeta alemán Johan Wolfgang Goethe escribió una balada en la que recrea ese relato; un aprendiz de brujo, al marcharse su maestro, usa fórmulas de encantamiento que le permiten multiplicar el trabajo de una escoba con la que debe realizar un trabajo que le ha sido encomendado: llenar de agua un recipiente. Al principio, todo parece funcionar bien, pero cuando trata de detener el hechizo, volver a controlar la situación, descubre que no puede, no encuentra las palabras mágicas. Entonces decide romper la escoba en dos partes pero cada parte se convierte en escoba y continúa con el trabajo. Vuelve a romper cada pedazo sucesivas veces sin que el hechizo cese. Cuando está a punto de morir ahogado por el agua derramada por una gran cantidad de escobas, regresa el mago y detiene el embrujo. La balada de Goethe inspiró a su vez al compositdor francés Paul Dukas quien compuso en 1897 un poema sinfónico que representa la historia antes mencionada. Esta obra alcanzó su máximo de popularidad cuando en su película Fantasía (1940), Walt Disney, le asignó a Mickey Mouse el papel del aprendiz. En 2010, se estrenó una adaptación cinematográfica (no muy feliz) de Jon Turteltaub con el mismo nombre y protagonizada por Nicolas Cage.
En la obra el PHILOPSEUDÉS del escritor y filósofo Luciano de Samósata (siglo II), aparece según los registros un relato en el que un personaje, siendo testigo de los prodigios que realiza un mago, trata en su ausencia de hacer lo mismo con consecuencias calamitosas. Muchos siglos después, el poeta alemán Johan Wolfgang Goethe escribió una balada en la que recrea ese relato; un aprendiz de brujo, al marcharse su maestro, usa fórmulas de encantamiento que le permiten multiplicar el trabajo de una escoba con la que debe realizar un trabajo que le ha sido encomendado: llenar de agua un recipiente. Al principio, todo parece funcionar bien, pero cuando trata de detener el hechizo, volver a controlar la situación, descubre que no puede, no encuentra las palabras mágicas. Entonces decide romper la escoba en dos partes pero cada parte se convierte en escoba y continúa con el trabajo. Vuelve a romper cada pedazo sucesivas veces sin que el hechizo cese. Cuando está a punto de morir ahogado por el agua derramada por una gran cantidad de escobas, regresa el mago y detiene el embrujo. La balada de Goethe inspiró a su vez al compositdor francés Paul Dukas quien compuso en 1897 un poema sinfónico que representa la historia antes mencionada. Esta obra alcanzó su máximo de popularidad cuando en su película Fantasía (1940), Walt Disney, le asignó a Mickey Mouse el papel del aprendiz. En 2010, se estrenó una adaptación cinematográfica (no muy feliz) de Jon Turteltaub con el mismo nombre y protagonizada por Nicolas Cage.
A manera de introducción, hemos hecho una breve mención a esta historia porque sirve de metáfora para ilustrar el siniestro delirio que supone la geoingeniería, una propuesta de diversas megaintervenciones a escala planetaria con el supuesto objeto de controlar el clima y contrarrestar el cambio climático. Se trata de intervenciones directas en los procesos climáticos globales para determinar sus cambios, principalmente en la atmósfera (y de una manera más abarcante, en el espacio comprendido entre la Tierra y el Sol) y los océanos. La geoingeniería tiene antecedentes que se remontan unos 70 años en el pasado a los intentos de provocar lluvias locales con propósitos agrícolas y aclarar los cielos para facilitar operaciones militares. Sin embargo, en la actualidad constituye una iniciativa en la que confluyen poderosos intereses corporativos (particularmente aquellos asociados a las multinacionales de la energía), militares y políticos (constituidos estos últimos en torno a grupos y facciones muy conservadoras partidaros del negacionismo climático), con lobbies provenientes del status quo científico.
La panoplia de opciones técnicas que concurren en la geoingeniería puede resumirse en dos grande tipos:
Las tecnologías atmosféricas o espaciles que buscan modificar (reducir) la radiación solar. Conocidas también como S.M.R. pos sus siglas en inglés (“Solar Radiation Mangement”), consisten en procedimientos para reenviar una parte de la radiación solar, introduciendo en la atmósfera o en el espacio partículas y productos cuyo efecto es el de obtener una menor cantidad de energía solar, induciendo de esta manera un descenso de las temperaturas o frenando el aumento de éstas.
