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miércoles, 12 de octubre de 2016

La revolución del idiotismo de Byung-Chul Han


Laura Vicente
Nacido en Seúl, la capital de Corea del Sur, en 1959, Byung-Chul Han pretextando continuar con sus estudios de Metalurgia en Alemania, promesa que nunca pensó cumplir, sí que cursó estudios de Filosofía en la Universidad de Friburgo y de Literatura alemana y Teología en la de Múnich. Profesor de Filosofía y Estudios Culturales, en la Universidad de las Artes de Berlín, ha adquirido un indudable aire berlinés, con rasgos orientales, peinando una llamativa coleta y luciendo  su sempiterna cazadora de cuero. Le enorgullece carecer de Smartphone y le encanta degustar té verde.

Con este artículo no quiero hacer una reseña en el sentido convencional del término sino, partiendo de la lectura de cinco de sus obras (mientras redacto este escrito estoy leyendo la sexta que se acaba de publicar en castellano)[1] desvelar en lo posible algunas claves del pensamiento de este coreano-berlinés.
Byung-Chul Han, filósofo de raíz heideggeriana, realiza una corrosiva crítica al neoliberalismo actual y lo hace utilizando términos intuitivos como agonía, transparencia, enjambre, aroma del tiempo o cansancio, que lo hacen asequible al lector/a que poco sabe de filosofía. Sus breves libros, englobados dentro del  género del ensayo que ha resistido bien la crisis de ventas, ofrecen claves para orientarse en la incertidumbre actual.

Sus escritos acostumbran a arrancar de la constatación de la invisibilidad del poder  neoliberal y de cómo utiliza, dicho poder, la seducción para imponerse, dificultando mucho la identificación del oponente y resultando de este modo inatacable, ya que el sujeto no es consciente de su sometimiento y se cree libre, neutralizando así la resistencia de forma efectiva. La dominación del neoliberalismo no somete o ataca la libertad,  sino que hace uso de ella. En este sentido considera, en gran parte, superada la etapa del poder disciplinario, teorizada por Michel Foucault[2], que se había implantado por el cambio de forma de producción agraria a la industrial. La progresiva industrialización había requerido disciplinar el cuerpo y ajustarlo a la producción mecánica y hacer del cuerpo una máquina más. El poder disciplinario era un poder normativo, sometía al sujeto a un código de normas, preceptos, prohibiciones, así como, eliminaba desviaciones y anomalías,  ejercía la explotación, utilizaba la violencia y creaba el sujeto obediente[3].

El capitalismo industrial, afirma Han, muta en neoliberalismo, o capitalismo financiero, con modos de producción posindustriales, es decir, inmateriales e incorpóreas (informaciones y programas por ejemplo), en el que más información y comunicación significan más productividad, aceleración y crecimiento. Este nuevo formato de capitalismo convierte al trabajador en empresario y va reduciendo la clase trabajadora sometida a la explotación ajena. Hoy cada vez son más las personas que trabajan explotándose a sí mismos en su propia empresa, es lo que Han denomina sujeto de rendimiento en una sociedad de rendimiento. La sociedad disciplinaria y el sujeto de obediencia, de Foucault, han dado paso, por la creciente desregularización, de una sociedad de la negatividad, de la prohibición, del “no poder”, regida por el “no”, a una sociedad de la positividad, del poder sin límites, del Yes, we can, del Podemos. Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan a la prohibición, al mandato y a la ley. El cambio de paradigma de una sociedad disciplinaria a una sociedad de rendimiento está relacionado con el afán de maximizar la producción, ya que, a partir de un cierto punto, la técnica disciplinaria llega a su límite. Para incrementar la productividad se sustituye el paradigma disciplinario por el de rendimiento. La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber, el inconsciente social pasa del deber al poder. El sujeto de rendimiento es más rápido y más productivo que el sujeto de obediencia. Sin embargo el poder no anula el deber y el sujeto de rendimiento sigue disciplinado[4].

El tú puedes produce coacciones masivas en las que el sujeto del rendimiento se rompe en toda regla. La coacción engendrada por uno mismo se presenta como libertad, de modo que no es reconocida como tal. (…) El régimen neoliberal esconde su estructura coactiva tras la aparente libertad del individuo que ya no se entiende como sujeto sometido (subject to), sino como desarrollo de un proyecto. Ahí está su ardid Quien fracasa es además culpable y lleva consigo esta culpa dondequiera que vaya. No hay nadie a quien pueda hacer responsable de su fracaso. Tampoco hay posibilidad alguna de excusa y expiación[5].

