Rubén Hernández
A estas alturas es bien lamentable el panorama socioeconómico en Venezuela, y ya ni los oficialistas pueden negarlo. Además del altísimo costo de la vida, el elevado desempleo y la escasez crónica de alimentos subsidiados y regulados, resulta que cada venezolano debe miles de dólares por concepto de la gigantesca deuda externa (si dividiéramos la deuda entre el número de habitantes de Venezuela). Y si bien ha sido decretado un nuevo aumento salarial, éste se hace sal y agua debido a la notable inflación; aquí tanto el Gobierno “revolucionario” como la dizque oposición, hacen la vista gorda ante los abusos del gran capital, que bastante se ha aprovechado de la difícil coyuntura.
Mientras tanto la administración Maduro, en vez de impulsar la producción industrial y agropecuaria mediante las empresas de propiedad social, continúa de rodillas ante las transnacionales e importa alimentos que antes eran producidos abundantemente en los suelos venezolanos. Claro está que dicha importación es cada vez menor, debido a que no hay los recursos económicos suficientes. Y para colmo el Gobierno “socialista” sigue apoyando los CLAP aún cuando es bien conocido su fracaso, evidenciado en su limitado abastecimiento (bajo porcentaje de hogares pobres atendidos), en la escasa producción de comida y en la corrupción reinante. Incluso los CLAP, con el apoyo de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), se encargarán de distribuir los medicamentos, y cómo es de esperarse, se agudizará la escasez de fármacos.
No se puede ocultar que la pobreza aumenta día a día en Venezuela, que millones luchan por el sustento percibiendo sueldos miserables o laborando de manera informal(con ingresos muy bajos en la mayoría de los casos). Y esta situación ha sido caldo de cultivo para el repunte de la delincuencia común, flagelo que diariamente cobra la vida de numerosos ciudadanos, en ocasiones tan sólo por unos cuantos bolívares o por un celular común y corriente. De manera que vivimos constantemente aterrorizados tanto por el complicado panorama económico como por la inseguridad que nos enfrenta a los venezolanos, específicamente a pobres contra pobres. Prácticamente llegamos al punto de que la vida vale poco en la nación suramericana.
Ahora bien, ¿debemos quedarnos de brazos cruzados o protestar aislada y débilmente mientras que Venezuela se va al fondo del abismo? A estas alturas parece que la opción más conveniente para estremecer las estructuras del poder (“oposición” y alto empresariado incluidos), es tomar las calles de forma masiva, permanente y contundente. Mientras que el famoso diálogo entre las autoridades “socialistas” y la MUD, no pasaría de ser una especie decortina de humo para desviar la atención respecto a la grave problemática en Venezuela, y tratar de calmar un poco la ira cada vez más notoria de las masas.
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