Revista
Al Margen
Empezamos a ser conscientes de la
encrucijada histórica en la que nos encontramos, debido al fracaso del modelo
socioeconómico y el choque con los límites ecológicos. Resulta sorprendente ver
lo inspiradoras que pueden ser las históricas reflexiones y practicas
libertarias sobre la ciudad y la agricultura. Propuestas que se han ido
reactualizando con el paso del tiempo, llegando a socializárse de forma
desconocida entre amplias capas de la ciudadanía.
Arraigar alternativas a la ciudad
industrial
El
error más grande y más fatal cometido por la mayoría de las ciudades fue
también basar sus riquezas en el comercio y la industria, junto con un trato
despreciativo hacia la agricultura.
P.
Kropotkin
Históricamente hablar de ciudades era
hablar de agricultura, hasta el acelerado proceso de industrialización que, con
el acceso a la energía abundante y barata, posibilitó un aumento de los
procesos de urbanización, el transporte a larga distancia y la expansión de
mercados globales. El surgimiento de la ciudad industrial alimentó una ficticia
independencia del suministro de alimentos de producción local y de la
disponibilidad estacional, fomentando la progresiva degradación y distanciamiento
afectivo de los espacios agrícolas. Un acelerado proceso de urbanización que
acabó tanto con las economías campesinas como con la ciudad tradicional.
El malestar existente por las ciudades
insalubres, el auge del individualismo, el predominio de la propiedad privada,
la explotación del industrialismo y la escasez, impulsaron el utopismo. Relatos
que evidenciaban una nostalgia de las comunidades disueltas por la implantación
de la sociedad moderna, reactualizaban la preocupación por el papel de lo
colectivo y la cooperación, repensaban las relaciones campo-ciudad o el papel
del trabajo y esbozaban el socialismo como una sociedad de la abundancia. El
falansterio de Fourier, New Harmony de Owen o Historias de Ninguna parte de
William Morris abordan reflexiones sobre la ciudad industrial e incitan a un
experimentalismo basado en teorías urbanas alternativas.
Un rasgo común es que todas ellas
apuestan por una reconciliación entre campo y ciudad, abogando por la simbiosis
entre la pequeña industria y la actividad agrícola.
Unos relatos que conviven con la
aproximación histórica y geográfica impulsada por Eliseo Reclús y Kropotkín,
que en sus principales obras defendieron la dispersión de las grandes ciudades
en asentamientos de menor escala, la posible descentralización de la industria
debido al desarrollo de la energía eléctrica, su necesaria combinación con la
agricultura para garantizar la sostenibilidad de los asentamientos, la
importancia del contacto con la naturaleza para el bienestar humano, y la necesidad
de que campesino y ciudadano vayan de la mano1.
Construir
cimientos a los castillos en el aire: la ciudad jardín.
El
campo y la ciudad deben de unirse, y de esta unión florecerá una nueva
esperanza, una nueva vida y una nueva civilización.
E.
Howard
Muy influenciado por los trabajos de
Kropotkin, Howard propone a finales del XIX la idea de Ciudad Jardín como
fórmula que rescata lo positivo de las dinámicas urbanas (la activa vida
social, los servicios públicos, las mayores oportunidades e innovaciones
socioeconómicas) y de las rurales (espacios abiertos, contacto con la
naturaleza, proximidad entre vivienda y trabajo…). Una ciudad autónoma, pensada
para unas 32.000 personas, cuya actividad económica combina la industria
descentralizada y la actividad agrícola, profesionalizada y como actividad de
ocio mediante pequeños huertos urbanos. Un proyecto de descentralización y de
promoción de organismos autogestionados que mediante la cooperación social se
autogobernarían localmente. Los anillos agrícolas que circundan la ciudad
suponen una frontera a la expansión urbana ilimitada, siendo su principal
fuente de abastecimiento.
Inspirado por el experimentalismo
utópico, Howard constituyó una influyente sociedad cívica internacional donde
confluían intelectuales (Bernard Shaw, H. G. Wells…) y planificadores que
intentaron llevar a la práctica sus presupuestos. En 1903, Letchworth, zona
agraria situada a unos 55 kilómetros de Londres, acogería la primera iniciativa
conformada por una amplia diversidad de tipologías de vivienda de baja
densidad, con espacios comunes como cocinas comunitarias o jardines cuidados de
forma colectiva, espacios abiertos y verdes de alta calidad, zonas de juego
infantiles y huertos.
