Marcelo
Sandoval
* El pensamiento crítico y la práctica política
radical que está situado dentro de la tradición rebelde de los oprimidos, tiene
al anarquismo como un pensar-hacer crítico y radical más, pero que ha sido
despreciado y ocultado, su historia olvidada y silenciadas sus prácticas, con
todo y que ha sido parte instituyente del conflicto social, de los momentos
insurreccionales y revolucionarios de los últimos 170 años. Bajo esta premisa, se
trata de poner a discusión el horizonte anarquista y sus prácticas políticas en
la actualidad como parte de una crítica anticapitalista, antiestatista,
antipatriarcal y anticolonial de la vida cotidiana.
Concebir
una idea es comenzar a realizarla […] ponerla en práctica, realizarlo toda
ocasión y momento de la vida, es obrar de acuerdo con lo que se dice y predica.
Pensar y accionar a un mismo tiempo.
Praxedis G. Guerrero
No
hay futuro: las ilusiones nada revelan, sólo destruyen [...] sólo se puede
pasar a través del espejo con la imaginación. Quizá sea necesario imaginar tan
violentamente hasta romper la cáscara de la mirada. ¿Qué podemos hacer nosotros
[...]? Podemos hacer política: es decir, podemos destruir.
Christian Ferrer
¿El anarquismo cómo pensamiento crítico?
Bajo
qué sentido es vigente hablar en torno al pensamiento crítico en la actualidad.
En un presente de guerra total contra la humanidad. Y en esa perspectiva, desde
qué parámetros es posible considerar al horizonte ético-político libertario
como pensamiento crítico. Sobre todo cuando habitualmente el anarquismo es
considerado “como el pariente pobre del marxismo, teóricamente un poco cojo
pero compensando ideológicamente, quizás, con pasión y sinceridad” [1], y
sumando a esto, las referencias a propósito de su devenir (…) asumen que es básicamente parecido al marxismo: el anarquismo se
presenta como la invención de ciertos pensadores del siglo xix (Proudhon,
Bakunin, Kropotkin...) que sirvió entonces para inspirar a organizaciones de
clase obrera, se vio envuelta en luchas políticas, se dividió en corrientes…
[2].
Por
pensamiento crítico entiendo, en primer lugar, uno que existe solo como crisis y
negación, es decir, una elucidación que conjura en todo momento las
posibilidades de institucionalizarse, de ser recuperado por el capital, que
rechaza desviar su fuerza destructora hacia los espacios-tiempos de la sociedad
del espectáculo. En segundo, únicamente emerge como parte de una práctica existencial
y política radical: anticapitalista, antiestatal, antipatriarcal y
anticolonial. Y en tercero, es pensar histórico, al tener como punto de partida
“el sujeto existente que se autoproduce,
haciéndose dueño y señor de su mundo, que es la historia, y sólo puede existir
como conciencia de su actividad” [3].
Cualquier
teorización que se aboque a la defensa de los ideales liberales que por otro
nuevo, bajo un argumento que se presenta como izquierdista y revolucionario, no
son más que expresiones distintas de un mismo pensamiento débil [4], uno donde la
práctica radical, aquella donde los medios y el fin no están separados, está
ausente. Como sabemos: (…) la praxis revolucionaria existe y podemos traer a
colación ejemplos como la autoorganización de barrios en Grecia, la conducta de
los kurdos sirios en la guerra contra diversas autoridades, las luchas de los
indígenas y pobladores mexicanos, el movimiento Pase Libre en Brasil, la
revuelta mapuche en Chile... En cambio, no podemos afirmar con igual rotundidad
que la teoría revolucionaria existe, pero en fin, si bien no hay una teoría
unitaria presente que sirva para la comprensión de la época actual y la
explique con contundencia, tampoco su campo es un desierto, pues hay indicios
de sobra de la existencia de un pensamiento libre, manifestándose en revistas,
libros, radios libres, charlas, etc. Por suerte, el pensamiento débil todavía
no es la norma [5].
Por
tanto, el anarquismo como “forma de existencia contra la dominación” [6], donde
se funde en un mismo proceder la idea y el hacer, es pensamiento crítico. Es
una tentativa de ruptura con toda teoría estática y atemporal, puesto que se
sitúa como una deriva reflexiva que se resignifica desde cada ahora-tiempo,
desde los sujetos y su actividad de auto-creación, donde “construir el presente
es corregir el pasado, cambiar los signos del paisaje, liberar de su ganga los
sueños y los deseos insaciados” [7].
Así,
la pertinencia de una elucidación crítica reside en “la importancia de la
negación, del no-conformismo. El mayor obstáculo al libre examen es la sumisión
a la épistéme de una época” [8]. Lo que lo vuelve crítico es permanecer en
confrontación con la realidad, es decir, desde el conflicto entre la dominación
y la irrupción de posibilidades emancipatorias, además que consigo mismo. Sólo
eso lo puede salvar de convertirse en dogma.
