J.R. López Padrino
La magnitud de la crisis económica que afecta al país es extremadamente grave. Padecemos la inflación más alta del mundo, un déficit fiscal de dos dígitos, una caída estrepitosa del aparato productivo nacional, el riesgo país a la inversión internacional más alto del globo, una caída alarmante del PIB, una sistemática caída de las reservas internacionales y una espantosa escasez de alimentos y medicinas. A ello se le suma el desmantelamiento operativo y ruina de PDVSA (deuda aumentó de 3 a 43 millardos de dólares), la inmensa hipoteca del país contraída con el gigante asiático y la Rusia imperial y el desmantelamiento del Estado democrático burgués y su sustitución por un Estado paria, forajido narco-complaciente. Crisis económica que no es de nueva data y cuya génesis se remonta a los días del comandante insepulto, quien gracias a la bonanza petrolera pudo maquillar la situación y “correr la arruga” circunstancialmente. Desastre el cual ha sido profundizado por el iletrado Maduro ante el agotamiento del modelo rentista bolivariano.
La magnitud de la crisis económica que afecta al país es extremadamente grave. Padecemos la inflación más alta del mundo, un déficit fiscal de dos dígitos, una caída estrepitosa del aparato productivo nacional, el riesgo país a la inversión internacional más alto del globo, una caída alarmante del PIB, una sistemática caída de las reservas internacionales y una espantosa escasez de alimentos y medicinas. A ello se le suma el desmantelamiento operativo y ruina de PDVSA (deuda aumentó de 3 a 43 millardos de dólares), la inmensa hipoteca del país contraída con el gigante asiático y la Rusia imperial y el desmantelamiento del Estado democrático burgués y su sustitución por un Estado paria, forajido narco-complaciente. Crisis económica que no es de nueva data y cuya génesis se remonta a los días del comandante insepulto, quien gracias a la bonanza petrolera pudo maquillar la situación y “correr la arruga” circunstancialmente. Desastre el cual ha sido profundizado por el iletrado Maduro ante el agotamiento del modelo rentista bolivariano.
Ante este fracaso estructural, el régimen de Maduro y sus rimbombantes asesores -imbuidos en un ciego fanatismo- no se les ha ocurrido algo más original que la creación de los “conucos urbanos” y de los “gallineros verticales”, los comités locales de abastecimiento y producción (CLAP), así como la militarización de la escasez a través del "Comando Nacional de la Gran Misión Abastecimiento Soberano y Seguro” bajo el mando del milico multisoleado de Padrino López.
La militarización extrema de la economía, bajo el argumento Goebbeliano de que estamos bajo una guerra económica, evidencia una mezcla perversa de ignorancia y fanatismo. El régimen no logra entender que el país sufre las consecuencias de un engendro político que por más de 17 años ha implementado medidas económicas equivocadas que inexorablemente han llevado a la ruina al aparato productivo nacional. Que los funcionarios del “proceso” han depredado el tesoro nacional impunemente, han malgastando los ingentes ingresos del renta petrolera, muchos de los cuales han ido a engrosar los bolsillos del hamponato boliburgués.
Los que usufructúan el poder, se niegan a entender que sin producción no puede haber distribución de bienes, más allá de la repartición de miseria. Padrino López y sus milicos represores piensa que el fracaso estructural del modelo facho bolivariano se resuelve a punta de bayonetas, militarizando los puertos nacionales, los mercados y centros de acopio de alimentos, así como profiriendo nuevas amenazas de intervención a la ya agonizante industria nacional. Son incapaces de comprender que la guerra económica representa la excusa política que utiliza el ungido Maduro y su pandilla de bastardos para justificar su incapacidad e improvisación en estos últimos 17 años de desgobierno. Obviamente, los fascistas solo saben mentir y manipular emocionalmente ante los problemas complejos de la sociedad actual dado su raquitismo intelectual.
La farsa derechista del fachochavismo se niega a entender que fracasaron en sus pretensiones de establecer un bastardo socialismo tarifado y populista que se mantuvo vivo por varias años gracias a los altos precios del petróleo y no producto de una mística revolucionaria, de un espíritu de sacrificio. El colapso de los precios petroleros y la concomitante reducción de recursos ha provocado el fallecimiento de este proyecto siniestro que logró cohesionarse en torno al factor dinero, al reparto de limosnas sociales y a una corrupción desenfrenada. Un sainete fraudulento que publicita una revolución antiimperialista, pero que paradójicamente termina entregándole el petróleo a las trasnacionales a través de asociaciones leoninas (empresas mixtas) (Chevron, BP, Eni, Lukoil, Mitsubishi, China National Petroleum Corporation, Total, etc.) y nuestros recursos del Arco Minero del Orinoco (71.693 Km2) al capital extranjero (Energol Mineral, Glencore AG, Guaniamo Ming, etc.) y al narcogeneralato bolivariano a través la Compañía Anónima Militar de Industrias Mineras, Petrolíferas y de Gas.
Se califican a sí mismos de izquierda, pero “desgobiernan” al país con el manual del neoliberalismo. Flexibilizan las relaciones laborales, bonifican los incrementos salariales (como el último aumento salarial decretado por el régimen), intervienen a los sindicatos, criminalizan las luchas sindicales, imponen impuestos regresivos, endeudan irresponsablemente al país, y se niegan a discutir las contrataciones colectivas. Esta situación de miseria de los trabajadores contrasta con la opulencia en las elites de la nomenklatura bolivariana.
El fachochavismo y su farsa va en retirada. Derrotados por la corrupción, la incapacidad, el abuso de poder, la violación de los derechos humanos, y una falta de ética, navegan sin rumbo inmersos en su propio laberinto. Pasarán a la historia como un proyecto falaz que prometió acabar con la pobreza y la multiplicó, finiquitar el rentismo y lo profundizó, establecer un nuevo marco constitucional y creo un narcoestado, establecer un proyecto humanista e institucionalizó la delación y la tortura. Representan los verdaderos tahúres del siglo XXI.
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