Pepe Cascales Muñoz
Hace 130 años se
consumaba un crimen judicial se condenaba a la horca a varios dirigentes
Anarquistas por sus ideales en defensa de la clase obrera para conseguir la
jornada de ocho horas al día, el reparto de las jornadas era de ocho horas para
el trabajo, ocho horas para el descanso y ocho horas para los estudios y
formación de la clase trabajadora, que por aquel tiempo la gran mayoría eran
analfabetos.
En todos los
principios Revolucionarios del siglo XX, los Anarquistas hemos jugado un papel
bastante digno en la historia revolucionaria, pues hemos sido los que siempre
hemos estado en la vanguardia de todo comienzo revolucionario, siendo después
reprimidos, encarcelados y ejecutados por los triunfadores de las revoluciones,
un gran ejemplo es el de la Revolución Rusa, más tarde se volvió a repetir en
la guerra civil española.
Los Anarquistas nunca
han retrocedido a ninguna injusticia contra la clase trabajadora y el pueblo,
ha dado siempre un gran ejemplo de lucha sin esperar ninguna recompensa, puedo
citar a muchos nombres de personas que dieron sus vidas por las libertades y
las mejoras de la clase obrera, pero sería una lista bastante extensa, pero estoy
bastante orgulloso de mis ideales y de todas las personas que escribieron la
historia del movimiento obrero con su sangre.
El Congreso de la II
Internacional, celebrado en París en 1889, aprueba que se celebre mundialmente
el Día del Trabajo en conmemoración del 1º de Mayo.
El fraudulento
proceso judicial llevado a cabo en Chicago tendía a escarmentar al movimiento
obrero norteamericano y desalentar el creciente movimiento de masas que pugnaba
por la reivindicación de la jornada de ocho horas de trabajo.
Aquellos trágicos
hechos ocurridos en Chicago en 1886 -la huelga del 1º de Mayo, la protesta
sindicalista y el proceso judicial a los dirigentes y militantes anarquistas-
serían tenidos muy en cuenta, años después, por el movimiento obrero
internacional que, justamente, adoptó como el Día de los Trabajadores, el 1º de
Mayo, y lo lamentable es que dos centrales sindicales mayoritarias vendidas al
régimen y a la patronal, se quieran otorgar esta manifestación como únicamente
suyas, y yo les digo que pronuncien los nombres de los Anarquistas que fueron
ejecutados hace 130 años.
Pero el escarmiento
no sólo abarcaba al sindicalismo. Debe tenerse en cuenta que, de los ocho
dirigentes anarquistas, sólo dos eran norteamericanos y el resto se trataba de
inmigrantes extranjeros.
Sus nombres fueron:
Michael Schwab, Louis Lingg, Adolph Fischer, Samuel Fielden, Albert R. Parsons,
Hessois Auguste Spies, Oscar Neebe y George Engel.
En Boston y en
algunas otras ciudades norteamericanas de la época había una fuerte corriente
contra los trabajadores extranjeros que reclamaban por sus derechos laborales y
sociales junto a sus hermanos norteamericanos.
La guerra de Secesión
había interrumpido el crecimiento de las organizaciones sindicales, cuyo punto
de partida data de 1829, con un movimiento que solicitó la implantación de la
jornada de ocho horas de trabajo, en el estado de Nueva York.
Pero a partir de los
años ochenta, se fue acrecentando la actividad gremial en la cual socialistas,
anarquistas y sindicalistas, cumplieron un rol destacado en cuanto a su labor
propagandística y política.
Mauricio Dommanget en
su ‘Historia del Primero de Mayo’, al referirse a los trabajadores de Chicago,
afirma: ‘Muchos trabajaban aún catorce o diez y seis horas diarias, partían al
trabajo a las 4 de la mañana y regresaba a las 7 u 8 de la noche, o incluso más
tarde, de manera que jamás veían a sus mujeres y sus hijos a la luz del día.
Unos se acostaban en corredores y desvanes, otros en chozas donde se hacinaban
tres y cuatro familias. Muchos no tenían alojamiento, se les veía juntar restos
de legumbres en los recipientes de desperdicios, o comprar al carnicero algunos
céntimos de recortes’.
La central obrera
norteamericana de entonces, la Federación de Gremios y Uniones Organizados de
Estados Unidos y Canadá, años después transformada en la Federación
Norteamericana del Trabajo (AFL), había proclamado en su cuarto congreso de
1884, que la duración legal de la jornada de trabajo, a partir del 1º de Mayo
de 1886, sería de ocho horas de duración. Ese 1º de Mayo se había constituido
en una fecha clave tanto para los trabajadores como para los capitanes de la
industria.
La Huelga del 1º de mayo de 1886
La prensa
norteamericana, principalmente el ‘Chicago Mail’, el ‘New York Times’, el
‘Philadelphia Telegram’ y el ‘Indianapolis Journal’ habían advertido por esos
días el ‘peligro’ de la implantación de la jornada de 8 horas ‘sugerida -decía
el ‘Chicago Mail’- por los más locos socialistas o anarquistas’.
La huelga del 1º de
Mayo de 1886 fue masiva en todos los Estados Unidos. Algunos sectores
industriales admitieron la jornada de ocho horas, pero la mayoría fue
intransigente a aceptar ese reclamo. En Milwaukee la represión policial produjo
nueve muertos obreros y hubo enfrentamientos violentos en Filadelfia, Louisville,
St. Louis, Baltimore y principalmente en Chicago.
