Gustavo Godoy
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la época de la sabiduría y la época de la bobería, el periodo de la fe y el periodo de la incredulidad, la era de la luz y la era de las tinieblas, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos y nada poseíamos, caminábamos en derechura al cielo y rodábamos precipitados al abismo” .
Charles Dickens
El mundo contemporáneo se nos presenta como una compleja paradoja. Por un lado, nosotros hemos sido testigos de un enorme progreso en cuanto a lo material y tecnológico. De eso no hay dudas. Por otro lado, también es cierto que podemos apreciar un profundo declive del individuo y su mundo interior. En la actualidad, se puede percibir una fuerte descompensación entre el progreso externo y el progreso interno. En los dos últimos siglos, desde la revolución industrial, pasando por las dos guerras mundiales y de la guerra fría en siglo pasado, el mundo ha experimentado notables avances en el ambiente científico, económico y tecnológico, incluso en lo social. El capitalismo burgués, la sociedad de consumo, la cultura de masas, el economicismo, y el tecnificación le han aportado al hombre moderno gran confort material y muchas libertades. Esto no es malo, inclusive es motivo de orgullo. Sin embargo, al mismo tiempo, nos hemos empobrecido dramáticamente en cuanto a lo cultural y espiritual. El individuo de la actualidad esta desorientado, perdido. En algún del punto del camino, hemos fallado. La insatisfacción personal es generalizada.
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la época de la sabiduría y la época de la bobería, el periodo de la fe y el periodo de la incredulidad, la era de la luz y la era de las tinieblas, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos y nada poseíamos, caminábamos en derechura al cielo y rodábamos precipitados al abismo” .
Charles Dickens
El mundo contemporáneo se nos presenta como una compleja paradoja. Por un lado, nosotros hemos sido testigos de un enorme progreso en cuanto a lo material y tecnológico. De eso no hay dudas. Por otro lado, también es cierto que podemos apreciar un profundo declive del individuo y su mundo interior. En la actualidad, se puede percibir una fuerte descompensación entre el progreso externo y el progreso interno. En los dos últimos siglos, desde la revolución industrial, pasando por las dos guerras mundiales y de la guerra fría en siglo pasado, el mundo ha experimentado notables avances en el ambiente científico, económico y tecnológico, incluso en lo social. El capitalismo burgués, la sociedad de consumo, la cultura de masas, el economicismo, y el tecnificación le han aportado al hombre moderno gran confort material y muchas libertades. Esto no es malo, inclusive es motivo de orgullo. Sin embargo, al mismo tiempo, nos hemos empobrecido dramáticamente en cuanto a lo cultural y espiritual. El individuo de la actualidad esta desorientado, perdido. En algún del punto del camino, hemos fallado. La insatisfacción personal es generalizada.
En la literatura contemporánea, de manera recurrente, nos topamos con personajes que reflejan con gran claridad esta crisis del individuo actual. Se trata del joven posmodernista que vaga nerviosamente como un errante en busca de su identidad en medio del laberintico espacio urbano. El arquetípico personaje actual es asocial, pasivo, cínico, inconforme, mezquino y arrogante. No es crítico, ni pensante. Es incapaz de sobrevivir sin ayuda de sistema. La tradición, la familia, la comunidad, la historia, la religión, y las ideologías ya no son puntos de orientación . Y lo único que encuentra es el disfrute consumista, escapista y hedonista en el contexto en una frenética carrera social. Ya no está impulsado por principios e ideas sino por las cosas, la fama y el reconocimiento de las demás. Vale poco como individuo, vale mas su posición en la jerarquía social ,que demasiado a menudo depende de su nivel económico . A la final, eso solo conlleva a un hondo vacío en el fondo de su ser.
El hombre promedio y bien adaptado vive en la negación. Es más, cuando se critica al sistema actual se desboca ferozmente en su defensa . Y el debate se vuelve emotivo e irracional. La intención no es volver al pasado ni vivir en la indigencia, sino buscar el sano equilibrio entre el progreso externo y el interno.
Las necesidades materiales del hombre en realidad son muy pocas. Y seria seguro decir que mientras más rico es el mundo interior de una persona, lo material cobra menos importancia. El enfoque de una sociedad sensata debe estar en el ser, no en el tener. Buscar seguridad en lo material exclusivamente, lo que pone en evidencia es nuestra incapacidad y debilidad. Una persona que pueda caminar kilómetros sin problema necesita menos del transporte moderno que aquel que se canse con un par de cuadras. Una persona querida por sus amigos y su familia debido a su gran corazón necesitara menos de lo material para impresionar a la gente. Y así va.
El progreso interno comienza agradeciendo lo mucho que tenemos y reconociendo que ser feliz tiene que ver más con nuestra actitud personal ante la vida, que con las monedas debajo del colchón. El crecimiento viene del esfuerzo, no de la facilidad. El que invierte en su ser siempre estará en la cima del mundo, con o sin castillo.
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