J.M. Fernández Paniagua
Hay en la historia numerosos ejemplos de tendencias autogestionarias siendo las más mencionadas, por aquellos que aman la autentica emancipación, la Comuna de París, influenciada en gran medida por el pensamiento de Proudhon, y las colectividades libertarias de la revolución española. Si nos remontamos a la antigüedad, el pueblo chino solucionó sus conflictos sociales o personales sin intervención de autoridad alguna; la cultura taoísta, propiciadora de cierta armonía natural y sobriedad, rechazaba el poder, los cargos públicos y la legitimidad de un hombre para juzgar a otro. Pero la auténtica cuna del pensamiento autogestionario hay que buscarla en el mundo griego. Max Nettlau consideró que, mientras los grandes despotismos orientales no llevaron progreso intelectual alguno, el ambiente del mundo griego, compuesto de autonomías más locales, permitió el florecer del pensamiento libre; siempre en tensión con los despotismos vecinos, el territorio griego fundó una vida cívica, autonomías, federaciones, centros de cultura y numerosos pensadores se elevaron, con ciertos límites, sobre el pasado. Heleno Saña considera el humanismo griego el punto de partida de un socialismo virtuoso, democrático y antiautoritario. La democracia ateniense, con todos sus defectos, pudo ser el primer modelo de praxis política basado en la gestión directa del pueblo. Hay que destacar a Zenón (342-270 a.c.), fundador de la escuela estóica y creador de una gran obra que resulta un precedente del pensamiento libertario al rechazar la coacción externa y valorar el impulso moral del individuo. El cristianismo, influenciado por la filosofía griega -y en especial, el estoicismo-, se organizó en origen en pequeñas comunidades autónomas que rechazaban la propiedad privada y la esclavitud y practicaban el pacifismo y el reparto equitativo; con el tiempo, las comunidades cristianas pactaron con el Estado traicionando su origen autónomo y libre.
Algunos movimientos religiosos durante la Edad Media, como los anabaptistas, postulaban ya ciertos principios autogestionarios, antiautoritarios y de igualdad de clases. Las ciudades libres del Medievo, tan mencionadas por Kropotkin, no estaban sometidas a ninguno de los grandes poderes -el feudal, el real y el eclesiástico- y defendían el derecho a vivir de su trabajo al margen de la rapiña de los señores feudales; aunque su estructura y funcionamiento eran jerárquicos, se regían por ciertos principios democráticos con asambleas públicas y gozaban de una amplio margen de autonomía para sus asuntos internos, independientemente de los poderes públicos.
Con el Renacimiento llegó una potenciación de la creatividad humana y una mayor concienciación sobre la libertad; de esta manera, el principio autogestionario encontró una base para su crecimiento. Se revalorizó la cultura greco-latina y se combatió el dogmatismo religioso asentándose las bases para el humanismo. Entre los siglos XVI y XVII, pensadores como Tomás Moro, Tomaso Campanella y Francis Bacon indagaron en la sociedad autónoma ideal, de espíritu emancipador aunque con algunos elementos represivos e irracionales. Moro se anticipó a Proudhon en señalar la propiedad privada como un robo, un acto de expropiación por parte de los nobles o ricos a los pobres. Desgraciadamente, estas utopías, al igual que la de Platón en el mundo griego, no primaban la libertad y el valor del individuo sino que contemplaban el todo sacrificado a las partes; era el germen del socialismo autoritario, aunque como elementos positivos hay que señalar el intento de dar una visión racional y la confianza en la ciencia. Pensadores como Grotinzs y Spinoza, en la primera mitad del siglo XVII, superaron la visión feudal y la monarquía absoluta y asentaron la idea de la soberanía del pueblo, del pacto social basado en el derecho y la razón. Serán los ingleses los que darán forma al liberalismo y a la democracia moderna, especialmente John Locke a quién corresponde la siguiente frase: “Todos los hombres son por naturaleza libres, iguales e independientes”. Esta visión de Locke, la que considera el gobierno como un producto del contrato o pacto voluntario suscrito por una comunidad de hombres libres y considerando la vida, la libertad y la propiedad como inalienables, dominará el siglo XVII. Pensadores como Montesquieu, Rousseau o David Hume y revoluciones como la americana (1776) o la francesa (1789) pueden considerarse resultantes del pensamiento liberal-democrático. La