Además, el neoliberalismo incrementa en el ciudadano su papel de consumidor que cede su libertad a cambio de la pasividad del consumidor. No trabajamos para nuestras necesidades sino para el capital que genera sus propias necesidades que las personas percibimos como propias. Las jornadas, seminarios y talleres de coaching empresarial y liderazgo, prometen la optimización personal y el incremento de la eficiencia sin límite. Estos planteamientos que están invadiendo, no solo los ámbitos laborales, sino los centros escolares, están controlados, afirma Han, mediante la técnica de dominación neoliberal, cuyo fin no es solo explotar el tiempo de trabajo, sino también a toda la persona, reclamando la atención total, la vida misma:

El imperativo neoliberal de la optimización personal sirve únicamente para el funcionamiento perfecto dentro del sistema. Bloqueos, debilidades y errores tienen que ser eliminados terapéuticamente con el fin de incrementar la eficiencia y el rendimiento. Todo se hace comparable y mensurable, y se somete a la lógica del mercado[6].

El capitalismo de consumo capitaliza las emociones y las vende como significados, presupone las emociones como recursos para incrementar la productividad y el rendimiento,  se sirve de la libertad para introducirlas y estimular la compra generando necesidades. En última instancia hoy no consumimos objetos, sino emociones. Las cosas no se pueden consumir infinitamente, las emociones en cambio sí, ya que se despliegan más allá del valor de uso. Así se abre un nuevo campo de consumo de carácter infinito.

Somos las personas mismas las que dotamos al capitalismo de consumo de una información que jamás hubiera soñado poseer. En el panóptico digital[7], se abandona la libertad en el momento en que el capital se erige en una nueva trascendencia, en un nuevo amo. Los panópticos digitales vigilan y explotan lo social de forma despiadada, nos liberamos del panóptico disciplinario, y nos adentramos en uno nuevo más eficiente.

A los reclusos del panóptico benthamiano se los aislaba con fines disciplinarios y no se les permitía hablar entre ellos. Los residentes en el panóptico digital, por el contrario, se comunican intensamente y se desnudan en público por su propia voluntad. La entrega de datos no sucede por coacción, sino por una necesidad interna, ahí reside la eficiencia del panóptico.

Han habla de una segunda Ilustración (el medio de la primera era la razón, el de la segunda los datos), en la que la transparencia es la palabra clave, se ha de convertir todo en datos e información, desde este punto de vista es un dispositivo liberal: de forma violenta vuelve todo hacia el exterior para convertirlo en información. La sociedad de la transparencia es una sociedad positiva que abandona cualquier negatividad, se insertan en el torrente liso del capital, la comunicación y la información. Las cosas se tornan transparentes cuando se despojan de su singularidad y se expresan en la dimensión del precio. El dinero que todo lo hace comparable con todo, suprime cualquier rasgo de lo inconmensurable, cualquier singularidad de las cosas. La negatividad de lo otro y de lo extraño, o la resistencia de lo otro, perturba y retarda la lisa comunicación de lo igual. La transparencia estabiliza el sistema porque elimina lo otro, lo extraño[8]. En nombre de la transparencia se aboga por un total abandono de la esfera privada para dirigirnos hacia una comunicación transparente, así las personas haciendo uso de la libertad se desnudan literalmente a través de blogs, facebook, twitter, etc. Pero no solo a través de estos medios virtuales, el registro total de la vida se produce a través de cada clic que pulsamos, cada palabra introducida en el buscador es observada y registrada. Nuestra vida se reproduce totalmente en la red digital. La empresa de datos Acxiom comercia con datos personales de aproximadamente 300 millones de estadounidenses. Los individuos son agrupados en 70 categorías y se ofertan en catálogo como mercancías. Aquellos con un valor económico escaso se les denominan waste, es decir, basura[9].

Esta sociedad transparente está cerca de la sociedad de la vigilancia, pero lo que hace posible el control total no es el aislamiento espacial y comunicativo sino el enlace en red y la hipercomunicación. Han recala, de esta manera, en el llamado enjambre digital que consta de individuos aislados, ya que los individuos que se unen en un enjambre digital no desarrollan ningún nosotros. El enjambre digital, por contraposición a la masa, no es coherente en sí, no se manifiesta en una voz, por eso es percibido como ruido[10].

