Laura Vicente
No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca. El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es, aunque el tiempo que es no lo quiera o no lo sepa.
Eduardo Galeano
Quiero confiar en la palabra de Galeano, quiero pensar que la historia, por mucho que la mientan, no enmudecerá. Sin embargo, cualquier buen observador/a apreciará sin grandes dificultades cómo se manipula la historia y la memoria para convertirlas en objeto de consumo de ciertos planteamientos políticos.
No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca. El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es, aunque el tiempo que es no lo quiera o no lo sepa.
Eduardo Galeano
Quiero confiar en la palabra de Galeano, quiero pensar que la historia, por mucho que la mientan, no enmudecerá. Sin embargo, cualquier buen observador/a apreciará sin grandes dificultades cómo se manipula la historia y la memoria para convertirlas en objeto de consumo de ciertos planteamientos políticos.
Esta reflexión es producto de un malestar que ha ido alimentándose con el paso del tiempo y con la reiteración de los motivos que lo provocan. Me refiero a la colocación de placas dando nombre a calles, centros de salud y otras iniciativas que, con buena voluntad de la izquierda (vieja y nueva), se dedican a figuras del anarquismo en diversas ciudades y pueblos. Aunque la iniciativa puede parecer positiva, no lo es tanto porque en estos reconocimientos falta siempre lo que define la idiosincrasia de estas personas, es decir, el ser anarquistas o anarcosindicalistas.
Reconvertir anarquistas en luchadores/as por las libertades, escritores/as, pedagogos/as, defensores/as de la clase obrera, periodistas, trabajadoras por la salud, etc., es una buena manera de olvidarlos, es una buena manera de construir una memoria buenista y aceptable. Veamos cinco ejemplos entre otros muchos:
En esta ocasión se trata de Salvador Seguí y la placa que recuerda que fue asesinado en 1923 en Barcelona: defensor de la clase obrera. ¿Es posible una referencia más genérica? Pero es que a escasos metros está la Plaza Salvador Seguí, en la que figura un escueto: sindicalista (¿se les ha olvidado que era sindicalista de la CNT?).
En un pequeño pueblo del Pirineo aragonés (Araguás del Solano) encontramos una placa dedicada a Acín que lo recuerda como: escritor. Nadie en la zona sabía que Acín era anarquista.
En esta tercera ocasión no es una placa sino una bolsa de tela que me propusieron comprar como suscriptora de la Directa, medio de información por la transformación en Cataluña. Sorprendentemente pone: Ramón Acín: Periodista y pedagogo aragonés asesinado por el fascismo en agosto de 1936. En este caso si entré en contacto con los responsables de la Directa para comentarles que se les había olvidado poner que era anarquista y que, justamente, eso es lo que explicaba su ejecución fulminante y lo que daba sentido a su figura. La respuesta fue espectacular: no lo pusieron, me dijeron, porque no les cabía. Les comenté que podían haber quitado periodista, pedagogo o aragonés para dejar paso a anarquista. Ya no hubo respuesta, ahí acabó nuestro diálogo por correo electrónico (por cierto, las dos A circuladas las he puesto yo).
La placa dedicada a Teresa Claramunt que da nombre a una calle de un barrio obrero de Sabadell también ha quedado falsificada al convertirla en luchadora y defensora de las libertades, ¿qué libertades? ¿las libertades de las constituciones democráticas? La Libertad con mayúscula se habría acercado algo a lo que fue (y es) Claramunt, feminista y anarquista dejaría muy clara du idiosincrasia.
Por último, Federica Montseny, la indomable, se convierte en esta placa, situada en un centro de salud de Madrid, por una cabriola prestidigitadora en trabajadora ejemplar por la salud, sin más referentes que ayuden a situar a esa breve estancia (noviembre 1936- mayo 1937) de Montseny en el Gobierno Largo Caballero.
