Diana Gámez
Qué habrá pensado Sergio Dahbar de la noticia que conmocionó el lunes 15 de nuestras agitadas vidas, según la cual “obligaron a comer pasta con monte y excremento a procesados en justicia militar”. En la página 3 de El Nacional Maru Morales hace un recorrido por la tortura, desplegada contra quienes cayeron en las garras de la brutalidad verde oliva. Esa que no tiene límites para perpetrar el mayor suplicio a aquellos que considere sus enemigos, por órdenes de mi comandante.
Me pregunto si lo de la justicia militar no es un oxímoron como lo de la inteligencia militar, esa estructura sintáctica de palabras opuestas, con la que Jorge Luis Borges nos hizo el bien de explicarnos aquel helenismo.
Qué habrá pensado Sergio Dahbar de la noticia que conmocionó el lunes 15 de nuestras agitadas vidas, según la cual “obligaron a comer pasta con monte y excremento a procesados en justicia militar”. En la página 3 de El Nacional Maru Morales hace un recorrido por la tortura, desplegada contra quienes cayeron en las garras de la brutalidad verde oliva. Esa que no tiene límites para perpetrar el mayor suplicio a aquellos que considere sus enemigos, por órdenes de mi comandante.
Me pregunto si lo de la justicia militar no es un oxímoron como lo de la inteligencia militar, esa estructura sintáctica de palabras opuestas, con la que Jorge Luis Borges nos hizo el bien de explicarnos aquel helenismo.
Dahbar en su columna del sábado 13, Sacar lo peor de uno, mostraba su preocupación por el lanzamiento de los puputov a quienes han asesinado a más de 45 jóvenes venezolanos, cuyo delito fue salir a las calles a protestar contra una tiranía que le acaba de dar el último palo cochinero a lo que quedada de democracia, al impedir el referéndum revocatorio y violentar el calendario electoral, que fijaba elecciones de gobernadores el pasado año y de alcaldes a fines de este 2017. Además del hambre, la tragedia humanitaria, la violencia desatada e incontrolada contra los demócratas, la juventud venezolana no tiene otra salida como no sea la protesta, prevista en la letra muerta con la que se escribió -en masculino y en femenino- una ristra de derechos humanos, a los que el régimen patea un día sí y el otro también, cada vez con más saña e impiedad.
Como en cualquier dictadura la distancia es enorme entre eso que llaman pueblo y la cúpula. De suyo, los dictadores sólo practican el viejo arte de la conversación con su corte de aduladores, con otros tiranos y en el caso venezolano con animales de variadas especies: desde mamíferos, lepidópteros y parte de la avifauna, esa que es portadora de mensajes del más allá, de acuerdo con la cábala comunista vernácula.
Está visto que la macolla no desciende al terreno por donde transita la mayoría de los venezolanos, a quienes la vida se les consume en colas para comprar comida o medicinas, mientras dure la luz del sol. Porque cuando se acerca la noche todos corremos a resguardarnos en nuestras casas, porque la oscuridad es también una amenaza en la calle, que ampara a la delincuencia por encima de todo.
Puede decirse que la Venezuela de estos 18 años se ha convertido en un paraje lóbrego, umbroso, apagado y peligroso por los cuatro costados. Y en estos tiempos en los que prevalece la sociedad del conocimiento, las nuevas tecnologías, la globalización, este protectorado cubano da pasos agigantados hacia lo peor del primitivismo y la barbarie.
Esto es cada vez más ostensible con la primacía desbordada y omnipresente de generales, troperos, soldados, milicianos, reserva, reclutas y todo bicho de uña vestido de verde oliva y armado hasta los dientes para perseguir, hostigar, reprimir y matar civiles de todas las edades. En comandita con los colectivos -émulos de camisas negras y pardas de ingrata recordación para alemanes e italianos-, que hacen parte del trabajo sucio contra quienes sólo quieren vivir en libertad y de manera civilizada.
La barbarie significa ser sumergido en el pozo séptico que ha cavado la cúpula podrida para castigar a los que luchan para salir de esta tiranía. De ese pozo sacaron el material fecal para llenarle el tigrito a Leopoldo López, quien ha sido torturado en Ramo Verde, esa cárcel militar usada para perpetrar todo tipo de tortura contra los presos políticos venezolanos. En ese inframundo -controlado por charreteados a quienes les falta pecho para tantas condecoraciones y distinciones- todo es tenebroso y críptico. Pero algo se escapa, y por eso sabemos que los excrementos también forman parte del menú que destinan a procesados y presos de esas ergástulas militares. Allí preparan sus platos gourmets con pasta marca Clap, les agregan uno que otro monte con materia fecal, aderezado con polvillo de bombas lacrimógenas para estimular la ingesta del condumio coprolálico. Definitivamente las prácticas del más brutal gorilismo no tienen fecha de caducidad, y pueden ser recreadas en cualquier lugar donde los militares sean arte y parte de una dictadura, de izquierda o de derecha.
[Tomado de http://www.correodelcaroni.com/index.php/opinion/item/56140-condumio-y-tortura.]
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