Gustavo Godoy
En el corazón de todo colapso social siempre subyace una profunda crisis moral y espiritual.
La sociedad está compuesta de individuos. Una sociedad es un conjunto de individuos que emprenden proyectos juntos para el beneficio de todos. Esta debe obedecer a un orden y buscar un bien común. El compromiso a una serie de reglas generales de convivencia aplicables a todos por igual es fundamental. En otras palabras, cada individuo debe cumplir su papel para poder producir bienestar para todos. Para que la sociedad pueda brindar sus beneficios es necesario el esfuerzo de todas sus partes. Esto se debe a que la vida en sociedad se basa en la cooperación. La sociedad es, en el fondo y ante todo, una empresa ética.
En el corazón de todo colapso social siempre subyace una profunda crisis moral y espiritual.
La sociedad está compuesta de individuos. Una sociedad es un conjunto de individuos que emprenden proyectos juntos para el beneficio de todos. Esta debe obedecer a un orden y buscar un bien común. El compromiso a una serie de reglas generales de convivencia aplicables a todos por igual es fundamental. En otras palabras, cada individuo debe cumplir su papel para poder producir bienestar para todos. Para que la sociedad pueda brindar sus beneficios es necesario el esfuerzo de todas sus partes. Esto se debe a que la vida en sociedad se basa en la cooperación. La sociedad es, en el fondo y ante todo, una empresa ética.
La calidad de las instituciones, las relaciones y las normas dentro de una sociedad determinada su eficiencia. La familia, la amistad y la comunidad son sistemas de cooperación elementales para los seres humanos. La lealtad, la reciprocidad, la generosidad y el reconocimiento mutuo han sido factores determinantes para nuestra sobrevivencia como grupo social. Al parecer, el ser humano tiene un doble mecanismo para interactuar con los demás: Tiene una ética de cooperación dentro de su grupo y una ética de competencia afuera de su grupo. La sociedad es un grupo para la cooperación, una comunidad de amigos, una gran familia.
La cohesión social depende a la unidad interna. Una persona puede hacer la guerra con extraños, pero dentro de sus propias filas debe reinar un fuerte espíritu de compañerismo. Entre sus compañeros, la persona debe sentirse segura. Se trata de la confianza. Es importante saber que puede contar con los suyos. Confía que el otro se comportara con el pensando en su bienestar, y todos en cambio esperan lo mismo de su parte. Eso se debe a que todos dentro de su grupo son dignos de su confianza. Existe la fe en el otro. Ser confiable es lo que significa ser parte de una sociedad.
El declive de una sociedad comienza cuando sus miembros descuidan el proyecto colectivo para orientar sus esfuerzos exclusivamente a objetivos particulares. Lo público es utilizado para la ganancia personal. Se abusa y explota el proyecto social para el beneficio individual. Es en ese momento cuando la sociedad se convierte en un lugar hostil y sus miembros dejan dignos de la confianza del otro. Los hermanos se han convertido en enemigos. En una sociedad rumbo al abismo casi nadie cumple con su papel social buscando un beneficio propio. Y, por supuesto, esto eventualmente conlleva el desplome del conjunto perjudicando así a todos.
¿Qué ocurre cuando una sociedad fracasa?: Los jueces no imparten justicia. Los maestros no educan. Los médicos no atienden la salud. Los políticos no son sinceros. Los comerciantes no son honestos. El día a día en una sociedad que simplemente ya no funciona todo es frustración, corrupción y cinismo, todo es hostilidad, expectativas defraudadas e inseguridad. Ya no se podemos caminar tranquilos por las calles. Tenemos miedo de nuestros vecinos. Sentimos que todos nos quieren estafar. Pensamos que todo es un engaño. Todo es difícil. La palabra empeñada ya no es garantía de nada. La buena fe se ha perdido. Hay violencia, agresividad, y angustia. Dejamos de ver a los demás como nuestros hermanos y empezamos a luchar por sobrevivir contra los ataques que parecen llegar de todos lados. Comenzamos a ver el egoísmo como una virtud y el altruismo como una tontería sin sentido. Comenzamos a dividir al mundo entre ellos y nosotros. Nadie asume su responsabilidad y “los otros” son los culpables de todos nuestros males. Nuestro anhelo deja de ser el bien común para convertirse en la venganza. La gente pierde la fe y los que no se refugian en la apatía o en el radicalismo deciden huir.
El fracaso de una sociedad es el fracaso del ciudadano. El responsable de una sociedad al borde del colapso es cada uno de nosotros que, en vez de ver la sociedad como una gran familia que todos debemos cuidar, escogemos la ambición, el rencor y el sectarismo. La verdadera crisis no es social, política o económica sino una moral y espiritual.
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