Carlos Hermoso
Muy
a nuestro pesar, tenemos que coincidir en buena medida con las proyecciones que
el Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé para Venezuela y Latinoamérica en
2016 y 2017. En el caso venezolano, otra cosa no se puede esperar de una
economía devastada a partir de una política económica que progresiva e
indeteniblemente erosionó el aparato productivo.
Tres
décadas de esta orientación —27 de febrero mediante— llevan a este corolario.
No fue Chávez quien inventó esta política. La inaugura Carlos Andrés Pérez II,
pero ya venía haciendo estragos en toda Latinoamérica desde los 70, con
Pinochet como baluarte. Reagan y la Thatcher, paladines a escala planetaria,
pasan a la historia como símbolos de lo más decadente e inhumano del
capitalismo. Venezuela llega tarde al predominio mundial de esta dogmática. El
chavismo, por supuesto, la eleva a su máxima expresión impidiendo que Venezuela
aprovechara esa tremenda oportunidad de desarrollarse con las extraordinarias
ganancias obtenidas de la realización del crudo en un mercado que ya daba
muestras claras de que dicho boom había sido muy largo.
Durante
este período de repunte de precios los administradores de la riqueza
prefirieron apuntalar una política que creara una ficción de bienestar en
algunos sectores de la población. Se lanzó una campaña mundial de logros que a
la postre fueron efímeros: salud con base en la Misión Barrio Adentro, con un
impacto político de significación; los médicos cubanos suben los cerros que los
galenos venezolanos supuestamente rehuían; se crean otras misiones que
distribuyen una parte de la riqueza para que un importante sector de los pobres
adquiriera bienes que satisficieran necesidades de primer orden; se incrementan
los gastos corrientes y presupuestos paralelos para drenar una importante
porción de la riqueza nacional que amplía la demanda, mientras se erosiona el
aparato productivo, importando bienes de más calidad y menos precios, y se
hacen más competitivos al producto importado que el nacional.
Sumemos
que la corrupción, al alcanzar escalas sin precedentes, distrae buena parte de
las riquezas hacia procesos de acumulación que en nada estimulan el desarrollo
nacional. Denuncias formuladas por funcionarios del más alto nivel en el
gobierno nacional, arrojan datos que resultan escandalosos del trasvase de
miles de millones de dólares a las cuentas particulares de gente del gobierno y
sus adláteres. Además, la corrupción se ha convertido en una cultura que supera
con creces la alcanzada durante el régimen bipartidista, encontrando en la
figura del bachaqueo su emblema por antonomasia.
Pero,
las leyes de funcionamiento del capitalismo, son inexorables. Asimismo, las
tendencias que apuntala el capital internacional son dogales solo superables si
se asume una política soberana y de interés nacional. Las ventajas comparativas
que se obtienen en la producción de un rubro o un conjunto de rubros refuerzan
la tendencia natural a especializar a un país en la producción de tales bienes.
En nuestro caso, la producción de crudo —a cambio de lo cual obtuvo el Estado
venezolano importantes superganancias, al menos durante un período— permitió,
mientras se afianza la especialización, la compra en el exterior de bienes
finales. Este mercado se erige en torno de las economías más desarrolladas,
alrededor de aquella de la cual más se dependa de la venta del recurso con el
cual se produce la especialización. En segundo orden, la división internacional
del trabajo no es una tendencia natural inevitable. Por el contrario, se trata
de una tendencia natural basada en una política que permite que las economías
más desarrolladas se hagan de crecientes mercados garantizados por la
competitividad creciente de sus mercancías, enfrentadas a las de los países
menos desarrollados, cada vez menos competitivos, centrados en la producción de
materias primas. Las grandes economías, mientras, compiten entre ellas por
mercados y fuentes de materias primas o vienen con muy poco valor agregado. Sin
embargo, la protección del aparato productivo de un país mediante barreras
diversas permite su desarrollo diversificado, siempre y cuando exista una
estrategia para tales efectos y políticas económicas de carácter nacional en
correspondencia. En otras palabras: la tendencia natural afianzada por las
políticas de los países poderosos se puede anular mediante políticas soberanas
de desarrollo nacional.