El
anarquismo, como horizonte ético-político, se posiciona dentro de la tradición
de los oprimidos [9], de
esa constelación rebelde que se instituye desde prácticas y proyectos radicales.
En tanto una elucidación crítica y reflexiva que pone en cuestión lo
instituido, trata de descubrir las fantasmagorías que encubren la sociedad
heterónoma en su forma capitalista: el trabajo, la patria, el gobierno, la
familia burguesa, la religión…
A
pesar de que el movimiento libertario ha sido despreciado y ha sido ocultada su
participación en una diversidad de experiencias revolucionarias, de revuelta y
organización; no obstante que se ha silenciado que el horizonte libertario es
parte instituyente de las constelaciones revolucionarias de por lo menos los
últimos 170 años, las formas anarquistas de hacer política se dirigen a
deshacer la dominación en todas sus formas y manifestaciones; el movimiento
libertario no sólo se posiciona contra el capitalismo y el Estado, sino contra
el patriarcado, el autoritarismo, las formas de poder coercitivo, la
explotación y uso mercantil de la naturaleza.
La
potencialidad de un pensar crítico está, entonces, en hacer crisis de lo
existente, en la negatividad que significa un devenir, una existencia que se
configura como rechazo unitario de lo existente. No se reduce a una crítica
chata de lo dado: discurso pseudo-crítico que se queda en lo aparente (por ser
una mirada alienada) y superficial, naturalizándolo, con lo que termina
forjando una empatía con los vencedores, con los opresores. Por el contrario es
una rebelión que irrumpe simultáneamente como hacer y pensar, encaminada a
crear formas de vida intensas, apasionantes, en el aquí y ahora. Lo que se evoca
es una revolución de la vida cotidiana, entendida como destrucción de todo lo
que nos aliena, lo que nos separa10 e impide construir una vida unitaria.
El anarquismo frente a la política del olvido
La
tradición libertaria en la actualidad ha tenido que enfrentar una política de silenciamiento,
que es una política del olvido, ya que se oculta (…) por omisión, desechando los numerosos indicios que señalaban la
realidad de un pasado […] para no poner en cuestión esquemas de interpretación preestablecidos,
basados en determinados intereses ideológicos y políticos. Pero también se
silenciaba por desfiguramiento, cuando resultaba imposible negar la realidad de
ese pasado [11].
Romper
con el silenciamiento político, sacar del olvido al horizonte y a las prácticas
libertarias, necesita de una mirada a contrapelo del antagonismo social. Una
historia a contrapelo del anarquismo no es tratar de descubrir sus grandes
hazañas del pasado, no es hacer biografía de los militantes más entregados a la
causa libertaria, no es un esfuerzo por encontrar en el pensamiento anarquista
de la segunda mitad del Siglo XIX y las primeras décadas del Siglo xx, sino las
respuestas para enfrentar la dominación y la explotación en el presente.
El
ocultamiento de las prácticas libertarias y sus posicionamientos no es
casualidad, pues sus nociones, la irreductibilidad ética que mostró el
movimiento en cada momento de lucha, increpa, descubre que parte de los
discursos que se presentan como radicales, revolucionarios y contestatarios “en
realidad no son más que liberales: están interesados en el ensanchamiento de
las libertades individuales y en la consecución de la justicia social”. [12]
Una
historia a contrapelo del anarquismo es fijar la mirada en lo que está siendo
hoy el horizonte libertario y a partir de esa imagen crear una constelación con
las experiencias, sujetos e ideas del pasado; labor centrada en darle
vitalidad, actualidad y movimiento a los tiempos vividos de lucha e
insubordinación, al convertir estos momentos de ruptura y conflicto en astillas
que se incrusten en la memoria rebelde de los movimientos anticapitalistas del tiempo
del ahora, en sus formas de hacer política y en sus proyectos de creación de
mundos otros.
De
este modo, lo que irrumpe en el hoy es aquello que es parte de sus nociones prácticas,
resignificadas y situadas de acuerdo al contexto de conflicto de cada sujeto
social la congruencia entre medios y fines, algo sobre lo que el movimiento
anarquista siempre se ha mantenido irreductible; en lo organizativo se ha
contrapuesto la afinidad, la confianza y la solidaridad a las formas
instrumentales y verticales; así como la recurrencia a la acción directa y a
proyectos basados en la perspectiva de la autogestión de la vida, como
cuestionamiento de la representación y la heteronomía.
