Periódico anarquista Aquí
y Ahora (Madrid)
* La historia de la policía y su creación nos confirma, a través
de cualquiera de las etapas anteriores y presentes, no sólo el hecho de que no
podemos confiar en la policía sino también, porqué no debemos hacerlo.
Un breve repaso
El uso moderno del término
“policía” (politeia, del griego) se acuña al siglo XVIII y fue un ente
creado para proteger todo lo relativo al orden del estado, la nación y los
derechos cívicos de quienes lo conformaban. La realidad es que, la fuerza
policial se utilizó de manera unidireccional desde sus orígenes para proteger
los intereses de aquellas personas y personalidades que sí que podían hacer
uso de los derechos que anteriormente se mencionan. Por lo general, y esto también
es común a todas las etapas del desarrollo político e histórico, la adquisición
de derechos y oportunidades, siempre ha ido ligada a la condición social que se
ocupa, por lo que, si este cuerpo específico se crea en pro de defender dichos
derechos, estamos hablando de la creación de una fuerza estatal que trabaja
para defender los intereses de las clases dominantes.
Desde sus orígenes hasta tal y como conocemos
esta figura en la actualidad, el Estado ha utilizado a la policía para acabar
con las distintas formas de desorden social provenientes de la, siempre
presente, desigualdad: mendicidad, prostitución, pandillas callejeras,
vendedores ambulantes, robos, revueltas de migrantes, levantamientos obreros,
luchas sociales… en definitiva, castigar y reprimir la pobreza y proteger las
propiedades privadas de los ricos.
El Cuerpo Nacional de Policía que
conocemos a día de hoy en el Estado español, data de 1824 con el reinado de
Fernando VII, que, más que como cuerpo de servicio y protección de todos los
ciudadanos, se crea como un elemento de represión política tal y como se
afirmaba desde el propio cuerpo: “…hacedme conocer la opinión de mis
pueblos, e indicarme los medios de reprimir el espíritu de sedición y de
extirpar los elementos de discordia”.
Con el paso de los años hemos
podido comprobar cómo, a pesar de que nos hayamos remontado a 1824, esta figura
ha sufrido modificaciones estéticas y “éticas” en función del tiempo y el
momento que ha tocado, pero mantiene intactos sus principios, así como sus
tácticas y finalidades, así sea en la policía franquista, la de la transición
o la policía de la democracia.
El valor de la “seguridad”
España tiene más de 240.000 agentes
policiales, incluyendo dentro de esa cifra a policías nacionales, municipales
y guardia civiles. El gasto que destina el gobierno para mantener todo lo
relacionado con la seguridad, la represión y la protección de los bienes
materiales y servicios que ellos llaman “comunitarios”, cuesta casi 60 millones
de euros al día, es decir, más de 20 mil millones de euros al año. En esta
cuantía entran los salarios, medios e infraestructuras de policías nacionales,
locales y guardias civiles, gasto militar y de prisiones. Esto es aproximadamente
2.5 millones de euros a la hora.
La policía antidisturbios y las
balas de goma
La mera existencia y creación de una unidad
específica destinada a reprimir las protestas y luchas en la calle, así como
para efectuar desalojos y desahucios (por poner dos de los ejemplos más notables),
nos da a entender el carácter político de esta unidad que está preparada única
y exclusivamente a re-establecer el orden en caso de haber sido alterado
mediante el uso de la fuerza. La legalidad española permite que se puedan usar
balas de goma para reprimir y disolver las protestas más o menos masivas en la
calle y ello ha dejado a lo largo de la historia múltiples casos de personas
afectadas.
A pesar de que el gobierno dice
que las pelotas de goma son “armas no letales”, está demostrado que a la
velocidad que se lanzan y con la distancia que son lanzadas, estas armas
pueden (y han producido de hecho), la muerte de personas y lesiones graves.
En España, desde la transición,
la policía
antidisturbios ha asesinado a 9 personas, la última conocida, Iñigo Cabacas. A
parte, 30 personas han perdido un ojo desde el año 1990, 7 de ellas se ubican
sólo en Cataluña entre los años 2009-2012. Estas pelotas son lanzadas a 720
km/h, aunque la policía dice que, en realidad, van a una velocidad de 590 km/h.
De cualquiera de las formas, estas pelotas resultan letales a partir de los
190 km/h.
Monopolio
de la violencia e impunidad
Como es lógico, el Estado al dotar de tanta autoridad y presencia
a un cuerpo que está a pie de calle preparado para proteger sus intereses,
tiene que otorgarle un alto grado de protección y exclusividad. Esto es
impunidad y monopolio de la violencia.
La violencia proveniente del estado (tanto la violencia física
como la estructural) es siempre unidireccional y reconocida como tal ante la
ley. En este caso concreto, la que es ejercida por su policía, lo es sin ningún
tipo de lugar a dudas, anulando por completo la posibilidad de defensa activa o
violenta por parte de cualquiera que la esté sufriendo y siendo, en tal caso,
duramente castigado con elevadas penas de prisión.