ilustración francesa prestará más atención a la igualdad y a lo social que la tradición inglesa, más atenta a la libertad individual del hombre. Rousseau describió una sociedad política basada en la igualdad y libertad de los ciudadanos y asentó los principios de una pedagogía racional basada en la potenciación y desarrollo de los buenos instintos inherentes al ser humano. El viejo mundo encontró una fuerte proyección en norteamérica, que fue fecunda durante los siglos XVIII y XIX en espíritus inconformistas como Jefferson, Thoreau y otros muchos. Sería injusto criticar a todos estos autores mencionados como lacayos de la burguesía, que se convertiría muy pronto en clase dominante, y hay que situar su pensamiento en el momento como representante del progreso y la libertad. Es inevitable mencionar también a Emmanuel Kant (1724-1804), uno de los grandes filósofos de la historia, pensador influenciado por la Ilustración y que tanto legado dejó en aras de una libertad integral del hombre, una libertad que supone la emancipación definitiva basada en la igualdad y la autonomía.
Nace el anarquismo
La autogestión y el socialismo libertario son de total asimilación por el anarquismo y pueden considerarse complementarios, o resultados, el uno del otro. La tradición del socialismo antiestatista podemos iniciarla con William Godwin (1756-1836), autor del primer gran libro libertario, así considerado por Nettlau: An Enquiry Concerning Political Justice, en 1793. En él está presente el espíritu de autogestión al considerar que todo miembro de la comunidad deberá participar en su administración y decidir sobre las cuestiones que les afectan. El también inglés Robert Owen (1771-1858) fue continuador en este afán autogestionador y consagró su vida a la proyección de formas de organización social que respondieran a las necesidades racionales del hombre y fomentaran sus instintos comunitarios y cooperativos. Otro gran precursor es Charles Fourier (1772-1837), el cual poseía una gran confianza en la fuerza de las ideas y en la racionalización de la pasión humana. La asociación ideal concebida por Fourier es el falansterio, formado por 1.500 personas, con características eclécticas, pero esencialmente cooperativas, socialistas y antiautoritarias, y apoyada en la gestión voluntaria y autónoma de los grupos de bases; la producción es, a la vez, industrial y agraria con predominio de ésta última. Confiaba Fourier en que el espíritu societario se elevaría por encima del individualista y se reprimirían, de esta manera, los instintos egoístas.
Proudhon (1809-1865) es el gran teórico, y puede ser considerado el verdadero creador, del principio autogestionario. Sus principales características serán el federalismo, el anticentralismo, el mutualismo y el cooperativismo; postulaba por talleres autogestores a nivel productivo y por el federalismo a nivel político. Consideraba la sociedad como un equilibrio entre fuerzas libres con iguales derechos y deberes y en donde la iniciativa y responsabilidad individual será primordial. La concepción autogestionaria de Proudhon está apoyada, como lo está en la visión anarquista general, en su amor por la libertad y pasión por la justicia social y sentido de la igualdad. La apropiación de los instrumentos de producción industrial debían ser realizadas por cooperativas obreras que tomarían decisiones democráticamente y asegurarían a sus miembros una participación de beneficios proporcional a la contribución que hiciesen por medio de vales de trabajo; las cooperativas estarían relacionadas entre sí en base al intercambio y a la libre concurrencia y se regularían mediante pactos que darían lugar a una gran federación. Las asociaciones obreras de producción, brotadas espontáneamente en Francia a lo largo de 1848, eran para Proudhon el auténtico “hecho revolucionario”. La inspiración cooperativa, tan del gusto de Proudhon, se remonta a Owen y su más entusiasta seguidor en España fue Fernando Garrido; en los años de la llamada Gloriosa Revolución -que derrocó a la monarquía de Isabel II dando lugar a la efímera I República- se fundaron varios centenares de cooperativas que funcionaron con éxito. En la I Internacional, a pesar de la desconfianza marxista y gracias a la influencia de los seguidores de Proudhon, se acepto la cooperativa no como medio revolucionario sino como ensayos obreros para aprender a dirigir sus asuntos y conveniente para la preparación de la clase trabajadora así cómo refuerzo de sus lazos de solidaridad.