La
emergencia del anarquismo en la actualidad, está en la irrupción multiforme de formas
de hacer política y de organización, así como de posicionamientos
ético-políticos afines o situados dentro del horizonte libertario en una
pluralidad de movimientos anticapitalistas. La presencia de los
posicionamientos y de la elucidación crítica y cuestionadora, que históricamente
se le ha atribuido al anarquismo, en el antagonismo social del tiempo del ahora
pone en crisis las certezas desde las que se afianzaba el propio movimiento y
el pensamiento anarquista entre la década de 1870 y buena parte del Siglo XX.
En este sentido, las preguntas relativas a (…)
la pregunta por la actualidad de algo pone siempre en relación a un pasadocon
un presente, esto es, relaciona posibilidades de hoy con la memoria de un ayer.
En la pregunta por la actualidad del anarquismo, la memoria del «anarquismo» que
está en juego es un saber social y político, constituido por una diversidad de prácticas
sociales que ha surgido en la historia como respuesta a determinados problemas:
la opresión social e individual, la violencia política y religiosa, la guerra, la
explotación, el desempleo, la miseria, la masificación de los sujetos, etc. Las
posibilidades de hoy, por su parte, se refieren a una multiplicidad de
iniciativas, movimientos y experiencias sociales y culturales que han venido
surgiendo en las sociedades contemporáneas [13].
El
anarquismo ha adquirido un papel protagonista en las luchas y resistencias contra
el capitalismo del presente; y ese protagonismo, en tanto proceso de
actualización e innovación que ha implicado el tener que recrear su hacer y su
pensar desde la cotidianidad del conflicto social, ha supuesto también que se
trastoquen y pongan en duda parte de las certidumbres que en cierto momento se
consideraron válidas. Se han incorporado nuevos saberes y prácticas, pero
también, se han reafirmado y fortalecido posturas ético-políticas, formas de
organización y cuestionamientos que han sido instituyentes del anarquismo desde
sus orígenes [14]. Por lo que las (…)
preguntas relativas a la actualidad del anarquismo, entendida como actualización
de la memoria anarquista, exige confrontar lo común de las múltiples memorias
de la anarquía con los problemas, necesidades y posibilidades de hoy y en esta
confrontación, entrecruzar lo común de esas múltiples memorias [15].
Pensar
la emergencia del anarquismo conlleva reconocer las actualizaciones y los
cambios, la irrupción del anarquismo representa una ruptura de la repetición,
partiendo de la concepción de Sergio Tischler “se puede decir que existe un
surgir de, pero no una continuidad, porque la continuidad es continuidad de una
estructura temporal. El surgir se propone algo nuevo, un salto, que es un
cambio de la estructura de la temporalidad” [16].
Los
saberes que aporta el anarquismo, a partir de sus historias y del trabajo
reflexivo de los militantes [17], es una crítica radical a la dominación, los
cuestionamientos que desarrolla contra el capitalismo y el Estado, contra la
explotación, la democracia representativa, la idea de patria, el patriarcado y
la crítica de los modos de vida parten de la negación de la división social
entre unos que mandan y otros que obedecen; desde la crítica de la dominación
se pone en duda toda forma extra-social, cualquier sujeto, cosa o idea que se
ponga por encima de la sociedad, además, se trata de “auscultar —y
eventualmente tensar— el malestar de una época” [18], se pretende una lucha “en
el interior de la totalidad de las relaciones constitutivas” [19].
Para
pensar el horizonte ético-político anarquista desde los que está siendo en el tiempo
del ahora, hay que partir de que “no es un sistema ideológico cerrado y bien
delimitado, sino un conjunto abierto y en permanente cambio de ideas y, sobre
todo, de prácticas cuyo objeto es erradicar o limitar al máximo posible las
relaciones de dominación” [20]. Aunque exista el supuesto riesgo señalado por
Aníbal D´Auria, de que el anarquismo pueda “desdibujarse como un collage de
ideas inconexas”21, es pertinente reconocer que si históricamente ha significado
“más una forma de ser que un discurso teórico, que consistía en unas vivencias y
en un compromiso existencial y ético más que en una doctrina sabiamente
construida” [22].
Una
primera aproximación al horizonte libertario actual es que las pretensiones no están
en construir una Gran Teoría, sino en elucidar cualidades “para confrontar los
problemas reales e inmediatos que emergen de todo proyecto de transformación” [23],
Se trata de un hacer instituyente cualitativo [24] que va hacia la creación de
una subjetividad radical, hacia la “construcción voluntaria de nuevas
subjetividades” [25], ya que “una característica histórica del anarquismo ha
sido su preocupación por la cuestión de los modos de vida y, a través de esta
cuestión, por el problema de las condiciones de constitución de una
subjetividad libre y plena” [26].
