Bill McKibben
Sólo sea para refrescarlo, siempre es bueno recordar que vivimos en un planeta de océanos. La mayoría de la superficie de la Tierra es agua salada, salpicada de las grandes islas que llamamos continentes.
Vale la pena recorder este pequeño dato, que puede irsenos de la cabeza, puesto que los seres humanos nos congregamos en las zonas de terreno seco, porque hay nueva información que nos muestra de qué modo tan profundo estamos interfiriendo en los siete mares. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) ha publicado un amplio estudio que concluye que el calentamiento desbocado de los océanos es “el mayor desafío oculto de nuestra generación”.
Sólo sea para refrescarlo, siempre es bueno recordar que vivimos en un planeta de océanos. La mayoría de la superficie de la Tierra es agua salada, salpicada de las grandes islas que llamamos continentes.
Vale la pena recorder este pequeño dato, que puede irsenos de la cabeza, puesto que los seres humanos nos congregamos en las zonas de terreno seco, porque hay nueva información que nos muestra de qué modo tan profundo estamos interfiriendo en los siete mares. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) ha publicado un amplio estudio que concluye que el calentamiento desbocado de los océanos es “el mayor desafío oculto de nuestra generación”.
Cuando pensamos en el calentamiento global, nos concentramos habitualmente en la temperatura del aire, que está llegando bruscamente a su máximo: julio fue el mes más caluroso registrado en nuestro planeta. Pero tal como apunta el estudio, el 90% del calor extra que captan nuestros gases de invernadero lo absorben en realidad los océanos. Eso significa que los pocos metros superiores del mar han estado calentándose de manera constante más de una décima parte de un grado centígrado por década, una cifra que se está acelerando. Cuando se piensa en el volumen de agua que representa y tratamos luego de imaginar la energía necesaria para elevar su temperatura, nos hacemos idea del soplete en que se ha convertido nuestra civilización.
Comprobamos los efectos del calentamiento en tierra: las inundaciones, las sequías, los refugiados que buscan una seguridad temporal. Pero está en marcha esa misma escala de convulsión bajo las turbias olas. La UICN ha descubierto peces que huyen hacia los polos, pesquerías trastornadas que han a lo largo del Holoceno; ha encontrado arrecifes de coral que se decoloraban a un ritmo que se acelera cada vez más; y lo que acaso sea lo más ominoso, ha descubierto que “el calentamiento está teniendo su mayor impacto en los bloques de construcción de la vida en los mares, como son el fitoplancton, el zooplancton y el kril”. Lo que significa que estamos ensuciando el fondo mismo de las cadenas más básicas de la vida.
Estos riesgos se acelerarán a medida que los océanos se calientan con más rápidez: su temperatura podría aumentar cuatro grados centígrados si dejamos que el planeta siga calentándose. Y a medida que esto pase, por supuesto, el calentamiento empezará a realimentarse. Hay, como nos recuerda la UICN, ingentes cantidades de metano congelado bajo el agua. Y cada grado más que aumenta la temperatura irá derritiendo algo de ello.
Sólo hay una palabra para lo que estamos haciendo, y es “descabellado”. En un planeta de océanos, estamos destruyendo el océano. En un planeta de océanos, estamos destruyendo el océanos.
Y lo estamos haciendo innecesariamente. Los ingenieros han hecho su trabajo para proporcionarnos las herramientas que nos hacen falta. Tenemos paneles solares. Tenemos turbinas eólicas (que cuando se ubican en el mar, forman pequeños arrecifes artificiales que son estupendos). Disponemos de buenos datos que muestran que si nos movemos con rapidez, podemos de modo asequible proporcionar energía al planeta sin arruinarlo.
Por desgracia, tenemos también un sector de combustibles fósiles que ha logrado impedir que actuemos de verdad a lo largo de decenas de años: ha mentido, ha cabildeado y ha derramado una incontable largueza sobre nuestra clase política (y sobre otras élites: de forma un tanto increíble, BP patrocina actualmente una exposición de antigüedades de “Ciudades sumergidas” en el Museo Británico). En consecuencia, nos encontramos con que desparecen los casquetes glaciares, con incendios forestales que chisporrotean y registros nunca vistos de precipitaciones.
Pero tenemos también, gracias a ellos, un movimiento dinámico y creciente para defender la Tierra. Hoy, en Dakota del Norte, los indígenas norteamericanos arriesgan su cuerpo para bloquear un nuevo oleoducto que atravesaría el río Misuri. Ellos se denominan Protectores del Agua. Haríamos bien, todos nosotros, en adoptar ese pasatiempo.
Porque vivimos en un planeta de océanos.
[[Tomado de http://www.sinpermiso.info/textos/los-oceanos-se-estan-calentando-un-gran-problema-en-un-planeta-azul.]
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