Discípulo de Proudhon, en gran medida, es el gran pensador anarquista y hombre de acción Mijail Bakunin (1814-1876). Consideraba el Estado como la objetivación del principio de mando, fuente de la injusticia y la deformación moral. Apostaba por la organización de abajo arriba por medio de la libre federación de individuos, asociaciones, comunas, distritos, provincias y naciones de la humanidad. Continuador de Proudhon y Bakunin y gran exponente del socialismo antiautoritario es Piotr Kropotkin (1842-1921), partidario de la abolición de la propiedad y el salario que darían lugar al comunismo libertario, reino de la abundancia en manos de toda la sociedad, donde se dará satisfacción a las necesidades subjetivas de todos los individuos. La base ética de esta sociedad está expuesta en su obra El apoyo mutuo donde trató de demostrar científicamente que el instinto de solidaridad está, entre todas las especies incluida la humana, tan desarrollado como el instinto de competencia o destrucción. Creía Kropotkin en la capacidad del hombre para organizar racionalmente su vida en unión de otros hombres sin intervención externa alguna; atribuía a prejuicios, producto de la educación e instrucción, la necesidad de gobierno, legislación y magistratura por doquier.
Al inglés Willliam Morris (1834-1896) se le pueden encontrar algunos puntos de unión con el anarquismo. Polifacético artista de gran influencia en la sociedad victoriana, ensayista y activista político, rechazaba la acción parlamentaria y abogaba por un sindicalismo de base libertaria, mezclado con elementos medievalistas -consideraba que los artesanos medievales debían ser elevados a la categoría de artistas-. Odiaba el capitalismo como sinónimo de explotación y consideraba -al igual que el crítico John Ruskin- que la felicidad solo puede partir del trabajo no alienado; combatiría la especialización y la división entre trabajo manual e intelectual, actitud suscrita también por los anarquistas.
En la Asociación Internacional de Trabajadores -creada en 1864-, el espíritu autogestionario estuvo representado por los seguidores de Proudhon y Bakunin. Los españoles acogieron este espíritu plenamente, aunque empleando el nombre de federalismo, con la socialización de todo medio de producción y plena autonomía de los productores; una enseñanza integral para ambos sexos era fundamental para terminar con los desigualdades intelectuales así como acabar con la división del trabajo.
La tradición autogestionaria de Proudhon y los internacionalistas libertarios hizo nacer el movimiento sindical denominado anarcosindicalismo, con gran repercusión en Francia (CGT) y España (CNT). Fernand Pelloutier (1867-1901) fue un gran teórico del anarconsindicalismo al que veía como laboratorio de las luchas económicas, alejado de las competiciones electorales y partidario de la huelga sin límites; una organización libertaria y revolucionaria alternativa a los partidos colectivistas, destructora de su influencia, propiciadora de la adecuada formación moral, administrativa y técnica de los trabajadores y dispuesta, al fin, para asumir los instrumentos de producción y de crear la sociedad de hombres libres. La concepción autogestionaria es, así, parte de la dimensión anarcosindicalista. En el congreso fundacional de CNT, en 1910, ya se admite el sindicalismo como organización capaz de contrarrestar la potencia de las diversas clases poseedoras asociadas pero no como finalidad social ni ideal sino como medio de lucha en el presente para continuar hasta la emancipación de toda la clase obrera cuando su fuerza numérica fuese suficiente y existiese la adecuada preparación intelectual. Estas premisas del anarconsindicalismo, autogestionarias y emancipatorias, no han perdido su validez en absoluto; desgraciadamente, las circunstancias actuales son muy diferentes a aquellas en que la clase obrera engrosaba las filas anarcosindicalistas de manera masiva y es perentorio analizar al máximo la sociedad actual para buscar nuevas vías y respuestas.
