Ricardo Flores Magón (Periódico Regeneración,
núm. 207)
Pronunciado
el 19 de septiembre de 1915.
Camaradas:
La
humanidad se encuentra en uno de los momentos más solemnes de su historia. En
el Universo nada es estable: todo cambia, y nos encontramos en el momento en
que un cambio está por efectuarse en lo que se refiere al modo de agruparse de
los seres humanos al conjunto de instituciones económicas, políticas, sociales,
morales y religiosas, que constituyen lo que se llama sistema capitalista, o
sea el sistema de la propiedad privada o individual.
El
sistema capitalista muere herido por sí mismo, y la humanidad, asombrada,
presencia el formidable suicidio. No son los trabajadores los que han
arrastrado a las naciones a echarse unas sobre las otras: es la burguesía misma
la que ha provocado el conflicto, en su afán por dominar los mercados. La
burguesía alemana realizaba colosales progresos en la industria y en el
comercio, y la burguesía inglesa sentía celos de su rival. Eso es lo que hay en
el fondo de ese conflicto que se llama guerra europea: celos de mercachifles,
enemistades de traficantes, querellas de aventureros. No se litiga en los
campos de Europa el honor de un pueblo, de una raza o de una patria, sino que
se disputa, en esa lucha de fieras, el bolsillo de cada quien: son lobos
hambrientos que tratan de arrebatarse una presa. No se trata del honor nacional
herido ni de la bandera ultrajada, sino de una lucha por la posición del
dinero, del dinero que primero se hizo sudar al pueblo en los campos, en las
fábricas, en las minas, en todos los lugares de explotación y que ahora se
quiere que ese mismo pueblo explotado lo guarde con su vida en los bolsillos de
los que lo robaron.
¡Qué
sarcasmo! ¡Qué ironía sangrienta! Se hace trabajar al pueblo por un mendrugo,
quedándose los amos con la ganancia, y después se hace que los pueblos se
destrocen unos a otros para que esa ganancia no sea arrancada de las uñas de
sus verdugos. Protegernos los pobres, está bien: ése es nuestro deber, ésa es
la obligación que nos impone la solidaridad. Protegernos los unos a los otros,
ayudarnos, defendernos mutuamente, es una necesidad que debemos satisfacer si
no queremos ser aniquilados por nuestros señores; pero armarnos, y echarnos
unos sobre los otros para defender el bolsillo de nuestros amos, es un crimen
de lesa clase, es una felonía que debemos rechazar indignados. A las armas,
está bien; pero contra los enemigos de nuestra clase, contra los burgueses, y
si nuestro brazo ha de tronchar alguna cabeza, que sea la del rico; si nuestro
puñal ha de alcanzar algún corazón, que sea el del burgués. Pero no nos
destrocemos los pobres unos a los otros.
En
los campos de Europa los pobres se destrozan unos a los otros en beneficio de
los ricos, quienes hacen creer que luchan en beneficio de la patria. Y bien;
¿qué patria tiene el pobre? El que no cuenta más que con sus brazos para ganarse
el sustento, sustento del que carece si al amo maldito no se le antoja
explotarlo, ¿qué patria tiene? Porque la patria debe ser algo así como una
buena madre que ampara por igual a todos sus hijos. ¿Qué amparo tienen los
pobres en sus respectivas patrias? ¡Ninguno! El pobre es un esclavo en todos
los países, es desgraciado en todas las patrias, es un mártir bajo todos los
gobiernos. Las patrias no dan pan al hambriento, no consuelan al triste, no
enjugan el sudor de la frente del trabajador rendido de fatiga, no se
interponen entre el débil y el fuerte para que éste no abuse del primero; pero
cuando los intereses del rico están en peligro, entonces se llama al pobre para
que exponga su vida por la patria, por la patria de los ricos; por una patria
que no es nuestra, sino de nuestros verdugos.
Abramos
los ojos, hermanos de cadena y de explotación; abramos los ojos a la luz de la
razón. La patria es de los que la poseen, y los pobres nada poseen. La patria
es la madre cariñosa del rico y la madrastra del pobre. La patria es el
polizonte armado de un garrote, que nos arroja a puntapiés al fondo de un
calabozo o nos pone el cordel en el pescuezo cuando no queremos obedecer las
leyes escritas por los ricos en beneficio de los mismos ricos. La patria no es
nuestra madre: ¡es nuestro verdugo! y por defender a ese verdugo, nuestros
hermanos, los proletarios de Europa se arrancan la existencia los unos a los
otros. Imaginaos el espacio que ocuparán más de 6 000 000 de cadáveres; una
montaña de cadáveres, ríos de sangre y de lágrimas, eso es lo que ha producido
hasta este momento la guerra europea. Y esos muertos son nuestros hermanos de
clase, son carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Son trabajadores
que desde niños fueron enseñados a amar a la patria burguesa, para que, llegado
el caso, se dejasen matar por ella. ¿Qué poseían de sus patrias esos héroes?
