Bruno Carvalho
Hace 82 años, el olor a pólvora se desprendía por las calles portuguesas bajo el mando de los sindicatos anarquistas y comunistas. Los obreros portugueses se alzaron contra la legislación fascista impuesta por la dictadura de António de Oliveira Salazar. El entonces nuevo Estatuto del Trabajo Nacional, inspirado en la Carta del Lavoro de Benito Mussolini, entregaba la dirección del sindicalismo al fascismo y prohibía todas las organizaciones que no apoyaran el corporativismo y la conciliación entre la burguesía y la clase trabajadora.
El año de 1934 empezó caliente. Miles de obreros desafiaron la barbarie fascista y, del sur al norte de Portugal, secundaron la huelga general insurreccional organizada conjuntamente por la CGT anarquista y la CIS comunista. Atentados con bombas, ocupaciones de fábricas, carreteras bloqueadas, trenes descarrilados e importantes sabotajes marcaron el día 18 de enero.
Esa misma noche, obreros de Marinha Grande, un pueblo en el centro del país, corazón de la industria del vidrio, cortaron árboles y bloquearon todos los accesos al municipio. Con algunas escopetas, pistolas y explosivos, orgullosamente identificados con brazaletes rojos, los insurrectos se lanzaron a la tarea de tomar el poder en esa ciudad.
Eran cerca de 2.000 obreros repartidos por 13 empresas que traían ya la conciencia social de duras batallas por el fin del trabajo en los domingos, que habían hecho huelga para que los jóvenes aprendices tuviesen también derecho a tener zapatos y que hacía meses habían paralizado las fábricas en protesta por el cierre de su sindicato y la prisión a la que fueron condenados sus dirigentes.
Un grupo cortó las líneas telefónicas y telegráficas. Tres brigadas fueron hacia el Ayuntamiento, el edificio de Correos y la comisaría. Cuando los insurrectos llegaron a esta última, ya no pensaban sólo en derrocar las leyes fascistas. Querían un régimen obrero bajo la dirección del soviet local. El tiroteo que se produjo delante de la estación de policía, y que condujo a la rendición incondicional de las fuerzas de seguridad, dejó el poder en manos de los trabajadores.
Las pocas horas que el pueblo pudo celebrar la victoria local quedaron registradas en la historia del movimiento obrero del país. Ahí anunciaron el Soviet de Marinha Grande. Pero, tras saber que la insurrección había sido aplastada en prácticamente todas las regiones y que sólo se había tomado el poder allí, las fuerzas revolucionarias locales se prepararon para la resistencia.
De la victoria a la resistencia
El fascismo lanzó toda su fuerza sobre el pueblo y el comité obrero responsable de la insurrección huyó a esconderse al bosque. El Gobierno envió artillería, caballería, ametralladoras y hasta un avión para reprimir a Marinha Grande. A lo largo de todo el país se expandió la represión.
Los patrones tenían órdenes para no dejar trabajar a los obreros que habían secundado la huelga y los dirigentes sindicales fueron detenidos. Muchos de los obreros de Marinha Grande volvieron a casa irreconocibles por los bárbaros métodos de tortura en los calabozos policiales. Más de 700 obreros fueron encarcelados por la dictadura de Salazar.
Cuando, en octubre de ese mismo año, inauguraron el campo de concentración de Tarrafal, en las islas de Cabo Verde –entonces colonia portuguesa–, de los 152 presos que alojaba, 57 habían participado activamente en la huelga general insurreccional. Muchos otros sólo volverían a Portugal dentro de ataúdes después de la revolución que derribó la dictadura fascista en 1974.
Quien camine hoy por las calles de Marinha Grande las verá nombradas con los que cayeron aquellos días. A la entrada de la ciudad, donde ahora viven cerca de 40.000 habitantes, una imponente estatua de un obrero que levanta con su brazo un fusil recuerda a los trabajadores que se alzaron contra la dictadura de Salazar. La historia sigue viva en la memoria, pero también la lucha por unas mejores condiciones de vida.
A pesar de la reconfiguración industrial y de la destrucción de la capacidad productiva nacional que supuso el ingreso de Portugal en la Comunidad Económica Europea, Marinha Grande sigue siendo un pueblo obrero. Resiste la industria del vidrio y la importante producción de moldes. En 1994, las movilizaciones de los trabajadores de esta población abrieron los telediarios.
Utilizando explosivos y talando árboles, volvieron a bloquear las entradas del pueblo. El cierre de la importante fábrica Manuel Pereira Roldão, los despidos masivos y el hambre fueron, una vez más, la chispa que prendió la rabia. También, una vez más, los antidisturbios entraron a fuego y reprimieron duramente la protesta obrera dejando heridos y detenido.
[Tomado de https://www.diagonalperiodico.net/saberes/29216-marinha-grande-soviet-no-pudo-ser.html.]