El primer tercio del agitado siglo XX
En 1910, un grupo de intelectuales situados en torno a la revista New Age, de 1907, empezaron a exponer un nuevo tipo de socialismo antiautoritario llamado Guild Socialism o socialismo gremial, versión sajona del sindicalismo latino con algunos elementos medievales -idealización del artesanado y de los gremios- y pacifistas Gracias a su tradición liberal, la desconfianza inglesa de toda dirección gubernamental dio lugar a esta forma de socialismo donde la producción debía estar controlada por los trabajadores en sus diferentes ramas organizadas en gremios. Rechazaban toda burocratización de los servicios sociales, apostando por la descentralización, el pluralismo así como la alegría del trabajo y la participación. Sin embargo, la emancipación total del Estado no se daba ya que éste, en última instancia, cuidaba las funciones de interés general; aunque se ha definido como un federalismo económico, el socialismo gremial no parecía apostar, hasta sus últimas consecuencias, por la plena autonomía de las cooperativas de producción.
En la revolución rusa, los soviets o consejos de fábrica tuvieron en origen un fin autogestionario que podía responder, en gran medida, a la tradición comunitaria del mir -comunidad rural-. Ya en 1918, los bolcheviques habían convertido los soviets en instrumentos de partido en su proceso de centralización y burocratización. El movimiento insurreccional de Ucrania -1918-1921-, inspirado por libertarios, creó comunidades agrarias libres, basadas en la autogestión, la solidaridad mutua y el espíritu igualitario; cada miembro de la comunidad trabajaba según sus fuerzas y las funciones de organización eran confiadas a quien tuviera capacidad para ello y, una vez cumplida esta tarea, estos camaradas se reincorporaban al trabajo común. Kronstadt -1 al 18 de marzo de 1921- fue dirigido por anarquistas y comunistas de izquierda desengañados por el nuevo régimen bolchevique que había supuesto una nueva forma de despotismo; en su primera asamblea, se exigió libertad de prensa, de reunión, amnistía para los presos políticos, abolición de la policía política, supresión de los privilegios bolcheviques y una práctica democrática a todos los niveles; en una asamblea posterior, se eligió un Comité Revolucionario Provisional, con 15 miembros, cada uno de los cuáles se hizo cargo de la dirección de una de las ramas de actividades de forma parecida a la Comuna de París. Otro foco antiautoritario en la revolución rusa fue el llamado “oposición obrera” -con Alejandra Kollontai como una de sus figuras-, corriente democrática opuesta al centralismo y partidaria de la autonomía sindical; se exigió que la economía rusa pasara a ser dirigida por los propios trabajadores a través de los sindicatos. Huelga decir que todos estos movimientos fueron aplastados por la apisonadora bolchevique.
En los años 20 y 30, se asiste a cierto eclipse del pensamiento autogestionario debido al auge del fascismo y a la estalinización del comunismo internacional.
