Bào Jìngyán
Nota introductoria:
Escribiendo
en torno al 300 e.c., el sabio Taoísta 鮑 敬 言 (Bào Jìngyán) dio al rechazo taoísta de la cosmología
jerárquica de los confucianos una inclinación más política, viéndola nada más
como un pretexto para el sometimiento del débil e inocente por parte del fuerte
y artero. Puso atención en la condición “original no diferenciada” del mundo en
la que “todas las criaturas hallaban felicidad y auto-plenitud,” expresando una
sensibilidad no-jerárquica y ecológica que rehuye al “uso
de la
fuerza que va contra la real naturaleza de las cosas.” Destacó que en “los tiempos
primeros,” antes de la creación de un orden social jerárquico, “no había ni
señor ni súbditos.” Vio el trabajo obligatorio y la pobreza como resultados de
la división de las personas en rangos y clases. Con la emergencia de un orden
social jerárquico, todos buscan estar sobre los demás, dando pie al crimen y el
conflicto. El “pueblo estalla en revuelta en medio de su pobreza y afliicción,”
tanto que intentar detenerles de la revuelta “es como tratar de contener un río
con un puñado de tierra.” Prefería una vida digna de ser vivida a la promesa de
la vida después de la muerte.
En su
comentario sobre el texto de Bào Jìngyán, Etienne Balazs (traductor del texto
al inglés) argumenta que fue él “el primer anarquista político de China” [Chinese
Civilization and Bureaucracy: Variations on a Theme (New Haven: Yale
University Press, 1964)]. Como otros anarquistas posteriores, Bào Jìngyán se
opuso a la jerarquía y la dominación, viéndolas como la causa de la pobreza, el
crimen, la explotación y el conflicto social, rechazó las creencias religiosas
que justificaban tal estado de las cosas, predijo la revuelta de las masas y
abogó por una sociedad sin jerarquía ni dominación donde no hay “ni señor ni
súbditos,” una frase asombrosamente reminiscente del clamor anarquista europeo
del siglo diecinueve, “Ni Dios ni Amo.” Ideas similares pueden haber sido
expresadas en la antigua Grecia por el filósofo estoico, Zenón de Citio
(333—262a.n.e.), pero sólo han sobrevivido fragmentos de sus escritos, haciendo
del texto de Bào Jìngyán quizás el más antiguo existente en poner de manifiesto
una postura claramente anarquista.
El texto:
“El Cielo
le dio vida al pueblo y luego estableció gobernantes sobre ellos.” Pero ¿cómo
puede el Alto Cielo haber dicho esto en tantas palabras? ¿No es acaso que las
partes interesadas hacen de esto su pretexto? La verdad es que el fuerte
oprimió al débil y el débil se sometió; el artero engañó al inocente y el
inocente le sirvió. Fue porque hubo sumisión que surgió la relación señor-súbdito,
y porque hubo servidumbre que el pueblo, siendo impotente, pudo ser puesto bajo
control. Así, servidumbre y dominio resultan de la lucha entre el fuerte y el
débil y del contraste entre el artero y el inocente, y el Cielo Azul nada tiene
que ver con eso.
Cuando el
mundo estaba en su estado original indeferenciado, lo Sin Nombre (wu ming, esto
es, el Tao) era lo valorado, y todas las criaturas hallaban felicidad en la
auto-plenitud. Ahora, cuando al árbol de la canela se le extrae la corteza o se
corta el árbol de la laca, esto no se hace bajo el deseo del árbol; cuando las
plumas del faisán son arrancadas o el martín pescador es despedazado, esto no
se hace por el deseo del ave. Ser embridado y embocado no va en acuerdo con la
naturaleza del caballo; ser puesto bajo el yugo y soportar cargas no le da
placer al buey. Lo artero tiene su origen en el uso de la fuerza, que va contra
la real naturaleza de las cosas, y la verdadera razón para dañar a las
criaturas es para proveer de inútiles adornos. Así, atrapar las aves del aire para
suplir de frívolos adornos, hacer hoyos en narices donde no debiese haberlos,
atar bestias por las piernas cuando la naturaleza les hizo libres, no está en
acuerdo con el destino de la miríada de criaturas, todas nacidas para vivir sus
vidas sin daño. Y así el pueblo es obligado a trabajar para que aquellos en el
poder se nutran; y mientras sus superiores disfrutan de gordos salarios, éste
es reducido a la más abyecta pobreza.
Está muy
bien disfrutar de la dicha infinita de la vida después de la muerte, pero es
preferible no haber muerto en primer lugar; y en vez de adquirir una reputación
vacía por la integridad de renunciar a la oficialidad y privarse del salario,
es mejor que no haya oficialidad a la que renunciar. La lealtad y la rectitud
solamente aparecen cuando estalla la rebelión en el imperio, la obediencia filial
y el amor parental solamente se despliegan cuando hay discordia entre
parientes.
En los
primeros tiempos, no había ni señor ni súbditos. Los pozos se cavaban para
beber agua, los campos se labraban para el alimento, el trabajo comenzaba en el
amanecer y cesaba en el crepúsculo; todos eran libres y estaban a gusto; ni compitiendo
unos con otros ni confabulando unos contra otros, y nadie era ni glorificado ni
humillado. Las tierras sobrantes no tenían ni senderos ni caminos y las vías de
agua ni botes ni puentes, y dado que no habían medios de comunicación por
tierra o por agua, las personas no se apropiaban de la propiedad de los demás;
no se podían formar ejércitos, y así las personas no se atacaban unas a otras.