La
tendencia natural a la división internacional del trabajo es el resultado del
intercambio comercial internacional, que se realiza en torno de la ley del
valor. Esto es, se enfrentan cara a cara mercancías de distintos valores
compitiendo por venderse con base en la calidad y el precio. Los que alcanzan
mayor capacidad competitiva logran hacerse del mercado interior de un país
determinado cuando éste se les abre sin cortapisa alguna. Sin barreras, como es
el caso venezolano frente a China, por ejemplo. Claro, si hay control del
mercado mediante mecanismos monopolísticos, la cosa se hace más fácil para el
productor extranjero.
La
realización de una política económica que afianza la tendencia natural del
desarrollo capitalista —apuntalada por las políticas que imponen y realizan los
imperialismos— condujo a Venezuela a la situación dramática que vive en materia
económica. Los indicadores muestran la gravedad de la crisis que padecemos. No
se trata de una crisis cíclica de sobreproducción. Se trata de una catástrofe
de caída de la producción y rezago en el desarrollo en relación con el resto
del mundo. Al menos de toda América. Se suma a nuestro sino, la crisis mundial
y sus efectos en economías importantes con las cuales Venezuela ató su
perspectiva. La recesión en Brasil y la ralentización en China afectan nuestra
economía de manera sensible.
Para
los venezolanos, cuya inmensa mayoría ha reducido el número de comidas diarias
y semanales, oír que para el presente año y el próximo las cosas irán mucho
peor aún que en 2015, resulta una angustia que era desconocida en los últimos
cien años. A una caída del PIB ubicada por el FMI para 2016 de 8% se pronostica
una inflación de 1.600% para 2017. De ser aproximadamente cierto este
vaticinio, unido a una escasez que será superior a la presente, podemos afirmar
que estamos en presencia de una tragedia de consecuencias incalculables. La
escasez será mayor si partimos de la consideración de que, a la baja de la
producción interna, se une una caída imparable en la tenencia de dólares. Más
aún, los compromisos con los acreedores internacionales condicionan su uso en
buena medida a su honra.
La
dramática situación venezolana es atendida por el Gobierno con base en la misma
política aplicada hasta ahora cuya matriz la encontramos en la impulsada en
1989 por Carlos Andrés Pérez. La ventaja que supone la producción de materias
primas baratas, productos de la minería en este caso, permitiría mantener, de
acuerdo con esta tesis, la compra de bienes finales en el exterior y mantener
el proceso que permite la creciente sustitución de la producción interna que se
hace cada vez menos competitiva. El gobierno de Maduro apela de manera
desesperada a la negociación de buena parte de las riquezas, oro, diamantes,
coltan, bauxita, entre otras, para obtener dólares que permitan atemperar la
crisis, siguiendo la misma senda de años ha. En definitiva, insiste el Gobierno
en la profundización de las causas que condujeron a este desastre nacional. A
la postre, junto a la creciente deuda pública, externa e interna, el drama se
repetirá como una condena ad eternum.
Nada
hace el Gobierno para canalizar el ahorro social hacia la inversión productiva
de bienes que sustituyan la producción en el sector industrial, agroindustrial
y agrícola, parejo a la protección del aparato productivo frente a la importación
de bienes más competitivos que bien pueden producirse en el país. Apenas apunta
a elevar la producción de leguminosas y uno que otro rubro del sector agrícola
mediante el estímulo de la pequeña producción rural y urbana, romanticismo que
resulta ridículo de cara a la elevación de la producción en otros países
mediante el desarrollo de la agroindustria. La artesanía es otro de los
sectores que estimula el Gobierno. Quienes orientan la economía venezolana
parecen ignorar que todo lo artesanal es menos competitivo que el producto
industrial.
Hablar
en Venezuela de Revolución Industrial es un asunto que luce para algunos una
quimera. Para otros un contrasentido de cara a que debemos especializarnos en
la producción de cosas en las cuales obtenemos ventajas comparativas. Ideas
dogmáticas que han condenado a Venezuela a la producción de materias primas y
bienes con escaso valor agregado.
La
catástrofe pareciera prolongarse un tiempo más, lo que aumenta las
posibilidades de una salida extrema de un signo u otro. Frente a esta crisis
que luce terminal —sistémica, pues —, todo dependerá de lo que haga el
Gobierno, de los acuerdos que alcance con los sectores colaboracionistas de la
oposición. Su superación positiva supone un cambio radical que permita el aprovechamiento
máximo de las riquezas materiales, naturales y humanas que conduzca a alcanzar
la meta de la diversificación del aparato productivo en camino a la Revolución
Industrial, para lo cual, un cambio político de nuevo tipo que se sustente en
la participación ciudadana en la toma de decisiones, es el inicio.
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