En esta última ciudad
actuaban, además de las fuerzas policiales y antimotines, una suerte de policía
privada al servicio de los industriales y empresarios: la compañía Pinkerton.
En tanto el 1º de
mayo había transcurrido sin ninguna violencia, fue dos días después, cuando los
sindicatos de la madera convocaron a una reunión, que los ‘rompehuelgas’ de la
Pinkerton atacaron a los trabajadores. Intervino la policía y el fuego de las
armas produjo seis muertos y medio centenar de heridos, todos entre los
trabajadores.
Así fue que los
anarquistas llamaron, para el 4 de mayo, a una concentración en el Haymarket
Square, acto público que contaba con autorización de las autoridades. Al
finalizar la reunión y cuando se desconcentraban los trabajadores, el capitán
Ward avanzó sobre los grupos obreros en actitud amenazante.
Alguien lanzó
entonces una bomba contra efectivos policiales y abatió a uno de los policías,
hiriendo a otros varios. Entonces, las fuerzas policiales abrieron nutrido
fuego contra los trabajadores matando a varios y causando 200 heridos.
Ese hecho de
violencia permitió a las autoridades judiciales, instigadas por varios
políticos y diarios -principalmente el ‘Chicago Herald’ -a detener y procesar a
la plana mayor del movimiento sindical anarquista.
Así fueron arrestados
el inglés Fielden, los alemanes Spies, Schwab, Engel, Fischer y Lingg y los
norteamericanos Neebe y Parsons.
Comenzaba el Proceso
de Chicago, una burla a la justicia y un verdadero fraude procesal como
demostró pocos años después el gobernador del estado de Illinois, John Peter
Atlgeld.
“Razón de Estado”
Es evidente que el
Proceso de Chicago contra los ocho sindicalistas anarquistas produjo una
sentencia dónde primó el principio de la ‘razón de Estado’ y que no se buscaron
pruebas legales ni se tuvo en cuenta la normativa jurídica de la época. Se
quiso juzgar a las ideas anarquistas en la cabeza de sus dirigentes, y en ellos
escarmentar al movimiento sindical norteamericano en su conjunto.
Para ello fueron
amañados testigos, se dejaron de lado las normas procesales, y los miembros del
jurado -como se demostró pocos años después- fueron seleccionados
fraudulentamente. Entre otras anomalías procesales, la primera fue que se los juzgó
colectivamente, y no en forma individual, como disponía la legislación penal.
Se trataba de un juicio político, y la causa no era la violencia desatada el 4
de mayo de 1886, sino las ideas anarquistas, por un lado, y la necesidad de
impedir el avance de la organización gremial que había paralizado a los Estados
Unidos el 1º de mayo del mismo año, por el reclamo de la jornada laboral de
ocho horas.
El gobernador
Altgeld, años después, explicaría al pueblo norteamericano que el juez
interviniente en el Proceso de Chicago actuó ‘con maligna ferocidad y forzó a
los ocho hombres a aceptar un proceso en común; cada vez que iban a ser
sometidos a un interrogatorio los testigos suministrados por el Estado, el juez
Gary obligó a la defensa a limitarse a los puntos específicamente mencionados
por la fiscalía pública’ en tanto que ‘en el interrogatorio de los testigos de
los acusados, permitió que el fiscal se perdiera en toda clase de vericuetos
políticos y leguleyerías extrañas al asunto motivo del proceso’.
“Ahorcadles y salvareis a nuestra sociedad”
El fiscal Grinnel, en
su alegato, proclamó: ‘Señores del jurado: ¿declarad culpables a estos hombres,
haced escarmiento con ellos, ahorcadles y salvaréis a nuestras instituciones, a
nuestra sociedad!’.
El 28 de agosto de
1886 el jurado, especialmente elegido para aniquilar a los acusados, dictó su
veredicto especificando que siete de los imputados -Parsons, Spies, Fielden,
Schwab, Fischer, Lingg y Engel- debían ser ahorcados, y el octavo, Neebe,
condenado a 15 años de prisión.
Antes que el crimen
judicial se consumara, se cometió otro previo, el misterioso suicidio de uno de
los condenados: Louis Lingg, quien con la colilla de un cigarrillo habría
prendido la mecha de un cartucho de dinamita. En realidad, como afirman los
historiadores actuales, se trató de representar ante el gran público otra
demostración de que los anarquistas morían en su propia ley, las ‘bombas’. Hoy
se coincide en que Lingg fue asesinado.
Spies, Fischer, Engel
y Parsons subieron al patíbulo el 11 de noviembre, y fueron ahorcados ante el
periodismo, las autoridades judiciales, la policía y el público allí reunido.
El escándalo fue tan
grande que a Fielden y Schwab se les conmutó la pena de muerte por la de
prisión perpetua. La movilización de las fuerzas sindicalistas y la actuación
de políticos como John Peter Atlgeld, hizo que el 26 de julio de 1893 se les
otorgar el ‘perdón absoluto’ a Samuel Fielden, Oscar Neebe y Michael Schwab.
De todas maneras,
estos tres anarquistas tuvieron mucha más suerte que otros dos ajusticiados
cuarenta años después: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, en otro proceso
igualmente fraudulento. Pero la reivindicación de los mártires de Chicago fue
realizada pocos años después de la muerte de cuatro de ellos y de la liberación
de los tres restantes.
Por la Libertad y la
Revolución Social
Pepe Cascales Muñoz,
30 de Abril de 2016
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