El
compromiso ético-político del movimiento anarquista con la germinación de una subjetividad
otra, nos esclarece que “el ideal libertario es el único que no pretende
obligar a nadie a aceptar sus presupuestos, es el único que no pretende, para
alcanzar tal o cual objetivo, incluir [a] los individuos en su seno,
recurriendo a la fuerza si es necesario” [27]; un mundo no-capitalista y
no-estatal, la anarquía en palabras de Eduardo Colombo “será posible solamente
si los hombres la desean, y ponen en acción una voluntad revolucionaria” [28]. La
postura ético-política libertaria exigen ante todo congruencia entre fines y
medios; una sociedad libre y autogestionaria no se puede imponer.
La práctica libertaria como existencia contra la
dominación
La
impugnación de la dominación se acompaña de una serie de nociones-práctica que
sobre todo están dirigidas a trastocar e increpar la vida cotidiana, son
nociones-prácticas que constituyen formas de hacer política y de organización,
que configuran relaciones sociales y significaciones no-estatales y no
capitalistas; son nociones-prácticas porque al mismo tiempo se instituyen como
un hacer y un pensar, simultáneamente son una ruptura de la dominación y una
“política prefigurativa (es decir, modos de organización que conscientemente se
asemejan al mundo que queremos crear)” [29].
En
términos generales, podemos entender que para el movimiento anarquista la
crítica de la dominación expresa “la negación central de la filosofía
anarquista […] y por tanto la afirmación central de su valor fundante: la
libertad” [30]. De ello podemos inferir que el horizonte libertario abarca la (…)
rebeldía visceral […] rechazo de la democracia burguesa (representativa) […] una
concepción de la historia diferente […] la indisociabilidad entre
individualismo y solidaridad […] federalismo y autogestión […] educación
integral […] revolución integral […] ética vitalista sin sanciones […]
coherencia entre los medios y los fines [31].
La
crítica anarquista contra la dominación tiene como punto de partida el reconocimiento
de que la contradicción básica de la sociedad, de la cual se deprenden todas las
demás, es la división social entre gobernantes y gobernados, entre unos que
mandan y otros que obedecen: la dominación. Para los sujetos sociales que se
instituyen desde el anarquismo, las significaciones imaginarias y las
relaciones sociales de dominación, en tanto “desposesión del hombre de su
capacidad simbólico-instituyente” [32], provoca la pérdida de la humanidad de
las personas, “el hombre desnaturalizado existe en la degradación porque perdió
su libertad, existe en la alienación porque debe obedecer” [33].
Cabe
aclarar que los militantes anarquistas que han desplegado parte de la crítica a
la dominación lo hacen desde el conflicto social, no se suponen
meta-observadores de la sociedad, ni las mentes esclarecidas del movimiento
revolucionario; la negación de toda forma de dominio irrumpe desde el
extrañamiento de que la coerción y la jerarquía “sea la tónica invariable de
todas las sociedades, de la mía […] [Y, además] porque imagino el contrario de
esa sociedad, porque imagino la posibilidad lógica de una sociedad que ignorara
la servidumbre voluntaria” [34].
El
sostén de la crítica y de la posibilidad de imaginar algo otro, procede de la memoria,
de una memoria negada y subversiva, que está enraizada “en un denso fondo de experiencias
multiseculares y de saberes más o menos soterrados que constituyen el legado depositado
por infinitas luchas contra la dominación y contra la explotación” [35], es “el
recuerdo de la libertad y, por consiguiente, el deseo de volver a conquistarla”
[36].
Bajo
esta perspectiva, el anarquismo es “un método de vida y de lucha y debe ser practicado
hoy y siempre” [37]; se puede entender como un “proyecto común para una
multitud de situaciones, para una infinidad de maneras de sentir, de percibir y
de actuar”38, pues significa “un instrumento para conocer y comprender y
subvertir lo existente” [39]. El horizonte libertario, en tanto hacer pensante,
al implicar nociones-prácticas que irrumpen simultáneamente, debe existir (…) subvirtiendo todo etnocentrismo y
dogmatismo, la anarquía sólo puede darse como perpetua recreación y
resignificación de ese fondo, en cada cultura. Se recrea desde lo creado, y se
re-significa desde lo significado: la anarquía, como la utopía de Gustav
Landauer, es el “recuerdo de todas las utopías anteriores [40].
La
crítica libertaria rara vez acude a abstracciones para explicar el mundo
social, su pensar deviene de la reflexión sobre lo histórico-social. Con
respecto al análisis del capitalismo, el sentido de la elucidación va hacia el
reconocimiento de que (…) la explotación
se hace presente en el conjunto de la existencia al estar cada una de nuestras
interacciones canalizadas hacia una forma de relacionarse que ya ha sido
determinada en función de las necesidades del orden dominante, con el fin de
garantizar la reproducción continuada de una sociedad en la que un@s poc@s
controlan las condiciones de la existencia de tod@s, y por tanto poseen nuestras
vidas [41].