En esta sociedad de la exposición, del control, de la dependencia y de la transparencia, ¿cuánto espacio queda para la libertad o para la política? Han considera que no mucho, puesto que detecta una clara tendencia al egoísmo y la atomización de la sociedad que  encoje los espacios para la acción común, entendiendo el uso de la libertad como individual cuando se ejerce en el panóptico digital desnudándose y exhibiéndose sin pudor. Un panóptico digital en el que colaboran activamente tanto en su construcción como en su conservación. La libertad del poder hacer genera más coacción que el disciplinario deber. El neoliberalismo, en definitiva, explota la libertad y la convierte, junto con la comunicación ilimitada, en control y vigilancia.

El neoliberalismo, desde la invisibilidad y la transparencia tiene una capacidad tal que logra convertir al ciudadano en consumidor  y, por tanto, la libertad del ciudadano  cede ante la pasividad del consumidor. El votante, en cuanto consumidor, no tiene un interés real por la política, por la configuración activa de la comunidad, vota una marca de la que desconoce el contenido y reacciona de forma pasiva a la política, refunfuñando y quejándose, igual que el consumidor ante las mercancías y servicios que le desagradan. Señala Han que nos dirigimos a la época de la psicopolítica digital. El Big Data (datos masivos) es un instrumento psicopolítico que permite adquirir un conocimiento integral de la dinámica inherente a la sociedad de la comunicación. Se trata de un conocimiento de dominación que permite intervenir en la psique y condicionarla a un nivel prereflexivo. El Big Data permite hacer pronósticos sobre el comportamiento humano aplicados a cualquier campo productivo y también a la política.

El agotamiento, la fatiga, la asfixia, la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO) son las enfermedades propias del neoliberalismo, son infartos ocasionados por un exceso de positividad, dice Han. La violencia de la positividad no se percibe de forma inmediata ya que no parte de una negatividad extraña al sistema sino que es sistémica, es una violencia inmanente al sistema[11].

Ante un panorama tan poco alentador, ¿es posible otra mirada, otra manera de contemplar y vivir la vida? Desde luego mucho hay que cambiar para que sea posible cambiar la vida, e imposible con personas que se someten por sí mismas al entramado de la dominación, que caen en la dependencia y que sienten que ejercen la libertad en el panóptico virtual, regalando un inmenso volumen de información al poder (al Estado, a las empresas) que nunca hubieran dado por imposición. Este sentido de libertad puede imposibilitar la protesta con continuidad.

Han dedica muchas más páginas al análisis del neoliberalismo que a la manera de combatirlo, pero entre sus páginas hay propuestas para vivir de otra manera y de ahí el título de este texto: la revolución del idiotismo.

El idiotismo, siempre con un significado despectivo, en realidad alude a la simpleza y lo particular, de ahí que Han diga que el idiota es un idiosincrático y que conlleva una praxis de libertad frente a la conformidad y la violencia del consenso que reprime cualquier particularidad y que reina en la conexión a la red y en la comunicación digital (es sintomático que en Facebook solo se puede decir me gusta y a partir de ahí se da la opción de decir ya no me gusta). Por ello Han da un paso más y afirma que el idiota es por esencia el desligado, el desconectado, el desinformado, el que habita un afuera impensable que escapa a la comunicación y la conexión. El idiota es un hereje moderno que tiene el valor de desviarse de la ortodoxia, se opone al poder de dominación neoliberal, a la comunicación y a la vigilancia totales.

La dificultad hoy no estriba en expresar libremente nuestra opinión, sino en generar espacios libres,  en los que prime la soledad y el silencio, en los que encontremos algo que decir. O callar  para tener la posibilidad de crear algo singular. El idiotismo abre un espacio virginal y la lejanía que requiere el pensamiento para iniciar un hablar totalmente distinto. El idiota se recoge en el silencio[12]. Es sorprendente que  Henry D. Thoreau, a mediados del siglo XIX, utilice palabras semejantes a las de Byung-Chul Han cuando señala la vacuidad de las conversaciones cotidianas y cómo lo superficial lleva a lo superficial, permitiendo que las personas abarroten la mente con basuras y deja que, rumores e incidentes ociosos e insignificantes, se introduzcan en un terreno que debiera ser sagrado para el pensamiento. Clamando por la castidad de la mente como única forma de pensar y acceder al conocimiento[13] se acerca, saltando más de 160 años, a Han.