¡Nada! No poseían otra cosa que un par de brazos robustos para procurarse el
sustento propio y el de sus familias. Ahora las viudas, los dolientes de esos
trabajadores tendrán que morirse de hambre. Las mujeres se prostituirán para
llevarse a la boca un pedazo de pan; los niños robarán para llevar algo de
comer a sus ancianos padres; los enfermos irán al hospital y a la tumba.
Burdel, presidio, hospital, muerte miserable: he ahí el premio que recibirán
los deudos de los héroes que mueren por su patria, mientras los ricos y los
gobernantes derrochan en francachelas el oro que se ha hecho sudar al pueblo en
la fábrica, en el taller, en la mina. ¡Qué contraste! Sacrificio, dolor,
lágrimas para los que todo lo producen, para los creadores abnegados de la
riqueza. Placeres y dichas para los holgazanes que están sobre nuestros
hombros. Sacudámonos, agitémonos, obremos para que caigan a nuestros pies los
parásitos que acaban con nuestra existencia. Pongamos resueltamente nuestros
puños en el cuello del enemigo. Somos más fuertes que él. Un revolucionario
dijo esta inmensa verdad: “Los tiranos nos parecen grandes porque estamos de
rodillas; ¡levantémonos!”
Y
bien: horrible como es la carnicería insensata que convierte en matadero el
territorio del Viejo Mundo, ella tiene que producir inmensos bienes a la
humanidad, y en lugar de entregarnos a tristes reflexiones considerando tan
sólo el dolor, las lágrimas y la sangre, alegrémonos, regocijémonos de que tal
hecatombe haya tenido lugar. La catástrofe mundial que contemplamos es un mal
necesario. Los pueblos, envilecidos por la civilización burguesa, ya no se
acordaban de que tenían derechos, y se hacía indispensable una sacudida
formidable para despertarlos a la realidad de las cosas. Hay muchos que
necesitan del dolor para abrir sus cerebros a la razón. El maltrato envilece al
apocado y al tímido; pero en el pecho del hombre de vergüenza despierta
sentimientos de dignidad y de noble orgullo que lo hacen rebelarse. El hambre
doblega al cobarde y lo entrega de rodillas al burgués; pero es al mismo tiempo
un acicate que hace encabritar a los pueblos. El sufrimiento puede conducir a
la resignación y a la paciencia; pero también puede poner, en las manos del
hombre valiente, el puñal, la bomba y el revólver. Y esto será lo que suceda
cuando termine esta guerra infame, o lo que la hará terminar. Las grandes
batallas campales terminarán con la barricada y el motín de los pueblos
rebelados, y las banderas nacionales se desvanecerán en el espacio, para dar
lugar a la bandera roja de los desheredados del mundo.
Entonces
la revolución que nació en México, y que vive aún como un azote y un castigo
para los que explotan, los que embaucan y los que oprimen a la humanidad,
extenderá sus flamas bienhechoras por toda la tierra y en lugar de cabezas de
proletarios rodarán por el suelo las cabezas de los ricos, de los gobernantes y
de los sacerdotes, y un solo grito subirá al espacio escapado del pecho de
millones y millones de seres humanos: ¡Viva Tierra y Libertad!
Y
por primera vez el sol no se avergonzará de enviar sus rayos gloriosos a esta
mustia tierra, dignificada por la rebelión, y una humanidad nueva, más justa,
más sabia, convertirá a todas las patrias en una sola patria, grande, hermosa,
buena: la patria de los seres humanos; la patria del hombre y de la mujer, con
una sola bandera: la de la fraternidad universal.
Saludemos,
compañeros de fatigas y de ideales, a la Revolución mexicana. Saludemos esa
epopeya sublime del peón convertido en hombre libre por la rebeldía, y pongamos
todo lo que esté de nuestra parte, nuestro dinero, nuestro talento, nuestra
energía, nuestra buena voluntad, y si necesario es que sacrifiquemos nuestro
bienestar, nuestra libertad y aun nuestra vida para que esa Revolución no
termine con el encumbramiento de ningún hombre al Poder, sino que, siguiendo su
curso reivindicador, termine con la abolición del derecho de propiedad privada
y la muerte del principio de autoridad; porque mientras haya hombres que poseen
y hombres que nada tienen el bienestar y la libertad serán un sueño,
continuarán existiendo tan sólo como una bella ilusión jamás realizada.
La
Revolución no debe ser el medio de que se valgan los malvados para encumbrarse,
sino el movimiento justiciero que dé muerte a la miseria y a la tiranía, cosas
que no mueren eligiendo gobernantes, sino acabando con el llamado derecho de
propiedad privada. Este derecho es la causa de todos los males que sufre la
humanidad. No hay que buscar el origen de nuestros males en otra cosa, pues por
el derecho de propiedad hay Gobierno y hay sacerdotes. El Gobierno es el
encargado de ver que los ricos no sean despojados por los pobres, y los
sacerdotes no tienen otra misión que infundir en los pechos proletarios la
paciencia, la resignación y el temor de Dios, para que no piensen jamás en
rebelarse contra sus tiranos y explotadores.