Los ecos de la Ciudad Jardín llegan en
1912 a la geografía ibérica de la mano del Museo Social de Barcelona, y su
bibliotecario Cebriá Montoliu, sentando las bases sobre las que se asentaría el
urbanismo anarquista ibérico y las propuestas del municipio libre. Estas
conviven temporalmente con un activo movimiento de ecologismo popular formado
por grupos naturistas y excursionistas, por la procreación consciente, ateneos
o escuelas racionalistas donde se enseñan ciencias naturales a las clases
populares y se impulsan los primeros huertos escolares.
La Ciudad Jardín es uno de las
principales aportaciones teóricas y prácticas del anarquismo a la historia del
urbanismo, sus ideas permearon los debates y las intervenciones sobre la ciudad
durante décadas. Las primeras políticas de vivienda obrera de la socialdemocracia
en Europa, durante el periodo de entreguerras (Viena, Berlín, Frankfurt…)
fueron núcleos de vivienda con huerto construidas por cooperativas, inspiradas
por arquitectos, urbanistas y paisajistas que formaron parte de la Asociación
Internacional de de la Ciudad Jardín.
Del
control social a la emancipación: las primeras iniciativas de huertos urbanos
Las primeras iniciativas de huertos
proliferarán por Europa a principios el siglo XX como una medida asistencial
que mejoraba las condiciones de vida de la clase trabajadora, así como una
manera de disciplinar a las multitudes urbanas frente a las teorías socialistas
en auge. Muchas de estas primeras experiencias estaban en manos de la iglesia y
de fundaciones asistenciales, por lo que inicialmente las agrupaciones sociales
y anarquistas se opusieron a estas prácticas tildándolas de reformistas o
considerándolas “propuestas prácticas absurdamente insignificantes”, como
afirmaba el mismo William Morris.
Sin embargo, más allá de la vocación de
control social que muchas de estas iniciativas iniciales presentaron
(obligatoriedad de ir a misa, fomento de la propiedad privada,prohibición de
pertenencia a sindicatos, estricta moralidad en la vida familiar…), con el paso
del tiempo el movimiento obrero terminó apropiándose de estas prácticas. La
autonomía y la ayuda mutua ligadas a la socialidad hortelana fueron usadas como
herramientas para consolidar una cultura alternativa. Se pasó así de la
asignación caritativa de huertos a su consideración como un derecho que debían
satisfacer las autoridades locales y un espacio de referencia para movilizar
valores alternativos.
En la reconstrucción de la historia de
los huertos urbanos del Reino Unido, el anarquista Colin Ward apunta que «las
parcelas estaban separadas, pero los hortelanos estaban unidos en su labor
individual pero común», y relaciona directamente los allotments con la
persistencia de una economía comunitaria entre los pobres de la época
victoriana basada en relaciones de colaboración y en la ayuda mutua. Una cultura
del intercambio de semillas, de plantones o de excedentes, pero también de
apoyo en el trabajo en el huerto y de abastecimiento de alimentos a familiares
y conocidos. Los autores destacan también la diferencia entre los nombres de
las asociaciones e instituciones de esta época, y cómo unas transmiten un
sentido comunitario (uniones, cooperativas, sociedades de amigos, clubs…),
mientras otras se autodenominan como caritativas, de beneficencia o religiosas[2].
La otra puerta de entrada de la
agricultura urbana a la ciudad fueron los jardines de infancia y los huertos
escolares, pues gran parte de la población vivía hacinada en viviendas sin las
mínimas condiciones higiénicas, en barrios sin zonas libres y contaminados por
la proximidad a las fábricas. La necesidad de que la infancia dispusiera de
lugares donde respirar aire fresco, jugar y poder hacer ejercicio moderado,
desemboca en la propuesta de jardines de infancia que incorporaran el cultivo
de un huerto como una actividad ideal.
Azadas
de guerra: colectividades y huertos de emergencia en la Guerra Civil
Son muy conocidas las campañas públicas
de agricultura urbana en EEUU y Europa durante las guerras mundiales, que
aunaban la necesidad de incentivar el autoconsumo con la propaganda y la
movilización de la población en la retaguardia. Nuestro contexto está marcado
por la singular coincidencia temporal del conflicto bélico y de diversas
transformaciones revolucionarias, sobre todo en los primeros años de la
contienda. Las dinámicas institucionales eran más frágiles y las iniciativas de
mayor éxito surgían de abajo hacia arriba, impulsadas por sindicatos y
organizaciones políticas.
Entre ellas destacarían experiencias
como los comedores populares, las colectivizaciones que afectaron a la
industrias, principalmente en Cataluña, o de las colectividades agrícolas,
principalmente de Aragón. En el caso de Madrid se colectivizó el mercado
central de verduras, y se impulsaron una treintena de colectividades agrícolas
en la región, incluyendo bordes urbanos que ahora son barrios de la ciudad.
