Celedonio Orjuela
* Reseña al libro Cabezas de Tormenta de Christian Ferrer
Digamos que lo que le da unidad a los ensayos es la razón de ser anarquista ¿qué es ser anarquista? ¿por qué se es anarquista en los tiempos que corren?, este tipo de reflexiones sobre dichos postulados, le vienen bien a quienes consideran que el pensamiento libertario sigue reinventándose para bien del movimiento mismo, tal como lo formulara Emma Goodman, la célebre anarquista lituana de origen judío, en su libro Anarquismo: lo que significa realmente:
<<El anarquismo no es, como muchos pueden suponer, una teoría del futuro a ser logrado a través de la inspiración divina. Es una fuerza de vida en asuntos de nuestra vida, constantemente creando nuevas condiciones. Los métodos del anarquismo por lo tanto no contienen un programa de hierro para llevarse a cabo bajo toda circunstancia.>>
Ya con ese acervo histórico la palabra anarquía suena hoy menos terrible que extraña, ya no es tan sospechosa como antes. O como lo metaforiza Chiristian Ferrer, "Un ave pesada que nunca pudo volar o un mamífero cuyo último ejemplar fue avistado décadas atrás. Era, además, un animal acostumbrado a las batidas y a ser cazado en abundancia".
De allí que todo revolucionario sienta alguna vez en su vida el peso de tan fatal historia y considere “quién será el último de nosotros”. Hubo momentos de la historia reciente que la palabra anarquía era asociada a la libertad era igual o mejor el peregrinaje militante que otros grupos que se sentían representantes de los intereses populares, luego fue tanta la propaganda sucia contra los grupos anarquistas, incluso desde la misma izquierda que siempre los tildaban de generadores del caos, pero muchos de esos inquisidores de la disidencia hoy disfrutan aquellas reivindicaciones. Afirma Ferrer:
<<De no haber existido anarquistas nuestra imaginación política sería más escuálida, y más miserable aún. Y aunque se filtre en cuentagotas, la “idea” sigue siendo un buen antídoto contra las justificaciones y los crímenes de los poderosos.>>
Esa ausencia de ideas libertarias en el entorno colombiano, sí hace de la política colombiana un cuerpo de partidos y grupúsculos sin imaginación tan escuálido y miserable como lo plantea Ferrer.
Si se miran las biografías de verdaderos anarquistas, es decir, aquellos que aportaron bien sean desde la reflexión teórica de la libertad o en aquellos hombres de acción enquistados en el movimiento sindical y en todos los alzamientos populares pueden ser perfectamente relatadas como vidas de santos. La motivación de todo anarquista es eminentemente constructiva, por lo tanto, estos utopistas están más cerca de un evangelizador disidente que las del “poeta maldito” o el nihilista atormentado. Por eso para el autor el anarquismo constituyó una porción importante del plancton que hasta hoy día consumen los cetáceos del movimiento social. Lo que descuella de la historia anarquista es la plasticidad de teoría y praxis y, y la variedad en sus modos de concebir el accionar ácrata. "La libertad era una experiencia vivida, resultado de la coherencia necesaria entre medios y fines, y no un efecto de declamación, una promesa para un después del Estado".