En
el mundo capitalista de la actualidad, “el proyecto social anarquista […] es producto
de las condiciones reales de explotación y de la dominación de clase, de la
forma del poder político y de las luchas sociales asociadas con él” [42]. En
este cuestionamiento de la sociedad capitalista, de la institución del domino
racional del presente, también, “la lucha contra el trabajo siempre ha sido
central en la organización anarquista. Por ella se entiende no la lucha por una
mejora en las condiciones de trabajo o por mejores salarios, sino por abolir totalmente
el trabajo en tanto relación de dominio” [43].
La
lucha contra el trabajo en el movimiento libertario, que no es una lucha contra
el hacer creador de la sociedad ni contra la producción de aquello que
satisfaga las necesidades de la propia sociedad, busca hacer manifiesto que “el
ser humano moderno, occidental, vive en un mundo que funciona de acuerdo a los
símbolos mecánicos y matemáticos del tiempo del reloj. Este le dicta sus
movimientos e inhibe sus acciones” [44]. El disciplinamiento y la concepción de
una vida que se basa en la repetición, donde no hay posibilidad de vivir múltiples
vidas posibles, se cristaliza en el tiempo-reloj.
En
este sentido, la crítica libertaria del capital no se contenta con una
descripción de las relaciones sociales capitalistas, tampoco reduce sus
cuestionamientos al ámbito de quién posee los medios de producción, propone
como condición la abolición de la explotación y la alienación que instituye la
mercantilización y privatización de la vida.
Lo
que se debe reconocer es que la postura anticapitalista y, también, antiestatal
que ha desplegado el anarquismo en sus elucidaciones, pero sobre todo, en sus
formas de hacer política están enmarcadas en la ruptura de la dominación; por
tanto, es pertinente comprender que el rechazo de la sociedad dividida entre
dirigentes y ejecutantes —de la heteronomía— al ser la relación social de poder
coercitivo y jerárquica que posibilita la explotación, es al mismo tiempo el
rechazo del capitalismo y su Estado, del patriarcado y el racismo, de la relaciones
desiguales entre jóvenes y adultos.
En
esta tónica, la crítica al Estado no se reduce al cuestionamiento de quién
ocupa y controla el gobierno, ni bajo qué régimen está organizado un país, ni
se trata de sustituir un gobierno por otro. La base desde donde el movimiento
anarquista niega las formas estatales de organización está en la ruptura y la
superación de las formas de representación, de la división de la sociedad entre
unos que mandan y otros que obedecen –entre gobernados y gobernantes–, en la
lucha contra la fragmentación social de la sociedad para convertir al pueblo en
ciudadanos.
El
cuestionamiento al Estado va en la perspectiva de ese horizonte ético-político que
busca desterrar “toda forma institucionalizada de coerción y, en consecuencia,
toda forma instituida de poder político (o de dominación)” [45]. Dentro de la
reflexión libertaria contra la dominación, no hay una mirada superficial y
vulgarizada del Estado, no se considera como un mero instrumento de clase o
grupo que lo detenta, no es una instancia neutral; históricamente ha sido un
conjunto de relaciones sociales que han servido para reproducir la división de la
sociedad entre dirigentes y ejecutantes, en la actualidad además de seguir
garantizando la existencia una sociedad jerárquica y organizada mediante una
forma de poder político coercitivo, es un Estado capitalista, pues sus
relaciones sociales están instituida para permitir la reproducción de las
relaciones de explotación, alienación y trabajo abstracto; (…) el Estado es, fundamentalmente, un paradigma
de estructuración jerárquica de la sociedad, necesario e irreductible en el
espacio del poder político o dominación […] es construido a partir de la
expropiación que efectúa una parte de la sociedad sobre la capacidad global que
tiene todo grupo humano de definir modos de relación, normas, costumbres, códigos,
instituciones, capacidad que hemos llamado simbólico-instituyente [46].
Es
evidente, entonces, que cualquier intento de transformación que pase por el Estado,
está destinado a seguir creando formas de dominación, como señala Pierre
Clastres, “toda sociedad dividida es una sociedad en servidumbre […] no opera
distinción alguna interior del conjunto constituido por las sociedades
divididas” [47], el mismo autor, reconoce que (…) no hay deslizamiento progresivo de la libertad hacia la
servidumbre, no hay intermediarios, no hay la figura de un social equidistante
de la libertad y de la servidumbre, sino la brutal desventura que provoca el
derrumbamiento de la libertad de antes en la sumisión que le sigue [48].
Incluso,
el tipo de gobierno que se nos presenta, por la sociedad del espectáculo, como
la mejor forma de organización de la vida posible: la democracia, no puede
ocultar el hecho de que también significa dominación, también se instituye como
poder político coercitivo, también implica jerarquía, alienación y expoliación
de la capacidad creativa de la sociedad, de la capacidad para decidir sobre lo
que le compete directamente. La democracia sigue siendo parte de los “sistemas
sociales en los cuales la función de regulación no está ejercida por la
colectividad sobre sí misma, sino por una parte de la colectividad […] sobre otra”
[49].