Tras repasar estos ejemplos, conviene precisar conceptos como memoria, historia y recuerdo. El recuerdo es la experiencia vivida y está destinado a morir con sus testigos. La memoria es la rememoración colectiva del pasado, puede ser (o no) un elemento permanente de la conciencia social[1]. Dice el historiador Enzo Traverso:
"La memoria es en realidad una representación del pasado que se construye en el presente, resulta de un proceso en el que interactúan varios elementos, cuyo papel, importancia y dimensión varían según las circunstancias. Las personas cambian, sus recuerdos pierden o adquieren importancia nueva según los contextos, las sensibilidades y las experiencias acumuladas"[2].
La memoria, por tanto, es siempre subjetiva y necesita ser contrastada con otras fuentes que le otorguen más objetividad. Y es la historia la que debe aportar el discurso crítico sobre el pasado, es decir, la reconstrucción de los hechos y acontecimientos pasados tendentes a su examen contextual y a su interpretación. La memoria solo puede vivir mediante una interacción permanente con la investigación histórica y con la acción social y política.
La realidad ha demostrado que somos una comunidad no del recuerdo, sino del olvido organizado, sistemático y deliberado[3]. El franquismo quiso destruir la memoria anterior a 1939 en su afán por aniquilar a los vencidos. Pero el olvido organizado no lo ejecutó solo el franquismo, la Transición democrática hizo pagar una cuota muy elevada a las víctimas del franquismo para asentar la democracia mediante el olvido de lo sucedido en la memoria social. La democracia no varió en exceso el rumbo en lo que respecta al movimiento anarquista y la “nueva izquierda” se apunta al carro banalizando y vaciando de contenido a hombres y mujeres anarquistas. La palabra anarquía y sus derivados es una copa difícil de beber para las posiciones políticas institucionales (incluso para algunas que no lo son).
A veces la memoria se ha convertido en un campo de batalla entre versiones interesadas del pasado al servicio de las diversas tendencias políticas. La consecuencia más negativa de estas polémicas son los disparates que se consiguen asentar en la opinión pública como verdades históricas que no se pueden poner en cuestión. La manipulación del pasado, la creación de mitos y la distorsión de los hechos históricos, cuando se apoyan en la potente máquina económica y propagandística del poder, son muy difíciles de desmontar. Para ejemplo un botón: Cataluña.
Hay tantos recorridos de la memoria como itinerarios vitales, los espacios organizativos y de lucha que se estructuran alrededor del anarquismo deberían estar presentes en todos los escenarios de la memoria. Hay que atreverse a saber y construir nuestros propios mapas, nuestros puntos de referencia[4], ya que lo que olvidamos, ya no es nuestro. Hacer memoria es imprescindible para evitar que nos arrebaten lo que somos.
Notas
[1] Enzo Traverso (2001): La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales. Herder, Barcelona, p. 193.
[2] Enzo Traverso (2012): La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX. FCE, Buenos Aires, Argentina, p. 286.
[3] Zigmunt Bauman y Leonidas Donskis (2015): Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida. Paidos, Barcelona, p. 161.
[4] Dasa Drndic (2015): Trieste. Automática Ed, Madrid. Simona Skrabec (traductora), p. 12-13.
[Tomado de http://pensarenelmargen.blogspot.com/2018/06/la-memoria-falsificada.html.]
En esta tercera ocasión no es una placa sino una bolsa de tela que me propusieron comprar como suscriptora de la Directa, medio de información por la transformación en Cataluña. Sorprendentemente pone: Ramón Acín: Periodista y pedagogo aragonés asesinado por el fascismo en agosto de 1936. En este caso si entré en contacto con los responsables de la Directa para comentarles que se les había olvidado poner que era anarquista y que, justamente, eso es lo que explicaba su ejecución fulminante y lo que daba sentido a su figura. La respuesta fue espectacular: no lo pusieron, me dijeron, porque no les cabía. Les comenté que podían haber quitado periodista, pedagogo o aragonés para dejar paso a anarquista. Ya no hubo respuesta, ahí acabó nuestro diálogo por correo electrónico (por cierto, las dos A circuladas las he puesto yo).
