Sofía Comuniello
Sábado
a media mañana: Para parte de quienes habitan Caracas es momento de protesta en
la calle, pero hay quienes tenemos la urgencia de adquirir víveres haciendo
milagros con los escasos recursos disponibles, así que una alternativa (si
contamos con acceso a ella) es el Mercado Mayor de Coche, donde quizás habría
posibilidades de precio y variedad de oferta inaccesibles en la mayor parte de
esta ciudad que, en cuanto a abastecimientos, vive un clima que se aproxima a
lo que se supone padecer en una plaza sitiada.
La
falta de lugares adyacentes donde estacionar con seguridad impone recurrir al
transporte público. El Metro es opción, ya que vivo en la ruta de la Línea 3,
donde las estaciones no se ven tan afectadas por el lock-out aplicado a 30 de ellas. Sin embargo, no escapo de las
penalidades usuales que de un tiempo hacia acá vienen recayendo sobre la
resignada clientela: escaleras mecánicas en su mayoría fuera de servicio, penumbras
o falta total en la iluminación interior, evidente desaseo general en
comparación a tiempos idos, trenes en servicio pese a tener algún vagón
inactivo y/o sin aire acondicionado, larga espera en una estación mientras se
retira de la línea al tren accidentado en la siguiente; tales son las fallas con
las que tropiezo en esta ocasión en lo que es un viaje “normal” en nuestro
transporte subterráneo.
Llego
a la estación Mercado, a unos 50 metros de la entrada al sitio. En tiempos recientes
las aceras aquí han sido ocupadas por innumerables vendedores, de los que sólo
pocos ofrecen alimentos –por lo general recogidos entre lo que descartan
transportistas y mayoristas- ya que la oferta es en su mayoría de toda clase de
bienes y artículos usados que se venden por conseguir algo de dinero para
comprar comida, se incluyen utensilios y herramientas de trabajo que en otras
épocas proveían la subsistencia, sin que falten algunos objetos de más que
dudosa procedencia. Como elemento exótico, está el que probablemente sea el
único buhonero de cacao de Caracas, vendiendo tanto el fruto entero como las
semillas secas. Además, hay quien exprime delicioso jugo de caña con limón,
pero dudo que al regresar me queden mil bolívares para comprar un vaso.
Ya
en la playa del mercado, de nuevo compruebo la declinación de lo que era hace 5
ó 6 años. Un tercio o la mitad de los puestos que había desaparecieron, y más
notable aún es la pérdida en diversidad de oferta de productos, donde ya no hay
una amplia gama de frutas, hortalizas, tubérculos, granos, condimentos y otros
productos que era costumbre obtener aquí en condiciones ventajosas a lo
accesible en otros lugares de la ciudad. Y me refiero tanto a lo de origen
nacional como a lo que llegaba del exterior; ahora estos últimos productos por
entero desaparecidos de la playa del mercado y solo en algunos casos accesibles
en los locales formales al mayor, con precios absurdamente prohibitivos.
Siempre hay mucha gente en ese lugar y es difícil circular, pero es evidente
que la multitud es menor a otros tiempos, llamando la atención tanto el aspecto
físico más enjuto de la gente –obra de “la dieta de Maduro”- como lo limitado
del volumen de compras que en general se hace. Supongo que mi aspecto y mi
compra lo testimonian.
Es
notorio que no están los PNB y GNB, formales encargados de la seguridad y
vigilancia del lugar (una asignación muy disputada por los pingües beneficios
de “matraqueo” que deja), pero de seguro andan en tareas represivas en otros sitios,
así que solo se ven reclutas del ejército, curiosamente desarmados del todo, en
apariencia a cargo de la tarea de orden público (por cierto, uno de ellos me
ofrece con discreción y a muy buen precio un gran atado de cebollín, que no
puedo comprar pues ya me quede sin efectivo). Una de sus ocupaciones es poner
algún orden en el desarrapado gentío que, en un rincón del amplio
estacionamiento, rodea los camiones de donde ya se han descargado lechosas y
melones, desde cuyas bateas choferes y ayudantes arrojan a los hambrientos
frutas despanzurradas que quedaron al fondo de la carga y demasiado
deterioradas para la venta. Con esa imagen imborrable en los ojos, ya sin
dinero y con la compra incompleta (no conseguí calabacín ni apio) regreso al Metro. En el andén,
atormenta mi espera, por cortesía del sonido interno de la estación, la
insufrible melodía de una patética pieza de salsa totalmente falta de sabor y swing,
cuyo estribillo proclama “Chávez seguro, mi voto es por Maduro”…
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