Rosana López
[Nota previa de El Libertario: La autora es una marxista argentina que, pese a mostrar conocimiento del debate anarquista sobre el amor libre, se niega a entender la concepción anarquista de libertad, a la cual despacha esquematicamente como una concepción equivalente a la visión de la libertad que proclama la burguesía, lo que la lleva a concluir en algunos de los lugares comunes clásicos del marxismo para descalificar al anarquismo. No obstante esa limitación básica, nos ha parecido de interés reproducir el texto.]
Es sabido que el programa anarquista se caracteriza por su contenido antipatriótico, antiestatal, anticlerical y anticapitalista. La destrucción de las instituciones mencionadas y el establecimiento de la Anarquía asegurarían la liberación de los seres humanos y una sociedad deamoreigualdad. Laclase obrera es la clase explotada, pero las obreras son doblemente oprimidas: por un lado, como trabajadoras, y por otro, como mujeres. La propaganda anarquista exhorta, entonces, a las mujeres a luchar por la Revolución Social, pues la lucha de clases es inseparable de la lucha de género. Desde el siglo XIX, los teóricos y agitadores anarquistas elaboraron y promovieron una política de lo privado, de las relaciones entre géneros. Se oponían a la familia patriarcal, a la unión conyugal civil y religiosa, al matrimonio por obligación o conveniencia, a la prostitución, a la castidad y, consecuentemente, a la doble moral sexual. Promovían un nuevo tipo de familia basada en el amor libre. Aho ra bien, salvo un par de características comunes (la unión voluntaria y sobre la base del cariño como garantía de durabilidad), el concepto de amor libre tiene diversas variantes dentro del propio anarquismo. Un libro recientemente editado permite reflotar una vieja discusión.
Una antología para discutir
La colección Utopía Libertaria publicó el año pasado una compilación sobre el tema, realizada por Osvaldo Baigorria, también autor del prólogo.[1] El primer texto es de autor anónimo, publicado en el n° 2 de La Questione Sociale[2]. Presenta en forma más amplia que todos que le siguen, en qué consiste la unión libre. Cuando dos seres se aman, “la sociedad no tiene nada que ver en ello”; “la unión del hombre y de la mujer no es indisoluble”, pues no es una obligación que, porque dos personas “se ilusionaron en un instante de efervescencia, paguen con toda una vida de sufrimientos el error de un momento, que les ha hecho juzgar como una pasión profunda y eterna lo que no era más que el resultado de una sobreexcitación nerviosa.”(15) Las historias de infidelidades y de muchachas seducidas dan cuenta de que “el amor es más poderoso que todas las leyes”. Seguir las costumbres opresoras provoca en los temperamentos débiles, suicidios; pero en la mayoría de las personas, sólo hipocresía. Establece una alianza entre capitalismo y patriarcado y la burguesía, en tanto clase dominante, ha impuesto esas formas y esa moral a los efectos de reproducir sus intereses: “Queriendo el hombre propietario transmitir a sus descendientes el fruto de sus rapiñas y habiendo sido la mujer hasta hoy juzgada como inferior, y más como una propiedad que como un asociado, es evidente que el hombre ha sugestionadoa su familia para asegurar la supremacía sobre la mujer; y para así, ha sido necesario declarar la familia indisoluble.” (16) Los anarquistas quieren que la familia se base en el amor y no en el interés. De allí que considere el matrimonio burgués, el matrimonio por negocios, como una forma de prostitución, la “más vergonzosa”.