La técnicas marinas o terrestres dirigidas a la absorción en gran escala del dióxido de carbono (CO2) atmosférico. Denominadas C.D.R. de acuerdo con su codificación internacional también en inglés (“carbone dioxide removal”), constituyen intervenciones que despliegan los medios necesarios, vale decir tecnologías bioquímicas de absorción marina o terrestre, para retirar enormes volúmenes de CO2 (principal responsable del efecto invernadero adicional) del ciclo atmosférico.
En el primero de los grupos mencionados figuran: a) La pulverización de aerosoles, mayormente de dióxido de azufre (SO2), para disminuir la luminosidad solar. Es considerada por algunas evaluaciones como mucho menos costosa que métodos convencionales para disminuir el cambio climático. Sin embargo, según ciertos modelos matemáticos, no tendría ninguna incidencia significativa en la aminoración de efectos generados por este fenómeno, tales como el derretimiento de los polos, el refrescamiento de los trópicos y la reducción del promedio de precipitaciones. b) El despliegue de un vasto escudo espacial compuesto por centenares de miles de pequeñas pantallas colocadas en estado estacionario a unos 1,5 millones de nuestro planeta, de forma tal que puedan desviar una parte importante de los rayos solares que se orientan hacia la Tierra. c) El empleo de estelas químicas (chemtrails), nubes de condensación compuestas de partículas de aluminio, bario y polímeros microscópicos, entre otros, que dejan a su paso aviones. Los experimentos con esta tecnología tienen varias décadas desarrollándose. Inicialmente secretos e impulsados por Edward Teller (uno de los “padres” de la bomba de hidrógeno estadounidense y defensor del proyecto llamado “Guerra de las Galaxias propuesto por Ronald Regan, su realidad fue reconocida por el General Colin Powel en la “Cumbre sobre Desarrollo Sostenible” de la ONU en 2002. En la segunda agrupación se encuentran: a) El incremento de la producción de fitoplancton con sulfato de hierro vertido con la estela dejada por tanqueros para que, por medio de la función clorofiliana de las algas planctónicas, se puedan almacenar en los fondos marinos miles de millones de toneladas de CO2 provenientes de la atmósfera. Esta vía de manipulación climática ha sido parcialmente probada por el Instituto Alfred Wegener de Investigación Polar y Marina de Alemania con un proyecto de fertilización del Océano Austral. Posteriormente, equipos de investigadores británicos y estadounidense, después de llevar a cabo varios ensayos, han señalado que con esta manipulación tecnológica se puede contribuir a revertir el cambio climático. No obstante, otros equipos de investigación han advertido que las grandes cantidades de sulfato de hierro diseminadas en al mar tienen un efecto de reversión de corta duración, pueden tener graves consecuencias para la biodiversidad y terminarían acelerando el ya en curso proceso de acidificación de los océanos. Ignorando tales observaciones, el empresario californiano Russ Georges llevó a cabo en 2012 el vertido de 100 toneladas de sulfato de hierro en un área de 10.0000 km2 del Océano Pacífico, con miras a vender su “derecho a contaminar” en mercados internacionales de carbono. b) La utilización de los fondos marinos para inyectar en sus profundidades grandes cantidades de CO2. Este almacenamiento geológico de CO2 ha sido visualizado por el Estado y compañías transnacionales del Japón como una posibilidad. En ese sentido se han llevado a cabo estudios teóricos y experiencias de laboratorio desde hace más de 30 años. Sus detractores de la misma comunidad científica indican que tal opción implicaría un peligroso incremento de la acidificación oceánica y una grave perturbación de la resiliencia de los ecosistemas intervenidos, con un notable incremento de la morbilidad y mortalidad de numerosas especies marinas. c) La aplicación de geoingeniería en zonas áridas para crear vastas áreas de evaporación y de precipitación de carbonatos en las superficies terrestres actualmente desérticas, lo que aumentaría la reflectividad de esas superficies permitiendo modificar el saldo global de radiación solar, asegurando al mismo tiempo la captura de carbono y la utilización de grandes cantidades de agua sustraídas de los océanos para así contrarrestar el aumento del nivel del mar derivado del derretimiento de los casquetes polares. Algunos identifican en esta alternativa no sólo un potencial de reequilibrio climático sino también geopolítico en la medida en que muchas de esas zonas constituyen territorios en disputa. Diversas fuentes han llamado la atención sobre posibles impactos negativos en el plano ecológico, económico, social y político, que afectarían mayormente a comunidades locales y sus entornos. Para el año en curso, un centenar de científicos y empresarios, bajo la égida de la Universidad de Harvard y con el soporte financiero de Bill Gates y la industria espacial de los Estados Unidos, tiene programada una experiencia de este tipo en una zona desértica de Arizona.