Lo
que podemos percibir es que históricamente el movimiento libertario al no dejarse
cautivar con el discurso liberal de la democracia, ha sabido reconocer y ha
colocado en un mismo lugar al totalitarismo, al socialismo burocrático, al
fascismo, al colonialismo, a la democracia liberal y representativa, al
socialismo del siglo XXI, a cualquier forma de gobierno progresista y a las
infiltraciones autoritarias que se lanzan a través de odas al poder popular.
La
actualidad del anarquismo y la garantía de que siga existiendo y recreándose desde
el antagonismo social, depende de que el horizonte libertario se mantenga
todavía en una postura que se instituye como práctica y pensamiento “sin
centro, sin dogma, combatiendo sin descanso a todo grupo que en su nombre
pretenda definir una ortodoxia” [50]. Para dar lugar a un movimiento libertario
y a un “anarquismo [que] es múltiple, diverso y abigarrado [51], que puede
diluirse, irrumpir, actualizarse, increpar y aportar a las colectividades en
ruptura, a los movimientos anticapitalistas en los instantes de conflicto
social de cada ahora-tiempo.
El proyecto anarquista para autogestión integral de
la vida
Los
dos aspectos en lo que se pueden enmarcar los principales esfuerzos del movimiento
anarquista, donde el horizonte ético-político libertario ha podido trastocar relaciones
sociales de dominio, mediante sus formas de hacer política desplegadas desde los
barrios, el mundo del trabajo, las comunidades en lucha y la clandestinidad de
la vida cotidiana, es en la construcción de una subjetividad radical e
insumisa, así como en la puesta en práctica de proyectos de autogestión,
orientados a la generalización de ésta.
Para
el movimiento libertario “la emancipación debe darse en la manera concreta de
vivir y de relacionarse con los otros” [52], de ahí la necesidad de construir
“una subjetividad autónoma y solidaria” [53], además, de la necesidad de la
generalización de la autogestión, pues ésta (...)
otorga un contenido de socialización llevado hasta el límite de la
racionalización; por consiguiente, un contenido de lucha contra el centralismo
y contra toda planificación constituida por la propiedad privada de una casta
de profesionales de la economía y de la política [54].
La
subjetividad que está en germen en la praxis anarquista “no implica descuidar la
sociedad” [55], todo lo contrario, “la subjetivación no se hace al margen de
los otros, sino con los otros y contra los otros, en la construcción de nuevas
relaciones humanas en todas las esferas de la actividad social” [56]. La
creación de una subjetividad reflexiva y autónoma se encuentra con el proyecto
de autogestión, (…) en tanto que modo de regulación situado en la base, en las
unidades más moleculares de la producción y de la vida diaria, exige, al nivel
más global, un trastorno de la política instituida, de la noción sacrosanta de
centro tal y como sólo el pensamiento libertario ha intentado concebirla [57].
Para
el movimiento libertario una sociedad en libertad se construye en el aquí y ahora,
destruyendo la dominación y creando autogestión al mismo tiempo; a partir de
instantes vividos de ruptura y antagonismo se elucidan relaciones sociales y
significaciones imaginarias otras, que van proyectando un nuevo sentido de la
vida, antiestatal y anticapitalista.
Supone
instantes revolucionarios, porque desde el horizonte ético-político libertario la
revolución social es una revolución de la vida cotidiana, ya que involucra la
extensión de la acción directa como medio de lucha, la generalización de la
autogestión y la creación de una subjetividad insumisa. La revolución social es
“la instauración de nuevas instituciones y modos de vivir al interior de la
sociedad impugnada” [58], es decir, una “voluntad de revolucionar cultural y
políticamente a la sociedad” [59].
El
horizonte anarquista no recurre a un sujeto revolucionario en abstracto o
preestablecido por una teoría desarrollada por alguna persona, sólo los sujetos
en lucha, capaces de generar instantes que interrumpan la dominación, son
durante ese momento el sujeto revolucionario, en este sentido, cada sujeto
social está desgarrado por la contradicción entre la ruptura y la repetición,
en el día a día cada sujeto social vive instantes de insubordinación e instantes
de dominación; “no existe el pueblo homogéneo, sino gentes diversas,
categorías. No existe la voluntad revolucionaria de las masas, sino momentos
revolucionarios” [60].
Esta
revolución social descentralizada y discontinua es, al mismo tiempo, la defensa
de formas de vida y relaciones sociales que siguen resistiendo desde hace
cientos de años al capitalismo —como la cultura y las formas comunales de vida
de los pueblos indígenas—, y la creación de nuevas significaciones, prácticas y
relaciones sociales que vayan más allá del capitalismo y el Estado, es decir,
que interrumpan el continuum de la dominación. Así pues, no existe nada
más lejos que pensar que la era de las revoluciones ha finalizado con la
imposición del neoliberalismo como único modo de vida posible o con el fracaso
de los socialismos reales.