El resto de los textos construye un debate cuyo eje conductor es la posibilidad misma del “amor libre” en la sociedad actual o en la futura. Las posiciones se reparten a favor y en contra. En el polo negativo podemos ubicar a Mijail Bakunin y en el positivo a Luigi Fabbri. Bakunin sostiene que el amor sólo puede realizarse si la libertad individual es absoluta: el amor no puede significar ninguna forma de dependencia, de lo contrario, no es amor, sino una forma de esclavitud. Luigi Fabbri, por su parte, propone “la abolición del matrimonio oficial, de las leyes que lo regulan, (…) de la prepotencia del macho sobre la hembra, que es el origen o la consecuencia de ese matrimonio. Cuando ya no existan el salario y la explotación (…) entonces el amor será libre.”(28) Reconoce, sin embargo, que el amor libre presenta una objeción: la libertad absoluta es incompatible con la responsabilidad de la reproducción de la vida, pues las mujeres están expuestas a enfrentar una condición de vida económica y moral más difícil que la de los varones. “En el actual estado de cosas (le ha dicho una contradictora a Fabbri) el matrimonio legal es todavía una garantía para la mujer, que, aun separada del marido, encuentra apoyo en la sociedad, pronta, en cambio, a maltratar a la amante abandonada y hacerle difícil la existencia a ella y a su prole.”(29) Fabbri sostiene que esto es parcialmente cierto, pero llega al punto de reprender a la mujer que elige casarse porque “le falta coraje para afrontar las incertidumbres y las posibles miserias de una unión libre que puede concluir con el abandono y con el hambre para ella y los hijos…”.(30) Sin embargo, luego de exigir el martirio a las mujeres, sostiene que “en la vida real” es muy raro que se presente el caso extremo de tener que elegir entre el sacrificio del ideal o las privaciones para sí y los hijos. Dice que hay muchas opciones acordes con las necesidades de la vida y que no se contradicen con las ideas anarquistas, aunque nunca aclara en qué consisten. También, que no pretende que se aplique rígidamente la teoría en una sociedad que es hostil, de allí que a veces, “las contradicciones a que nos obligan por fuerza las necesidades de la vida” no deben ser desdeñadas, sino que no deben llevarse a cabo actos que respondan sólo como “homenaje a supersticiones muertas hace tiempo.”(31) Bakunin y Fabbri, dos de los máximos teóricos del anarquismo sostienen, entonces, que el amor es imposible (salvo que le creamos a Bakunin que la libertad absoluta es algo real) y que, no sólo es posible, sino que puede ejercerse ahora mismo (si no queremos que Fabbri nos acuse de cobardes). El resto de las posiciones oscila entre uno y otro polo.
Errico Malatesta se ubica más cerca de Bakunin, incluso con un escepticismo mayor. Sostiene que siempre va a existir el mal de amores, pues si el amor libre depende de la voluntad de dos individuos, puede suceder que ese amor no sea correspondido. De allí que crea que los celos son inseparables del amor, pues “es una pasión que engendra por sí misma tragedias.” La reproducción de la vida debe ser colectiva, pero la forma de la familia que conocemos ha sido “el mayor factor de desarrollo humano.” Con todo, insiste en que el amor no puede ser universal, de lo contrario, sería otra cosa, pues perdería su especificidad: “Mientras los hombres tengan los sentimientos que tienen –y un cambio en el régimen político y económico de la sociedad no nos parece suficiente para modificarlos por entero- el amor producirá al mismo tiempo grandes alegrías y grandes dolores.”(34-35)
Algunas posiciones parecen capaces de tocar tierra, encontrando los límites del amor en la sociedad presente, más que en una oposición abstracta entre este sentimiento y la libertad. Evelio Boal, anarquista catalán, por ejemplo, considera que el amor libre no es posible en tanto la mujer sea dependiente económicamente. La emancipación femenina se logrará sólo cuando se realice la emancipación económica de la mujer. Cuando la mujer disfrute de las mismas condiciones económicas que el hombre, entonces será posible el amor libre.
Paul Robin cuestiona el matrimonio religioso y civil, aunque reconoce que la desprotección legal en que podrían quedar los hijos puede ser un problema. Este problema no se resolvería ni siquiera en una sociedad comunista. Después de un rapto de cordura, sin embargo, el anarquista procede a echarle el fardo a las mujeres: la mujer debe ser madre solamente “cuando lo haya decidido después de madura reflexión”, los hijos que pueda mantener, cuya educación y sustento estén asegurados. También, tiene la confianza suficiente en el hombre, “cuya honradez lo impulsará a contribuir al sostenimiento material” (47) de los hijos que haya tenido, siga en pareja con la madre o no. Más cerca de Fabbri, incluso yendo más allá de su posición, se encuentra Emma Goldman, que afirma que el matrimonio y el amor no tienen nada en común, pues el matrimonio es nada más un acuerdo económico que encadena a la mujer, pues la hace dependiente del marido. En tanto que el amor es, por definición, libre y por eso, no necesita protección alguna, ni siquiera la legal. La cuestión de la propiedad del cuerpo de la mujer también la plantea Roberto de las Carreras: ellas son en el matrimonio, una propiedad del marido. Los celos son una consecuencia de esta propiedad y revelan, consecuentemente, un ser primitivo de la humanidad. De allí que plantee la situación como una oposición entre dos figuras masculinas, la del marido y la del amante. Uno es un atavismo (el matrimonio), el otro es el futuro (la Anarquía). ¿Las condiciones materiales? Bien, gracias.
