J. Caro
Sé que llevo el paso cambiado, que la marcha que sigo no es la misma que sigue la mayoría, pero no puedo abandonar mi propio rumbo sin traicionarme. Dentro de este tipo de cosas, hay algo que siempre ha contado con mis simpatías, con lo que me identifico fácilmente y que de nuevo me sitúa al margen de la opinión común de la sociedad.
En la vida, en la literatura y en el cine, en cualquier historia, casi siempre me pongo del lado de los “malos”. Hay una clase de individuos que suelen gustarme: son los forajidos y marginados, los rebeldes y perdedores, los que no se someten y viven según sus propias reglas y no con las normas de los demás. De ahí proviene mi simpatía por los piratas y los ladrones de bancos.
Sé que llevo el paso cambiado, que la marcha que sigo no es la misma que sigue la mayoría, pero no puedo abandonar mi propio rumbo sin traicionarme. Dentro de este tipo de cosas, hay algo que siempre ha contado con mis simpatías, con lo que me identifico fácilmente y que de nuevo me sitúa al margen de la opinión común de la sociedad.
En la vida, en la literatura y en el cine, en cualquier historia, casi siempre me pongo del lado de los “malos”. Hay una clase de individuos que suelen gustarme: son los forajidos y marginados, los rebeldes y perdedores, los que no se someten y viven según sus propias reglas y no con las normas de los demás. De ahí proviene mi simpatía por los piratas y los ladrones de bancos.
Ya sé que los piratas – salvo la honrosa excepción del Capitán Misson – fueron unos bastardos sanguinarios a los que era mejor colgar del palo mayor; y que la mayor parte de los atracadores son criminales violentos y despiadados que merecen estar entre rejas. No obstante, también es preciso señalar que son un reflejo del orden establecido que impera en el mundo, que no es mucho mejor, cuando no es indudablemente más infame y execrable.
Entre estos malhechores hay una categoría aparte, una clase de personas sin igual, hechos de otra pasta, tallados en una madera diferente a la de la inmensa mayoría de los mortales. Han sido pocos, pues son ejemplares únicos y especiales, de los que cada generación proporciona tan sólo unos pocos frutos selectos. Estas personas son consideradas a menudo como criminales, pero en realidad no lo son, o mejor dicho, no pertenecen al tipo habitual de delincuentes. La mayoría de la sociedad los cataloga como tales y, en consecuencia, los condena utilizando el código penal. Me refiero a los anarquistas expropiadores.
Es cierto que el anarquismo persigue otra clase de mundo, una sociedad que se conduzca mediante unas ideas y costumbres muy diferentes e incluso antagónicas a las actuales, y que en su lucha se enfrenta con frecuencia al poder y la ideología dominantes. Pero no siempre lo hace usando los mismos métodos. No todos los anarquistas luchan con la violencia y el crimen. Por el contrario, una importante corriente anarquista es clara y decididamente pacifista a ultranza.
Pero hoy quiero hablar de los primeros, de aquellos anarquistas que emplearon métodos violentos y delictivos para conseguir sus fines: romper toda ley arbitraria e injusta, arremeter contra todo aquello que se halle en pugna con la libertad del ser humano, y con una plena conciencia del latrocinio y el abuso al que es sometida la mayoría de la gente por parte de los ricos y poderosos. Son bandidos en la medida en que delinquen.
Sin embargo, aunque los actos pueden ser los mismos que los empleados por otros criminales, sus motivaciones son muy distintas. Pongamos por ejemplo el hecho de robar un banco. Igual roba un atracador que un anarquista. Pero mientras al primero únicamente le mueve el mero afán de lucro, el segundo actúa por un ideal. Si el ladrón persigue su propio interés, los expropiadores ácratas buscan el bien común. Si unos quieren el dinero para gastarlo y derrocharlo inútilmente, los otros desean emplear el botín robado en luchar contra la injusticia y la opresión. Si unos jamás han aportado nada bueno a la sociedad, los otros expropian las ganancias deshonestamente obtenidas mediante el abuso y la explotación de los trabajadores.
A esta línea de actuación pertenecen los integrantes de La Banda Bonnot, o La Banda del Auto, como anunciaban los titulares de la prensa de La Belle Epoque por ser los primeros ladrones de bancos de la historia en utilizar un coche como vehículo de fuga; del anarquista francés Alexandre M. Jacob, creador y cerebro de Los Trabajadores de la Noche, una banda que se dedicó a desvalijar a los ricos de media Europa con un innovador sistema conocido en los anales del crimen como “el robo científico” por la audacia y limpieza de sus métodos de guante blanco; sin olvidar a los nuestros, aquellos jóvenes españoles que formaron el grupo de acción anarquista de Los Solidarios, el brazo armado que defendió el movimiento sindical español contra la patronal y el gobierno, y cuyas aventuras asaltando bancos en América dejan pálidas a las del Grupo Salvaje de Butch Cassidy y Sundace Kid, por citar tan sólo unos pocos casos.
Atracaron bancos a punta de pistola, desvalijaron iglesias y catedrales, asaltaron castillos y saquearon mansiones, robaron a banqueros, notarios, rentistas, aristócratas y también a simples guardas de seguridad cuando portaban caudales. Llevaron vidas de acción, siempre en el filo de la navaja, entrando y saliendo de la cárcel, perseguidos, acosados, en constante peligro, arriesgando su vida por unas ideas que anteponían a cualquier otra cosa. Testigos de este sacrificio fueron muchas veces sus familiares, que nos les abandonaron en la adversidad ni en la desgracia, y que pagaron las consecuencias de los actos de aquellos a quienes querían. Algún día debería contarse en profundidad la historia de esas familias, como la de Durruti o Jacob y tantos otros, que sufrieron la persecución y la pobreza por formar parte del entorno de aquellos que se atrevían a levantarse contra al poder.
Sé que quizás no sea la mejor forma de luchar, entre otras razones por el alto coste personal que supone, y que seguramente es un método de lucha avocado irremediablemente al fracaso. Sé que el uso de la violencia puede acarrear graves consecuencias. Sé que el fin no justifica los medios. Pero aun sabiendo todo esto, no puedo dejar de admirar a estas personas. Me asombran y admiran las cosas que hicieron, la convicción e integridad con la que vivieron, su arrojo y decisión a la hora de actuar, su entereza para sufrir y afrontar las adversidades, su generosidad sin límites, su idealismo a ultranza. Esta es la gente a la que admiro y cuya memoria jamás ha de olvidarse. Lucharon por un mundo mejor, más justo, más libre, humano y solidario, y lo hicieron a su manera, tal vez equivocada, pero sin duda sincera y abnegada. Estos son mis héroes.
[Tomado de http://www.jcaro.es/los-anarquistas-expropiadores.]
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