En la idea de libertad del anarquismo no estaba implícito solamente un ideal, eran desde luego, distintas prácticas éticas, que funcionan como correas de transmisión entre la actualidad y la persona y la realización del porvenir anunciado, ya que el anarquismo no concebía a la persona según el modelo liberal del “sujeto de derechos” era imperioso modelar a cada anarquista según una ética propia, y no en relación con una jurisprudencia abstracta, abarcadora y generalizable. La norma ética que orientaba tal construcción de persona era la siguiente: “vive como te gustaría que se viviera en el futuro”
El anarquista, por su alto valor ético, siempre se ha visto como un hijo del pueblo, de ahí el título de sus himnos más conocidos, siempre han sido enjambres de resistencia del sentir popular. Los anarquistas siempre creen en las causas justas, pero no son religiosos, el misterio de la fe política siempre es balanceado por una sólida formación racionalista (incluso por momentos cientificista) y un gusto por la sensibilidad escéptica de tipo volteriana. El anarquista es un centauro, mitad razón, mitad impulso. De ahí que muchos grupos creaban decálogos para guiar su comportamiento ético que les exigía firmeza interior. Para los anarquistas la organización de Ligas así como la fundación de periódicos era algo inaplazable en el pensamiento libertario. Nuestro autor señala ese proceso en el caso argentino, donde justamente el anarquismo llegó para quedarse. El anhelo por el inicio de un mundo nuevo era así adelantado- Auguste Blanqui numeraba los ejemplares de uno de los tantos periódicos, Ni Dieu ni Maitre, siguiendo el calendario jacobino, y en la Argentina el periódico La Montaña, fundado por Leopoldo Lugones, José Ingenieros y Macedonio Fernández, era fechado a partir de los años transcurridos desde la comuna de París. En esos casos, se enfatizaba que el tiempo, aun siendo irreversible, era desviable a favor. A sí mismo los sindicatos solían repartir entre sus afiliados almanaques y calendarios revolucionarios en los cuales el santoral y las efemérides estatales eran reemplazados por los hechos de la historia del movimiento obrero y por las fechas de nacimiento de revolucionarios o benefactores de la humanidad
Decir la verdad siempre es costoso, pero en su caso era imprescindible: combatir la arbitrariedad de los gobiernos, denunciar el maltrato de patrones y “cosacos”, registrar y testimoniar la persecución a sindicatos y protestas populares. Estas verdades “excesivas” encajaban golpes proporcionales. Los asesinatos políticos de organizadores anarquistas de sindicatos fueron comunes en España de 1920 y en toda Latinoamérica. De la Argentina se deportaba (ley de residencia de 1902), de Brasil se los expulsaba como “indeseables”, o recibían largas condenas cumplidas en la selva amazónica, cerca de las Guayanas), confinamientos en Siberia o en islotes italianos, o en las posesiones coloniales españolas y portuguesas en África, o Nueva Guinea francesa. Todos estos sucesos eran denunciados en los periódicos a través de las Ligas anarquistas que desplegaba gran influencia sobre la acción sindical, sobre el sentimiento popular y en sectores de la opinión pública “ilustrada”. Las ideas ácratas operaron como movilizador político y antropológico de un desorden fértil y como fustigador de las fuerzas de la tradición y el estatismo. Las vidas anarquistas en sí mismas, que siempre oscilaron entre el color tenebroso y el aura lírica, constituyeron un modelo moral que atrajo interminablemente a las energías refractarias de sucesivas oleadas de jóvenes. Los ateneos, bibliotecas populares y publicaciones no solo permitían reunir a la comunidad anarquista o expandir la palabra libertaria entre los obreros, también hacían sentir la influencia entre sectores de la pequeña burguesía intelectual, lográndose capturar simpatizantes de ese sector para la causa caso González Prada en Perú, el uruguayo Florencio Sánchez.
Sobre lo inasimilable del anarquismo
En cada comarca del mundo por pequeña que sea alguien levanta la voz y se revela anarquista. Al respecto vuelve Ferrer a espiritualizar dicha existencia:
<<Esta solitaria e insólita presencia debe ocultar un significado que trasciende el orden de la política, del mismo modo en que la dispersión triunfante de las semillas no se resume en mera lucha por la supervivencia de un linaje botánico. Quizá la evolución “anímica” de las especies políticas se corresponda con la sabiduría del esperjamiento seminal en la naturaleza. De igual manera las ideas anarquistas nunca se orientaron según los métodos intensivos de la “implantación” ideológico-partidaria: se desperdigaron siguiendo las ondulaciones inorgánicas de la hierba plebeya.>>
Un saber construido a mediados del siglo XIX logró ampliarse y levantar velas sobre una base endeble, no más que un grupo de personas implantadas en Suiza, Italia y España, hasta llegar a ser conocida en casi todo lugar habitado de la tierra.
