Rafael Cid
“Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo
también mira dentro de ti”
(Nietzsche)
Antisistema
siamo tutti. Hace años, el colmo de
la disidencia consistía en declararse “antisistema”, que era tanto como hacer
oposición a todo Dios. Ni radical ni ser de izquierda tenían tanta pátina subversiva.
Lo verdaderamente refractario, lo enrage
químicamente puro, estaba en ese universo militante que rechazaba de plano el statu quo. Todo lo demás pertenecía a la
órbita de lo convencional, trillado y conservador. Aunque a la hora de las
taxonomías ideológicas, en el subconsciente, lo antisistema aún se ubicaba como
una categoría del extremismo izquierdista.
Ahora
todo eso ha saltado por los aires como consecuencia de la crisis de la deuda y
las recetas austericidas aplicadas como unilateral cortafuegos por los
gobiernos de la eurozona. Ni derecha ni izquierda, ni arriba ni abajo, solo dentro
y con o fuera y contra. No quedan más posibilidades. Las últimas elecciones en
Italia han ratificado la ruptura epistemológica en ciernes en el mismo
epicentro de la Unión Europea (UE). Como ya ocurriera antes en Francia con el
ascenso del Frente Nacional (FN) y en Alemania con Alternativa para Alemania
(AA).
El
chupinazo del Movimiento 5 Estrellas (M5E) de Luigi Di Maio y el no menos sorpasso
de la Liga de Matteo Salvini, son la viva expresión de que lo antisistema ya no
tiene una única denominación de origen. Entre otras cosas, o quizás por eso,
debido a que su irrupción no se debe a un proceso de decantación ideológica,
sino a un vuelco sociológico. Es una rebelión contra lo políticamente correcto
y sus filiales mediáticas y demoscópicas. Una expresión de hartazgo frente a la
realpolitik ejecutada por los mandatarios de la UE que hicieron oídos sordos a los
problemas de la gente a la que decían representar. Hasta ayer un colectivo de
votantes y contribuyentes cumplidores sin rechistar. El estrambótico Donald
Trump es el último figurante VIP de esta añada antiestablishment.
Evidentemente,
cuando esos poderes han visto peligrar sus posiciones ante tan súbita
arremetida han corrido a encasillarlos de apestados. Populistas es el término
de moda utilizado para intentar una marginación lexicográfica que contenga el
tsunami. Expresión recurrente desde el momento en que las nuevas siglas vienen
ciertamente abrazadas por los sectores más populares de la ciudadanía. Es más,
las bases de esas formaciones políticas emergidas proceden en la mayoría de los
casos de las clases trabajadoras. Del trasvase de currantes y antiguos
seguidores de los partidos comunistas, caso de Francia e Italia, y de sus
hermanos en la fe en la ex República Democrática Alemana (RDA). Parece como si,
por ironías de la vida, los epígonos del nacionalsocialismo y sus mellizos del
socialismo en un solo país confluyeran en el punto ciego de un nuevo y
catártico compromiso histórico. Las masas son imprevisibles. En El 18
brumario de Luis Bonaparte ya Marx denunciaba “cómo la lucha de clases creó
en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje
mediocre y grotesco representar el papel de héroe”.
¿Exageración,
pesimismo antropológico? Todo depende de la posición del observador Pero de momento
el marcador de lo experimentado es adverso para los antisistemas gauchistas
(internacionalistas), que corren el riesgo de la duplicidad con su némesis al compartir
idéntica socialización euroescéptica y antiglobalizadora. El único exponente de
esa tendencia que ha tocado poder, la Alianza de Izquierda Radical (Syriza) en
Grecia, no solo está legislando las medidas economico-sociales más draconianas
que se han visto nunca en el lugar que inventó la democracia, sino que además,
para liderar el gobierno, pactó con Griegos Independientes. Una formación que a
decir del ex ministro de Hacienda heleno, Yanis Varoufakis, “en las cuestiones
sociales y relaciones internacionales adoptaba postulados más propios de la
extrema derecha, que rezumaba ultranacionalismo, un velado racismo, un profundo
sexismo y homofobia” (Comportarse como adultos ). Y existe el riesgo de que
cunda el ejemplo si el M5E forma gobierno en Italia con los facinerosos de la
Liga.
