1.- Un cuento católico de “reliquias sagradas”
Francisco Barba
Las reliquias son objetos expuestos para su veneración y servían como incentivos a las creencias de la gente. Famosa es la mano de Santa Teresa que Franco tomó en un convento de Ronda durante la Guerra Civil, para que le trajese suerte en su campaña.
Durante 1988, la Sabana de Turín fue estudiada exhaustivamente por varios laboratorios, demostrándose que el tejido con que fue confeccionada no tiene mas de 1000 años, lo que tira por tierra la presunción de que el cuerpo de Cristo fuese envuelto en ella. La Iglesia ahora se defiende, diciendo que nunca afirmó tal cosa, sin embargo, durante siglos permitió que millones de fieles la veneraran como objeto sagrado. De esta manera, cientos de reliquias de lo mas variopintas se reparten por el orbe católico, sobre todo en catedrales de España, Francia e Italia.
Así nos encontramos con restos humanos como en la iglesia de San Pantaleone, donde se venera el brazo, el hígado, el corazón y la lengua de Santa María Virgen.
En Sangüesa (España) se veneran dos pelos, uno de María Santísima y otro de María Magdalena. Mas de 60 dedos de San Juan Bautista están depositados en diversas iglesias y conventos, aunque las Escrituras no hablan de anomalías congénitas en las manos de este santo. Tampoco habla el Evangelio de malformaciones físicas en Cristo, y sin embargo se veneran que sepamos al menos tres prepucios - que cubrían el glande del Pene Divino - en Amberes, Hildesheim y Santiago de Compostela. De la misma manera, existen varios cordones umbilicales del niño Jesús: en Santa María del Popolo en Roma, en San Martino, y uno mas (actualmente desaparecido) en Chalons.
Una muestra de la sangre de Cristo está depositada en Venecia. Una oreja de San Pedro está en la Abadía de Cleirac, y otra de San Leonardo en Porto Mauricio. La mandíbula de San Mateo reposa en el Santa Sanctorum de Roma.
Otras reliquias se refieren a alimentos relacionados con el Hijo de Dios y tenemos: la leche de Santa María Virgen, en la catedral de Oviedo y en Santa María del Popolo en Roma; lentejas y pan sobrantes de la Última Cena en el Santa Sanctorum de Roma. Se sabe que en la antigüedad se veneraron raspas de los peces multiplicados por Jesús.
Prestos a la adoración, están expuestos algunos objetos personales relacionados con la Santa Figura: en el Vaticano hay una sandalia de Jesucristo; en la catedral de Valencia, el cáliz de la Última Cena; una de las 30 monedas por las que Judas vendió al Maestro está fundida en la campana de la catedral de Velilla del Ebro.
El cuchillo con el que Cristo fue circuncidado se encuentra en el Museo de Prehistoria Contemporánea en Roma. La toalla con la que Jesús enjuagó los pies de los Apóstoles puede visitarse en la catedral de Valencia. El mantel de la Última Cena está en la iglesia de Coria. Por cierto, en relación con la Última Cena, existen al menos dos mesas, una en la archibasílica de Roma y otra en la catedral de Sevilla. Tanto la basílica valenciana como la iglesia Santa María de Arriaga en Valladolid, son propietarias cada una de un manto de Jesús. Los pañales de Nuestro Señor Jesucristo están custodiados por los Servitas de San Marcelo en Roma.
Propiedad privada de los Reyes de España, y depositada en la iglesia de Santa María la Mayor, hay una paja del pesebre de Belén. Además de la Sabana de Turín ya mencionada, nos encontramos con otra en Sangüesa y una mas en la catedral de Oviedo, aunque esta última cubrió solo el rostro del crucificado. La catedral de Valencia, muy rica ella en reliquias, se muestra muy orgullosa de poder enseñar el vestido púrpura que, por lo visto, regaló Herodes a Cristo.
La Virgen María, sería muy virgen y muy humilde, pero según las reliquias que han llegado hasta nosotros, sentía una cierta debilidad por los velos, a tenor de los que pueden verse en San Pedro de Roma, en la catedral de Jaén y, como no, otro mas en Sangüesa.
Para no cansar al lector con esta interminable lista, me referiré para terminar a las reliquias mas curiosas y que por si mismas no necesitan mayor comentario, son las que siguen:
Los 28 escalones de la casa de Poncio Pilatos, que se encuentran en un palacio en Roma. Lágrimas de Santa María, veneradas en Vendome. La lanza que hirió el costado de Cristo, en San Pedro de Roma. Espinas de la corona, cinco en la catedral de Oviedo y cuatro en la de Sevilla. La cola del asno que llevo a Jesús, en el Museo de Prehistoria Contemporánea. En Liria hay nada menos que plumas de los ángeles Gabriel y Miguel.