Mientras la postura de Bakunin da pie a una ambigüedad que no define gran cosa, la de Fabbri emparenta rápidamente con el feminismo burgués. Efectivamente, ¿quién puede realizar ese amor libre sin protección legal alguna? Madonna, por ejemplo. El problema que subyace a toda la discusión es el idealismo bastante ingenuo con el cual el anarquismo ha examinado siempre la vida social.
El mismo idealismo de siempre
El autor del prólogo, Osvaldo Baigorria explica que los textos de la antología presentan diferencias entre sí porque la relación resultante entre los conceptos de amor y de libertad, es compleja y contradictoria. Como las formas conocidas del amor implican siempre alguna forma de dependencia y la “posesión es la antítesis de la libertad”, sólo hay una manera, a juicio de Baigorria, de conciliar ambos términos: “reinventando la palabra amor”. Un problema material se resuelve, a juicio del prologuista, cambiando una definición… Sin embargo, como veremos, el problema de los anarquistas no consiste en malinterpretar “la palabra amor”, sino en desconocer el contenido real de la palabra “libertad”.
El concepto individualista burgués (también anarquista) de libertad negativa, consiste en creer que somos más libres cuanto más solos estamos, pues no sólo no tendremos que rendirle cuentas a nadie, sino que también podremos hacer lo que nos venga en gana. Nada más equivocado: Robinson Crusoe es sólo un personaje literario. El concepto marxista de libertad es positivo: la libertad sólo es posible por la cooperación humana, porque el ser humano es un animal social. Sin la vida social ningún individuo puede sobrevivir. Es más: la libertad resulta de la victoria sobre la necesidad, es decir, sobre las restricciones materiales de la realidad. Es una función de la productividad del trabajo, que sólo se eleva con la complejidad, no con la simplificación, de la cooperación. El amor y la libertad no se oponen, contra lo que pretenden los anarquistas y Baigorria. Confunden la forma en que aparece bajo el capitalismo, con una supuesta polaridad abstraída de las relaciones sociales.
La mentira, en la ideología burguesa del amor, consiste en considerar que es igualador (que supera las diferencias de clase) y que todos los individuos pueden (y deben) vivirlo de la misma manera independientemente de su pertenencia de clase. Esta es la trampa del amor burgués: el matrimonio civil (y religioso), la familia nuclear y patriarcal, urbi et orbi. Los anarquistas no tienen una concepción diferente, simplemente invierten los términos de la prohibición: donde dice “matrimonio legal” dicen “fuera la ley”; donde dice “monogamia”, dicen “libre elección”. Pero el sustrato filosófico es el mismo: la libertad individual está en contradicción con la vida social. El resultado es la polaridad que se observa en la compilación: o el amor libre no existirá nunca o se puede realizar ahora mismo.[3]
Por eso, son capaces de criticar a las mujeres que no se animan a la “unión libre” o, como diríamos ahora, que buscan amparo en la ley burguesa. Y lo que es peor, algunos caen en el idealismo individualista más torpe al considerar que si son modificadas las formas del amor, la sociedad misma en sus estructuras se vería modificada, cuando el camino es ne- cesariamente inverso: pretender que las mujeres (en especial las obreras) vayan con sus hijos a cuestas por la vida sin tener siquiera la protección mínima de la ley burguesa es, en el mejor de los casos, ingenuidad, por no decir algo peor. Considerar que los compañeros anarquistas, como deben ser antes que cualquier otra cosa, fieles al ideal, habrán renunciado concientemente a llevar a cabo ningún acto que responda al patriarcado es, otra vez, o ingenuidad o algo peor.