Hasta la fecha han surgido varias corrientes de opinión que justifican la geoingeniería. Una de ellas afirma que, independientemente de su origen, el cambio climático que ya está ocurriendo alcanzará niveles intolerables para la humanidad, que ciertos mecanismo de retroacción pueden entrar en juego para agravarlos, y que, en consecuencia, es necesario intervenir tecnológicamente. Otra, negacionista y por lo tanto opuesta a la anterior, sostiene que ningún cambio de comportamiento es posible, necesario ni deseable en lo que concierne a formas de consumo energético y modalidades de transporte automotor y aéreo; agrega que en el supuesto negado de que se llegara a producir un cambio climático, las geotecnologías servirían para remediarlo, razón por la cual conviene invertir en tecnologías para la obtención de combustibles fósiles no convencionales como el gas de esquistos y las arenas bitumjinosas. Demás está señalar que al actual Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, coincide con estos planteamientos. Una tercera que se presenta a sí misma como más realista, se muestra proclive a mitigar las emisiones de gas de efecto invernadero vinculados a un ineluctable cambio climático inducido por la combustión de energías fósiles y a adoptar medidas geoingenieriles de adaptación a la nueva situación. El ex Vicepresidente estadounidense Al –Gore, que tiene inversiones en empresas de geoingeniería, es un vocero importante de esta tendencia. La cuarta corriente, que no es incompatible con la precedente, defiende la idea según la cual la geoingeniería permitiría ganar tiempo retardando las dificultades o disminuyendo el precio a pagar por una transición energética hacia una economía baja en carbono, principlamenye en países con importantes recursos carboníferos como China, la India y África del Sur.
Vistas así las cosas encontramos que, en la práctica, se confrontan dos alternativas al cambio climático. Por un lado, la de actuar con decisiones políticas colectivas de vastos movimientos ciudadanos con el propósito de cambiar los modos de vida hegemónicos centrados en la dominación, el culto al crecimiento y el despilfarro. Por el otro, aquella animada por poderosas coaliciones corporativas- estatales que al promover la geoingeniería, apuestan por el triunfo de soluciones industriales contaminantes dejando la puerta abierta a la perpetuación de la era petrolera por algunos siglos más, además de reducir toda voluntad política de transformación de los modos de vida.
Quienes nos inscribimos en la primera debemos subrayar la inaceptabilidad de la geoingeniería haciendo ver que es imposible de probar en gran escala, se sustenta en desigualdades de diferente tipo, es una opción unilateral y antidemocrática, es riesgosa e imprevisible, puede conducir a la simplificación extrema de la trama de vida planetaria y, con ella, a un orden imperante áun más precario y opresivo que acarrearía el fin de la historia humana. Es necesario mantener una actitud vigilante y de denuncia ante las ilusiones vehiculadas y los cantos de sirena emitidos por los promotores de la geoingeniería; difundir, compartir e intercambiar intensamente información; investigar, debatir, articularnos en redes locales, regionales, nacionales e internacionales, movilizarnos y plantear alternativas, y llevar a cabo acciones concertadas con múltiples grupos sociales, movimientos, comunidades y asociaciones. No se trata sólo de enfrentar el cambio climático y sus causas, sino de esforzarnos por desactivar una empresa oscuramente prometéica que se propone llevar hasta sus últimas consecuenias el empeño en el dominio antropocéntrico, patriarcal, clasista y etnocéntrico de la Naturaleza y los seres humanos. La experiencia sensible del no-retorno (poblaciones desplazadas, zonas inhabitables, biodiversidad en extinción, etc.), la incapacidad de imaginar las consecuencias del horror que se ha desencadenado, son expresión de una gran crisis civilizatoria. Las oportunidades de reconexión con el mundo de lo vivo, reconociendo y respetando sus interdependencias, complejidades, y posibilidades creadoras, están a la orden del día; así lo testimonian cosmovisiones, mitologías, filosofías, narrativas, literaturas, cinematografías, múltiples iniciativas sociales e individuales, alternativas alimentarias, medicinales, energéticas, tecnológicas, urbanísticas, de movilidad, ensayos políticos pluri-emancipadores. Ante la posibilidad de colapso total o de advenimiento de un mundo cyborg terriblemente anti.natural, nos queda luchar, inventar y construir para renovar y revitalizar nuestra fragilidad constitutiva con la biósfera.
[Tomado de http://www.ecopoliticavenezuela.org/2018/10/08/aprendices-brujo-cantos-sirena-cambio-climatico-peligrosamente-seductor-espejismo-la-geoingenieria.]
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