El
Partido Liberal Mexicano —unión obrera revolucionaria— comprende que la
libertad y el bienestar son imposibles mientras existan el Capital, la
Autoridad y el Clero, y a la muerte de estos tres monstruos o de ese monstruo
de tres cabezas, tienden todos sus esfuerzos, y a la propaganda y a la acción
de los miembros de este Partido se debe el hecho de que no hay un gobierno
estable en México, esto es, que no se fortalezca una nueva tiranía. No queremos
ricos, no queremos gobernantes ni sacerdotes; no queremos bribones que exploten
las fuerzas de los trabajadores; no queremos bandidos que sostengan con la ley
a esos bribones, ni malvados que en nombre de cualquier religión hagan del
pobre un cordero que se deje devorar de los lobos sin resistencia y sin
protesta.
Aquellos
de vosotros que queráis conocer a fondo por qué lucha el Partido Liberal
Mexicano, no tenéis qué hacer otra cosa que leer el Manifiesto de 23 de
Septiembre de 1911, promulgado por la Junta Organizadora del Partido.
Así
como la guerra europea es un mal necesario, la Revolución mexicana es un bien.
Hay sangre, hay lágrimas, hay sacrificios, es cierto; pero ¿qué grande
conquista ha sido obtenida entre fiestas y placeres? La libertad es la
conquista más grande que puede apetecer un pecho digno, y la libertad sólo se
obtiene arrostrando la muerte, la miseria y el calabozo.
Pensar
que de otra manera se puede conquistar la libertad, es equivocarse
lamentablemente.
Nuestra
libertad está en las manos de nuestros opresores: de ahí que no podamos
adquirirla sin lucha y sin sacrificio.
¡Adelante!
¡Si en Europa se combate todavía por la patria, esto es, por los ricos, en
México se lucha por Tierra y Libertad! ¡Adelante! El momento es solemne. En
México el sistema capitalista se derrumba a los golpes de la plebe dignificada,
y los clamores de los ricos y los clérigos llegan a Washington a trastornar el
seso de ese pobre juguete de la burguesía que se llama Woodrow Wilson, el
presidente enano, el funcionario de sainete que, por ironía del Destino, le ha
tocado ser actor en una tragedia en la que solamente deberían tomar parte
personajes de hierro.
¡Adelante!
El remedio está a nuestro alcance. Para acabar con el sistema capitalista no
tenemos otra cosa que hacer que poner nuestras manos sobre los bienes que se
encuentran en las garras de los ricos y declararlos propiedad de todos, hombres
y mujeres. El hombre arriesga su vida por encumbrar a un gobernante, que por
más amigo del pobre que se diga ser, nunca lo será más que lo es del rico, ya
que su misión es velar porque la ley sea respetada, y la ley ordena que se
respete el derecho de propiedad privada o individual. ¿Para qué matarse por
tener un gobierno? ¿Por qué no, mejor, sacrificarse por no tener ninguno, con
mayor razón cuando el mismo esfuerzo que se hace para quitar a un gobernante y
poner otro en su lugar, es el mismo que se necesita para arrancar de las manos
de los ricos la riqueza que detentan?
La,
expropiación: éste es el remedio; pero debe ser la expropiación para beneficio
de todos y no de unos cuantos. La expropiación es la llave de oro que abre las
puertas de la libertad, porque la posesión de la riqueza da la independencia
económica. El que no necesita alquilar sus brazos para vivir, ése es libre.
¡Adelante!
No es posible detenerse y ser simples espectadores del drama formidable. Que
cada cual se una a los de su clase: el pobre con el pobre; el rico con el rico,
para que cada quien se encuentre con los suyos y en su puesto en la batalla
final: la de los pobres contra los ricos; la de los oprimidos contra los
opresores; la de los hambrientos contra los hartos, y cuando el humo del último
disparo se haya disipado, y del edificio burgués no quede piedra sobre piedra,
que el sol alumbre nuestras frentes ennoblecidas y a la tierra le quepa el
orgullo de sentirse pisada por hombres y no por rebaños.
Aprendamos
algo de nuestros hermanos los revolucionarios expropiadores de México. Ellos no
han esperado a que se encarame nadie a la Presidencia de la República para
iniciar una era de justicia. Como hombres han destruido todo lo que se oponía a
su acción redentora. Revolucionarios de verdad, han hecho pedazos la ley; la
ley solapadora de la injusticia; la ley alcahueta del fuerte. Con mano robusta
han hecho pedazos las rejas de los presidios y con los barrotes han hundido el
cráneo de jueces y cagatintas. Al burgués le han acariciado el pescuezo con la
cuerda de los ahorcados, y con gesto heroico, jamás presenciado por los siglos,
han puesto la mano sobre la tierra que palpita emocionada al sentirse poseída
por hombres libres.
¡Adelante!
Que en este momento solemne cada quien cumpla con su deber.
¡Viva
la anarquía! ¡Viva el Partido Liberal Mexicano! ¡Viva Tierra y Libertad!
Regeneración,
núm. 207, 9 de octubre de 1915
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.