Las colectividades libertarias españolas
Durante la Guerra Civil, tuvo lugar en la zona republicana -especialmente, en Cataluña, Levante y Aragón- un magno ensayo autogestionario que demostró que la vida económica y social puede desarrollarse sin las instituciones gubernamentales.. Abad de Santillán afirmó que, al principio, fue un acto espontáneo por parte de obreros y campesinos sin que ninguna organización libertaria marcara las directrices. En cada lugar de trabajo se constituyó un comité administrativo y directivo, integrado por los hombres más capaces y de mayor confianza: obreros, expertos, ingenieros, etc. A las pocas semanas, existía en pleno funcionamiento una economía vigorosa, social y comunitaria, una primera regulación del trabajo y de la producción auténticamente obrera y campesina. Gaston Leval atribuye la experiencia autogestionaria a la fuerza del movimiento libertario y, en especial a la CNT, que supieron crear, junto a las masas, las nuevas formas de organización económica; otras experiencias, con presencia mayoritaria de otras tendencias, al comprobar que los locos sueños anarquistas se hacían realidad, no hicieron más que copiar el modelo libertario. Daniel Guerín negó cualquier represión o adhesión forzosa a las colectividades; la preocupación anarquista por la libertad individual así lo demandaba. En general, los campesinos reticentes a la revolución iban uniéndose a ella al comprobar los beneficios de la economía autogestionaria. No existió uniformización general en la forma de organización, algunas colectividades practicaban el comunismo integral y otras el colectivismo. Gracias a una Caja de Compensación regional o comarcal, donde se contabilizaba los respectivos ingresos de las colectividades, las comunidades ricas ayudaban a las más pobres; los administradores de la Caja eran nombrados por la asamblea general de delegados de las colectividades. Los equipos de utensilios, maquinaria, así como los técnicos, eran usados en común y prestados por las diferentes colectividades; grupos de expertos técnicos -contables, agricultores, veterinarios, ingenieros, arquitectos, peritos comerciales para las exportaciones...- estaban al servicio de todos los pueblos.
Santillán insistió en la diferencia con otras experiencias autogestionarias en la historia ya que las colectividades españolas entrelazaban su existencia, sus intereses, sus aspiraciones, con los de la masa campesina entera y con la industria en las ciudades, resultando el vehículo idóneo de cohesión entre campo y ciudad. En el ámbito de la cultura y la instrucción, se fundaron miles de escuelas e, incluso, en Moncada (Valencia) se creó una Universidad para la formación de técnicos agrícolas. Muchas zonas quedaron al margen de la autogestión pero, al menos, existió control obrero en bancos y empresas extranjeras o con fuerte capital foráneo. Los días 14 y 15 de febrero de 1937 se creó la Federación de Colectividades de Aragón con cientos de pueblos colectivizados; el auge aragonés de la revolución pudo producirse gracias a la presencia de milicianos catalanes de CNT-FAI que acudieron a defender la zona. En la zona de Levante, gracias a los recursos naturales y al gran espíritu creador, la obra autogestionaria fue sólida y perpetuada en el tiempo. Hay que resaltar el carácter integral de la colectivización agraria comparada con las urbanas e industriales llevada a cabo por los sindicatos; en las zonas agrícolas, el sindicato pierde su razón de ser al no existir el patrono. La colectivización industrial tuvo su foco en Cataluña donde fueron socializadas las fábricas de más de 100 obreros; las de más de 50 podían socializarse si así lo pedían las 3/4 partes de la plantilla. Los ingenieros y el personal técnico administrativo colaboraron por lo general. En cada fábrica, taller o lugar de trabajo se crearon organismos administrativos elegidos por el personal obrero, administrativo y técnico. Las fábricas de la misma industria se asociaban en el orden local y formaban la federación local de industria; la vinculación de éstas formaban la federación regional y éstas pasaban a la nacional. La vinculación de las federaciones daba creación a un consejo nacional de economía. A pesar de su éxito, la desconfianza y final boicot se produjo en gran parte del bando republicano. La hostilidad más encarnizada vino por parte de los comunistas y el ministro de Agricultura, Uribe, boicoteó la obra autogestionaria desde el gobierno; la legalización de las colectividades no persiguió otra cosa que arrebatar a la autonomía obrera el control de las mismas.
