Tierra Digna
[Nota de El Libertario: La información que sigue no solo es valiosa para entender la realidad colombiana sino para juzgar lo que significa el extractivismo capitalista en el resto de América Latina. Particularmente vale destacar que lo apuntado sobre el impacto de la mineria carbonera es absolutamente pertinente en Venezuela, donde está ocurriendo algo muy parecido en la zona de Perijá, en el estado Zulia, con las bendiciones y respaldo pleno del gobierno "revolucionario socialista".]
El informe "El carbón de Colombia, ¿quíén gana, quién pierde? Minería, comercio global y cambio climático]" busca develar las desproporcionadas repercusiones sociales, ambientales y económicas de la economía colombiana orientada a la exportación de carbón térmico, abordando la discusión acerca de la posible deuda ecológica y social que los actores globales implicados han contraído con Colombia. [Ver informe completo en http://tierradigna.org/pdfs/informe-carbon.pdf.]
Prólogo del Informe: ¿Desarrollo? Justicia socio-ambiental y cambio climático
El desarrollo es una idea hoy muy polémica. Es una voz empleada, con algo de intrepidez – por decir lo menos – para representar la esperanza, el bienestar, la mejoría; para sustentar decisiones de Gobierno y de Estado y, en últimas, decisiones prevalentes. El desarrollo se invoca para dirigir y uniformar naciones y visiones del mundo; para transformar, y si es preciso, ayermar territorios, culturas, proyectos de vida, y sustentar todo ello bajo la poderosa fuerza de la expresión “el bien común.” Sin embargo, son múltiples las historias – historias de campo, historias de calle, historias cotidianas – las que controvierten su prospera versión, y sugieren en cambio grandes interrogantes. ¿Será acaso un desarrollo mal-logrado el que los suscita? ¿O un desarrollo prometido y nunca alcanzado? ¿Tal vez mitificado? O simplemente, ¿una idea que no merecía calificativo semejante?
Hoy, lo que es seguro es que no es pacífica la percepción que genera la noción oficial y globalizada de desarrollo. Por lo menos no lo es en Colombia, y ello merece una mirada hacia sus fundamentos políticos, hacia sus actores y márgenes de “beneficio,” hacia los sectores que quedan marginados solo a soportar sus efectos, hacia la naturaleza y su precipitada transforma-destrucción a la que se ve sometida y, hacia las alternativas que parecieran palidecer en los escenarios que le siguen promoviendo. Alcanzar esa comprensión es nuestra apuesta durante esta publicación, alimentada por los cuestionamientos que hoy suscitan tres categorías, presentes durante todo nuestro análisis: desarrollo, justicia social y ambiental y cambio climático.
Conscientes de las múltiples reflexiones que estas tres categorías desatan, diremos primero que, desde ‘Tierra Digna,’ nos resistimos a entender el desarrollo en una vertiente puramente economicista, que pretende equipararlo al crecimiento económico. También nos preocupa aquella perspectiva que, al incorporar al análisis algunos de los efectos propios de la desigualdad existente en las sociedades, solo los emplee para establecer índices del mismo más no como verdaderas razones para su transformación. Creemos que es momento para cuestionar su construcción apelando a una perspectiva más amplia y humana, comprendiendo que el desarrollo debe tener por objetivo mejorar la calidad de vida y el bienestar de las personas; no desconocerlas, ser un vehículo de realización de derechos, no de vulneración o restricción desproporcionada, y debe emplear como metodología caminos de participación adecuada que reivindique a las personas y su condición de actores decisivos en la construcción de su futuro y teniendo como fundamento sine qua non la promoción, respeto y garantía de la dignidad y los derechos fundamentales.
Creemos que el desarrollo no puede suponer el arrasamiento de los escenarios en los que se desenvuelve la vida, ni puede justificar la desaparición de la diversidad que define al mundo como heterogéneo. Defendemos que el desarrollo es realizable en la medida que reconozcamos que existen miradas variadas y alternativas sobre este concepto ideal, todas merecedoras de protección, porque el desarrollo también debe ser diverso y plural. De hecho, el desarrollo sólo es desarrollo si está dispuesto a re-pensarse, especialmente ante miradas que hoy pueden ser las más viables si lo que buscamos es asegurar una convivencia más justa y humana.
