Francisco Riveira
Cuando hablamos de anarquismo y ciencia, antes que Kropotkin y su Ciencia moderna y anarquismo, nos viene a la cabeza Paul Feyerabend y su “anarquismo epistemológico”. Resumidamente, el anarquismo epistemológico parte de la idea de que “todo vale” a la hora de elucidar qué método científico es el correcto. Anarquía, en esa versión simplificada, equivalía a “desorden” o “caos”. Los científicos no se preocupan por las teorizaciones abstractas de raíz positivista que numerosos filósofos (y algún que otro científico natural) trataron de crear. Al contrario, la metodología en ciencia es variopinta, no se ajusta a ningún patrón predeterminado. Los científicos son seres creativos que para llegar a determinados descubrimientos han de plantear nuevas maneras de afrontar sus retos. El método hipotético-deductivo, en ocasiones, se ha quedado cojo, dando paso a argumentos abductivos. Los argumentos abductivos proponen una tesis y luego tratan de encontrar patrones naturales que la satisfagan. Luego llegaron las críticas al empirismo, y un largo etcétera de críticas que ha durado hasta hoy.
Cuando hablamos de anarquismo y ciencia, antes que Kropotkin y su Ciencia moderna y anarquismo, nos viene a la cabeza Paul Feyerabend y su “anarquismo epistemológico”. Resumidamente, el anarquismo epistemológico parte de la idea de que “todo vale” a la hora de elucidar qué método científico es el correcto. Anarquía, en esa versión simplificada, equivalía a “desorden” o “caos”. Los científicos no se preocupan por las teorizaciones abstractas de raíz positivista que numerosos filósofos (y algún que otro científico natural) trataron de crear. Al contrario, la metodología en ciencia es variopinta, no se ajusta a ningún patrón predeterminado. Los científicos son seres creativos que para llegar a determinados descubrimientos han de plantear nuevas maneras de afrontar sus retos. El método hipotético-deductivo, en ocasiones, se ha quedado cojo, dando paso a argumentos abductivos. Los argumentos abductivos proponen una tesis y luego tratan de encontrar patrones naturales que la satisfagan. Luego llegaron las críticas al empirismo, y un largo etcétera de críticas que ha durado hasta hoy.
Sin embargo, Feyerabend no era anarquista políticamente, y años más tarde del Tratado contra el método reconoció que el término de anarquismo epistemológico llevaba consigo una serie de preconcepciones funestas, en su mayor parte provocadas por la estrechez partidista del anarquismo social propia de su siglo. En una edición posterior de ese libro utilizó el término “dadaísmo”.
De todas maneras, no es al anarquismo metodológico al que me quiero referir en este post. Lo que pudo decir Feyerabend sobre la ciencia es interesante de cara a descubrir cómo el neopositivismo de Viena fue apartándose poco a poco del lugar predominante del que había disfrutado a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Tanto Feyerabend como Kuhn supusieron el detonante de una vieja filosofía de la ciencia que se centraba en la propuesta normativa más que en el análisis y la descripción de los acontecimientos. Tras estos dos importantes filósofos (aunque no me quiero olvidar de Lakatos), llegaron los sociólogos de la ciencia y los historiadores de la ciencia de herencia francesa.
Aquí es cuando se puso interesante el debate. Apareció un modo de considerar la ciencia de manera integral, teniendo en cuenta el contexto socio-cultural en que se realizaban las investigaciones y la propia labor investigadora de los científicos en sus laboratorios. Ejemplos de esta nueva preocupación por el análisis completo del fenómeno científico e investigador se pueden encontrar en La vida en el laboratorio de Woolgar y Latour. El libro es ya clásico. es un punto de partida para la investigación sociológica y antropológica sobre los trabajadores de un laboratorio de neuro-endocrinología.
Pero diréis, ¿qué tiene esto que ver con el anarquismo? Una lectura del libro de Kropotkin nos ayuda a comprender sus motivaciones. Son legítimas y yo mismo las comparto. Por aquel entonces (el trepidante siglo XIX), había una serie de teorías sobre la naturaleza de los seres humanos que podían poner en peligro su posición privilegiada dentro de una moral de influencia judeocristiana. Porque, todo hay que reconocerlo, el cristianismo no solo es una religión con propuestas sobre la moral y la teología. El cristianismo lleva consigo una moral pero también una antropología filosófica de la que no hemos conseguido deshacernos siquiera en el siglo XXI. Y me temo que tanto Kropotkin como la mayoría de los filósofos del siglo XIX estaban fuertemente influenciados por esta moral y antropología cristiana. No es hasta Nietzsche cuando se cuestionó fuertemente los principios cristianos que gobiernaban nuestras vidas y nuestros cuerpos. Aquí no cuento, por cuestiones de espacio, toda la “contrahistoria filosófica” que a lo largo de 25 siglos llevó la contraria al platonismo.
