Valentina Oropeza
...La doctora Belkisyoslé de Noya dirige la Sección de Inmunología, el laboratorio especializado en diagnosticar Chagas. Comenzó a estudiar Medicina en la UCV a los 16 años, a finales de los sesenta. Recién graduada de médico, se marchó a Nueva Orleans para estudiar Parasitología Médica en la Universidad de Tulane, becada por el Consejo Nacional para Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Venezuela. En 1980 comenzó a dar clases en el IMT. Dirige el instituto desde 2016.
Noya quedó fascinada con los parásitos desde el pregrado, cuando fue alumna del doctor Félix Pifano en la Cátedra de Medicina Tropical. Pifano fundó el IMT en 1947, después de sobrevolar la Ciudad Universitaria con Rómulo Betancourt para escoger la ubicación del Instituto. Pidió que lo construyeran al lado del Jardín Botánico de Caracas.
Un lunes de marzo de 2016, la doctora Noya recibió una llamada desde el instituto. Estaba en un congreso científico en España. El fin de semana reventaron la puerta del laboratorio de Inmunología a mandarriazos y robaron las siete computadoras que almacenaban la información sobre los pacientes de Chacao. Lo que no había salido en pendrive o por correo electrónico de aquel laboratorio, había desaparecido.
Asaltaron el IMT 71 veces desde mayo de 2014 hasta abril de 2018. La doctora Noya registra en una base de datos lo que han perdido en cada robo y los números de denuncias ante el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas.
...La doctora Belkisyoslé de Noya dirige la Sección de Inmunología, el laboratorio especializado en diagnosticar Chagas. Comenzó a estudiar Medicina en la UCV a los 16 años, a finales de los sesenta. Recién graduada de médico, se marchó a Nueva Orleans para estudiar Parasitología Médica en la Universidad de Tulane, becada por el Consejo Nacional para Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Venezuela. En 1980 comenzó a dar clases en el IMT. Dirige el instituto desde 2016.
Noya quedó fascinada con los parásitos desde el pregrado, cuando fue alumna del doctor Félix Pifano en la Cátedra de Medicina Tropical. Pifano fundó el IMT en 1947, después de sobrevolar la Ciudad Universitaria con Rómulo Betancourt para escoger la ubicación del Instituto. Pidió que lo construyeran al lado del Jardín Botánico de Caracas.
Un lunes de marzo de 2016, la doctora Noya recibió una llamada desde el instituto. Estaba en un congreso científico en España. El fin de semana reventaron la puerta del laboratorio de Inmunología a mandarriazos y robaron las siete computadoras que almacenaban la información sobre los pacientes de Chacao. Lo que no había salido en pendrive o por correo electrónico de aquel laboratorio, había desaparecido.
Asaltaron el IMT 71 veces desde mayo de 2014 hasta abril de 2018. La doctora Noya registra en una base de datos lo que han perdido en cada robo y los números de denuncias ante el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas.
Se han llevado desde microscopios hasta pocetas. El IMT compró puertas de seguridad con los recursos que podría destinar a proyectos de investigación. Unas puertas siguen siendo de madera, como las diseñó Carlos Raúl Villanueva. Otras fueron reemplazadas por rejas y candados. A dos profesores los atracaron en el estacionamiento y les robaron los carros, los celulares, las carteras. Después de dar clases, los científicos llegaban a los laboratorios a las 5:00 de la tarde y trabajaban hasta las 8:00 de la noche. Ahora se van a las 4:00 pm y salen en grupo.
El profesor Reyes un día llegó al laboratorio de Entomología Médica y no estaban las neveras donde guardaba los reactivos. Tampoco la cafetera. Otro día desaparecieron los equipos de investigación de campo: un peachímetro, altímetros, brújulas, GPS, botas. Otro día se llevaron las tuberías de agua corriente. Hasta que arrancaron el cableado eléctrico y el laboratorio quedó sin luz, al igual que las secciones de Biohelmintiasis, Cardiología, el Centro de Análisis de Imágenes Biomédicas Computarizadas y el bioterio. El edificio posterior del IMT no tiene electricidad desde el año pasado.
El primero de mayo de 2018 se quedaron sin Internet. Robaron 120 metros de cables de la Escuela de Medicina Luis Razetti, donde se encuentra el nodo que suministra conexión a 11 dependencias de la UCV, la mayoría dedicadas a la salud: el Instituto de Medicina Tropical, el Instituto Nacional de Higiene, el Instituto Anatómico, el de Inmunología, el Servicio de Oncología, el Decanato de la Facultad de Medicina, la Escuela de Medicina, las facultades de Farmacia y Odontología, el edificio de Trasbordo y la Organización de Bienestar Estudiantil. Durante varias semanas solo hubo conexión desde las 8:00 hasta las 11:00 de la mañana. La UCV se convirtió en una cantera de cobre robado para revender en el mercado negro.