Cada cosecha desdeña una suerte de “inconsciente político”, punto ciego y centro de peligro que no admite ser pensado por un pueblo, y los lenguajes que tratan de entender en esa zona son tratados como irreverentes. El anarquismo fue la astilla, el irritador, la piedra en el zapato, pero que a través de dichos intrusos se conoció el secreto de la soberanía. El anarquismo acogió los interrogantes últimos asociados con el poder, fue el cráter de la política por donde manaron respuestas radicales al problema.
A toda palabra se le evoca como objeto de museo pero también se la degusta como un fruto recién arrancado de su rama. En el acto de nombrar, nos dice Ferrer:
<< ...un equilibrio sonoro logra que en la rutinaria osificación de las palabras se evidencie un resto alentador. El anarquismo, que ha intimado con ese equilibrio por mucho tiempo, se debate ahora entre ser tratado como resto temático por la paleontología historicista y su voluntad de seguir siendo una rama de la ética (una posible moral colectiva) y una filosofía política vital.
El anarquismo, pensamiento anómalo, representa “la sombra” de la política, lo inasimilable. Y el anarquista, ser improbable, aun existiendo en cantidades demográficas casi insignificantes, asume el destino de ejercer una influencia de tipo radial, que muchas veces pasa inadvertida y otras se condensa en un acto espectacular.>>
Esto lo puede lograr el accionar anarquista mediante una variedad de recursos como: humor paródico, temperamento anticlerical, actitudes irreductibles de autonomía personal, comportamiento insolente, impulso de la acción política a modo de contrapotencia: acompañadas de una teoría que radicaliza la crítica al poder hasta límites desconocidos antes de la época moderna. Su imaginería impugnadora y su impulso crítico se nutren de una gigantesca confianza de las capacidades creativas de los animales políticos una vez liberados de la geometría centralista, concéntrica y vertical.
El libro termina con una visita al parque Rivadavia en una suerte de visita heráldica y nobiliaria de lo que sería el devenir anarquista a través del uso de ciertas monedas y billetes hallados en el parque Rivadavia, da cuenta de los siguientes hechos:
<<En 1416, nueve años después de la llegada del primer grupo de zíngaros a Alemania, se dictó la primera ley antigitana, se establecerían 47 más solo hasta 1774, algunas tan permisivas que permitirían matarlos donde se los encontraran previa violación de las mujeres. Evolución aséptica: las mujeres gitanas serían las primeras en ser esterilizadas en Dachau, en el verano de 1936.
En Cataluña,1937, la compañía internacionalista Chevchenko estaba formada por unas decenas de sobrevivientes ucranianos del ejercito anarquista de Nestor Makhno que había cruzado en 1921 la frontera ruso-rumana a caballo. En 1945 cuando bajaban sus armas en Languedoc, todavía conservaban moneda revolucionaria acuñada por Makhno en 1924.A Buenaventura Durruti antes de que este fuera encarcelado en la celda que en otra época se asignara a María Antonieta. Todas estas razas hoy extinguidas, especímenes de un arca que nunca encontró su Ararat, eran testigos y portadores de utopías amonetarias: en las comunidades catalanas o en las brigadas partisanas se experimentaba con numismática de nuevo cuño. George Owell recuerda que cuando llegó a Barcelona en 1936 el sindicato de mozos había prohibido las páginas.
La numismática fascista, en cambio, suele acabar en sórdidas galerías de la calle Lavalle o en el parque Rivadavia, porque nadie quiere la compañía espectral y amenazante de objetos siniestros o de recuerdos dolorosos.>>
[Tomado de http://www.periodicodelibros.com/2013/11/al-anarquismo-no-demasiadas-personas.html.]
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