Quizá la reliquia mas extraordinaria sea el suspiro de San José, que se encuentra en una botella depositada por un ángel en una iglesia cercana a Blois y conservada ahora en el Sancta Santorum del Vaticano. Aunque es posible que algunos consideren aún mas portentoso el ESTORNUDO DEL ESPÍRITU SANTO, que guardado también en una botella se veneraba en la iglesia de San Frontino y que hoy está en el Santa Sanctorum. ¿Quién dijo que los espíritus no se resfriaban
[Tomado de http://correoa.blogspot.com/2010/10/un-cuento-catolico-de-reliquias.html.]
2.- Las reliquias: fe y negocio en la Edad Media
National Geographic
El culto de las reliquias ha sido uno de los elementos más característicos y llamativos del cristianismo desde sus orígenes. Las reliquias se definen como los restos de los mártires o los santos, ya sean corporales –como los huesos, el cabello o incluso tejido orgánico– u objetos asociados con el santo en cuestión y su martirio. Se guardaban en recipientes especiales, los relicarios, y se colocaban en las iglesias –bajo el altar o en una capilla– para que los fieles los veneraran en el día de cada santo y participaran de la santidad y gracia ligadas a esos restos.
El culto a las reliquias se popularizó inmensamente durante la Edad Media; las gentes esperaban de ellas efectos casi mágicos y no dudaban en peregrinar cientos de kilómetros para alcanzar las más preciadas, las de los apóstoles Pedro y Pablo y otros incontables santos que había en Roma, o la de Santiago en Compostela. Esta práctica religiosa evolucionó a lo largo del tiempo, como muestra una conocida anécdota de fines del siglo VI. La emperatriz Constantina, hija del emperador Tiberio II y esposa del también emperador Mauricio, pidió al papa Gregorio Magno que le enviase la cabeza o alguna otra parte del cuerpo del apóstol san Pablo para colocarla en la capilla que estaba construyendo en su palacio de Constantinopla.
Pedazos de esqueleto
En su respuesta, el papa le ofreció limaduras de las cadenas que había llevado el mismo san Pablo en su cautiverio y le explicó así la negativa a entregarle la cabeza: «Conozca, mi más serena señora, que la costumbre de los romanos no es, ante las reliquias de los santos, tocar su cuerpo, sino poner un brandeum [una prenda] en una caja cercana al sagrado cuerpo del santo». El episodio ilustra la idea de que en la Cristiandad occidental, en los primeros siglos de la Edad Media, los sepulcros de los santos no solían ser violados, al contrario de lo que ocurría en Bizancio.
Sin embargo, la realidad contradecía las palabras de Gregorio: cuerpos enteros, y también pedazos de ellos, circulaban por doquier, junto con objetos diversos que en algún momento habían estado en contacto con Jesucristo, la Virgen, los apóstoles u otros santos. Paños introducidos en sepulcros, ropas, instrumentos de martirio y tierra del Coliseo –lugar donde se había dado muerte a muchos mártires– salían de Roma en manos de emisarios, peregrinos y mercaderes. El propio Gregorio Magno había regalado al monarca visigodo Recaredo el cáliz de la Última Cena, hallado en la tumba de san Lorenzo.
En la Alta Edad Media, las catacumbas romanas dieron abundante material a los coleccionistas de reliquias. En el siglo IX, el diácono Deusdona creó una asociación destinada a su venta y comenzó a exportarlas fuera de Italia. El mercado fue creciendo, pero la materia prima comenzó a escasear. Así, si al principio el interés se centraba en objetos relacionados con Cristo, los apóstoles o los mártires, luego se extendió a los restos de otros santos, obispos, abades e incluso de reyes y aristócratas que habían mostrado en vida alguna relación con la causa religiosa. En ocasiones el tráfico se aceleraba.