El laboratorio de Entomología Médica se volvió oscuro y caliente. Se llevaron el aparato del aire acondicionado. Como los cambios de luz y temperatura no afectan a los insectos, hay carameleras de vidrio y tobos llenos de mosquitos, chiripas, cucarachas y chipos. En una de ellas están los nietos de los Rhodnius prolixus que crió Pifano. Son cepas puras, útiles para pruebas genéticas. En 2000, el Ministerio del Ambiente calificó la colección biológica de animales vivos en insectarios del IMT como la mejor de Caracas.
Se escucha el aleteo de los bichos mientras un estudiante de posgrado expone ante el profesor Reyes desde su computadora personal. Cargó la batería en casa para que le diera tiempo de mostrar todas las láminas de su tesis. El doctor puede caminar con los ojos cerrados por el laboratorio. Se sabe de memoria el contenido de cada frasco y el avance de cada experimento.
Cuando una empresa solicita certificar la calidad de un insecticida, el laboratorio de Entomología Médica del IMT lo prueba en 200 a 400 cucarachas alimentadas con perrarina que contiene 22% de proteínas. No pueden tener menos que eso. Cuando los insectos para experimentación están débiles, se corre el riesgo de certificar insecticidas de calidad dudosa por errores en la muestra. A veces los investigadores pagan la perrarina de sus bolsillos.
Después de que los delincuentes mataron a cinco de los ocho perros que custodiaban el bioterio, se volvió la sección más asaltada del instituto. Jeferson Muñoz criaba 250 ratones para las pruebas de Chagas y toxoplasmosis allí en 2012. Seis años después, quedan dos ratones para diagnóstico. Un gato gris se asoma por las ventanas de los laboratorios que mantienen alguna actividad. Una vez los ladrones se llevaron -o soltaron- 50 ratones que Jeferson infectó con Trypanosoma cruzi para una investigación. Supone que las jaulas de plástico les parecieron valiosas. Evita imaginar a los 50 ratones sueltos por el monte que conecta al IMT con el Jardín Botánico y el barrio La Charneca, repleto de potenciales infectados de Chagas.
En el laboratorio de al lado, el de Micología, reventaron los estantes donde almacenaban esporas de años de investigación. Como eran hongos altamente contagiosos, los Bomberos y la Brigada de Control de Emergencias del Instituto Nacional de Higiene sellaron el área, la aislaron y la descontaminaron.
El bioterio del IMT no puede mantener a los ratones. En Venezuela no se produce ratarina desde 2017. Es el alimento ideal para cumplir las condiciones de experimentación que estipulan los protocolos científicos internacionales. La capacidad de diagnóstico e investigación del instituto se desploma sin ratones. Ya no hacen la prueba TORCH para comprobar si las mujeres embarazadas tienen toxoplasmosis, rubéola, citomegalovirus, herpes o hepatitis. Solo quedan reactivos para detectar toxoplasmosis y trozos de papel para entregar los resultados escritos a mano. Se acabaron las hojas membretadas y la tinta para imprimirlos.
En junio de 2018, la Organización Panamericana de la Salud reportó picos históricos de contagio de malaria y difteria en Venezuela en 2016 y 2017. Los investigadores del IMT tienen la experiencia y la experticia para liderar una campaña nacional de emergencia que frene la transmisión de estas enfermedades tropicales, opina Rafael Orihuela, director adjunto del IMT por diez años y exministro de Salud.
El presupuesto que la universidad asigna al IMT no alcanza para comprar detergentes y limpiar las áreas comunes. Alumnos y profesores se pusieron guantes quirúrgicos para podar los jardines en 2017. Así celebraron los 70 años de la fundación del instituto.
El Posgrado Nacional de Parasitología entró en cierre técnico en 2017. No hubo dinero para costear los experimentos que hacen los estudiantes como trabajos de grado, por primera vez en 21 años.
Si en 2018 ocurriera un brote de Chagas, en el IMT no podrían ver los parásitos con cola y forma de C fuera de los glóbulos rojos. El laboratorio de Inmunología no tiene luz desde el año pasado por el robo de los cables. De los cuatro microscopios que había, robaron tres. Como ya no crían ratones en el bioterio, tendrían que comprarlos en el Instituto Nacional de Higiene, que tampoco tiene ratarina. Once años después, no podrían detectar, diagnosticar y tratar a un centenar de pacientes infectados con la Enfermedad de Chagas en una semana.
Otro investigador emigró. En los pasillos del Instituto de Medicina Tropical, los profesores discuten, dudan, se lamentan. Unos iniciaron trámites para marcharse. Otros confían en que la situación del país cambiará; esperarán unos meses a ver qué pasa. La doctora Noya tiene familia en España. Cada vez que analiza el dilema, concluye lo mismo: “¿Qué voy a hacer en España? Aquí curo gente. Aquí me necesitan. Aquí nací y aquí me quiero morir”.
[Fragmento de un reportaje más extenso de igual título, disponible en http://factor.prodavinci.com/institutodemedicinatropical/index.html.]
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