Hace 82 años, el olor a pólvora se desprendía por las calles portuguesas bajo el mando de los sindicatos anarquistas y comunistas. Los obreros portugueses se alzaron contra la legislación fascista impuesta por la dictadura de António de Oliveira Salazar. El entonces nuevo Estatuto del Trabajo Nacional, inspirado en la Carta del Lavoro de Benito Mussolini, entregaba la dirección del sindicalismo al fascismo y prohibía todas las organizaciones que no apoyaran el corporativismo y la conciliación entre la burguesía y la clase trabajadora.
El año de 1934 empezó caliente. Miles de obreros desafiaron la barbarie fascista y, del sur al norte de Portugal, secundaron la huelga general insurreccional organizada conjuntamente por la CGT anarquista y la CIS comunista. Atentados con bombas, ocupaciones de fábricas, carreteras bloqueadas, trenes descarrilados e importantes sabotajes marcaron el día 18 de enero.
Esa misma noche, obreros de Marinha Grande, un pueblo en el centro del país, corazón de la industria del vidrio, cortaron árboles y bloquearon todos los accesos al municipio. Con algunas escopetas, pistolas y explosivos, orgullosamente identificados con brazaletes rojos, los insurrectos se lanzaron a la tarea de tomar el poder en esa ciudad.
Eran cerca de 2.000 obreros repartidos por 13 empresas que traían ya la conciencia social de duras batallas por el fin del trabajo en los domingos, que habían hecho huelga para que los jóvenes aprendices tuviesen también derecho a tener zapatos y que hacía meses habían paralizado las fábricas en protesta por el cierre de su sindicato y la prisión a la que fueron condenados sus dirigentes.
Un grupo cortó las líneas telefónicas y telegráficas. Tres brigadas fueron hacia el Ayuntamiento, el edificio de Correos y la comisaría. Cuando los insurrectos llegaron a esta última, ya no pensaban sólo en derrocar las leyes fascistas. Querían un régimen obrero bajo la dirección del soviet local. El tiroteo que se produjo delante de la estación de policía, y que condujo a la rendición incondicional de las fuerzas de seguridad, dejó el poder en manos de los trabajadores.
Las pocas horas que el pueblo pudo celebrar la victoria local quedaron registradas en la historia del movimiento obrero del país. Ahí anunciaron el Soviet de Marinha Grande. Pero, tras saber que la insurrección había sido aplastada en prácticamente todas las regiones y que sólo se había tomado el poder allí, las fuerzas revolucionarias locales se prepararon para la resistencia.
De la victoria a la resistencia
El fascismo lanzó toda su fuerza sobre el pueblo y el comité obrero responsable de la insurrección huyó a esconderse al bosque. El Gobierno envió artillería, caballería, ametralladoras y hasta un avión para reprimir a Marinha Grande. A lo largo de todo el país se expandió la represión.
Los patrones tenían órdenes para no dejar trabajar a los obreros que habían secundado la huelga y los dirigentes sindicales fueron detenidos. Muchos de los obreros de Marinha Grande volvieron a casa irreconocibles por los bárbaros métodos de tortura en los calabozos policiales. Más de 700 obreros fueron encarcelados por la dictadura de Salazar.
Cuando, en octubre de ese mismo año, inauguraron el campo de concentración de Tarrafal, en las islas de Cabo Verde –entonces colonia portuguesa–, de los 152 presos que alojaba, 57 habían participado activamente en la huelga general insurreccional. Muchos otros sólo volverían a Portugal dentro de ataúdes después de la revolución que derribó la dictadura fascista en 1974.
Quien camine hoy por las calles de Marinha Grande las verá nombradas con los que cayeron aquellos días. A la entrada de la ciudad, donde ahora viven cerca de 40.000 habitantes, una imponente estatua de un obrero que levanta con su brazo un fusil recuerda a los trabajadores que se alzaron contra la dictadura de Salazar. La historia sigue viva en la memoria, pero también la lucha por unas mejores condiciones de vida.
A pesar de la reconfiguración industrial y de la destrucción de la capacidad productiva nacional que supuso el ingreso de Portugal en la Comunidad Económica Europea, Marinha Grande sigue siendo un pueblo obrero. Resiste la industria del vidrio y la importante producción de moldes. En 1994, las movilizaciones de los trabajadores de esta población abrieron los telediarios.
Utilizando explosivos y talando árboles, volvieron a bloquear las entradas del pueblo. El cierre de la importante fábrica Manuel Pereira Roldão, los despidos masivos y el hambre fueron, una vez más, la chispa que prendió la rabia. También, una vez más, los antidisturbios entraron a fuego y reprimieron duramente la protesta obrera dejando heridos y detenido.
[Tomado de https://www.diagonalperiodico.net/saberes/29216-marinha-grande-soviet-no-pudo-ser.html.]