Andrea Salas
La algarabía, el bullicio, el intercambio de ideas y la necesidad de conocimiento ya no resuenan en los pasillos. La soledad dice presente diariamente, a toda hora, sin falta. Se instaló como una intrusa que apaga de un soplo la esencia del alma máter. “Se fueron los estudiantes”, comentan en la Escuela de Educación de la Universidad del Zulia (LUZ), con sede en Maracaibo.
En el bloque P, de la Facultad de Humanidades y Educación (FHE), el silencio desnuda la magnitud de la ausencia y desploma la certeza de que las próximas generaciones tendrán quienes las formen.
La algarabía, el bullicio, el intercambio de ideas y la necesidad de conocimiento ya no resuenan en los pasillos. La soledad dice presente diariamente, a toda hora, sin falta. Se instaló como una intrusa que apaga de un soplo la esencia del alma máter. “Se fueron los estudiantes”, comentan en la Escuela de Educación de la Universidad del Zulia (LUZ), con sede en Maracaibo.
En el bloque P, de la Facultad de Humanidades y Educación (FHE), el silencio desnuda la magnitud de la ausencia y desploma la certeza de que las próximas generaciones tendrán quienes las formen.
El mes pasado, el presidente de la Asociación Nacional de Instituciones Educativas Privadas (Andiep), Fausto Romeo, en entrevista con este diario calculó que “alrededor de 130 mil educadores hacen falta en Venezuela, desde hace tres años”. La gran incógnita es a cuánto se extenderá esta cifra al cabo de una década.
“Vine desde el lunes hasta el viernes, pero no logré ver la primera clase porque no viene nadie y los profesores se van. Se supone que aumentará el movimiento a partir de la semana que viene”, esa es la esperanza de Giovani Jiménez, que apenas se estrena en estos espacios para cursar educación, mención biología. Como él, Yusleni González se llena de incertidumbre por desconocer su futuro universitario que casi alcanza la mitad del camino, en la rama de inicial: “En una de las materias se inscribieron solo dos personas. Esto cambió mucho y cada vez se pone peor. Cuando comencé, hace más de dos años, era un colapso de alumnos; había hasta 50 en una clase, ahora 10 es mucho”.
Gran parte de sus compañeros decidió establecerse en otras naciones, otros desertaron para dedicarse a trabajar a tiempo completo; fue la pauta que impuso su realidad económica. Lo cierto es que el vacío que no es repuesto, sino que más bien crece, propaga la desmotivación en quienes siguen asistiendo a la principal casa de estudios de la región. “A veces no me provoca venir. No queda casi nadie, ni siquiera profesores. En oportunidades vengo desde temprano, con un gran sacrificio, y me voy en blanco, lo que hago es perder el tiempo y el dinero”, reclama González.
Desolación. Eso se respira en el primer piso del bloque de una de las carreras neurálgicas para sostener la sociedad. En una de las aulas, una profesora explica el nuevo contenido a unos seis bachilleres. “Llevo casi 30 años en la docencia y nunca había visto esto. Antes, los salones grandes se quedaban chiquitos. Había muchachos de pie y hasta en el piso. Ahora, tristemente, tengo que celebrar esta asistencia tan baja. Es frustrante que LUZ haya llegado a esto”, confiesa la educadora que prefiere no revelar su identidad. Agrega que, el semestre pasado, la situación estaba así de crítica, pues “en una cátedra que solía ser muy demandada tenía un estudiante y en otra dos”. Esto contrasta con los cerca de 11 mil jóvenes que llenaban de vida el área hace unos años.
Para Antonio Pérez Esclarín, filósofo y educador, el país se enfrenta al peligro de no tener educación. “La situación es gravísima: los colegios y las universidades están sin maestros. Parece que pocos quieren estudiar esta carrera. Donde había cientos de estudiantes ahora no hay ni a 20. La Universidad Católica Andrés Bello (Ucab) cerró la escuela de educación”, lamenta. A su juicio, uno de los factores que incide en el descenso de la matrícula es que se ha desestimulado el estudio, pues una porción de la juventud “no ve que sea una salida para adquirir una vida mejor (…) La deserción es la concepción de que no merece la pena estudiar. Es volver a unas actitudes totalmente primitivas”.
El hecho es que la ‘desaparición’ de la población estudiantil en las escuelas de Educación también pasa factura en los campos privados. En la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) cerca de 250 alumnos se inscribió para este semestre. De esa cantidad, el 80% pertenece a la modalidad a distancia, pues le permite ahorrarse pasajes o laborar a tiempo completo. “Hace unos años, contábamos con unos 5 mil estudiantes y me atrevo a decir que el 80% pertenecía a esta escuela que solía ser la consentida, la favorita. Esta escasez se registra desde hace alrededor de tres años”, detalla la decana Elisa León. Docencia integral, en ciencias sociales y lengua y literatura son las vertientes del saber que imparten en esta casa universitaria.
A través del convenio Monseñor Domingo Roa Pérez, la Unica le ofrece la oportunidad a los jóvenes de los planteles arquidiocesanos de la ciudad para formarse académicamente en alguna de estas licenciaturas. “Además, hacemos campañas de captación en las instituciones para que escojan esta carrera. Gracias a esto, aumentamos las estadísticas un 30%, con respecto al periodo anterior”, indica León.
La secretaria de Educación del Zulia, Damelis Chávez, declaró recientemente, que la Gobernación, a través de la Secretaría de Asuntos Universitarios, “motiva a los estudiantes y les asigna becas universitarias para que cursen educación”. Se intentó conocer las cifras oficiales de estudiantes inscritos en este lapso en LUZ, además de otras universidades, pero las autoridades no suministraron la información.
[Tomado de http://revistasic.gumilla.org/2018/sin-alumnos-se-queda-la-escuela-de-educacion-de-luz-en-maracaibo.]
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