Emmánuel Lizcano
Seguimos hablando de autogestión en unos términos que, en el mejor de los casos, corresponden a la sociedad que Marx analizó en parte y que dicen que así fue hace ya más de un siglo. Pero ni la sociedad actual tiene en lo fundamental nada que ver con aquella ni podemos por más tiempo seguir prescindiendo de cuantos modos de análisis y crítica han visto nacer estos últimos cien años.
Para una sociedad que se supone dividida en base a la propiedad o extrañeza de los medios de producción, podría ser válida la aspiración a la propiedad autogestionada de tales medios. Pero en las sociedades «modernas» (y mucho me temo que también en las de antes) la escisión principal no pasa por ahí ni de lejos. Como tantas veces ha podido comprobarse, la apropiación de los medios de producción por los trabajadores no determina en sí ninguna liberación; y es que los mecanismos de dominación van por otros lados. La tecnoburocracia, como moderna clase dominante, lo que hace es monopolizar las redes de circulación (de bienes, de palabras, de hombres, de átomos…), substituyendo la arbitrariedad por una racionalidad que la hace «necesaria»: allí donde el patrón era visto como un parásito prescindible, ella se presenta como la imprescindible razón ordenadora. Son los profesionales del saber y de la organización (política, empresarial, sindical, académica…), que cada vez más son los mismos: los expertos en mediaciones.
Seguimos hablando de autogestión en unos términos que, en el mejor de los casos, corresponden a la sociedad que Marx analizó en parte y que dicen que así fue hace ya más de un siglo. Pero ni la sociedad actual tiene en lo fundamental nada que ver con aquella ni podemos por más tiempo seguir prescindiendo de cuantos modos de análisis y crítica han visto nacer estos últimos cien años.
Para una sociedad que se supone dividida en base a la propiedad o extrañeza de los medios de producción, podría ser válida la aspiración a la propiedad autogestionada de tales medios. Pero en las sociedades «modernas» (y mucho me temo que también en las de antes) la escisión principal no pasa por ahí ni de lejos. Como tantas veces ha podido comprobarse, la apropiación de los medios de producción por los trabajadores no determina en sí ninguna liberación; y es que los mecanismos de dominación van por otros lados. La tecnoburocracia, como moderna clase dominante, lo que hace es monopolizar las redes de circulación (de bienes, de palabras, de hombres, de átomos…), substituyendo la arbitrariedad por una racionalidad que la hace «necesaria»: allí donde el patrón era visto como un parásito prescindible, ella se presenta como la imprescindible razón ordenadora. Son los profesionales del saber y de la organización (política, empresarial, sindical, académica…), que cada vez más son los mismos: los expertos en mediaciones.
Desde esta perspectiva, la autogestión ha de plantearse a un nivel más general (más extenso y también más abstracto), si no queremos resbalar en el vacío del siglo anterior. Dicho pronto y bien (con perdón) la autogestión no puede ser sino la ausencia de mediación: inmediatez. Lo cual es bien simple… y muy complejo. En definitiva se trata de la vieja gran intuición anárquica: la acción directa. Pero hoy enormemente enriquecida por la multiplicidad y finura de los análisis de los sistemas de mediaciones. Y hay que reconsiderar todas estas intermediaciones sistematizadas, desde una perspectiva autogestionaria.
El lenguaje, el dinero, la organización, los mitos, la tecnología, la pedagogía, los ritos, los sistemas de valores, son todas ellas instituciones que median entre la necesidad o el deseo (individual o colectivo) y su satisfacción. En cuanto propios son útiles, incluso necesarios; pero si nos son ajenos, es la mentira de su necesidad la que nos mantiene fuera de nosotros mismos, y mata en su raíz toda posibilidad de autogestión. Por medio de ellos, individuos y comunidades (donde las haya) nos reconocemos y recreamos. Pero ¿nos recreamos propiamente o alimentamos el fantasma de nuestra propia anulación?, ¿nos sirven en verdad para reconocernos o más bien, creyendo encontrarnos en ellos, nos perdemos? Nuestras representaciones… ¿son nuestras?, ¿son nuestras nuestras palabras?, ¿nuestros nuestros representantes?, ¿nuestros nuestros proyectos?, ¿nuestro nuestro dinero? ¿O tanto hemos dejado que se separaran de nosotros, tanto que vivieran por su cuenta como sistemas consistentes en sí mismos, que en ese vuelo nos los hayan raptado y devuelto pervertidos, trucados, sin que hayamos advertido el cambiazo?
Pegar el sistema de la lengua al acto de tomar la palabra, los objetos de placer a los manantiales del deseo, la producción y valoración de bienes a las fuentes en que se justifican, los mitos al paisaje, los representantes a los presentes, el mañana al hoy, el allí al aquí, el fuera al dentro, son sólo algunas de las reapropiaciones que ha de acometer cualquier actividad autogestionaria: no-mediada, inmediata. Pegar tanto los necesarios sistemas de mediaciones (los que lo sean, claro) a quienes, dándoles vida, nos la damos, que se nos hagan al cuerpo; y que ya nadie pueda quitarnos nuestra palabra o nuestro gozo sin que tras ellos no se nos vaya la misma piel a tiras. Porque, ¿qué des-gobierno vamos si no a procurarnos cuando el mismo modelo que para ello propugnamos —la autogestión— está ya en su propia palabra clave tan impregnada de connotaciones gerenciales típicamente tecnoburocráticas?
[Tomado de http://grupogomezrojas.org/2012/06/08/economia-la-autogestion-como-inmediatez-por-emmanuel-lizcano.]
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