De hecho,
puesto que nadie escalaba a buscar nidos ni se sumergía en lo profundo de las
aguas, el fénix anidaba bajo los aleros de la casa y los dragones se
entretenían en la piscina del jardín. El tigre voraz podía ser vencido, la venenosa
serpiente, manejada. Los hombres podían vadear por los pantanos sin espantar a
las aves acuáticas, y entrar en los bosques sin alarmar a los zorros o a las
liebres. Ya que nadie comenzaba siquiera a pensar en obtener poder o buscar
provecho, no ocurrían eventos terribles ni rebeliones; y como las lanzas y los
escudos no estaban en uso, no había que construir fosas y muros. Todas las criaturas
vivían juntas en mística unidad, todas fundidas en la Vía (Tao). Ya que no eran
visitadas por plagas ni pestilencias, podían vivir sus vidas y morir una muerte
natural. Sus corazones puros, desprovistos de malicia. Disfrutando de
abundantes suministros de alimento, merodeaban con sus estómagos llenos. Su
hablar no era florido, su conducta no era ostentosa. ¿Cómo entonces, podía
haber acumulación de propiedad como para robar al pueblo su riqueza, o severos
castigos para atraparles y entramparles? Cuando esta era entró en decadencia,
el conocimiento y la malicia entraron en uso. Habiendo caído en descomposición
la Vía y su Virtud (Tao te), se estableció una jerarquía. Proliferaron
regulaciones de las costumbres por la promoción y degradación y por el lucro y
la pérdida, se elaboraron adornos ceremoniales como el cinto y la corona de
sacrificios [de la nobleza] y [las túnicas para adorar al Cielo y la Tierra]
azul y amarilla imperial. Se erigieron construcciones de tierra y madera hacia
lo alto del cielo, con sus vigas y travesaños pintados de rojo y verde. Las
alturas fueron derribadas en busca de joyas, las profundidades sondeadas en
busca de perlas; pero no importa cuán vasta la colección de piedras preciosas
que el pueblo haya podido reunir, aún no sería suficiente para satisfacer sus
caprichos, y una montaña entera de oro no sería suficiente para cubrir sus
gastos, tan hundidos estaban en su depravación y vicio, transgrediendo así los
principios fundamentales del Gran Comienzo. A diario se fueron alejando de los modos
de sus ancestros, y dieron la espalda más y más a la simpleza original del
hombre. Ya que promovieron como “digno” el poder, las personas comunes se
esforzaron por tener reputación, y ya que elogiaron la riqueza material,
aparecieron ladrones y asaltantes. La imagen de objetos deseables tentaban a
los corazones verdaderos y honestos, y el despliegue del poder arbitrario y del
amor por la ganancia abrieron el camino al robo. Entonces hicieron armas con
puntas y afilados bordes, y tras eso no hubo fin a las usurpaciones y a los
actos de agresión, y temían solamente que las ballestas no fuesen lo suficientemente
fuertes, los escudos lo suficientemente robustos, las lanzas lo suficientemente
afiladas, y las defensas lo suficientemente sólidas. Y sin embargo todo esto
pudo haber sido hecho a un lado si no hubiese habido opresión y violencia para
empezar.
Por eso
se ha dicho: “¿Quién podría hacer cetros sin arruinar el jade inmaculado? ¿Y
cómo podrían ser apreciados el altruismo y la rectitud (jen e i) a menos que la
Vía y su Virtud pereciesen?” Aunque tiranos como Chieh y Chou hayan podido
quemar personas hasta la muerte, masacrar a sus consejeros, hacer carne picada
de los señores feudales, cortar a los barones en tiras, desgarrar los corazones
de los hombres y quebrar sus huesos, e ir hasta los más lejanos extremos del
crimen tiránico haciendo uso de la tortura rostizante, no importa lo crueles que
por naturaleza puedan haber sido, ¿podrían haber hecho tales cosas si hubiesen
tenido que seguir estando al nivel de las personas comunes? Si dieron rienda
suelta a su crueldad y lujuria y sacrificaron a todo el imperio, fue porque,
como dominadores, podían hacer lo que quisieran. Tan pronto como se establece
la relación entre señor y sometido, los corazones se llenan día a día de
señales malvadas, hasta que de pronto los criminales, engrillados y haciendo
trabajos forzados en el barro y el polvo, están llenos de pensamientos de
motines, el soberano entonces tiembla de ansioso temor en su templo ancestral,
y el pueblo estalla en revuelta en medio de su pobreza y aflicción; intentar
detenerles por medio de reglas y regulaciones, o controlarles por medio de penalidades
y castigos, es como intentar contener un río en pleno flujo con un puñado de
tierra, o detener el torrente del agua con un dedo.
[Tomado
de la publicación Emancipación Libertaria
# 9, Valencia (Esp.), 2016. Número completo accesible en http://la-dahlia.org/sites/default/files/adjuntos/mac9.pdf.]
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