Pero es
que, además, el mapa insurgente antiélites está dejando sin relato a uno de los
dogmas de la mística revolucionaria. El asalto a los ciegos ya no precisa de
una toma violenta del poder por parte de vanguardias iluminadas. Se puede
conquistar el palacio de invierno a lomos de una mayoría social representativa,
y por las urnas. Incluso estaríamos tentados de añadir que “democráticamente” si
incurriéramos en el error habitual de reducir la democracia al exclusivo rito
del sufragio. Al alegre paso de los votos, las huestes del xenófobo FN pasaron
a la segunda vuelta en las últimas presidenciales galas; la ultranacionalista
Liga ha multiplicado su aforo hasta trepar al tercer puesto del escrutinio; y
los postfascistas de Alternativa para Alemania blanden encuestas favorables que
les sitúan por encima del histórico SPD. Para los radicales de toda la vida
debe hacerse muy duro admitir que los enemigos de siempre hoy compiten en su
misma categoría.
Todo esto
ha ocurrido porque el sistema se ha convertido en un juego de monopoly donde no existe diferencia real
entre gobierno y oposición, entre la derecha y la sedicente izquierda. Unos y
otros, cabezas trocadas, reman en la misma dirección al servicio de los grandes
poderes económicos y financieros. Un indecente turnismo instituido que la
debacle de la crisis hizo insufrible para millones de personas que sin comerlo
ni beberlo pagaron los platos rotos de la plutocracia dominante. No obstante,
no hay un patrón ideológico que uniformice a los múltiples populismos en liza. Como
demuestra el hecho de que sean precisamente los dos países que soportaron
largas dictaduras, España y Portugal, los únicos que se han salvado de la peste
facha. Pero la socialización de la protesta ha dejado de ser patrimonio de la izquierda
nominal.
Hoy el aggiormento desborda las fronteras
ideológicas. Así, el sector ultra se define anticapitalista; dispone de
“hogares sociales” okupados donde exhiben sus específicas propuestas
antisistema (los nacionales primero) y admite la diversidad sexual rompiendo moldes
con su tradición homófoba (la líder de Alternativa por Alemania es una orgullosa lesbiana).
Incluso podría encontrarse una trabazón orgánica entre la cara A del populismo,
representada por la extrema derecha xenófoba, y la cara B, inserta en la extrema
izquierda comunista, en la utilización del aparato de agitprop financiado por
Putin y su nomenklatura. Las campañas de desinformación (posverdad) de corporaciones
mediáticas como Rusia Today y Sputnik tienen terminales tanto entre poscomunistas
como entre posfascistas. El partido Democracia Nacional y el Movimiento Social
Republicano (aquí los términos democracia y republicano son meros ardides)
comparten los mismos padrinos con los oligarcas del Kremlin que tan
generosamente financian al Frente Nacional de Marine Le Pen. Desde la anexión
militar de Crimea y el apoyo ruso a la guerra en el Este de Ucrania, ambas
troneras marcan el mismo paso.
Aun así
hay un porqué en su estampida. El humus que lo fertiliza todo tiene su
epicentro en los brutales costes de la crisis repercutidos sobre las víctimas
mediante reformas estructurales, recortes y ajustes que han devaluado a machete
libertades y derechos sociales y laborales, dejando a la intemperie a la
ciudadanía. Las descaradas transferencias de rentas del trabajo al capital y la
obscena privatización de servicios públicos, programadas por muchos gobiernos
europeos al son de la Troika, están en la razón de ser del terremoto que
cuartea el mapa político continental. En este sentido, el caso español, lejos
de ser un aparte, constituye un agravante por la corrupción galopante que atraviesa
al Régimen del 78. Como demuestra el brusco plante de las “clases pasivas”
hartas de ser, junto los jóvenes, los paganos de sus fechorías.
Cuando el
gobierno del Partido Popular dice que no hay dinero para actualizar las
pensiones según el índice del coste de la vida (IPC) y que el Fondo de Reserva de
la Seguridad Social (FRSS) está agotado, no hace sino reconocer la asignación
mafiosa de los recursos públicos, la economía de suma cero que practica (la “expropiación”
de las autopistas privadas fallidas por 760 millones de euros es otro indicador
más de su condición cleptómana). Se oculta que mucha de esa escasez dolosa proviene
de “socializar” los más de 40.000 millones de euros que supone al año la
corrupción, según datos de la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia
(CNMC). Cifra a la que habría que añadir, ahora en una única partida, los otros
60.600 millones del rescate del sistema financiero que se dan por perdidos por
el Banco de España (en buena parte a cuenta de la Bankia de Rodrigo Rato y de
la Catalunya Caixa de Narcís Serra, entre vicepresidentes andaba el juego).
En eso
todos los populismos coinciden: el sistema se ha hecho antinosotros.
[Artículo
publicado originalmente en el periódico Rojo
y Negro # 322, Madrid, abril 2018. Número completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro%20322%20abril%20.pdf.]
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