Jorge Camarasa (diario La Voz del Interior]
Después de años de olvido y de abandono, que amenazaban con enterrar para siempre su historia, un pueblo casi desaparecido va por la revancha: Cerro Negro, nacido del sueño de un puñado de anarquistas que hace más de 60 años quisieron fundar una comunidad libertaria en medio de las Sierras Chicas [provincia de Córdoba], ha comenzado a resurgir de entre sus ruinas.
Después de años de olvido y de abandono, que amenazaban con enterrar para siempre su historia, un pueblo casi desaparecido va por la revancha: Cerro Negro, nacido del sueño de un puñado de anarquistas que hace más de 60 años quisieron fundar una comunidad libertaria en medio de las Sierras Chicas [provincia de Córdoba], ha comenzado a resurgir de entre sus ruinas.
Es un caso raro el de este pueblo, que en lugar de desaparecer, aparece. Hasta ahora, sólo sobrevivían de él la añoranza de lo que podía haber sido, el recuerdo de Diego Abad de Santillán y la memoria de un grupo de republicanos españoles expulsados de su patria por el franquismo.
La fundación había sido un intento que al principio había marchado bien, pero después se había ido perdiendo con el tiempo, hasta transformarse en un fantasma inaccesible en las alturas de Villa Albertina, 130 kilómetros al norte de Córdoba.
A Cerro Negro se lo habían llevado puesto el paso de los años, un progreso que no había sido tal, y el naufragio de unas ideas vapuleadas por el temporal de la historia.
Y ahora, seis décadas después de su fundación y 40 años más tarde de su apogeo, ese caserío despoblado que parecía los restos de un sueño que ya no soñaba nadie, ha empezado a animarse de nuevo.
Santillán. Cuando llegó por primera vez a Cerro Negro, a fines de 1942, a Diego Abad de Santillán el lugar le debe haber recordado a Reyero, la aldea perdida en las montañas de León, donde había nacido. La misma soledad, la misma tierra dura y seca y, lo mismo que en Reyero, casi todo por hacer.
Santillán, como prefería que lo llamaran, era en verdad Sinesio Baudilio García, y se había inventado el apodo en España, en la clandestinidad de la lucha contra el franquismo. La Argentina no era un lugar desconocido para él, y hasta entonces había estado yendo y viniendo, siempre con el equipaje de ideas de tantos otros exiliados europeos que elegían el país como refugio.
Anarquista profundo, de convicciones inclaudicables, traía a la rastra la historia apasionada y trágica de la Guerra Civil Española, donde había llevado una vida de militancia, combates y cárceles.
Sus idas y vueltas entre España y la Argentina habían comenzado en 1905, cuando tenía 8 años y sus padres habían llegado al país para hacer la América. En 1917 había regresado a Madrid, y comenzado a estudiar filosofía, y allí fue detenido por primera vez en la calle, durante una huelga general.
Fue su bautismo de fuego de militante y, al año siguiente, de regreso en Buenos Aires, comenzó a activar en la Federación Obrera Regional Argentina, de la que editaría su periódico La Protesta. Para entonces, la práctica anarquista ya le ocupaba la vida, y lo mismo le pasaría en Berlín, donde vivió cuatro años, en México, en Uruguay o aquí mismo, donde en 1930 sería condenado a muerte y tendría que fugar.
En 1931, tras la proclamación de la República en España, volvió a Madrid, luego retornó de nuevo a Buenos Aires, donde vivió otros dos años en la clandestinidad, y en 1933 se instaló en Barcelona.
Para entonces, a los 36 años, Santillán ya era un dirigente reconocido, y el escenario tumultuoso de la República Española sería el marco de su mayor actividad. A comienzos de 1934 se había integrado a la Federación Anarquista Ibérica como secretario, y en 1936, al estallar la sublevación de Francisco Franco en el norte de África, sería el organizador del Comité de Milicias Antifascistas de Cataluña y el consejero de economía de la Generalitat.
En 1939, tras la derrota de los republicanos a mano de los nacionales franquistas, Diego Abad de Santillán se exilió en Francia durante dos años y, a fines de 1942, regresaría a la Argentina, que era como su segunda patria, donde desarrollaría su actividad intelectual como historiador del movimiento obrero.
Fue entonces cuando, durante un viaje a Córdoba con un grupo de camaradas, descubrió Cerro Negro y empezó a tener su sueño libertario para ese rincón de las sierras.
La fundación. La aventura de fundar Cerro Negro –porque en principio el intento no era más que eso, una aventura– fue la obra de dos hombres y una mujer: Abad de Santillán, su hermana Julia García, y el marido de ella, Jaime Moragues. La mujer y su esposo vivían en Santa Fe, donde ella era activista del gremio docente y él un herrero de convicciones libertarias, y con el tiempo se convertirían en los mayores impulsores del proyecto.
En 1942 habían comprado los terrenos, que empezarían a lotear entre camaradas, amigos y conocidos, y al año siguiente ya habían levantado el tanque de agua y la hostería. En 1944 funcionaba una sociedad de responsabilidad limitada, y en 1952 se fundó la cooperativa con el aporte de José Cielo Rey, un empresario de Buenos Aires de origen cubano, que había llegado a la villa unos años antes traído por Santillán, con quien compartía sus ideas anarquistas.
En los años siguientes el pueblo tendría sala de primeros auxilios, una estafeta y una escuela, y un colectivo que iba y venía dos veces por día desde Deán Funes lo vinculaba al resto del mundo.
Los primeros habitantes le daban ese aire de comunidad libertaria que lo hacía único y atraía a librepensadores. Los servicios se manejaban en forma comunitaria, las actividades eran casi siempre colectivas y hasta los administradores de la hostería, Jaime Ronda y su esposa Catalina, eran anarquistas, y sus huéspedes eran docentes, empleados públicos y obreros santafesinos que compartían sus ideas.
Aunque no era una condición excluyente para integrarse a la vida de Cerro Negro, casi todos comulgaban en esa idea de libertad que Santillán expresaría en sus libros: “La libertad es esencia de vida, no es una palabra en el aire. Hemos tenido casi toda la Historia contraria a esa libertad, en nombre de toda clase de mitos: religiosos, políticos, dinásticos, estatales. Estamos contra esa clase de mitos, porque nosotros defendemos la libertad y el ser humano como realidad, no como instrumento anexo a cualquiera de esos mitos. Esa es la principal diferencia con otros grupos. No somos peligrosos para nadie, excepto para quienes quieren anular a la persona humana. Un hombre sin libertad no es un hombre”.
[Tomado de http://archivo.lavoz.com.ar/suplementos/temas/07/03/25/nota.asp?nota_id=55962.]
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