Marcos Valverde (Correo del
Caroní)
Todo
pudo evitarse accediendo a contarse. Pero las mieles del poder han podido más y
en un mes Nicolás Maduro ha echado a rodar toda la capacidad inventiva de la
que él y sus adláteres son capaces para impedir, a toda costa, perder el
gobierno. Tal empeño ha extremado las prácticas represivas que se vieron en
2014 y han dejado, además de los 35 muertos, por los menos mil heridos y más de
mil 700 detenciones.
Como
si la escasez, como si los casi 28 mil asesinados de 2016, como si el
cercenamiento del derecho constitucional al referendo revocatorio presidencial,
como si la tramoya para anular los comicios regionales y como si el hambre
matando venezolanos no fuesen suficiente, a finales de marzo el gobierno de
Nicolás Maduro se inventó una nueva: un golpe de Estado contra la Asamblea
Nacional.
Por
la vía de una sentencia, y en abierto favorecimiento al Poder Ejecutivo, el
Tribunal Supremo de Justicia determinó que el Parlamento democráticamente
electo por 14 millones de venezolanos el 6 de diciembre de 2015 estaba en
desacato. Y a pesar de que 24 horas después hubo el famoso recule a raíz de la
declaración de Luisa Ortega Díaz diciendo por todo el cañón que aquello era un
golpe de Estado, la sociedad democrática y la oposición organizada actuaron.
Como lo siguen haciendo, en la calle. En esa circunstancia, el país cumple un
mes protestando. Ese el mes en el que Nicolás Maduro ha desplegado todo el
poder que transita por las vías de un control abusivo del Estado. En otras
palabras, del autoritarismo.
¿Todo
por qué? Porque ceder implicaría perder el poder. Frente a ello, la oposición
ha mantenido la bandera de cuatro coordenadas básicas: el respeto a las
competencias de la Asamblea Nacional, elecciones generales, apertura del canal
humanitario y liberación de todos los presos políticos. No puede -no debe-
importar que bravatas mediante, Maduro y adláteres pretendan apocar el ánimo de
protesta: la calle no se abandona. Por eso, la represión. Por eso, 35 personas
han sido asesinadas, según cifras del Ministerio Público, y más de 1.700 han
sido detenidas, de acuerdo con el Foro Penal. Todo en este mes convulso.
Seguidillas y subibajas
A
muchos les suena a derrota. A claudicación. A que de nada ha servido. A que
para qué seguir. Pero el costo para el Gobierno ha sido altísimo. Tome en
cuenta a Luisa Ortega, quien fue, digamos, la que abrió el chorro de los
pronunciamientos, y otros connacionales: el hijo del defensor del Pueblo, el
diputado del Gran Polo Patriótico Eustoquio Contreras y hasta el director de
orquestas Gustavo Dudamel, quien, aunque a capriccio, ya le mandó un mensaje a
Maduro en si mayor: frena la represión.
Tómese
en cuenta, además, lo que vino desde afuera: la Organización de Estados
Americanos, con Luis Almagro en la vocería, señalando que aquí hay una
dictadura. O la Organización de Naciones Unidas (ONU) pidiendo en no pocas
ocasiones que se respete la separación de poderes. O Argentina, Brasil, Canadá,
Chile, Colombia, Costa Rica, Estados Unidos, Guatemala, Honduras, México,
Paraguay, Perú y Uruguay preocupados porque aquí están matando gente. Por
hablar del hemisferio, nomás. Hay, además, la parte menos formal del asunto
pero igualmente trascendente en las intenciones: Juan Luis Guerra, Zeta Bosio,
Ricky Martin, Jencarlos Canela, Nicky Jam, Zion & Lennox y J. Baldwin y
hasta la Tigresa de Oriente, sin contar al futbolista Paolo Maldini, han pedido
la paz para esta guerra, Gilberto Santa Rosa dixit. Pero no es un asunto de
guerra: es de la negación absoluta y empecinada de la democracia: la terquedad
de mantener, a como dé lugar, el control institucional.
El porqué
Ese
empecinamiento no es fortuito. Mantener las instituciones (salvo la Asamblea
Nacional) ha sido un trabajo meticuloso por parte de Nicolás Maduro porque es
lo único que puede tener a su favor. El respaldo popular lo perdió
dilapidándolo entre la ineficacia y la corrupción de moño suelto que
caracteriza su gestión. La muestra de ello ha sido este mes. Este mes de, al
menos mil heridos y 33 muertes. Una más escabrosa que la anterior. Tanto por
sus formas como por lo inadvertidas que han pasado para el Gobierno: mientras
hay asesinatos, Nicolás Maduro, guapo y despreocupado, baila.
Ha
sido el mes de la monja y del guardia. Del hombre desnudo entre lacrimógenas.
De una mujer frenando la tanqueta. De un Maduro regordete desafiando ahora con
una Constituyente. De los rumores inclementes y sin filtros ni frenos. De los
asesinatos que se pudieron evitar nada más llamando a elecciones. Desde Jairo
Ortiz, muerto el 6 de abril, hasta Gerardo Barrera, muerto este jueves, todos,
seguramente, estuvieran vivos si se hubiese llamado a elecciones. Nada más.
Pero no.
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