Oscar Bastidas
Manejar el panorama de los socialismos posibles cobra vigencia en nuestro país para diferenciarlos del mal denominado Socialismo del Siglo XXI, que no es más que la franquicia comunista cubana adquirida por el fallecido mandatario Chávez: liderazgo eterno, dominio y centralización de los poderes públicos, partido único, militarismo, y nacionalizaciones entre otros rasgos.
Chávez siempre amasó un proyecto militarista. Lo sustentó en su condición militar, lo fortaleció con sus periplos por América Latina, incluyendo la Cuba en que buscaba conocer los resortes del militarismo más que su supuesto socialismo; pretendió darle soporte teórico con la propuesta cívico-militar ceresolista, propuesta desequilibrada porque jamás lo cívico se equilibra ante el monopolio de las armas y, con esas premisas, puso en marcha la militarización del país apenas asumió su mandato.
Con su innegable memoria y posesión del código militar —código del que Maduro carece y Cabello no tiene meritos para mostrarlo— rediseñó la carrera militar convirtiendo las escuelas de formación de oficiales en máquinas de cursillos dizque marxistas, ¡ habría que preguntarse cuán efectivo ha sido ese proceso!; asignó altísimos presupuestos a un armamentismo no justificado y podó las líneas de mando sacando hacia sus casas, sector público y servicio exterior a los militares que no lo seguían o le hacían sombra, plagando así de militares la administración pública central y descentralizada, labor continuada por Maduro.
En los cimientos de la concepción militarismo - sociedad civil y comunismo – socialismo, se encuentra el enfrentamiento entre dos modelos organizacionales opuestos:
1.- El modelo burocrático, propio del ejército y la estructura del PSUV, asumido por quienes no creen en la división de los poderes, la democracia y la participación sino en el mando por ellos mismos y la subordinación de los otros, que funciona con la opacidad del secreto burocrático que facilita las adhesiones automáticas y la corrupción, uniforma a los seguidores al extremo de colocarles capuchas para que no se diferencien ni siquiera por las caras; modelo para el que los oponentes y los muertos son simples cifras de una batalla.
2.- El modelo participativo, impulsor de la democracia por voluntad propia, con igualdad y autonomía de condiciones al decidir y actuar, respetuoso de los derechos individuales y colectivos, cuya mejor expresión son las Organizaciones de Economía Social (OESs), particularmente las cooperativas genuinas y no las falsas capitalistas y de maletín constituidas por los dizque socialistas gobernantes para evadir impuestos de verdaderas ganancias por sus jugosos contratos con los oficialistas.
Entre ambos modelos se encuentran otros que van desde la coínfluencia, la codecisión, la coparticipación y la cogestión hasta la participación accionaria y la autogestión, a los que dedicaremos reflexiones en próximos artículos.
Con esas condiciones, la tardía e inconstitucional propuesta socialista del fallecido no pasó de ser un militarismo ramplón. Militarismo es dominio del jefe único y de su rosca, es la despersonalización en pasta, es uniformar seguidores con atuendos militares y franelas rojas o camisas negras como Mussolini, bastaba ver al mandón Cabello en la Asamblea Nacional para entender que militarismo es órdenes e imposiciones. Ante el militarismo los civiles que no se ponen firmes son objeto de coacción y hasta presidios; de esas condiciones se derivan autoritarismos y lógicos totalitarismos, listas Tascón y Maisanta,.
Los militaristas transmitieron sus valores a los colectivos, sus milicianos, unas guerrillas bolivarianas de las que no se habla, y los camisas rojas que rellenan las marchas oficialistas. En fin, militarismo es negación de la supuesta participación protagónica, militares no creen en el precepto marxista de que el primer paso al socialismo es el primero hacia la extinción del Estado: ¿Militares impulsando participación?, ¿dónde?, ¿cuándo?: ¡Jamás!, manipulan el socialismo a conveniencia al igual que los procesos democráticos: ¿cómo justificarían los militaristas el injustificado armamentismo que ha endeudado al país y el control interesado de las fronteras?.
Deslindar comunismo de socialismo es una necesidad para quienes proponemos un socialismo democrático que se nutra de participación y autogestión. Socialismo no es modificar el escudo, la bandera ni la historia, no es cambiar nombres de instituciones o destruirlas sin crear sustitutas, tampoco reproducir la pobreza ni aprovecharse de la inseguridad del lumpen - malandros para abonar con miedo la huida de jóvenes del país; tampoco es construir sistemas represivos e ineficientes. Socialismo no es cercar presupuestariamente ni con bandas armadas las universidades y amenazar con allanarlas por temor a que el conocimiento universal desplace gobernantes de visión reducida, tampoco es convertirlas en cuarteles caletreros de El capital y de ¿Qué hacer?, textos de los que los mismos jerarcas solo conocen portadas; no es cerrar las fronteras para hacer del país una isla como Cuba ni igualar hacia abajo a los ciudadanos en una pobreza que, dicho sea de paso, supera los niveles de 1999 y seguirá creciendo tal como lo ordenan los jefes cubanos, Guaicaipuro Lameda dixit.
