Humberto Decarli
Es un hecho indubitable que la inmensa mayoría de la población rechaza al actual gobierno madurista. Así lo confirman los estudios de opinión y la conducta oficialista al oponerse a cualquier tipo de elección. Podemos decir con seguridad que el chavismo perdió el apoyo popular del cual se jactaba. No obstante, hay cierta apatía para movilizarse en la calle. Se da la paradoja de una dirección de rechazo acompañada de una abulia a la hora de reclamar. Pareciera algo contradictorio y absurdo pero es que las respuestas políticas no son necesariamente simétricas porque no se mueven de manera uniforme y lógica sino de acuerdo a contextos imposibles de desconocer.
Es un hecho indubitable que la inmensa mayoría de la población rechaza al actual gobierno madurista. Así lo confirman los estudios de opinión y la conducta oficialista al oponerse a cualquier tipo de elección. Podemos decir con seguridad que el chavismo perdió el apoyo popular del cual se jactaba. No obstante, hay cierta apatía para movilizarse en la calle. Se da la paradoja de una dirección de rechazo acompañada de una abulia a la hora de reclamar. Pareciera algo contradictorio y absurdo pero es que las respuestas políticas no son necesariamente simétricas porque no se mueven de manera uniforme y lógica sino de acuerdo a contextos imposibles de desconocer.
Existen muchas razones para hacer una lectura acertada de la actitud de la población aunque parezca contraria al sentido común. Van desde la pérdida de la capacidad de convocatoria de la oposición hasta la eficacia del poder pasando por la debilidad de los movimientos sociales.
LA MUD NO DISPONE DE UNA CONVOCATORIA EFICAZ
Los partidos agrupados en la MUD arrastran el pesado fardo burocrático de ese pretérito en el cual no respondieron a las aspiraciones de la gente a pesar de haber recibido dos bonanzas económicas por la azarosa oscilación del precio petrolero. Su liderazgo fue en el pasado reciente muy mediático y carecía de apoyo en las bases de sus mismas organizaciones. La candidatura de Manuel Rosales fue un ejemplo de ello y fue derrotado fácilmente por el carisma de Chávez. Además, no había sintonía con los sectores populares, mayoritarios en el país, porque el populismo adeco había sido reemplazado por nuevos actores pero manteniendo las misma engañifas.
Sin embargo, el pasado 6 de diciembre ocurrió una avalancha de votos a favor de la liga opositora como nunca se había presentado desde hace diecisiete años. Si no tenían respaldo en los sectores necesitados de la nación cómo se pudiera explicar haber sido favorecido de una manera tan palmaria. La respuesta la encontramos en la polarización.
La actitud histórica electoral del venezolano ha sido basada en lo que se conoce como la economía del voto. El elector siempre piensa en posturas binarias para decidirse. Así, AD y Copei se alternaron logrando que esas dos organizaciones, muy similares, estrangularan el espectro político y no quedaba un residuo para el resto del universo político. Con el advenimiento del militarismo significado por el liderazgo de Hugo Chávez se planteó la misma posición pero entre el partido castrense y los restos del puntofijismo. Siendo una decisión reiterada no había razones para que aconteciera algo diferente en las elecciones parlamentarias.
El fracaso gubernamental se amalgamó a través de un acto comicial en el cual la gente, desesperada por la crisis actual en todos los órdenes, no dudó en darle un apoyo a quienes parecían confrontar al régimen de Maduro. Fue un fracaso para las terceras opciones presentadas como lo demuestra no haber obtenido legisladores otra formación que no fueran las polarizadas.
Ahora, cuando la MUD llama a movilizarse no ha tenido eco en la población que se ha dedicado a ocupar su tiempo buscando alimentos y medicinas en las conocidas colas interminables. Si acaso la gente grita por no haber orden en las filas pero hace caso omiso a protestar contra quienes han causado esta distopìa.
LA FRAGILIDAD DE LAS REDES SOCIALES
Durante los años noventa, en los estertores del puntofijismo, se desarrolló como reacción ante el derrumbe de la democracia representativa una amplia efervescencia en la estructura social venezolana. Surgieron segmentos organizados en los barrios populares, las urbanizaciones de la clase media, los gremios profesionales y en general, en todo el espectro social, una activación inédita. Empero, esa eclosión se electoralizó y se volcó a participar en el proceso presidencial del año 98 depositando en la esperanza de la candidatura de Chávez la posibilidad de sacar al país del marasmo padecido. Con su triunfo esa perspectiva tomó resonancia y era cuestión de tiempo para progresar. Además, la derrotada izquierda esperaba una cuota de poder no lograda por vía propia, ya iniciada con la última administración de Rafael Caldera.
Con la nueva gestión el Estado incorporó a estos movimientos otorgándoles sinecuras y prebendas y de esa manera los neutralizó. Identificándose con el nuevo gobierno se hacían oficiales y en consecuencia estaban inhibidos de reclamar. Se reeditaba el caso de las madres de mayo y los piqueteros argentinos. Esta situación se profundizó con la bonanza económica y financiera de los primero años de este siglo cuando el barril alcanzó cifras históricas por su elevación. La ebriedad derivada de la actividad rentista penetró en todos los recovecos de la nación generando una pasividad fundada en la ilusión repetida por el diluvio de los petrodólares.