Durante la cuarta cruzada, el expolio de los templos de Constantinopla procuró, según decía Roberto de Clarí en 1204, entre otras cosas, «dos fragmentos de la Vera Cruz, tan gruesos como la pierna de un hombre y tan largos como una media toesa. Y se encontró también el hierro de la lanza con la que fue herido el costado de Nuestro Señor y los dos clavos con que clavaron sus manos y sus pies. Y se encontró también la túnica que había llevado y de la que fue despojado cuando lo llevaron al Calvario. Y se encontró también la corona bendita con la que fue coronado, que era de juncos marinos, tan puntiagudos como hierros de leznas. Y se encontró también el vestido de Nuestra Señora y la cabeza de monseñor san Juan Bautista, y tantas otras reliquias que no podría describirlas».
El mercado de las reliquias
Existía un auténtico ránking de reliquias en función de su valor. Las más apreciadas eran las relacionadas con la vida de Cristo, las reliquias de los apóstoles y los restos de los santos más venerados. Los cuerpos enteros, las cabezas, los brazos, las tibias y los órganos vitales tenían más importancia que otros restos humanos, y su antigüedad incrementaba su valor. Los lugares con menos santos, y con menos poder económico o político, contaban con objetos de menor relevancia. Con huesos, dientes, pieles, astillas y retales se consagraban altares, se encabezaban procesiones y se elaboraban relicarios. Los clérigos los compraban, incentivados por decretos conciliares en los que se instaba a poseer reliquias para consagrar con ellas los altares.
Los laicos también las adquirían, para tenerlas en sus casas, llevarlas en sus bolsas o colgarlas del cuello. Se entendía que las reliquias ponían en contacto con la divinidad y a muchas se les atribuían poderes sanatorios, e incluso milagrosos. La demanda incentivó el comercio; muchas reliquias pasaban de un lugar a otro, algunas se fragmentaban para atender todas las peticiones, otras se duplicaban, esto es, se falsificaban. Así se explica que de la más importante de las reliquias de la Cristiandad, la Vera Cruz o lignum crucis –hallada por Elena, madre de Constantino, y siglos más tarde portada por los templarios en las batallas–, se venerasen tantos fragmentos que, según se dice, con ellos podrían haberse compuesto varias cruces.
Otros santos distribuían por sí mismos sus restos, sin necesidad de portadores. Una imaginativa leyenda cuenta cómo en Arlés, al sur de Francia, se conservaba una columna de mármol muy alta, construida justo detrás de una iglesia y teñida de púrpura: era la sangre de san Ginés, un actor convertido al cristianismo en el siglo III al que la «chusma infiel» ató a la columna y degolló. La historia añadía que, «tras ser degollado, el santo en persona tomó su propia cabeza en las manos y la arrojó al Ródano, y su cuerpo fue transportado por el río hasta la basílica de san Honorato, en la que yace con todos los honores. Su cabeza, en cambio, flotando por el Ródano y el mar, llegó guiada por los ángeles a la ciudad española de Cartagena, donde en la actualidad descansa gloriosamente y obra numerosos milagros».
¿Dos cabezas del Bautista?
Para evitar los frecuentes fraudes que ideaban los mercaderes era posible poner a prueba las reliquias: si no obraban un milagro se consideraba que eran falsas. Además, debían ser aceptadas como tales por la Iglesia, pues de lo contrario venerarlas se castigaba con el Purgatorio. Sin embargo, había reliquias improbables, como el prepucio de Jesucristo, la leche de la Virgen o el cordón umbilical de la misma María, por ejemplo, o bien una pluma del Espíritu Santo, que se conserva en Oviedo, las monedas por las que se vendió Judas, distribuidas en diversos lugares, o el suspiro de san José, que se custodiaba en Blois y hoy se guarda en el Vaticano.
Estos y otros objetos creaban polémicas a menudo. Guiberto de Nogent, un escéptico monje benedictino que vivió entre los siglos XII y XIII, creía imposible que el diente conservado en Saint-Medard fuese de Cristo, pues era dogma de fe que su cuerpo había resucitado; y señalaba el absurdo de que hubiese dos cabezas de san Juan Bautista, una en Saint-Jean-d’Angely y otra en Constantinopla, obviando o ignorando que, en realidad, había varias.
[Tomado de https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/las-reliquias-fe-y-negocio-en-la-edad-media_8589/3.]
[Posdata de El Libertario: No incluimos aquí, vaya Ud. a saber por qué, un curioso post sobre el tema, que incluye un peculiar relato referido al vestigio del Santo Prepucio de Cristo y a la empeñosa cruzada en pos de su veneración por parte de una sociedad llamada la Academia Preputológica. en todo caso, aquí va el link para quien se interese http://a-mi-manera.blogspot.com/2005/04/reliquias-sagradas_05.html.]
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