Rafael Uzcátegui
Según la mitología bolivariana la construcción del llamado “eco-socialismo” como modelo de desarrollo tiene su base conceptual en el quinto, y último, objetivo del llamado “Plan de la Patria 2013-2019”. Sin embargo esta declaración de buenas intenciones tropieza, para decirlo elegantemente, con lo expresado dos objetivos más arriba: Consolidar el papel de Venezuela como “Potencia Energética Mundial”. Con datos concretos, se establece la duplicación de la cantidad de petróleo y gas comercializado, hasta llegar para el año 2019 a 6 millones de barriles petroleros y 12 millones de pies cúbicos de gas.
En vida el propio Hugo Chávez despejaba las dudas sobre la presunta naturaleza ecológica de su proyecto. En el 2007 declaró: “Estamos empeñados en construir un modelo socialista muy diferente del que imaginó Carlos Marx”. ¿Cuál era la novedosa propuesta? Respuesta: El socialismo petrolero. Citemos: “El socialismo petrolero no se puede concebir sin la actividad petrolera”. Dos años después propondría en una cumbre internacional una nueva moneda, el Petro, basada en las grandes reservas mundiales de petróleo que según, desplazaría rápidamente al dólar. Por lo que parece, la gente del Premio Nobel estuvo despistada por esos años.
El proyecto bolivariano siempre fue, hoy lo sabemos bien, la continuación de la economía rentista petrolera que caracterizó la Venezuela del siglo XX, “un adequismo excéntrico” como diría el viejo Domingo Alberto. Y que hoy se resiste a morir, dando sus últimas brazadas de ahogado.
En Gaceta Oficial del 10 de febrero de 2016, número 40.845, apareció la creación de la llamada “Compañía Anónima Militar de Industrias Mineras, Petrolíferas y de Gas” (CAMIMPEG) cuyo capital será suministrado por el Ministerio del Poder Popular para la Defensa. Imagínese usted todo el amplio rango de actividades que puede realizar una minera, desde construcción de infraestructura, instalación de maquinaria, importación de insumos para la refinación y la comercialización del producto. Todo eso lo puede hacer CAMIMPEG, protegida por el secreto militar, además, en un país ya de por sí difícil contraloría. Si los militares han sido siempre los que han cuidado el negocio, ¿Por qué dejar que lo mejor se lo lleven otros?
Salvo para el evangelio madurista, que nunca genera preguntas, los cuestionamientos aparecen solos. ¿A qué se debe el repentino interés de los verdeoliva de incursionar en el negocio energético? Algunos opinan que el endeudamiento e inoperancia en PDVSA ha llegado a grado tal, que el gobierno necesita una segunda firma que proyecte la sensación de orden y obediencia. Otros, más desconfiados, sostienen que ante la transición en ciernes, los uniformados necesitan mantener espacios de control en negocios lícitos bajo la Venezuela postchavista. Vaya usted a saber sobre los otros.
Lo cierto es que CAMIMPEG es una buena metáfora del retroceso entre nosotros: Caporales militares mandando sobre campos petroleros. ¡Chito le digo Tarazona!