Todos hemos podido presenciar, aunque sea a través de las redes
sociales u otros medios de comunicación distintos a los oficiales, como se usa
de forma desigual y desmedida la violencia en las manifestaciones, las prácticas
que se llevan a cabo en la valla de melilla disparando y asesinando a las
personas que intentaban llegar a tierra, las torturas en comisaría para
facilitar delaciones, detenciones violentas, violaciones, abusos sexuales,
malos tratos generalizados, los operativos policiales con registros en
domicilios acusando de terroristas a personas que luchan y se organizan, las
redadas racistas que se hacen a diario, las multas de tráfico con afán
recaudatorio, las multas y detenciones por reuniones en la calle, las absurdas
sanciones y la represión que se ejerce a personas por buscar comida en la
basura (porque son dueños hasta de nuestros desperdicios y castigan a quien no
tienen que comer), el aumento de los abusos policiales tras la aprobación de
la ley de seguridad ciudadana (ley mordaza) que aumenta aún más el campo de
actuación de la policía y les dota de más impunidad y herramientas para
castigar (por ejemplo, personas que se enfrentan a penas de cárcel por intentar
parar un desahucio o por protestas más o menos violentas en manifestaciones),
el encarcelamiento a personas por cantar canciones contra la policía o la
apertura de procedimientos en la Audiencia Nacional a quienes expresan sus
opiniones a través de internet.
Torturas
y malos tratos
Según el informe de 2017 de la
Coordinador a de Prevención y denuncia de la tortura, 224 personas denunciaron
algún tipo de tortura bajo dependencias policiales o centros de encierro y más
de 1.000 se vieron afectadas en algún tipo de situación similar. Muchas
personas que sufren malos tratos y torturas en dependencias policiales, no
denuncian porque no confían en la justicia. Otros, porque no tienen los recursos
suficientes para hacer frente al proceso y otros por miedo a las represalias.
Las cifras son mucho más elevadas, pero este documento nos hace por lo menos
evidenciar que, a día de hoy se siguen produciendo casos de malos tratos y
torturas por parte de los cuerpos de seguridad.
Nadie
te obliga a ser policía
Entendemos que los principales responsables de las medidas que se
toman, son los políticos y que son éstos los que crean su fuerza de choque para
que pongan en práctica sus medidas. Pero a pesar de ello, nadie te obliga a
ser policía. “Sólo acatan normas”, y se recalca ese “sólo” como si fuera algo
menor. Acatan y hacen cumplir por la fuerza normas inmorales, asesinas y que
van contra la mayoría de las personas. Se convierten en los que defienden a pie
de calle los intereses de los gobernantes y asumen con todas las consecuencias
sus acciones al ejecutar castigos físicos diarios con la excusa de la defensa
de la ley. Adoptan un papel activo en los conflictos y con su presencia y actuación,
toman posición ante ellos. Porque nadie te obliga a ser policía ni a desempeñar
un papel injusto a cambio de un salario, porque el acatar órdenes no les exime
de responsabilidades y porque tenemos la capacidad de discernir entre lo que
creemos justo y lo que no. Así que no, los policías no son trabajadores, ni
están de nuestra parte.
Imagina
un mundo sin policía
Podemos imaginar nuestros barrios sin policías. Pero no sólo
podemos imaginarlo sino, que podemos tratar de materializarlo.
A día de hoy, no va a ser posible acabar con esta institución de
un plumazo, de la misma forma que no se podrá acabar con todas las demás. Pero
nuestra actitud y el cómo nos relacionamos ante estas figuras, determinan el
uso que hacemos (o que no hacemos) de ellas.
Obviar su presencia y deslegitimizar así sus acciones, muchas
veces pasa por no llamar a la policía cuando tenemos un conflicto entre los
vecinos, la mayoría de las veces, conflictos fáciles de solucionar entre las
personas implicadas. Hablamos de resolver estos problemas entre nosotros sin
recurrir a una figura autoritaria que utiliza el castigo como forma de acabar
con los problemas, pero que nunca pretende ir a la raíz de los mismos.
Los problemas “menores” de convivencia en los barrios y
comunidades de vecinos (desde vecinos ruidosos hasta alguien que deja la basura
en la calle), tienen soluciones que pasan por el acercamiento y el debate
entre las personas. Aunque no tenga porqué tener un desenlace positivo (porque
no todos tenemos que llevarnos bien en la misma medida), es posible llegar a
acuerdos y puntos comunes para poder tener una convivencia aceptable sin
necesidad de llamar a la policía. De esta forma, somos nosotros los que tenemos
que solucionar nuestro problema y quienes tomamos la decisión que mejor nos
convenga sin necesidad de recurrir a triquiñuelas legales ni a amenazas policiales.
Existen más problemas mucho mayores que, por cómo estamos
acostumbrados a funcionar, parecen imposibles de abordar sin la presencia
policial. Es cierto que, tantos años de delegación parecen hacer imposible
otras vías de resolución de conflictos. Para ello, es necesaria la voluntad de
comunicarnos entre nosotros antes que recurrir a la llamada fácil, de buscar
otro tipo de mediadores y tratar de enfrentar cualquier problema que se
presente, actuando siempre “con cabeza” y en muchas ocasiones, alejados del
sentimiento de venganza.
Y es que, después de comprender la función policial, no se nos
ocurre recurrir a ellos para solucionar nuestros problemas porque no nos
sentimos seguros con su presencia.
[Publicado originalmente en el periódico anarquista Aquí y Ahora # 2, Madrid, julio 2018. Número
completo accesible en https://www.portaloaca.com/contra-info/13826-ya-disponible-el-n-2-de-la-publicacion-anarquista-trimestral-aqui-y-ahora.html.]
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