Otras experiencias afines
Kibbutz significa en hebreo “reunión” o “unión”; se designaba así a las colectividades agrarias de cierta envergadura. Este ensayo comunitario se desarrolló parejo al movimiento sionista al estar extendida la idea del colectivismo agrario en cuya tradición de influencia cabe citar al mismo Tolstoi e incluso, hay quien sostiene, que el pensamiento de Kropotkin pudo tener influencia en la construcción del primer Kibbutz siendo, incluso, intensificada durante los años 20; a partir de la década siguiente, con la integración de los Kibbutz en la construcción y asentamiento de la comunidad judía en la tierra de Israel, influyó mayormente el marxismo y la socialdemocracia. En el Kibbutz, la propiedad y los medios de producción son comunes, a excepción de los objetos de consumo; aunque la base es agrícola también se produce la producción artesana y fabril. No existe el salario -aunque se acabaron aceptando voluntarios del exterior con retribución- recibiendo cada miembro lo que necesite del fondo común; la instrucción es, a la vez, intelectual y manual procurando que haya una potenciación de la vocación y actitudes profesionales de cada persona. La organización se basa en la asamblea general, el órgano ejecutivo nombrado por ella y las comisiones encargadas de atender cada respectiva rama de actividades. Hay que mencionar su trabazón, en origen, con la construcción del Estado de Israel por lo que la identificación con los valores anarquistas fue debilitándose con el tiempo. Hoy en día es un tanto por ciento muy pequeño de la población israelí la que vive en los Kibbutz aunque su aportación económica es proporcionalmente mayor; su influencia política es prácticamente nula y poco queda, con algunas pocas excepciones, de los principios autogestionarios que los originaron.
En Yugoslavia, y como parte de la lucha de Tito contra Stalin, se introdujo en los años 50 un modelo que solo se puede considerar como cogestión entre el Estado y la clase trabajadora; aunque las empresas y la organización económica eran, a priori, jurídica, económica y productivamente independientes, estaban, en última instancia, subordinadas a las directrices de la Liga de los Comunistas y del Estado.
En 1951, Acharya Vinoba Bhave -amigo y discípulo de Gandhi- crea en la India el movimiento Gramdan, antiautoritario y no violento, basado en comunidades autónomas agrarias al margen del Estado, regidas por asambleas generales que solventaban los conflictos sin autoridad gubernamental alguna. Otras experiencias autogestionarias limitadas, y finalmente anuladas, que a menudo se mencionan, son las de Argelia, decretada por ley después de la descolonización francesa y muy pronto controlada por el Estado, la de Checoslovaquia, en los primeros meses de 1968, que sería aplastada por los tanques del Pacto de Varsovia, o el desarrollo que tuvo la revolución cultural china, muy diferente a la rusa, pero en la que, a pesar de cierta tradición comunal y antiautoritaria, hubo numerosos atropellos y coacciones y la consiguiente sumisión a los intereses del Estado y del partido.
Para finalizar este recorrido por un tema que abarcaría demasiadas páginas, decir que no es la autogestión un concepto exclusivo del anarquismo pero sí ha sido el movimiento libertario el que con más fuerza ha dado sentido al principio autogestionario de manera integral, en el campo político, económico o social. Para que términos como libertad y democracia no se conviertan en conceptos y hechos relativizados -no puede haber definición más completa para ambos términos que la gestión directa de las personas en los asuntos que les atañen-, como se esfuerzan en que asimilemos las estructuras jerarquizadas, resulta urgente la renovación del principio autogestionario en estos tiempos de progresiva globalización.
Bibliografía
Colectividades libertarias en España, Gaston Leval (Editorial Aguilera, Madrid 1977).
Del socialismo utópico al anarquismo, Felix García Moriyón (Editorial Cincel, Madrid 1985).
El anarquismo, Daniel Guerín (Altamira / Nordan-Comunidad, Buenos Aires 1975).
El anarquismo y la revolución en España, Diego Abad de Santillán (Editorial Ayuso, Madrid 1977).
Enseñanzas de la revolución española, Vernon Richards (Campo Abierto, Madrid 1977).
La anarquía a través de los tiempos, Max Nettlau (Ediciones Júcar, Gijón 1977).
La ideología política del anarquismo español (1868-1910), José Álvarez Junco (Siglo Veintiuno Editores, Madrid 1991).
Sindicalismo y autogestión, Heleno Saña (G. Del Toro Editor, Madrid 1977).
[Tomado de http://informacionclandestina.blogspot.com/2014/06/apuntes-historicos-sobre-autogestion.html.]
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