Layla
Martínez
… Esta forma de entender la sexualidad [que había desarrollado
el anarquismo desde fines del S. XIX hasta la década de 1930] no volverá a
surgir hasta los años setenta, cuando el feminismo cobre fuerza como movimiento
y luche por convertir lo personal en político. Las reivindicaciones en torno a
la sexualidad vuelven entonces a estar encima de la mesa, y el feminismo comienza
a generar un discurso propio sobre cuestiones como el aborto, la maternidad o
las relaciones de pareja. Sin embargo, salvo excepciones puntuales, este
discurso no conecta con el anarquismo hasta los años noventa, cuando los
sectores más radicales del feminismo comienzan a reflexionar sobre la
sexualidad, no ya solo desde el punto de vista de reivindicación de los
derechos, sino desde el ámbito de la identidad. Se produce entonces una confluencia
entre el anarcofeminismo y los sectores más radicalizados del movimiento LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y
Bisexuales), que hará surgir un discurso propio sobre la sexualidad, en lo que
se conocerá como la teoría queer. Aunque esta teoría tendrá una vertiente
puramente académica, también habrá otra que se desarrollará en ambientes mucho
más alternativos, como centros sociales y edificios okupados, y que se
difundirá a través de blogs y fanzines.
Se construye así un discurso sobre la sexualidad en el que
se considera que todo es construido, no solo el género, sino también
el sexo, y que, por tanto, todo puede ser destruido y vuelto a construir. Si a
esto le unimos las tesis de Foucault, que será uno de los pilares de la teoría
queer, y el pensamiento anarquista, conseguimos un discurso de una
potencialidad emancipatoria brutal, porque no solo tenemos un análisis
brillante sobre cómo la dominación se inserta en los cuerpos, sino además
sabemos que esto es social y no biológicamente construido, y disponemos de una
ideología –el anarquismo– que nos permite identificar a los responsables de esa
dominación y nos da las armas para cambiar las cosas. Tenemos así que el
anarquismo y el pensamiento de la izquierda más radical están volviendo a
aportar herramientas para crear un discurso propio sobre la sexualidad, capaz
de volver a recuperar la iniciativa en este terreno. Esto coincide además con
un momento de escasa profundidad teórica en el pensamiento sexológico, en el
que la Sexología ha quedado prácticamente limitada a charlas sobre prevención de
enfermedades de trasmisión sexual en los institutos. En este sentido, es
especialmente importante continuar en ese camino de recuperación de la iniciativa,
ya que el anarquismo tiene la oportunidad de dotarse de una herramienta teórica
fundamental en la lucha contra la dominación.
Propuestas
La sexualidad es una cuestión política que se construye discursivamente,
es decir, a partir de los discursos hegemónicos y contrahegemónicos que se
crean en torno a ella. Obviamente, no todos los discursos tienen el mismo peso en
esa construcción, pero todos muestran cómo nuestro sexo y nuestra sexualidad no son previos a los discursos sobre
ellos, cómo son productos culturales y no biológicos. Esto no quiere decir que
no haya una base biológica, pero esa base es modifi cada y utilizada en función
de los discursos construidos socialmente, y eso es lo fundamental, porque es lo
que permite que podamos usarla para ser dominados o para ser libres. La
libertad requiere la emancipación en todos los aspectos, y no podemos ser libres con unos cuerpos disciplinados
en función de las necesidades del sistema. Por ello, el anarquismo necesita
recuperar la iniciativa en el pensamiento sobre la sexualidad, volver a
construir un discurso propio que tenga como objetivo la lucha contra el disciplinamiento
de los cuerpos y el fi n de todas las formas de dominación. Sin ello, sin un
pensamiento contrahegemónico capaz de hacer frente al discurso del sistema, careceremos
de herramientas teóricas para luchar por la emancipación, y ya sabemos que,
como decía Soledad Gustavo, “las revoluciones no son hijas del estómago, son
hijas del pensamiento”.
Por ello, debemos aumentar la reflexión y el debate sobre nuestra
sexualidad y nuestros cuerpos desde dentro del movimiento anarquista,
especialmente en un momento en el que no hacerlo implica que la iniciativa en
este ámbito la lleven los grupos antiabortistas o la propaganda de Hollywood,
en la que se normalizan situaciones de control dentro de la pareja y en la que
se refuerza constantemente la idea de que ésta implica una entrega total a la
otra persona por la que debemos renunciar a nuestras propias ideas y deseos,
sobre todo en el caso de las mujeres. Además, en este debate es importante
tender puentes y construir alianzas con el anarcofeminismo y los sectores más
radicales del movimiento queer, que ya han sentado las bases de una reflexión
que debe hacerse extensiva a todo el pensamiento libertario y no únicamente a
un sector de él. En ocasiones, el feminismo y las tesis queer parecen encontrar
resistencias en el movimiento anarquista más convencional, que las considera
unas cuestiones secundarias respecto a temas laborales o económicos. Sin
embargo, la riqueza del anarquismo está precisamente en que nunca fue como el
marxismo, nunca fue solo una teoría económica, sino que es una filosofía de
vida, una ideología que lucha contra la dominación en todas sus
manifestaciones, y no únicamente en el plano económico. Por eso, el anarquismo siempre
entendió que no era suficiente con tomar los medios de producción, sino que la
libertad era mucho más que eso y que empezaba precisamente en el fi n de la domesticación
sobre los cuerpos. A partir de este debate, el anarquismo deberá pasar a la
práctica y construir movimiento mucho más allá del plano teórico, en la calle,
pero para ello el primer paso debe ser la reflexión.
[Texto entresacado de un artículo más extenso, titulado “Hartémonos de amor ya que no podemos hartarnos de pan: sexología
y anarquismo”, publicado originalmente en la revista Estudios, # 2, Madrid, 2012. Versión completa del artículo
disponible en https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/4147854.pdf.]
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