Tomas Rodríguez L.
“La conciencia del
pueblo no cabe en la cabeza del Estado”
Jerzy Lec
No existen ganas
de reflexionar la política desde la filosofía por la elementalidad de los
enfoques coyunturales. El análisis del poder desde la perspectiva del
pensamiento abstracto es pobre aunque debería ser un imperativo, no tanto
para la filosofía que bien copado tiene su tiempo, sino para la política y sus
actores que mal definido tienen su espacio.
El poder y el
conflicto político que lo circunda, es para el pensamiento común una fatalidad
que hay que abordarla, para aceptarla o negarla. En su análisis, solo
aceptando la naturalidad del estado y sus consecuencias es posible no
marginarse y el binomio irreparablemente dual: adhesión al poder u oposición a
él (mientras la oposición no se haga del poder), marcará la agenda
del discernimiento. Rechazar las manifestaciones del poder o de la oposición no
son definidas como una opción sino como una autoexclusión y el rechazo a
la “cosa pública” será tildada como irresponsabilidad. Por eso, la
exageración del anunciado aristotélico de que el animal es un ser político y el
mal uso del pronunciamiento de Gramsci contra la indiferencia política.
Indiferencia o rechazo son asimilados como
equivalentes recíprocos y se obliga al ciudadano a participar, al
punto de que se minusválida a quien no acude a las urnas o a quien vota nulo o
blanco. ¡Democracia participativa donde la participación no es un derecho sino
un obligación! ¡vaya democracia!
La esencia del poder,
de todos los poderes, tiene que ver con el dominio político, que no es sino la
facultad de aceptar que son necesarios los gobernantes, y que el acto de
obedecer no puede ser eludido ni en lo íntimo ni en lo global. La
construcción del Estado, por analogía, se asimila al poder de Dios y la
construcción de todas las contemplaciones se definirá en la creación
natural o elaborada de las leyes. Las leyes de la naturaleza o las
leyes de la economía serán sacralizadas en la misma lógica de las leyes
de sociedad.
Pero, contemplar
la naturaleza, la sociedad y el pensamiento no puede ser necesariamente
aceptar el poder o la ley, cual destino fatal. No existen
leyes ni dominios en las tormentas, las epidemias o en las formas de
gobierno, tampoco existen leyes en el advenimiento de la historia
(aunque se afirme lo contrario). La sociabilidad, la solidaridad y el
apoyo mutuo son productos esenciales en la supervivencia, que hacen posible
la convivencia permanente, en tanto las guerras y las maldades de los
poderes, son su oposición dialéctica. Un mal momento en la vida misma.
¿Qué tal si el humanismo libertario tienen que enfrentarse a la naturaleza en
su hostilidad? ¿Cómo enfrentarse a las llamadas leyes de naturaleza sin dejar
de respetar a la naturaleza?
La existencia humana,
pero también la existencia animal, es una coexistencia, sobre todo entre
los humanos porque es donde el ser existe para la
sociedad, tanto como la sociedad para el ser. La ética anarquista se
opone a la sujeción a la ley y concibe que los sujetos de derecho son
fácilmente sujetos al derecho. La justicia y la libertad acrática
se proyectan en una dimensión ética – estética distinta, integrando
el placer y la belleza al ánimo de construir desarmando el espíritu
normativo que precede lo imperativo a la conducta.
Desde luego, romper
la dinámica de subordinación legal nos llevará a reflexionar sobre el derecho y
su devenir en la historia, y como se sabe, aun somos víctimas en la modernidad
del derecho romano. Este creó los estados centralizados y
unitarios, con monarcas absolutos y dioses terrenalizados. A diferencia
del derecho anglosajón que no anticipo la ley a la práctica social, el derecho
romano creo la supremacía del Estado y su mórbida omnisciencia. Desde
luego al no rechazar el Estado, el derecho anglosajón se inventó otros
mecanismos para la consolidación del poder.
El Estado en todas
sus vertientes como lo jurídicamente organizado, quiere tener derecho de
autoría de la bondad y asume que son los estados-gobiernos quienes
deben hacer el bienestar a la humanidad, ocurriendo en los hechos lo
contrario. En realidad lo que necesita el Estado es sepultar la
ayuda mutua, la libertad autónoma y la solidaridad comunal. ¡Cómo le fastidian
los fondos de cesantía y los fondos mutuales! …
Así, el crecimiento
maligno del Estado que nada presenta, sino opresión,
cárcel y guerras, devora las instituciones comunes libres, y
promueve el individualismo mezquino (se excluye incluso al
individualismo solidario). Pero sin embargo insisten los
apologistas del estado que quieren hacer creer que sin poder no hay
energía, ¿pero es la energía capaz de realizar fuerza sin
dominio? ….para los amantes de la libertad, la fuerza sin dominio existe en
tanto la fuerza no aplaste a nada y a nadie. La energía es libre si
es fuerza que empuja y da elevación.
“El poder proviene de
Dios y la sangre del Cristo tiene poder” ¡será posible tal
aseveración! Qué pena que así sea y que este sea el mismo catecismo del Estado y
sus perversiones. Pero, cuando a la consustanciòn del Estado, pan y
vino de sacrifico “socialmente necesario” se suman los Mesías iluminates que
aplican la dosis de su voluntad, la forma de fenómeno monstruoso
contra la libertad toma cuerpo, porque la apariencia moralmente neutra
del acto de gobernar adquiere el aspecto de un valor moral en la
“razón de estado” gobernando muchos espíritus con mordazas y grilletes desde la
egida personal.
Seamos optimistas,
digamos, constatemos. Ya la humanidad, para ánimo de la liberación, se
siente gobernada por fuerzas ocultas, superiores, omnipresentes que se perciben
como destino o fatalidad, buen momento porque inconscientemente todos los
pueblos perciben que el poder es exógeno a la voluntad y sienten que esa
fuerza es destrucción y estorbo para el espíritu creador. Este rasgo del poder, muy
pronto se entenderá no como una fatalidad a la que hay que soportar, sino
de la cual hay que prescindir.
Y el ejercicio del
poder, que se presume anónimo, caerá en desplome y no habrá chance
para resurgimiento del Estado. Por ahora, bien vale realizarnos preguntas
previas de libertad urgida. ¿Por qué obedecemos, por qué delegamos
autoridad a censores corrompidos o por corromperse? ¿Es ético gobernar y
sentirse gobernados? Tiene lógica: para saber mandar hay que saber obedecer y
obedecer es algo que al hombre moderno no le agrada. Repitamos, nadie es
feliz en la obediencia.
El miedo a la
libertad, sentimiento de debilidad, o de indefensión frente al poder
político debe desvanecerse y las funciones de protección y solidaridad social
deben retornar a los individuos y a los grupos endógenos
comunitarios, pequeños e íntimos, que den al traste con las burocracias
centralizadas.
Decidir solo desde la
comunidad próxima es comunismo comunalista y libertario más no liberalismo,
porque el liberalismo es otra forma de Estado todopoderoso
deshumanizado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.