Las denuncias de donjuanismo disfrazado de amor libre y de padres que, anarquistas y todo, abandonaban a su compañera y a sus hijos, recorre toda la prensa feminista anarquista: de La Voz de la Mujer a Nuestra Tribuna, el periódico dirigido por Juana Rouco Buela, leemos esas acusaciones en medio de los pedidos a los compañeros de que sean consecuentes con el programa del anarquismo. Esta confianza en la “bondad” del varón anarquista está ausente en algunas feministas anarquistas presentes en la misma compilación. La brasileña María Lacerda de Moura acusa a muchos compañeros de falsos anarquistas pues luchan en contra de la religión, el Estado y la propiedad privada, pero no consideran que la mujer sea soberana de su propio cuerpo. Dice que sostienen una doble moral, una para varones y otra para las mujeres. Esos falsos anarquistas son en verdad, enemigos de la emancipación humana. La liberación de la mujer es de orden sexual, solo después, la mujer se incorporará a las luchas masculinas. Pepita Guerra describe en a sus compañeros en La Voz de la Mujer en términos muy parecidos. Siendo más realistas, por esta vía las anarquistas feministas prefiguran los disparates de los años ’60 que desembocaron en la idea de que el “enemigo principal” de toda mujer no era el capitalismo o el patriarcado sino, simplemente, el varón… Una consecuencia lógica de una matriz de pensamiento que ignora el análisis de clase y se mueve en torno a las antinomias burguesas.
Amor y socialismo
El amor es una necesidad humana. Una necesidad social, material. La reproducción (no nos referimos estrictamente a la biológica, sino a la social) de la vida humana habría sido virtualmente imposible de no mediar este sentimiento de colaboración. Como señala correctamente Sor Juana en la Carta Atenagórica, el amor es carencia, por lo tanto necesidad y consecuentemente, búsqueda de lo necesario. Ahora bien, dado que la libertad es la conciencia de la necesidad, esa búsqueda y ese encuentro amoroso no son necesariamente coercitivos, autoritarios, sino que, por el contrario, son la base de la libertad. La cooperación (y el amor no es más que una de las for- mas “sentimentales” de la cooperación) nos hace libres. Toda la discusión sobre el amor se limita a la naturaleza de esa cooperación. En una sociedad de clases, no puede ser sino una cooperación antagónica. La única forma de eliminar el antagonismo latente en toda relación amorosa en la sociedad capitalista, es eliminando el capitalismo. El problema no es, entonces, entre amor y libertad, sino entre amor y capitalismo, portando el primero las potencialidades (la cooperación) que hacen posible la superación de la sociedad de clases. Podemos mejorar las condiciones de la existencia humana en la sociedad capitalista, no podremos nunca eliminar el antagonismo que la constituye en este marco social. Si queremos amar, de verdad, es mejor ir pensando en otra sociedad.
Preocupados por el problema, los anarquistas, en vez de enfrentar el problema de fondo, el de la lucha de clases con un ángulo feminista, que implicaría la lucha por la revolución social y simultáneamente, la lucha por reformas parciales en cuestiones de familia y de género que preparen la organización colectiva de la reproducción de la vida, se deshacen en reflexiones abstractas sobre problemas en buena parte ya superados por el propio capitalismo. De allí que, la única utilidad de una compilación como esta consiste en permitirnos reflexionar, una vez más, sobre los límites insalvables de una experiencia política ya superada por el tiempo.
Notas
(1) El libro también trae testimonios de experiencias sobre el amor libre, en particular, el caso de la colonia Cecilia, en Brasil a fines del siglo XIX, y en los ’60 norteamericanos, de los hippies, y se cierra con un anexo, un “glosario no monogámico básico”, en el cual se definen términos como amor, bigamia, libertad, matrimonio colectivo, orgía, swingers, entre otros. No nos ocuparemos de estas cuestiones.
(2) Periódico publicado entre los años 1895 y 1898 en Buenos Aires. Las cifras entre paréntesis indican el número de página correspondiente del libro reseñado.
(3) Dejemos de lado el hecho que la legalización del divorcio y la emancipación civil de la mujer han realizado el programa anarquista en buena medida, igual que la aceptación moral del intercambio de parejas y otras prácticas sexuales que a los mismos anarquistas los ponía en aprietos, como la homosexualidad.
[Tomado de http://razonyrevolucion.org/amor-sin-barreras-rosana-lopez-rodriguez.]