Pero Kropotkin, a pesar de la influencia moral judeocristiana, consiguió atisbar algunas de las posibles consecuencias de las nuevas teorías sobre el ser humano, la biología, y la química de su tiempo. Fue Kropotkin uno de los primeros en denunciar el mal uso de las teorías darwinistas sobre el lugar de los seres humanos en el mundo natural, y se cuidó de señalar las consecuencias que de un tratamiento interesado e incompleto del asunto se podrían seguir:
“Cuando ciertos naturalistas, pagando tributo a su educación burguesa, pretendieron enseñarnos, presuntamente sobre la base del método científico del darwinismo: «¡Aplastad al que sea más débil que vosotros: tal es la ley de la naturaleza!», nos resultó fácil probar mediante el mismo método científico, que esos investigadores estaban equivocados: que tal ley no existe; que la naturaleza nos enseña algo muy distinto; y que sus conclusiones no eran de ninguna manera científicas. Lo mismo vale para la afirmació nque pretende hacernos creer que la desigualdad de las fortunas es «ley de naturaleza» (Kropotkin)
¡Kropotkin se adelantó a las consecuencias del darwinismo social! La perspicacia y clarividencia de Kropotkin, fruto de sus numerosas lecturas y de su vida cultural (era uno de esos hombres que atesoraban en sí las dos culturas: humanística y natural), le dieron las señas para descubrir lo que de ilegítimo podría surgir de las tesis de Darwin. Darwin, como todos sabemos, descubrió una conexión evolutiva entre los seres vivos. El corolario del Origen de las especies era muy claro: los seres humanos también (y sobre todo) formamos parte de la evolución de las especies. En su estudio sobre el porqué de los cambios en nuestras características físicas a lo largo de miles de años descubrió que una serie de características físicas (fenotipos) eran, entre otras razones, causa de una serie de cambios favorables para la supervivencia en un medio hostil. Darwin, también influenciado por su propia época, había leído a los primeros teóricos de la economía política (Malthus) y en él la idea de la competencia por los recursos había echado raíces. El propio Darwin fue muy cuidadoso al aplicar esta metáfora en su libro sobre la evolución de las especies y consideró que uno de los mayores peligros de llevar al extremo esta idea de competitividad era la posible aparición de teorías que naturalizasen la desigualdad.
Aquí apareció Kropotkin, y por eso su cita tiene todo el sentido. Hoy día, más de cien años después, encontramos a “gurús sociales” que siguen manteniendo una posición naive fundamentada en el darwinismo social. Posición que les sirve para naturalizar la desigualdad basados en lo más preciado que ha podido crear la humanidad en sus miles de años de historia: la ciencia contemporánea. Pero Kropotkin también tiene sus años, y su libro sobre la Ciencia moderna y el anarquismo necesita una urgente actualización que ya me encargué de señalar hace unos meses por otras redes sociales y dentro de grupos académicos y anarquistas.
Una de las carencias fundamentales de la visión socialista sobre el mundo (considero que el anarquismo es un socialismo, además de un humanismo) es su despreocupación por la tecnociencia. La tecnociencia, sobre todo en los últimos 80 años, ha sido uno de los factores principales para entender según qué cambios en el mundo. Considero que todo análisis político sobre el mundo tiene que partir de una preocupación por las cuestiones tecnológicas, científicas, ecológicas, animalistas, etc. Pero me voy a centrar, para terminar, en la cuestión tecnocientífica.
La profesionalización de la labor científica, acaecida desde el momento en que hay científicos “de carrera”, nos hace preguntarnos por la naturaleza del científico: ¿es un individuo aislado o social?, ¿es un héroe, un villano, o un funcionario dependiente de su organización? La verdadera perspectiva es muy difícil de encontrar, y si ha habido preocupación por esto no ha sido desde el anarquismo, sino desde los Estudios Sociales de la Ciencia. A estos estudiosos, los anarquistas les debemos el haber continuado una línea argumentativa y con la preocupación por los efectos de la tecnociencia sobre la sociedad.
Teóricos franceses como el recientemente fallecido Jean-Jacques Salomon, apuntan que que esta profesionalización y nuevo status social de la ciencia no la convierte en una disciplina que dé respuesta a las preguntas más importantes. Parece, por lo contrario, ser una disciplina gobernada por lo útil: los resultados de las investigaciones tienen que poder aplicarse.
Análisis antiguos dan por hecha la autonomía de la ciencia, pero no se puede separar de su función social, y tampoco asimilar, como comenta Weber, a la ética. Salomon, a este respecto, es diferenciacionista, esto es, la ciencia se encuentra influida e influye a su vez a la sociedad, pero no de modo determinante, no confundiéndose con ella. Mantiene cierta autonomía.