Las resultas de estas circunstancias se tradujeron en una gran apatía y pérdida de legitimidad de los actores sociales. La gente no tenía organización y estaba supeditada a las decisiones del Estado. La debilidad de las redes permitió que el carisma del presidente y el excedente petrolero las condicionaran y de allí su ostensible inoperancia.
La anterior trayectoria es la que ha colocado a la gente en estricta sujeción a los planes políticos tradicionales y ha sido conducido por la senda comicial para liquidar su fuerza. Las personas ven en el acto electoral la salida a la crisis pero no participan en su consecución.
LA EFICACIA DEL PODER
Sin ninguna duda debemos reconocer el éxito del Estado para manipular y contener a los hombres y mujeres de acá. En primer lugar, la experimentada asesoría cubana en materia de inteligencia y represión le ha concedido a los militares y los órganos represivos la respuesta adecuada frente a la conflictividad. Para ello han criminalizado la protesta siguiendo juicios penales a quienes disientan además de las claras violaciones de derechos humanos en las barriadas, los disturbios por alimentos y los presos. Han reprimido de manera manifiesta las turbulencias intimidando para no reproducirse.
En segundo término, la condición de hambre de la población influye en no reaccionar por el miedo represivo y la conciencia de no haber alternativas sino la de ser un miserable. Es el hábito de vivir mal y perder toda esperanza de cambiar.
Tercero, la subjetividad social de esperar un mesías para venir a arreglar la crisis. Es propia del populismo internalizado la carencia de autonomía e iniciativa propia. La esperanza es la un ente externo vengador o justiciero, como Chávez, para solucionar los problemas aunque están presentes los lamentables resultados de esa gestión heterónoma.
Cuarto, como diría Foucault, el mejor dominio de la sociedad reside en el control entendido como los dispositivos uniformadores y creadores de conciencias abúlicas y desesperanzadas. Para su logro están los medios, dominados por el gobierno directo e indirectamente, el neolenguaje, la promoción de una historia manipulada y la imagen delictiva de las bandas de tonton macoutes del oficialismo. Muchos sectores de nuestra sociedad están prisioneros de esta mentalidad, tienen introyectada esa tendencia.
COLOFÒN
En la jerga leninista estaríamos en presencia de condiciones objetivas para insurgir y materializar una revolución. Faltarían las subjetivas, esto es, la organización de una vanguardia iluminada capaz de conducir la coyuntura. Pero la realidad es más compleja que el ideario del socialismo autoritario. En el caso venezolano apreciamos una apatía no accidental de la población carente de la cultura de la participación y domesticada por el poder ancestralmente y más ahora con los mecanismos de un Estado militarizado y totalitario.
Asimismo, no es desdeñable la transformación popular por la aguda crisis económica y social. Podría ser que la gente salga a los espacios públicos a exigir el referéndum y lograr su realización aunque no es una panacea sino la síntesis de luchar por el mal menor. Pero también pudiese ocurrir que las personas no acudan al llamado revocatorio y se efectúe el próximo año para darle dos más de oxígeno a la élite militar gobernante.
Tampoco sería descartable que se profundice el desabastecimiento y la escasez para generar una explosión social, ahogada seguramente en sangre por los uniformados como el 27 de febrero de 1989. Sin embargo, la presión internacional podría incidir en la abstención de los administradores de la violencia del Estado y abrirse a negociaciones para la exploración de impunidad y llamar a elecciones.
La anterior opción es aterradora porque sería una salida tendiente a buscar cambios lampedusianos dentro de un tacticismo manualesco, incapaces de provocar el punto de inflexión hacia ámbitos diferentes. Solo una apertura democrática y social es la viabilidad en el tránsito hasta el logro de un país mejor.
Asimismo, no es desdeñable la transformación popular por la aguda crisis económica y social. Podría ser que la gente salga a los espacios públicos a exigir el referéndum y lograr su realización aunque no es una panacea sino la síntesis de luchar por el mal menor. Pero también pudiese ocurrir que las personas no acudan al llamado revocatorio y se efectúe el próximo año para darle dos más de oxígeno a la élite militar gobernante.
Tampoco sería descartable que se profundice el desabastecimiento y la escasez para generar una explosión social, ahogada seguramente en sangre por los uniformados como el 27 de febrero de 1989. Sin embargo, la presión internacional podría incidir en la abstención de los administradores de la violencia del Estado y abrirse a negociaciones para la exploración de impunidad y llamar a elecciones.
La anterior opción es aterradora porque sería una salida tendiente a buscar cambios lampedusianos dentro de un tacticismo manualesco, incapaces de provocar el punto de inflexión hacia ámbitos diferentes. Solo una apertura democrática y social es la viabilidad en el tránsito hasta el logro de un país mejor.
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