[Nota previa de El Libertario: La autora es una marxista argentina que, pese a mostrar conocimiento del debate anarquista sobre el amor libre, se niega a entender la concepción anarquista de libertad, a la cual despacha esquematicamente como una concepción equivalente a la visión de la libertad que proclama la burguesía, lo que la lleva a concluir en algunos de los lugares comunes clásicos del marxismo para descalificar al anarquismo. No obstante esa limitación básica, nos ha parecido de interés reproducir el texto.]
Es sabido que el programa anarquista se caracteriza por su contenido antipatriótico, antiestatal, anticlerical y anticapitalista. La destrucción de las instituciones mencionadas y el establecimiento de la Anarquía asegurarían la liberación de los seres humanos y una sociedad deamoreigualdad. Laclase obrera es la clase explotada, pero las obreras son doblemente oprimidas: por un lado, como trabajadoras, y por otro, como mujeres. La propaganda anarquista exhorta, entonces, a las mujeres a luchar por la Revolución Social, pues la lucha de clases es inseparable de la lucha de género. Desde el siglo XIX, los teóricos y agitadores anarquistas elaboraron y promovieron una política de lo privado, de las relaciones entre géneros. Se oponían a la familia patriarcal, a la unión conyugal civil y religiosa, al matrimonio por obligación o conveniencia, a la prostitución, a la castidad y, consecuentemente, a la doble moral sexual. Promovían un nuevo tipo de familia basada en el amor libre. Aho ra bien, salvo un par de características comunes (la unión voluntaria y sobre la base del cariño como garantía de durabilidad), el concepto de amor libre tiene diversas variantes dentro del propio anarquismo. Un libro recientemente editado permite reflotar una vieja discusión.
Una antología para discutir
La colección Utopía Libertaria publicó el año pasado una compilación sobre el tema, realizada por Osvaldo Baigorria, también autor del prólogo.[1] El primer texto es de autor anónimo, publicado en el n° 2 de La Questione Sociale[2]. Presenta en forma más amplia que todos que le siguen, en qué consiste la unión libre. Cuando dos seres se aman, “la sociedad no tiene nada que ver en ello”; “la unión del hombre y de la mujer no es indisoluble”, pues no es una obligación que, porque dos personas “se ilusionaron en un instante de efervescencia, paguen con toda una vida de sufrimientos el error de un momento, que les ha hecho juzgar como una pasión profunda y eterna lo que no era más que el resultado de una sobreexcitación nerviosa.”(15) Las historias de infidelidades y de muchachas seducidas dan cuenta de que “el amor es más poderoso que todas las leyes”. Seguir las costumbres opresoras provoca en los temperamentos débiles, suicidios; pero en la mayoría de las personas, sólo hipocresía. Establece una alianza entre capitalismo y patriarcado y la burguesía, en tanto clase dominante, ha impuesto esas formas y esa moral a los efectos de reproducir sus intereses: “Queriendo el hombre propietario transmitir a sus descendientes el fruto de sus rapiñas y habiendo sido la mujer hasta hoy juzgada como inferior, y más como una propiedad que como un asociado, es evidente que el hombre ha sugestionadoa su familia para asegurar la supremacía sobre la mujer; y para así, ha sido necesario declarar la familia indisoluble.” (16) Los anarquistas quieren que la familia se base en el amor y no en el interés. De allí que considere el matrimonio burgués, el matrimonio por negocios, como una forma de prostitución, la “más vergonzosa”.