Hay que cuestionar la positividad en favor de la negatividad, que es esencial para la vivacidad, porque algo es viviente cuando contiene en sí la contradicción, por ello transparencia no es lo mismo que verdad, ya que ésta es negatividad en cuanto que declara falso lo otro. Y es que la sociedad positiva despoja a la persona de singularidad y elimina a lo otro, a lo extraño. La transparencia, que se entiende como acumulación de información, no es por sí sola ninguna verdad ya que le falta sentido, es tan solo masa no filtrada de información que embota la percepción.

La libertad verdadera, auténtico centro de la propuesta de Han, desde mi punto de vista, solo es posible mediante una completa liberación de la vida respecto del capital. La libertad solo se podría esperar de lo otro del trabajo, de una forma de vida que ya no es una forma de producción, sino algo totalmente improductivo. Nuestro futuro dependerá de que seamos capaces de servirnos de lo inservible más allá de la producción.

El lujo, en su sentido primario, no es una praxis consumista. Es, por el contrario, una forma de vida que está libre de la necesidad. El lujo solo es pensable más allá del trabajo y del consumo. Visto así, el lujo es afín al ascetismo.

La felicidad se podría encontrar en objetos y sentimientos sin valor económico: lo que se espacia, lo dejado por desvalorizado,  lo abundante sin valor en el mercado,  lo vaciado de sentido,  lo excedente, lo superfluo, vale decir los lujos respecto de la necesidad, del trabajo y del rendimiento[14].

Han considera que pueden producirse lo que llama acontecimientos, es decir, momentos de verdad que introducen una nueva forma de ser. Su esencia es la negatividad de la ruptura. Todo acontecimiento que destruye lo válido hasta el momento, el orden existente, es tan imprevisible y repentino como un acontecimiento natural. Escapa a todo cálculo y predicción. Simplemente da lugar a un estado totalmente nuevo. El acontecimiento pone en juego un afuera que hace surgir al sujeto y lo arranca de su sometimiento. Los acontecimientos representan rupturas y discontinuidades que abren nuevos espacios. En esos nuevos espacios tendremos que construir  el arte de la vida como praxis de la libertad que tiene que adoptar la forma de una des-psicologización, ya que la psicopolítica neoliberal domina y reproduce el sistema dominante por medio de la programación y el control psicológicos.

El pensamiento de Byung-Chul Han ofrece muchas más claves para entender el neoliberalismo del siglo XXI que estamos viviendo y para dejar de sorprendernos con los motivos por los cuales, pese a toda la destrucción del Estado del Bienestar y de las condiciones laborales, las reacciones que se han producido no han logrado de momento un cambio significativo para los que han sufrido los efectos más devastadores de la crisis actual. Atender esas claves puede clarificar el camino de quienes seguimos obstinados/as en pensar la Utopía.

 Notas

[1] Las obras son: La sociedad del cansancio (2012), La sociedad de la transparencia (2013), La agonía del Eros (2014), En el enjambre (2014) y  Psicopolítica (2014). La última publicada en castellano es: El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse (2015). Todas ellas publicadas por  Herder, Barcelona. He utilizado también su artículo: “Por qué hoy no es posible la revolución”, El País, 3-10-2014.

[2] Michel Foucault (2000): Vigilar y castigar. Siglo XXI, Madrid.

[3] Psicopolítica ((2014), p. 36.

[4] La sociedad del cansancio (2012), p. 27.

[5] La agonía del Eros (2014), p. 21.

[6] Psicopolítica (2014), pp. 47-48.

[7] Han utiliza el panóptico de Bentham, que reelaboró Foucault como técnica de control, vigilancia y disciplina, para convertirlo en un nuevo concepto aplicable al neoliberalismo.

[8] La sociedad de la transparencia (2013), pp. 11-12.

[9] Psicopolítica (2014), p. 99

[10] En el enjambre (2014), p. 27.

[11] La sociedad del cansancio (2012), p. 23.

[12] Psicopolítica (2014), pp. 120-122.

[13] Henry D. Thoreau (2013): Desobediencia civil y otros escritos. Alianza, Madrid, pp. 69 y 72.

[14] Psicopolítica (2014), pp. 79-80.

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