Tomo el título prestado de una película de 1966, quizás de las mejores del western. Sin embargo, espero que nuestra historia de “conuqueo” urbano en Venezuela tenga un mejor final que los contrincantes del duelo final de aquel film.
Pero vayamos al grano.
El gobierno nacional ha decidido impulsar el uso del conuco urbano, entendiendo como conuco una pequeña parcela de tierra cultivada por un campesino pobre, como estrategia de producción agrícola en el contexto de una muy grave crisis de abastecimiento de alimentos. E incluso lo plantea como una forma de luchar contra el cambio climático.
Pero revisemos qué es lo bueno, lo malo y lo feo de esta propuesta.
Lo bueno
La agricultura urbana es una de las tendencias más importantes en los últimos años en la búsqueda de la sustentabilidad de las ciudades. Por eso en muchos países se están realizando proyectos de siembras en espacios que van desde terrenos en las periferias urbanas hasta huertos en azoteas, balcones, pequeñas parcelas y superficies entre edificaciones y muchos otros lugares en muy distintos sectores y situaciones.
Los beneficios resultantes de esta actividad son importantes: impulsa la economía y el empleo productivo, produce alimentos con menores costos económicos y ambientales, promueve la diversificación de la dieta de los pobladores, apoya procesos de desarrollo local y mejora la calidad ambiental de las ciudades a través de la revegetación de áreas degradadas por el crecimiento urbano, entre otros aspectos positivos.
Sobre esa ola se han desarrollado propuestas interesantes en campos tan diferentes como la gastronomía “cero kilómetros” que promueve una cocina basada en la producción local, hasta formas de terapia para tratar males como el estrés y la depresión, en las cuales los pacientes trabajan la tierra para reencontrar su sentido de pertenencia y propósito.
Asimismo, gobiernos y organizaciones ciudadanas han encontrado en esta actividad una forma de promover el emprendimiento, fortalecer la participación y organización comunitaria, así como impulsar la inclusión y la ampliación de oportunidades de trabajo para grupos excluidos.
Otras propuestas apuntan al rescate de saberes ancestrales a través de la recuperación del cultivo de variedades de plantas locales, incluyendo plantas medicinales. Esta actividad, si es realizada con sensatez y responsabilidad, ayuda a promover estilos de vida sanos y la valoración del conocimiento popular.
Más recientemente, aparece como un elemento en la lucha contra el cambio climático al aumentar la superficie vegetal en las ciudades.
Por otra parte, la agricultura urbana es una excelente actividad educativa. Un primer aspecto de esta conexión entre la educación y el cultivo en espacios urbanos, está relacionada con la formación de capacidades en la población tales como la auto-sustentación, la orientación hacia el trabajo productivo y el aprendizaje de hábitos ambientalmente positivos.
Otra faceta de su utilidad educativa nace de la preocupación mundial por la reducción acelerada de las posibilidades de contacto con la naturaleza que sufren los habitantes de las grandes aglomeraciones urbanas. Esa tendencia está teniendo consecuencias indeseables en los habitantes de las ciudades, y principalmente en los miembros más jóvenes de la sociedad. Entre los cuales se aceleran padecimientos tales como: la depresión juvenil e infantil, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), y la apatía juvenil, entre otros problemas. En estos casos. se ha propuesto el contacto con áreas verdes y seres vivos, incluyendo el desarrollo de proyectos agrícolas apropiados a su edad y circunstancias como forma de terapia de apoyo.
Queda claro que la agricultura urbana es una actividad muy positiva y debe ser impulsada y apoyada por toda la población.
Lo malo
Luego de enumerar tantas características positivas, hablar de las facetas negativas de esta actividad no es fácil. Pero en este caso sus problemas no nacen de la idea en sí, sino de la manera de implementarla. Esta actividad pierde valor cuando está asociada a concepciones simplistas, sectarias y al no estar fundamentada en planes técnicamente adecuados, socialmente aceptables y económicamente viables.
En tal sentido, una primera consideración, es que la agricultura urbana —aunque puede ser un complemento de la producción agrícola de un país— no tiene la capacidad de generar los volúmenes de alimento necesarios para cubrir las necesidades de toda la población. Por ello, puede ser una ilusión peligrosa creer que su desarrollo puede solucionar, o incluso paliar, los graves problemas de abastecimiento de alimentos de la Venezuela actual.
Esto es más complejo en el caso de países como Venezuela con el 90% de su población viviendo en ciudades.
Una característica de las zonas urbanas es su desconexión con la producción agrícola la cual ocurre generalmente en zonas más o menos alejadas de las ciudades. Por ello, la mayor parte de la población en estos asentamientos humanos no tiene ni experiencia, ni conocimientos, ni actitudes para participar permanentemente en esta actividad.
En tal sentido, la agricultura urbana busca reconectar los espacios distanciados de la ciudad y el campo, así como de las personas que los habitan. Pero no es esperable que esta sea una actividad masiva, ni mucho menos que tenga resultados inmediatos.