Hoy más que nunca afirmamos que no puede existir desarrollo sin que se garantice una justicia que pase por lo social y trascienda a lo ambiental, entendiendo a la naturaleza no como un instrumento, sino como nuestro escenario vital. De ahí que confiemos en que no es adecuado llamar desarrollo a aquello que quebranta la justicia socio-ambiental; y, a su vez, nos sumamos a las voces preocupadas que, en distintas latitudes, reaccionan en torno a los efectos dramáticos que se han acumulado en el planeta, por cuenta de un aprovechamiento inadecuado de sus recursos, y que hoy se identifican de manera generalizada bajo el nombre de “cambio climático.”
Nos resistimos a justificar que en nombre del desarrollo se sigan secando fuentes hídricas que alimentan poblados enteros y que a su vez regulan las temperaturas de la tierra; a que en nombre del desarrollo se continúen arrojando a la atmosfera gases que la hacen insoportablemente caliente; que perturban el ciclo de las precipitaciones y que contribuyen incluso al deshielo de los polos. Nos oponemos a un desarrollo que por su testarudez se resiste a revisar sus métodos y bases estructurales, y hoy pone a la humanidad en la encrucijada de buscar un nuevo planeta donde habitar.
El mundo necesita que el desarrollo, la justicia social y la protección del medio ambiente se encuentren en un justo equilibrio, y marquen, entre otras cosas, las relaciones comerciales de los países; además, estos objetivos serán el lente que utilizaremos para analizar, comprender y valorar el objeto de estudio que hoy nos junta: el carbón y su comercio, y con él, la fórmula que revela quiénes ganan y quiénes pierden en su aprovechamiento. Nuestro objetivo principal es que los actores responsables realicen reformas institucionales de carácter estructural en un futuro cercano y buscamos aportar insumos para que la sociedad civil entienda y anticipe los graves impactos que esta actividad ha dejado, y continúa ocasionando, en el territorio, la vida y la cultura.
Creemos que los profesionales, las comunidades, los diferentes actores estatales y privados, y las personas del común, debemos comprender que detrás de una cifra económica está en juego la vida de muchas personas. Que detrás de un modelo económico, está el territorio y la cultura de pueblos enteros. Que hoy, más que nunca, debemos encontrar de nuevo el valor de la vida digna, y que el desarrollo y la justicia social deben encontrar un verdadero equilibrio para que, como lo afirmó Gabriel García Márquez, la humanidad y “las estirpes condenadas a cien años de soledad puedan tener una segunda oportunidad sobre esta tierra.”
[Tomado de http://omal.info/spip.php?article7387#nb1.]
[Nota de El Libertario: La información que sigue no solo es valiosa para entender la realidad colombiana sino para juzgar lo que significa el extractivismo capitalista en el resto de América Latina. Particularmente vale destacar que lo apuntado sobre el impacto de la mineria carbonera es absolutamente pertinente en Venezuela, donde está ocurriendo algo muy parecido en la zona de Perijá, en el estado Zulia, con las bendiciones y respaldo pleno del gobierno "revolucionario socialista".]
El informe "El carbón de Colombia, ¿quíén gana, quién pierde? Minería, comercio global y cambio climático]" busca develar las desproporcionadas repercusiones sociales, ambientales y económicas de la economía colombiana orientada a la exportación de carbón térmico, abordando la discusión acerca de la posible deuda ecológica y social que los actores globales implicados han contraído con Colombia. [Ver informe completo en http://tierradigna.org/pdfs/informe-carbon.pdf.]
Prólogo del Informe: ¿Desarrollo? Justicia socio-ambiental y cambio climático
El desarrollo es una idea hoy muy polémica. Es una voz empleada, con algo de intrepidez – por decir lo menos – para representar la esperanza, el bienestar, la mejoría; para sustentar decisiones de Gobierno y de Estado y, en últimas, decisiones prevalentes. El desarrollo se invoca para dirigir y uniformar naciones y visiones del mundo; para transformar, y si es preciso, ayermar territorios, culturas, proyectos de vida, y sustentar todo ello bajo la poderosa fuerza de la expresión “el bien común.” Sin embargo, son múltiples las historias – historias de campo, historias de calle, historias cotidianas – las que controvierten su prospera versión, y sugieren en cambio grandes interrogantes. ¿Será acaso un desarrollo mal-logrado el que los suscita? ¿O un desarrollo prometido y nunca alcanzado? ¿Tal vez mitificado? O simplemente, ¿una idea que no merecía calificativo semejante?
Hoy, lo que es seguro es que no es pacífica la percepción que genera la noción oficial y globalizada de desarrollo. Por lo menos no lo es en Colombia, y ello merece una mirada hacia sus fundamentos políticos, hacia sus actores y márgenes de “beneficio,” hacia los sectores que quedan marginados solo a soportar sus efectos, hacia la naturaleza y su precipitada transforma-destrucción a la que se ve sometida y, hacia las alternativas que parecieran palidecer en los escenarios que le siguen promoviendo. Alcanzar esa comprensión es nuestra apuesta durante esta publicación, alimentada por los cuestionamientos que hoy suscitan tres categorías, presentes durante todo nuestro análisis: desarrollo, justicia social y ambiental y cambio climático.