Para
el anarquismo lo que prima es una revolución integral, que trastoque cada aspecto
de la vida, no basta con disolver el Estado o socializar los medios de
producción, es necesario deshacer el patriarcado, el racismo, el autoritarismo,
la jerarquía. Lo único sobre lo que se puede tener cierta claridad en el
horizonte ético-político libertario, como propuesta de vida, es que “no se
puede posponer para después de una eventual revolución la puesta en práctica de
los principios de vida socio-antagónicos y que no se puede supeditar el
presente a las promesas ubicadas en el futuro” [61]. La posibilidad de dar
rienda suelta a una tentativa de vida anárquica está en lo que hoy seamos
capaces de prefigurar, en los territorios donde existimos y desde los que
luchas y nos organizamos. En cada gesto, acción, palabra, silencio que hagan
nacer a cada instante una colectividad libre.
Por más que
callen
por más vueltas
que de el mundo
por más que
nieguen los acontecimientos
por más represión
que el Estado instaure;
por más que se
laven la cara con la democracia burguesa […]
por más guerras
y represión que impongan;
por más que
intenten negar la historia y la memoria de nuestra clase;
Más alto
diremos:
asesinos de
pueblos
miseria de
hambre y libertad
negociadores de
vidas ajenas
más alto que
nunca, en grito o en silencio,
recordaremos
vuestros asesinatos
de gentes,
vidas, pueblos y naturaleza.
De labio en
labio, paso a paso, poco a poco.”
Salvador Puig Antich
Notas:
[1]
GRAEBER, D & GRUBACIC, A (2012). “El anarquismo, o el movimiento
revolucionario del siglo XXI”, en: ZCommunications. Disponible: http://zinternational.zcommunications.org/Spanish/1204graeber.htm,
(02 julio/2012).
[2]
Ibídem.
[3]
DEBORD, G (2002). La sociedad del espectáculo. Pre-Textos, Valencia, p.
76.
[4]
AMORÓS, M (2016). “Las utopías forman parte del combate”. Entrevista a Miquel
Amorós”, In: Diagonal. Disponible en: https://www.diagonalperiodico.net/blogs/aitor-jimenez-y-pedro-jose-mariblanca/entrevistamiquel-amoros-teorico-y-militante-anarquista,
(15/marzo/2016).
[5]
Ibídem.
[6]
FERRER, Ch (2006). Cabezas de tormenta. Terramar, Buenos Aires, p. 19.
[7]
VANEIGEM, R (1988). Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes
generaciones. Anagrama, Barcelona, p. 245.
[8]
COLOMBO, E (2006). La voluntad del pueblo. Democracia y anarquía. Terramar,
Buenos Aires, p. 91.
[9]
BENJAMIN, W (2008). Tesis sobre la historia y otros fragmentos. Itaca-unam,
Ciudad de México.
[10]
DEBORD, G (2002). Op. cit.
[11]
GÓMEZ MULLER, A (2009). Anarquismo y anarcosindicalismo en América Latina.
Colombia, Brasil, Argentina y México. La Carreta, Medellín, p. 10.
[12]
GRAEBER, D (2002). “Los nuevos anarquistas”. New Left Review. nº.13, marzo-abril, pp. 139-151.
[13]
Ibídem, pp. 16-17.
[14]
Como la pertinencia de la acción directa, la horizontalidad y la afinidad,
junto con la crítica de la representación, la jerarquía y la coerción para
desplegar formas de autogestión de la vida.
[15] GRAEBER, D (2002). Op. cit., pp. 20-21.
[16] TISCHLER, S
(2009). Imagen
y dialéctica. Mario Payeras y los interiores de una constelación
revolucionaria, f&g-buap-icsh-flacso, Ciudad de Guatemala, p.
79.
[17]
Es importante destacar que en el anarquismo no ha existido la figura del
intelectual profesional, cuya función seria dar la línea política correcta y pretender
ser la vanguardia de los movimientos revolucionarios, si bien, ello no
significa que en el movimiento libertario esté ausente el pensamiento crítico y
la reflexión, estos han sido creación de los propios militantes, son el
resultado de una elucidación desde la propia práctica política y su visión
sobre el contexto histórico-social.
[18] FERRER, Ch (2006). Op. cit., pp. 11-12.
[19]
COLSON, D (2003). Pequeño léxico filosófico del anarquismo. De Proudhon a
Deleuze. Nueva Visión, Buenos Aires, p. 33.
[20]
ROCA MARTÍNEZ, B (2008). Anarquismo y antropología. Relaciones e influencia
entre la antropología social y el pensamiento libertario. La Malatesta,
Madrid, p. 11.
