William Gillis
Una y otra vez en el curso de la agitación política de los últimos meses, gentes de todo tenor político—y muchos que deberían entender condenadamente mejor las cosas— se han tornado fúricos al descubrir que l@s anarquistas siguen denunciando y oponiéndose consistentemente al autoritarismo, desde Castro hasta Trump, desde los maoístas hasta la derecha alternativa (alt-right). En síntesis, parecen asombrarse de que l@s anarquistas sean anarquistas. Como absurdo ejemplo, una vez me llamaron personalmente «escritorzuelo dogmático» a quien «solo le importa el antiautoritarismo». Pues sí. ¿De qué pensaban que se trataba el anarquismo? Tales expresiones risibles de desconcierto se han propagado por las redes sociales. Entre la izquierda ha habido una interminable retroacción tipo: «un momento, ¿se oponen incluso a dictadores de izquierda?», «un momento, ¿se oponen incluso a nacionalistas indígenas?» (Y consternación similar, si no más absurda, se ha dado de parte de aquellos de tendencia derechista que están anonadados al descubrir que abolir los estados entrañaría también abolir las fronteras, o que un compromiso ético con la libertad significa oposición intransigente a ideologías colectivistas tóxicas y opresivas como la supremacía blanca y el patriarcado.)
Una y otra vez en el curso de la agitación política de los últimos meses, gentes de todo tenor político—y muchos que deberían entender condenadamente mejor las cosas— se han tornado fúricos al descubrir que l@s anarquistas siguen denunciando y oponiéndose consistentemente al autoritarismo, desde Castro hasta Trump, desde los maoístas hasta la derecha alternativa (alt-right). En síntesis, parecen asombrarse de que l@s anarquistas sean anarquistas. Como absurdo ejemplo, una vez me llamaron personalmente «escritorzuelo dogmático» a quien «solo le importa el antiautoritarismo». Pues sí. ¿De qué pensaban que se trataba el anarquismo? Tales expresiones risibles de desconcierto se han propagado por las redes sociales. Entre la izquierda ha habido una interminable retroacción tipo: «un momento, ¿se oponen incluso a dictadores de izquierda?», «un momento, ¿se oponen incluso a nacionalistas indígenas?» (Y consternación similar, si no más absurda, se ha dado de parte de aquellos de tendencia derechista que están anonadados al descubrir que abolir los estados entrañaría también abolir las fronteras, o que un compromiso ético con la libertad significa oposición intransigente a ideologías colectivistas tóxicas y opresivas como la supremacía blanca y el patriarcado.)
Ahora bien, en la práctica hay efectivamente a veces consideraciones estratégicas complejas, mas no por ello l@s anarquistas dejarán de mantener valores anarquistas y trabajar hacia fines anarquistas. Esto no debería sorprender a nadie. Aun así, el toxoplasma que fue la elección presidencial en EE.UU reveló una vez más que muchas personas ven el anarquismo, no como una filosofía o valor ético, sino como una subcultura rara en su tribu (o en la del enemigo) o como un mero conjunto de herramientas y tácticas.
El anarquismo no se define por la asociación. No es una bandera de conveniencia. Su definición se da en la voz an-arquía: sin regencia. Nos oponemos a toda dominación y constreñimiento del pueblo. Buscamos un mundo de libertad y posibilidades en perpetua expansión a medida que se desarraigan o sortean todas las cosas que nos limitan o controlan. Creemos que una visión tal es posible porque, finalmente, no vemos las libertades individuales en conflicto entre sí. No esculpimos el mundo en distintos grupos y fracciones; más bien buscamos construir una mayor interconexión. Esto pues vislumbramos la libertad como un todo.
El anarquismo es un sencillo aserto: «La libertad de todos es esencial para mi propia libertad. Soy verdaderamente libre cuando todas las mentes son igualmente libres. La libertad de otras mentes, lejos de negar o limitar mi libertad, es, por el contrario, su necesaria premisa y confirmación». —Bakunin
Nos importan todos y buscamos liberarlos a todos. No solamente a nuestros amigos y connacionales. No solamente a las personas dentro de alguna tribu cultural. No somos izquierdistas más pañoletas; no somos derechistas más corbatines. Somos anarquistas. No luchamos por tu grupo, luchamos por la libertad.
Esto significa oponerse a todo aherrojamiento. Desde dictadores hasta policías, políticos e imposiciones de los deseos de las mayorías. Desde atajos cognitivos cancerígenos que fetichizan falsas entidades como identidades y organización colectivas, hasta dioses y espíritus. Desde sistemas económicos que mantienen a miles de millones en la pobreza y el hambre y que se hacen llamar de una forma, hasta sistemas económicos que mantienen a miles de millones en la pobreza y el hambre y que se hacen llamar de otra forma. Etcétera.
La lucha por la libertad no termina con alguna demanda simplista como la de un mejor sistema de derechos de propiedad o el fin de la supremacía blanca o el colonialismo. Se extiende tan infinitamente como el cosmos, tan profundamente como puede ser la relación entre dos mentes. No hay un «decentemente bueno» al igual que no hay nunca «al menos una excepción». El anarquismo es tan inflexible como es audaz.
No podemos traicionar a tu grupo iluminado porque nunca estuvimos de parte de nadie más que de la libertad.
[Tomado de http://beforeitsnews.com/politics/2016/12/todo-el-mundo-se-asombran-de-que-los-anarquistas-sean-anarquistas-2870170.html.]
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