¿Es la ciencia verdaderamente autónoma del ámbito social? Parece obvia la respuesta: no siempre. Y esto es lo que el anarquismo debe desarrollar. En esos momentos en los que hay relación entre la labor científica y la sociedad, ¿qué podemos decir nosotras sobre los derroteros que toma? ¿Podemos hablar de socialismo en la ciencia? Aquí llega un problema muy gordo, y es que cualquier persona que pretenda un análisis social sobre las ciencias va a pasar automáticamente a ser determinado como acientífico. Hay un grupo ideológico del que ya he hablado en otros posts: los cientificistas y los escépticos (trademark). Entre ellos, tomadas las distancias pertinentes, me encuentro. Lo que no considero justo es su persistente negación a ver influencias sociales en las investigaciones científicas. Muchos niegan una relación entre la ciencia y la sociedad porque, según ellos, la ciencia es algo objetivo y no sometible a la opinión de la ciudadanía. Pero cuando hablamos de Estudios Sociales de la Ciencia no nos referimos a sociólogos haciendo investigaciones de laboratorio.
Cuando hablamos de asambleas , estamos considerando la parte social de la ciencia, esto es, todo lo que de prospectiva y guía de intereses sociales asociados a la investigación puede existir en el sistema científico. La ciencia se determina como parte de lo público, y se constituye como un ente más. Pero nadie (o al menos eso espero yo) pretende decir a los científicos cómo han de hacer su trabajo. Más que nada porque la mayoría de la gente no tiene la más pálida idea de cómo es la vida en un laboratorio y, para saberlo, necesitaría cuatro años o más de educación en la disciplina, el paradigma, la resolución de ejemplos problemáticos y los textos fundamentales. Lo que sí se puede es ofrecer una hoja de ruta a esas investigaciones científicas (estudiar determinados cánceres, enfermedades raras, etc). Al menos en lo que a ciencia pública respecta, ¡está financiada con nuestros impuestos! :) Es lo que la profesora Amparo Gómez ha concretado en la idea de un Contrato Social para la Ciencia.
Pero la naturaleza de la ciencia abarca tanto y es tan fundamental para la vida humana que es un peligro obviar el debate público sobre ella. Por ejemplo, a lo largo del siglo XX surgió el binomio “Big Science” (o megaciencia), referido a aquella ciencia cuyos resultados salen del laboratorio para tener consecuencias catastróficas o enormemente provechosas para el resto de la sociedad. El Proyecto Manhattan es el ejemplo más utilizado: miles de científicos (y sus familias) trabajaban por un proyecto común.
Este es el campo de debate actual sobre la ciencia. Hay una corriente muy prometedora (y joven) centrada en los Estudios sociales de la Tecnociencia que da respuesta a muchos de estos problemas éticos, medioambientales, políticos… que de la actividad científica pueden surgir.
Asisto apenado a una despreocupación generalizada por parte de compañeros anarquistas sobre las cuestiones de la tecnociencia. Muchos de ellos (Carlos Taibo, por ejemplo) abogan por el decrecimiento, y otros por seguir las tesis del anarquismo primitivista. Algunas de estas ideas, a pesar de su interés humano y filosófico, no han conseguido salir a la palestra del debate social y no se toman en serio dentro de los organismos que deciden las políticas científicas de un país o de las inversiones a laboratorios privados de investigación científica.
Me preocupa que se vea al anarquista como interlocutor no válido en términos de políticas tecnocientíficas. Me preocupa que se considere a la persona de izquierdas como un analfabeto en términos científicos. Me preocupa, en mayor medida, que la mayor parte de gente de izquierdas con la que he tratado sobre la ciencia tengan una visión tan negativa y equivocada. Me preocupa, en fin, que necesitemos reducir maniqueísticamente a la ciencia para poder así aplicar nuestras herramientas de análisis.
La tecnociencia es un fenómeno tan complejo que no puede ser analizada exclusivamente a partir de una ideología determinada, como el anarquismo (o el liberalismo, o el marxismo). Sin embargo, como considero que el anarquismo es una de las mejores herramientas de análisis que la historia nos ha dado para comprender el mundo y proponer el mundo que consideramos bueno, me parece una carencia fundamental e imperdonable que no se haya hecho justicia a Kropotkin y, a día de hoy, no exista un teórico anarquista dentro de los Estudios Sociales que tenga influencia global y que se ocupe de aplicar el análisis anarquista en los Estudios Sociales de la ciencia.
Es hora de ponernos manos a la obra, es hora de estar a la altura de los tiempos.
[Tomado de http://www.fraveira.com/hacia-una-teoria-social-anarquista-sobre-la-ciencia-contemporanea.]