¡Lo contrario!: socialismo es subir la calidad de vida de la población mediante el estudio y el trabajo; impulsar el emprendimiento individual y asociativo para constituir empresas socialmente responsables y cooperativas genuinas en aras de una economía variada que rompa con la monoproducción; es respetar el conocimiento y la autonomía universitaria e impulsar la libre circulación de ideas en universidades y el país y eso no se logra rebajando el salario de un profesor titular a menos de 25 US$ que no alcanzan ni para un libro, mientras los generales tienen dinero y hummers para sus andanzas, aunque justo es reconocer que la amplia mayoría de los militares no goza de las prebendas de la cúpula.
El socialismo debe ser un proceso con claros valores y principios democráticos, de libertad, participación, respeto y solidaridad, con claras oportunidades de formación y capacitación para el trabajo, la cultura y la vida. Una propuesta socialista debe asumir las asociaciones, mutuales y cooperativas como eje transformador del país y como fórmula para que el común se organice y supere con valores, principios y economías de escala sus problemas; una propuesta socialista debe ser honesta y transparente, basarse en las mejores tradiciones y “los poderes creadores del pueblo”, sin dirigentes mesiánicos comparados con Bolívar, sin adhesiones mecánicas y seguidores pedigüeños.
Una propuesta socialista democrática no debe permitir exclusiones sino marchar hacia un “nosotros” integrador, asociativo, en el que todos nos sintamos miembros del mismo país y su destino, de una Venezuela sin rencores, con justicia transparente para castigar a corruptos, narcos, grupos armados, asesinos, secuestradores, y todo el que cometa crímenes de lesa humanidad.
Los oportunistas del PSUV desprestigiaron el término socialismo y otros como participación protagónica, cogestión, autogestión, ciudadanos y ciudadanía, partidos políticos, sufragio, gobierno municipal, sindicalismo, comunidades, unidad familiar, trabajo comunitario, programas sociales y cooperativismo entre otros. Costará tiempo y esfuerzos devolverles su prestancia.
No se equivocó Noam Chomsky al recular con respecto a ese dizque socialismo que con entusiasmo apoyó inicialmente al calificarlo de “propuestas guerrilleras, golpistas, y militaristas de los sesenta”, tampoco cuando acusó a sus jerarcas de imponer modelos “desde arriba”; definitivamente, “socialismo” y “siglo XXI” como calificativos les quedaron grandes.
Manejar el panorama de los socialismos posibles cobra vigencia en nuestro país para diferenciarlos del mal denominado Socialismo del Siglo XXI, que no es más que la franquicia comunista cubana adquirida por el fallecido mandatario Chávez: liderazgo eterno, dominio y centralización de los poderes públicos, partido único, militarismo, y nacionalizaciones entre otros rasgos.
Chávez siempre amasó un proyecto militarista. Lo sustentó en su condición militar, lo fortaleció con sus periplos por América Latina, incluyendo la Cuba en que buscaba conocer los resortes del militarismo más que su supuesto socialismo; pretendió darle soporte teórico con la propuesta cívico-militar ceresolista, propuesta desequilibrada porque jamás lo cívico se equilibra ante el monopolio de las armas y, con esas premisas, puso en marcha la militarización del país apenas asumió su mandato.
Con su innegable memoria y posesión del código militar —código del que Maduro carece y Cabello no tiene meritos para mostrarlo— rediseñó la carrera militar convirtiendo las escuelas de formación de oficiales en máquinas de cursillos dizque marxistas, ¡ habría que preguntarse cuán efectivo ha sido ese proceso!; asignó altísimos presupuestos a un armamentismo no justificado y podó las líneas de mando sacando hacia sus casas, sector público y servicio exterior a los militares que no lo seguían o le hacían sombra, plagando así de militares la administración pública central y descentralizada, labor continuada por Maduro.
En los cimientos de la concepción militarismo - sociedad civil y comunismo – socialismo, se encuentra el enfrentamiento entre dos modelos organizacionales opuestos:
1.- El modelo burocrático, propio del ejército y la estructura del PSUV, asumido por quienes no creen en la división de los poderes, la democracia y la participación sino en el mando por ellos mismos y la subordinación de los otros, que funciona con la opacidad del secreto burocrático que facilita las adhesiones automáticas y la corrupción, uniforma a los seguidores al extremo de colocarles capuchas para que no se diferencien ni siquiera por las caras; modelo para el que los oponentes y los muertos son simples cifras de una batalla.
2.- El modelo participativo, impulsor de la democracia por voluntad propia, con igualdad y autonomía de condiciones al decidir y actuar, respetuoso de los derechos individuales y colectivos, cuya mejor expresión son las Organizaciones de Economía Social (OESs), particularmente las cooperativas genuinas y no las falsas capitalistas y de maletín constituidas por los dizque socialistas gobernantes para evadir impuestos de verdaderas ganancias por sus jugosos contratos con los oficialistas.