Por otra parte, la agricultura, más que otra actividad económica, es una cultura. Casi cualquier persona puede aprender técnicas básicas de cultivo e incluso participar activamente en estas labores, pero no cualquiera puede ser agricultor.
Ser productor agrícola nace de una forma de pensar y actuar que es muy diferente a la que es común en las personas que habitamos en las grandes ciudades. En la agricultura se depende de los ciclos naturales y de factores ecológicos complejos. Por ello, el agricultor entiende su actividad como una secuencia de procesos circulares, condicionados por los cambios presentes en su entorno. Asimismo, el producto de su labor puede estar lejano en el tiempo (en una futura cosecha) y sujeto a la incertidumbre producida por factores no controlables tanto socioambientales (clima, plagas, eventos extremos, etc.) como socioeconómicos (costos, rentabilidad, etc.).
Igualmente, el que quiera dedicarse a esta actividad necesita de habilidades, conocimientos y valores que se aprenden, no de forma conceptual, sino a través del contacto diario con el trabajo de las personas que lo realizan. Es decir, que no es posible generar agricultores por decreto.
Otro elemento a considerar es que la actividad agrícola no está regida por doctrinas políticas. La misma, por supuesto, se verá influenciada por factores históricos, sociales y económicos que pueden promoverla u obstaculizarla. Pero ninguna ideología logra que las semillas germinen mejor, ni que las plantas produzcan más y mejores frutos. Esto es un asunto de conocimiento adecuado, insumos apropiados y suficientes, mucho trabajo, y algo de suerte.
Por ello, el intento actual del gobierno nacional de encajonar esta actividad dentro de un enfoque político sectario, será un obstáculo severo en su desarrollo. Como ha sido reiteradamente demostrado en Venezuela, ese empeño, más que contribuir con el mejoramiento de la sociedad y su seguridad alimentaria, generará más divisiones y tensiones en la población. Ello traerá como consecuencia la pérdida de la oportunidad de convocar a la sociedad y construir consensos alrededor del apoyo a una acción que pudiera beneficiar a muchas personas.
Un componente adicional desde el enfoque ideologizado de la agricultura, es el uso de terminologías como “conuco” para la actividad de cultivo y de “conuqueros” para quienes la practiquen. La idea de conuco está asociada en Venezuela, más allá de sus orígenes indígenas, a una historia de pobreza y exclusión.
En gran parte de nuestra historia, los campesinos sin tierras debieron recurrir a la práctica ancestral del conuqueo en terrenos marginales. Pero actualmente, la subsistencia de estas prácticas y sus ideas subyacentes, están asociados al mantenimiento del campesino en la mayor pobreza, vulnerabilidad y destrucción de su entorno, y a la negación a incorporar nuevos enfoques y técnicas que pueden hacer de esta labor más productiva y de menor impacto ambiental.
Finalmente, otra perspectiva que es necesario considerar, es que, como toda actividad económica que se desea promover, necesita de condiciones adecuadas, incluyendo financiamiento y acceso a materiales, equipos e insumos, incluyendo semillas, fertilizantes (naturales o no) y agua para riego. Y hasta este momento nadie parece haber respondido a la pregunta de cuál será la inversión que se realizará y de dónde provendrán los recursos económicos para impulsar y mantener un programa a escala nacional como el que se propone. Tal consideración económica no es menor en este momento de la historia de Venezuela. Mi abuela hubiera dicho: ¿Con qué culo se sienta la cucaracha? O es que al final serán cambiados los Sukhois y otros armamentos por huertos urbanos, para hacer realidad el texto bíblico que profetiza que “…de las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra”
Lo feo
En Venezuela estamos en una de las mayores crisis de abastecimiento de alimentos en la historia nacional. Tal situación está afectando de manera grave a toda la población, especialmente a la de menores recursos económicos, los cuales ven enormemente restringida su acceso a una dieta suficiente, sana y nutritiva.
Una de las causas centrales de esta situación es la dramática caída de la producción de alimento en el país en prácticamente todos los rubros.
Las razones para haber llegado a este momento son múltiples, e incluyen motivos económicos y climáticos, pero principalmente políticos: Una cadena de decisiones gubernamentales que destruyeron la capacidad nacional de producir alimento. Al final el objetivo de lograr la “soberanía y seguridad alimentaria” terminó en uno de los mayores fracasos o fraudes, como usted lo prefiera.
Y en esta situación dramática, la respuesta gubernamental es la creación del Ministerio de Agricultura Urbana, con su carga de burocracia, presupuestos, espacios, etc. cuya misión es la promoción de “conucos urbanos”…
Se me escapa la lógica detrás de esa propuesta de políticas públicas en este momento, pero quizás resulte de una desconexión profunda por parte de los que toman decisiones con la magnitud de nuestra crisis actual.
Algún día tendremos importantes programas de agricultura urbana y nuestras ciudades reverdecerán, pero ahora lo que tenemos es algo tan feo como un insulto lanzado desde las alturas de un poder enceguecido a un pueblo con hambre.
Fuente: http://prodavinci.com/2016/02/04/vivir/lo-bueno-lo-malo-y-lo-feo-de-los-conucos-urbanos-por-alejandro-alvarez/
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