Además, se pusieron en marcha muchas huertas de emergencia en solares y
espacios baldíos de tamaño reducido, pues las que tenían un tamaño más grande
solían estar bajo control sindical. La más llamativa de estas huertas se ubicó
en la plaza de toros de Las Ventas, donde el albero fue reconvertido en campo
de cultivo.
Los
huertos comunitarios
Durante la crisis económica de los años
70 surgen los huertos comunitarios con la ocupación de solares y espacios
abandonados, por colectivos ecologistas y vecinales, reconvertidos en huertos y
jardines autogestionados al servicio de ñas comunidades locales de los barrios
desfavorecidos. Una de las iniciativas de referencia será Green Guerrillas en
New York, que tras los bombardeos de solares abandonados con bombas de semillas
para llamar la atención sobre estos espacios procedieron a ocupar solares para
cultivarlos. El éxito de este movimiento fue tal que en pocos años había varios
centenares en diversos barrios y el Ayuntamiento terminó creando una agencia
municipal para gestionar la cesión de terrenos públicos. La recuperación
económica marcó una etapa conflictiva debido a los desmantelamientos y los
intentos de privatización de muchas de las parcelas, finalmente tras
movilizarse lograron regularizar más de 700.
Posteriormente el ecologismo y otros
movimientos sociales urbanos popularizaron los huertos comunitarios y las
granjas urbanas. En nuestra geografía hemos pasado de 7 municipios con huertos
urbanos en el año 2000 a 313 a finales de 2015, y de la inexistencia a más de
un centenar de huertos comunitarios de base asociativa que se concentran en las
grandes ciudades.
Hacia
un movimiento libertario con raíces en los barrios
La agricultura urbana es una herramienta
que puede servir para intervenir críticamente sobre un modelo urbano y un
sistema agroalimentario marcados por la insostenibilidad y la injusticia
social. Cultivar alimentos en la ciudad es una forma intervenir simultáneamente
sobre múltiples necesidades, demandas y problemas. Algunas de sus principales
potencialidades serían producir alimentos y socializar una nueva cultura
alimentaria, recuperar y reverdecer espacios degradados, impulsar novedosas e
inclusivas formas de participación autogestionada, abrir espacios de
convivencia en atípicas zonas verdes, ofrecer lugares significativos para la
educación ambiental, impulsar una alternativa de ocio y promover hábitos de
vida saludables.
La agricultura urbana siembra tomates
pero cultiva relaciones sociales, una de las cosechas más importantes de estas
iniciativas es producir nuevos vínculos entre las personas y de estas con el
medio ambiente. Si la biodiversidad es uno de los rasgos de la naturaleza, la
hortodiversidad sería uno de los rasgos de la agricultura urbana (comunitarios,
educativos, azoteas, terapeúticos…). Iniciativas que son más relevantes por la
cantidad de personas que interaccionan con ellas que por la cantidad de gente
que alimentan.
Hoy que transitamos un cambio
civilizatorio (crisis energética, ecológica, económica, política…) la
agricultura urbana emerge como una herramienta que permite intensificar
relaciones sociales, reabrir discusiones sobre los usos del suelo y de las
zonas verdes, recuperar en entornos urbanos la lógica de los comunes o discutir
la forma en que se van a alimentar las ciudades en el futuro.
Un hilo invisible comunica el urbanismo
anarquista y la Ciudad Jardín con propuestas actuales como las Ciudades en
Transición o la Vía de la Simplicidad de Ted Trainer, y la agricultura urbana
forma parte sustancial de todas ellas pues anticipa elementos clave que debe
contener cualquier proyecto de futuro para la ciudad. Descentralización,
incorporar límites biofísicos, protagonismo comunitario, economías locales,
tecnologías apropiadas… la influencia libertaria late de forma anónima en estas
iniciativas, enfatizando la importancia de compartir prácticas, solucionar colectivamente
problemas y satisfacer necesidades, más que afilar la retórica revolucionaria.
A muchos anarquismos les vendría bien mancharse las manos de tierra, menos
decires hiperideológizados y más haceres en común, implicarse en la realidad de
las comunidades locales y asumir contradicciones.
Notas
[1] Oyón, JOSE LUIS (2011): “Dispersión
frente a compacidad: la paradoja del urbanismo protoecológico”. Rev. Ciudad y Territorio. Estudios Territoriales
nº43. Ed. Ministerio de Fomento. Madrid.
[2] Crouch y Ward (1988) The Allotment.
[Tomado de https://raicesyasfalto.wordpress.com/2017/08/02/surcos-y-anarquia-una-aproximacion-libertaria-a-la-agricultura-urbana.]
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