El resto de los textos construye un debate cuyo eje conductor es la posibilidad misma del “amor libre” en la sociedad actual o en la futura. Las posiciones se reparten a favor y en contra. En el polo negativo podemos ubicar a Mijail Bakunin y en el positivo a Luigi Fabbri. Bakunin sostiene que el amor sólo puede realizarse si la libertad individual es absoluta: el amor no puede significar ninguna forma de dependencia, de lo contrario, no es amor, sino una forma de esclavitud. Luigi Fabbri, por su parte, propone “la abolición del matrimonio oficial, de las leyes que lo regulan, (…) de la prepotencia del macho sobre la hembra, que es el origen o la consecuencia de ese matrimonio. Cuando ya no existan el salario y la explotación (…) entonces el amor será libre.”(28) Reconoce, sin embargo, que el amor libre presenta una objeción: la libertad absoluta es incompatible con la responsabilidad de la reproducción de la vida, pues las mujeres están expuestas a enfrentar una condición de vida económica y moral más difícil que la de los varones. “En el actual estado de cosas (le ha dicho una contradictora a Fabbri) el matrimonio legal es todavía una garantía para la mujer, que, aun separada del marido, encuentra apoyo en la sociedad, pronta, en cambio, a maltratar a la amante abandonada y hacerle difícil la existencia a ella y a su prole.”(29) Fabbri sostiene que esto es parcialmente cierto, pero llega al punto de reprender a la mujer que elige casarse porque “le falta coraje para afrontar las incertidumbres y las posibles miserias de una unión libre que puede concluir con el abandono y con el hambre para ella y los hijos…”.(30) Sin embargo, luego de exigir el martirio a las mujeres, sostiene que “en la vida real” es muy raro que se presente el caso extremo de tener que elegir entre el sacrificio del ideal o las privaciones para sí y los hijos. Dice que hay muchas opciones acordes con las necesidades de la vida y que no se contradicen con las ideas anarquistas, aunque nunca aclara en qué consisten. También, que no pretende que se aplique rígidamente la teoría en una sociedad que es hostil, de allí que a veces, “las contradicciones a que nos obligan por fuerza las necesidades de la vida” no deben ser desdeñadas, sino que no deben llevarse a cabo actos que respondan sólo como “homenaje a supersticiones muertas hace tiempo.”(31) Bakunin y Fabbri, dos de los máximos teóricos del anarquismo sostienen, entonces, que el amor es imposible (salvo que le creamos a Bakunin que la libertad absoluta es algo real) y que, no sólo es posible, sino que puede ejercerse ahora mismo (si no queremos que Fabbri nos acuse de cobardes). El resto de las posiciones oscila entre uno y otro polo.
Errico Malatesta se ubica más cerca de Bakunin, incluso con un escepticismo mayor. Sostiene que siempre va a existir el mal de amores, pues si el amor libre depende de la voluntad de dos individuos, puede suceder que ese amor no sea correspondido. De allí que crea que los celos son inseparables del amor, pues “es una pasión que engendra por sí misma tragedias.” La reproducción de la vida debe ser colectiva, pero la forma de la familia que conocemos ha sido “el mayor factor de desarrollo humano.” Con todo, insiste en que el amor no puede ser universal, de lo contrario, sería otra cosa, pues perdería su especificidad: “Mientras los hombres tengan los sentimientos que tienen –y un cambio en el régimen político y económico de la sociedad no nos parece suficiente para modificarlos por entero- el amor producirá al mismo tiempo grandes alegrías y grandes dolores.”(34-35)
Algunas posiciones parecen capaces de tocar tierra, encontrando los límites del amor en la sociedad presente, más que en una oposición abstracta entre este sentimiento y la libertad. Evelio Boal, anarquista catalán, por ejemplo, considera que el amor libre no es posible en tanto la mujer sea dependiente económicamente. La emancipación femenina se logrará sólo cuando se realice la emancipación económica de la mujer. Cuando la mujer disfrute de las mismas condiciones económicas que el hombre, entonces será posible el amor libre.
Paul Robin cuestiona el matrimonio religioso y civil, aunque reconoce que la desprotección legal en que podrían quedar los hijos puede ser un problema. Este problema no se resolvería ni siquiera en una sociedad comunista. Después de un rapto de cordura, sin embargo, el anarquista procede a echarle el fardo a las mujeres: la mujer debe ser madre solamente “cuando lo haya decidido después de madura reflexión”, los hijos que pueda mantener, cuya educación y sustento estén asegurados. También, tiene la confianza suficiente en el hombre, “cuya honradez lo impulsará a contribuir al sostenimiento material” (47) de los hijos que haya tenido, siga en pareja con la madre o no. Más cerca de Fabbri, incluso yendo más allá de su posición, se encuentra Emma Goldman, que afirma que el matrimonio y el amor no tienen nada en común, pues el matrimonio es nada más un acuerdo económico que encadena a la mujer, pues la hace dependiente del marido. En tanto que el amor es, por definición, libre y por eso, no necesita protección alguna, ni siquiera la legal. La cuestión de la propiedad del cuerpo de la mujer también la plantea Roberto de las Carreras: ellas son en el matrimonio, una propiedad del marido. Los celos son una consecuencia de esta propiedad y revelan, consecuentemente, un ser primitivo de la humanidad. De allí que plantee la situación como una oposición entre dos figuras masculinas, la del marido y la del amante. Uno es un atavismo (el matrimonio), el otro es el futuro (la Anarquía). ¿Las condiciones materiales? Bien, gracias.