Entre ambos modelos se encuentran otros que van desde la coínfluencia, la codecisión, la coparticipación y la cogestión hasta la participación accionaria y la autogestión, a los que dedicaremos reflexiones en próximos artículos.
Con esas condiciones, la tardía e inconstitucional propuesta socialista del fallecido no pasó de ser un militarismo ramplón. Militarismo es dominio del jefe único y de su rosca, es la despersonalización en pasta, es uniformar seguidores con atuendos militares y franelas rojas o camisas negras como Mussolini, bastaba ver al mandón Cabello en la Asamblea Nacional para entender que militarismo es órdenes e imposiciones. Ante el militarismo los civiles que no se ponen firmes son objeto de coacción y hasta presidios; de esas condiciones se derivan autoritarismos y lógicos totalitarismos, listas Tascón y Maisanta,.
Los militaristas transmitieron sus valores a los colectivos, sus milicianos, unas guerrillas bolivarianas de las que no se habla, y los camisas rojas que rellenan las marchas oficialistas. En fin, militarismo es negación de la supuesta participación protagónica, militares no creen en el precepto marxista de que el primer paso al socialismo es el primero hacia la extinción del Estado: ¿Militares impulsando participación?, ¿dónde?, ¿cuándo?: ¡Jamás!, manipulan el socialismo a conveniencia al igual que los procesos democráticos: ¿cómo justificarían los militaristas el injustificado armamentismo que ha endeudado al país y el control interesado de las fronteras?.
Deslindar comunismo de socialismo es una necesidad para quienes proponemos un socialismo democrático que se nutra de participación y autogestión. Socialismo no es modificar el escudo, la bandera ni la historia, no es cambiar nombres de instituciones o destruirlas sin crear sustitutas, tampoco reproducir la pobreza ni aprovecharse de la inseguridad del lumpen - malandros para abonar con miedo la huida de jóvenes del país; tampoco es construir sistemas represivos e ineficientes. Socialismo no es cercar presupuestariamente ni con bandas armadas las universidades y amenazar con allanarlas por temor a que el conocimiento universal desplace gobernantes de visión reducida, tampoco es convertirlas en cuarteles caletreros de El capital y de ¿Qué hacer?, textos de los que los mismos jerarcas solo conocen portadas; no es cerrar las fronteras para hacer del país una isla como Cuba ni igualar hacia abajo a los ciudadanos en una pobreza que, dicho sea de paso, supera los niveles de 1999 y seguirá creciendo tal como lo ordenan los jefes cubanos, Guaicaipuro Lameda dixit.
¡Lo contrario!: socialismo es subir la calidad de vida de la población mediante el estudio y el trabajo; impulsar el emprendimiento individual y asociativo para constituir empresas socialmente responsables y cooperativas genuinas en aras de una economía variada que rompa con la monoproducción; es respetar el conocimiento y la autonomía universitaria e impulsar la libre circulación de ideas en universidades y el país y eso no se logra rebajando el salario de un profesor titular a menos de 25 US$ que no alcanzan ni para un libro, mientras los generales tienen dinero y hummers para sus andanzas, aunque justo es reconocer que la amplia mayoría de los militares no goza de las prebendas de la cúpula.
El socialismo debe ser un proceso con claros valores y principios democráticos, de libertad, participación, respeto y solidaridad, con claras oportunidades de formación y capacitación para el trabajo, la cultura y la vida. Una propuesta socialista debe asumir las asociaciones, mutuales y cooperativas como eje transformador del país y como fórmula para que el común se organice y supere con valores, principios y economías de escala sus problemas; una propuesta socialista debe ser honesta y transparente, basarse en las mejores tradiciones y “los poderes creadores del pueblo”, sin dirigentes mesiánicos comparados con Bolívar, sin adhesiones mecánicas y seguidores pedigüeños.
Una propuesta socialista democrática no debe permitir exclusiones sino marchar hacia un “nosotros” integrador, asociativo, en el que todos nos sintamos miembros del mismo país y su destino, de una Venezuela sin rencores, con justicia transparente para castigar a corruptos, narcos, grupos armados, asesinos, secuestradores, y todo el que cometa crímenes de lesa humanidad.
Los oportunistas del PSUV desprestigiaron el término socialismo y otros como participación protagónica, cogestión, autogestión, ciudadanos y ciudadanía, partidos políticos, sufragio, gobierno municipal, sindicalismo, comunidades, unidad familiar, trabajo comunitario, programas sociales y cooperativismo entre otros. Costará tiempo y esfuerzos devolverles su prestancia.
No se equivocó Noam Chomsky al recular con respecto a ese dizque socialismo que con entusiasmo apoyó inicialmente al calificarlo de “propuestas guerrilleras, golpistas, y militaristas de los sesenta”, tampoco cuando acusó a sus jerarcas de imponer modelos “desde arriba”; definitivamente, “socialismo” y “siglo XXI” como calificativos les quedaron grandes.
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