Conscientes de las múltiples reflexiones que estas tres categorías desatan, diremos primero que, desde ‘Tierra Digna,’ nos resistimos a entender el desarrollo en una vertiente puramente economicista, que pretende equipararlo al crecimiento económico. También nos preocupa aquella perspectiva que, al incorporar al análisis algunos de los efectos propios de la desigualdad existente en las sociedades, solo los emplee para establecer índices del mismo más no como verdaderas razones para su transformación. Creemos que es momento para cuestionar su construcción apelando a una perspectiva más amplia y humana, comprendiendo que el desarrollo debe tener por objetivo mejorar la calidad de vida y el bienestar de las personas; no desconocerlas, ser un vehículo de realización de derechos, no de vulneración o restricción desproporcionada, y debe emplear como metodología caminos de participación adecuada que reivindique a las personas y su condición de actores decisivos en la construcción de su futuro y teniendo como fundamento sine qua non la promoción, respeto y garantía de la dignidad y los derechos fundamentales.
Creemos que el desarrollo no puede suponer el arrasamiento de los escenarios en los que se desenvuelve la vida, ni puede justificar la desaparición de la diversidad que define al mundo como heterogéneo. Defendemos que el desarrollo es realizable en la medida que reconozcamos que existen miradas variadas y alternativas sobre este concepto ideal, todas merecedoras de protección, porque el desarrollo también debe ser diverso y plural. De hecho, el desarrollo sólo es desarrollo si está dispuesto a re-pensarse, especialmente ante miradas que hoy pueden ser las más viables si lo que buscamos es asegurar una convivencia más justa y humana.
Hoy más que nunca afirmamos que no puede existir desarrollo sin que se garantice una justicia que pase por lo social y trascienda a lo ambiental, entendiendo a la naturaleza no como un instrumento, sino como nuestro escenario vital. De ahí que confiemos en que no es adecuado llamar desarrollo a aquello que quebranta la justicia socio-ambiental; y, a su vez, nos sumamos a las voces preocupadas que, en distintas latitudes, reaccionan en torno a los efectos dramáticos que se han acumulado en el planeta, por cuenta de un aprovechamiento inadecuado de sus recursos, y que hoy se identifican de manera generalizada bajo el nombre de “cambio climático.”
Nos resistimos a justificar que en nombre del desarrollo se sigan secando fuentes hídricas que alimentan poblados enteros y que a su vez regulan las temperaturas de la tierra; a que en nombre del desarrollo se continúen arrojando a la atmosfera gases que la hacen insoportablemente caliente; que perturban el ciclo de las precipitaciones y que contribuyen incluso al deshielo de los polos. Nos oponemos a un desarrollo que por su testarudez se resiste a revisar sus métodos y bases estructurales, y hoy pone a la humanidad en la encrucijada de buscar un nuevo planeta donde habitar.
El mundo necesita que el desarrollo, la justicia social y la protección del medio ambiente se encuentren en un justo equilibrio, y marquen, entre otras cosas, las relaciones comerciales de los países; además, estos objetivos serán el lente que utilizaremos para analizar, comprender y valorar el objeto de estudio que hoy nos junta: el carbón y su comercio, y con él, la fórmula que revela quiénes ganan y quiénes pierden en su aprovechamiento. Nuestro objetivo principal es que los actores responsables realicen reformas institucionales de carácter estructural en un futuro cercano y buscamos aportar insumos para que la sociedad civil entienda y anticipe los graves impactos que esta actividad ha dejado, y continúa ocasionando, en el territorio, la vida y la cultura.
Creemos que los profesionales, las comunidades, los diferentes actores estatales y privados, y las personas del común, debemos comprender que detrás de una cifra económica está en juego la vida de muchas personas. Que detrás de un modelo económico, está el territorio y la cultura de pueblos enteros. Que hoy, más que nunca, debemos encontrar de nuevo el valor de la vida digna, y que el desarrollo y la justicia social deben encontrar un verdadero equilibrio para que, como lo afirmó Gabriel García Márquez, la humanidad y “las estirpes condenadas a cien años de soledad puedan tener una segunda oportunidad sobre esta tierra.”
[Tomado de http://omal.info/spip.php?article7387#nb1.]
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