Mientras la postura de Bakunin da pie a una ambigüedad que no define gran cosa, la de Fabbri emparenta rápidamente con el feminismo burgués. Efectivamente, ¿quién puede realizar ese amor libre sin protección legal alguna? Madonna, por ejemplo. El problema que subyace a toda la discusión es el idealismo bastante ingenuo con el cual el anarquismo ha examinado siempre la vida social.
El mismo idealismo de siempre
El autor del prólogo, Osvaldo Baigorria explica que los textos de la antología presentan diferencias entre sí porque la relación resultante entre los conceptos de amor y de libertad, es compleja y contradictoria. Como las formas conocidas del amor implican siempre alguna forma de dependencia y la “posesión es la antítesis de la libertad”, sólo hay una manera, a juicio de Baigorria, de conciliar ambos términos: “reinventando la palabra amor”. Un problema material se resuelve, a juicio del prologuista, cambiando una definición… Sin embargo, como veremos, el problema de los anarquistas no consiste en malinterpretar “la palabra amor”, sino en desconocer el contenido real de la palabra “libertad”.
El concepto individualista burgués (también anarquista) de libertad negativa, consiste en creer que somos más libres cuanto más solos estamos, pues no sólo no tendremos que rendirle cuentas a nadie, sino que también podremos hacer lo que nos venga en gana. Nada más equivocado: Robinson Crusoe es sólo un personaje literario. El concepto marxista de libertad es positivo: la libertad sólo es posible por la cooperación humana, porque el ser humano es un animal social. Sin la vida social ningún individuo puede sobrevivir. Es más: la libertad resulta de la victoria sobre la necesidad, es decir, sobre las restricciones materiales de la realidad. Es una función de la productividad del trabajo, que sólo se eleva con la complejidad, no con la simplificación, de la cooperación. El amor y la libertad no se oponen, contra lo que pretenden los anarquistas y Baigorria. Confunden la forma en que aparece bajo el capitalismo, con una supuesta polaridad abstraída de las relaciones sociales.
La mentira, en la ideología burguesa del amor, consiste en considerar que es igualador (que supera las diferencias de clase) y que todos los individuos pueden (y deben) vivirlo de la misma manera independientemente de su pertenencia de clase. Esta es la trampa del amor burgués: el matrimonio civil (y religioso), la familia nuclear y patriarcal, urbi et orbi. Los anarquistas no tienen una concepción diferente, simplemente invierten los términos de la prohibición: donde dice “matrimonio legal” dicen “fuera la ley”; donde dice “monogamia”, dicen “libre elección”. Pero el sustrato filosófico es el mismo: la libertad individual está en contradicción con la vida social. El resultado es la polaridad que se observa en la compilación: o el amor libre no existirá nunca o se puede realizar ahora mismo.[3]
Por eso, son capaces de criticar a las mujeres que no se animan a la “unión libre” o, como diríamos ahora, que buscan amparo en la ley burguesa. Y lo que es peor, algunos caen en el idealismo individualista más torpe al considerar que si son modificadas las formas del amor, la sociedad misma en sus estructuras se vería modificada, cuando el camino es ne- cesariamente inverso: pretender que las mujeres (en especial las obreras) vayan con sus hijos a cuestas por la vida sin tener siquiera la protección mínima de la ley burguesa es, en el mejor de los casos, ingenuidad, por no decir algo peor. Considerar que los compañeros anarquistas, como deben ser antes que cualquier otra cosa, fieles al ideal, habrán renunciado concientemente a llevar a cabo ningún acto que responda al patriarcado es, otra vez, o ingenuidad o algo peor.