[21]
D´AURIA, A (2007). “Introducción al ideario anarquista”, In: El anarquismo
frente al derecho. Lecturas sobre propiedad, familia, Estado y justicia. Grupo
de Estudios sobre el anarquismo. Terramar, Buenos Aires, p. 11.
[22]
IBÁÑEZ, T (2006). ¿Por qué A? Fragmentos dispersos para un anarquismo sin
dogmas. Anthropos, Barcelona, p. 176.
[23]
GRAEBER, D (2011). Fragmentos de antropología anarquista. Virus, Bilbao,
p. 15.
[24]
Entiendo lo cualitativo como “un resumen, una condensación, una comunicación
directa”. VANEIGEM, R (1988). Op. cit., p. 207. Esos gestos, palabras,
actitudes, pensamientos y prácticas radicales que manifiestan “de manera
innegable la presencia de la posibilidad abierta a la poesía, es decir, a la
construcción total de la vida cotidiana, a la inversión global de perspectiva,
a la revolución”. Ibídem.
[25]
COLSON, D (2003). Op. cit., p. 30.
[26]
GÓMEZ MULLER, A (2009). Op. cit., p. 21.
[27]
IBÁÑEZ, T (2006). Op. cit., p. 11.
[28]
COLOMBO, E (2006). Op. cit., p. 36.
[29]
GRAEBER, D & GRUBACIC, A (2012). Op. cit.
[30]
BERTOLO, A (2005). “Poder, autoridad, dominio: una propuesta de definición”,
in: FERRER, Ch (Comp.) (2005). El lenguaje libertario. Antología del
pensamiento anarquista contemporáneo. Terramar, Buenos Aires, p. 96.
[31]
D´AURIA, A (2007). Op. cit., p. 31.
[32]
COLOMBO, E (1994). “El anarquismo ante la crisis de las ideologías”, in: Ateneu
Eciclopèdic Popular, Ateneu Llibertari “Poble Sec”, Fundación d´Etudis
Llibertaris i Anarcosindicalistes, Fundación Anselmo Lorenzo.
Anarquisme: exposició internacional. Fundación
d´Etudis Llibertaris i Anarcosindicalistes-Ateneu Eciclopèdic Popular- Ateneu
Llibertari “Poble Sec”, Barcelona, p. 44.
[33]
CLASTRES, P (2005). “Libertad, desventura, innombrable”, in: FERRER, Ch (Comp.)
(2005). Op. cit., p. 39.
[34] Ibídem, p. 33.
[35] IBÁÑEZ, T (2006). Op. cit., p. 184.
[36]
CLASTRES, P (2005). Op. cit., p. 47.
[37] COLOMBO, E (2006). Op. cit., p. 38.
[38]
COLSON, D (2003). Op. cit., p. 31.
[39] BERTOLO, A (2005). Op. cit., p. 83.
[40] GÓMEZ MULLER, A (2009). ). Op. cit., p. 54.
[41] WILLFUL D (2006). “Desarrollar relaciones de afinidad”, in:
WILLFUL, D (2006). Ni intelectualismo ni estupidez
y otros textos. Mariposas del Caos, Buenos Aires, p. 7.
[42] COLOMBO, E (2006). Op. cit., p. 37.
[43] GRAEBER, D (2011). Op. cit., p. 91.
[44]
WOODCOCK, G (1995). “La dictadura del reloj”, in: BAIGORRIA, E (Comp.) (1995). Argumentos
para la
sociedad del ocio. La
Marca, Buenos Aires, p. 34.
[45]
COLOMBO, E (2006). Op. cit., p. 34.
[46]
COLOMBO, E (2005). “El Estado como paradigma de poder”, en: FERRER, Ch (Comp.)
(2005). Op. cit., p. 59.
[47] CLASTRES, P
(2005). Op. cit., p. 35.
[48]
Ibídem.
[49]
BERTOLO, A (2005). Op. cit., p. 89.
[50]
COLOMBO, E (2006). Op. cit., p. 38.
[51]
Ibídem.
[52]
GÓMEZ MULLER, A (2009). Op. cit., p. 22.
[53]
Ibídem., p. 15.
[54]
LOURAU, R (1980). El Estado y el inconsciente. Ensayo de sociología política.
Kairos, Barcelona, p. 201.
[55]
GÓMEZ MIULLER, A (2009). Op. cit., p. 21.
[56] Ibídem.,
p. 23.
[57] LOURAU, R
(1980). Op. cit., p. 201.
[58] FERRER, Ch
(Comp.) (2006). Op. cit., p. 11.
[59]
Ibídem., p. 13.
[60]
BERNERI, C (1998). Humanismo y anarquismo. Los Libros de la Catarata,
Madrid, p. 84.
[61]
IBÁÑEZ, T (2006). Op. cit., p. 184.
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