La placa dedicada a Teresa Claramunt que da nombre a una calle de un barrio obrero de Sabadell también ha quedado falsificada al convertirla en luchadora y defensora de las libertades, ¿qué libertades? ¿las libertades de las constituciones democráticas? La Libertad con mayúscula se habría acercado algo a lo que fue (y es) Claramunt, feminista y anarquista dejaría muy clara du idiosincrasia.
Por último, Federica Montseny, la indomable, se convierte en esta placa, situada en un centro de salud de Madrid, por una cabriola prestidigitadora en trabajadora ejemplar por la salud, sin más referentes que ayuden a situar a esa breve estancia (noviembre 1936- mayo 1937) de Montseny en el Gobierno Largo Caballero.
Tras repasar estos ejemplos, conviene precisar conceptos como memoria, historia y recuerdo. El recuerdo es la experiencia vivida y está destinado a morir con sus testigos. La memoria es la rememoración colectiva del pasado, puede ser (o no) un elemento permanente de la conciencia social[1]. Dice el historiador Enzo Traverso:
"La memoria es en realidad una representación del pasado que se construye en el presente, resulta de un proceso en el que interactúan varios elementos, cuyo papel, importancia y dimensión varían según las circunstancias. Las personas cambian, sus recuerdos pierden o adquieren importancia nueva según los contextos, las sensibilidades y las experiencias acumuladas"[2].
La memoria, por tanto, es siempre subjetiva y necesita ser contrastada con otras fuentes que le otorguen más objetividad. Y es la historia la que debe aportar el discurso crítico sobre el pasado, es decir, la reconstrucción de los hechos y acontecimientos pasados tendentes a su examen contextual y a su interpretación. La memoria solo puede vivir mediante una interacción permanente con la investigación histórica y con la acción social y política.
La realidad ha demostrado que somos una comunidad no del recuerdo, sino del olvido organizado, sistemático y deliberado[3]. El franquismo quiso destruir la memoria anterior a 1939 en su afán por aniquilar a los vencidos. Pero el olvido organizado no lo ejecutó solo el franquismo, la Transición democrática hizo pagar una cuota muy elevada a las víctimas del franquismo para asentar la democracia mediante el olvido de lo sucedido en la memoria social. La democracia no varió en exceso el rumbo en lo que respecta al movimiento anarquista y la “nueva izquierda” se apunta al carro banalizando y vaciando de contenido a hombres y mujeres anarquistas. La palabra anarquía y sus derivados es una copa difícil de beber para las posiciones políticas institucionales (incluso para algunas que no lo son).
A veces la memoria se ha convertido en un campo de batalla entre versiones interesadas del pasado al servicio de las diversas tendencias políticas. La consecuencia más negativa de estas polémicas son los disparates que se consiguen asentar en la opinión pública como verdades históricas que no se pueden poner en cuestión. La manipulación del pasado, la creación de mitos y la distorsión de los hechos históricos, cuando se apoyan en la potente máquina económica y propagandística del poder, son muy difíciles de desmontar. Para ejemplo un botón: Cataluña.
Hay tantos recorridos de la memoria como itinerarios vitales, los espacios organizativos y de lucha que se estructuran alrededor del anarquismo deberían estar presentes en todos los escenarios de la memoria. Hay que atreverse a saber y construir nuestros propios mapas, nuestros puntos de referencia[4], ya que lo que olvidamos, ya no es nuestro. Hacer memoria es imprescindible para evitar que nos arrebaten lo que somos.
Notas
[1] Enzo Traverso (2001): La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales. Herder, Barcelona, p. 193.
[2] Enzo Traverso (2012): La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX. FCE, Buenos Aires, Argentina, p. 286.
[3] Zigmunt Bauman y Leonidas Donskis (2015): Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida. Paidos, Barcelona, p. 161.
[4] Dasa Drndic (2015): Trieste. Automática Ed, Madrid. Simona Skrabec (traductora), p. 12-13.
[Tomado de http://pensarenelmargen.blogspot.com/2018/06/la-memoria-falsificada.html.]
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