Las denuncias de donjuanismo disfrazado de amor libre y de padres que, anarquistas y todo, abandonaban a su compañera y a sus hijos, recorre toda la prensa feminista anarquista: de La Voz de la Mujer a Nuestra Tribuna, el periódico dirigido por Juana Rouco Buela, leemos esas acusaciones en medio de los pedidos a los compañeros de que sean consecuentes con el programa del anarquismo. Esta confianza en la “bondad” del varón anarquista está ausente en algunas feministas anarquistas presentes en la misma compilación. La brasileña María Lacerda de Moura acusa a muchos compañeros de falsos anarquistas pues luchan en contra de la religión, el Estado y la propiedad privada, pero no consideran que la mujer sea soberana de su propio cuerpo. Dice que sostienen una doble moral, una para varones y otra para las mujeres. Esos falsos anarquistas son en verdad, enemigos de la emancipación humana. La liberación de la mujer es de orden sexual, solo después, la mujer se incorporará a las luchas masculinas. Pepita Guerra describe en a sus compañeros en La Voz de la Mujer en términos muy parecidos. Siendo más realistas, por esta vía las anarquistas feministas prefiguran los disparates de los años ’60 que desembocaron en la idea de que el “enemigo principal” de toda mujer no era el capitalismo o el patriarcado sino, simplemente, el varón… Una consecuencia lógica de una matriz de pensamiento que ignora el análisis de clase y se mueve en torno a las antinomias burguesas.
Amor y socialismo
El amor es una necesidad humana. Una necesidad social, material. La reproducción (no nos referimos estrictamente a la biológica, sino a la social) de la vida humana habría sido virtualmente imposible de no mediar este sentimiento de colaboración. Como señala correctamente Sor Juana en la Carta Atenagórica, el amor es carencia, por lo tanto necesidad y consecuentemente, búsqueda de lo necesario. Ahora bien, dado que la libertad es la conciencia de la necesidad, esa búsqueda y ese encuentro amoroso no son necesariamente coercitivos, autoritarios, sino que, por el contrario, son la base de la libertad. La cooperación (y el amor no es más que una de las for- mas “sentimentales” de la cooperación) nos hace libres. Toda la discusión sobre el amor se limita a la naturaleza de esa cooperación. En una sociedad de clases, no puede ser sino una cooperación antagónica. La única forma de eliminar el antagonismo latente en toda relación amorosa en la sociedad capitalista, es eliminando el capitalismo. El problema no es, entonces, entre amor y libertad, sino entre amor y capitalismo, portando el primero las potencialidades (la cooperación) que hacen posible la superación de la sociedad de clases. Podemos mejorar las condiciones de la existencia humana en la sociedad capitalista, no podremos nunca eliminar el antagonismo que la constituye en este marco social. Si queremos amar, de verdad, es mejor ir pensando en otra sociedad.
Preocupados por el problema, los anarquistas, en vez de enfrentar el problema de fondo, el de la lucha de clases con un ángulo feminista, que implicaría la lucha por la revolución social y simultáneamente, la lucha por reformas parciales en cuestiones de familia y de género que preparen la organización colectiva de la reproducción de la vida, se deshacen en reflexiones abstractas sobre problemas en buena parte ya superados por el propio capitalismo. De allí que, la única utilidad de una compilación como esta consiste en permitirnos reflexionar, una vez más, sobre los límites insalvables de una experiencia política ya superada por el tiempo.
Notas
(1) El libro también trae testimonios de experiencias sobre el amor libre, en particular, el caso de la colonia Cecilia, en Brasil a fines del siglo XIX, y en los ’60 norteamericanos, de los hippies, y se cierra con un anexo, un “glosario no monogámico básico”, en el cual se definen términos como amor, bigamia, libertad, matrimonio colectivo, orgía, swingers, entre otros. No nos ocuparemos de estas cuestiones.
(2) Periódico publicado entre los años 1895 y 1898 en Buenos Aires. Las cifras entre paréntesis indican el número de página correspondiente del libro reseñado.
(3) Dejemos de lado el hecho que la legalización del divorcio y la emancipación civil de la mujer han realizado el programa anarquista en buena medida, igual que la aceptación moral del intercambio de parejas y otras prácticas sexuales que a los mismos anarquistas los ponía en aprietos, como la homosexualidad.
[Tomado de http://razonyrevolucion.org/amor-sin-barreras-rosana-lopez-rodriguez.]