Revista Mingako
Detrás de las ideas de progreso y desarrollo bajo las cuales se han instaurado –por medio de la fuerza– las naciones latinoamericanas, y que hoy continúan más que nunca operando en el imaginario común para justificar la organización económica y política, el extractivismo se asoma como una pieza fundamental en la articulación del capitalismo global. Al adentrarnos levemente en su significado, y en la manera en que opera en nuestras sociedades podemos visibilizar fácilmente su carácter inherentemente colonialista, basado en el saqueo y en el ejercicio de la violencia, condiciones sin las cuales no le sería útil al ordenamiento capitalista.
El término, y de acuerdo a la forma en que se ha dado el extractivismo en la Historia local más reciente, suele asociarse tanto a actividades de explotación petrolera como minera o gasífera y a los incalculables impactos ambientales que supone la extracción de lo que se conoce como recursos no renovables. Forma que ha venido desarrollándose en este sector del planeta desde la invasión de America, por medio de una explotación sistemática hasta nuestros días, momento en que ese despojo se manifiesta bajo la forma de Globalización, integrándose –de acuerdo a las necesidades del mercado- a la extracción y exportación, el monocultivo agrícola, forestal y las pesquerías, entre otras materias primas consideradas “recursos renovables”. El modelo en que se organiza no sólo la economía nacional, si no la de todas las regiones vecina se ha articulado entonces, en base en la dependencia de la extracción intensiva de recursos naturales en gigantescos volúmenes con muy bajo o nulo procesamiento posterior, y que luego son destinados exclusivamente a ser vendidos a empresas trasnacionales como materia prima.
Aproximarnos al extractivismo significa entender la manera en que se genera la actividad extractivista, ya que no todo acto de extraer supone las circunstancias y consecuencias que lleva consigo el extractivismo, y por ende no toda actividad extractiva debe ser considerada extractivismo. No es lo mismo la forma en que se da la pirquinería o minería artesanal a pequeña escala que la explotación de minerales a cielo abierto.
Durante su historia la humanidad ha necesitado y tomado de la tierra, lo que ella le ha brindado para subsistir, sin que ello haya significado –durante miles de años– la destrucción del mismo ambiente que le ha dado vida. Hoy, por el contrario el acto de tomar de ella, no supone la satisfacción de necesidades humanas, sino la subordinación a un mercado mundial productivista, cuyo último fin ha sido la satisfacción de dichas necesidades. Para establecer una distinción es importante tomar en consideración elementos como el volumen, intensidad y destino de lo extraído. En el caso de la minería del cobre -a modo de ejemplo respecto de los volúmenes- el mineral, al no ser producido sino extraido, por cada 1 tonelada de cobre, se extraen 500 ton. de material total. Entonces, si se habla de una extracción de 2,5 millones de toneladas métricas al año (según cifras actuales de la región peruana), esto equivaldría a 1.250 millones de toneladas de material extraído de la Tierra. Esto es llamado mochila ecologica; la suma de materiales y energía utilizados a lo largo del ciclo de vida de un recurso. En el caso de la minerí: volumen de agua empleada, procesamiento del mineral y desecho del agua (ya contaminada). Por otro lado, la actividad extractiva contempla una intensidad de extracción que por el uso de sustancias tóxicas, explosivos o emisión de gases de efecto invernadero supone la principal causa en problemas de ecotoxicidad (Conjunto y alcance de efectos medioambientales, tóxicos para los seres vivos, que resultan de diversos procesos humanos) en el planeta. Y por último, respecto del destino; bajo este modelo el único rumbo de los “recursos naturales” es la exportación a los países industriales, donde la materia prima es procesada para volver a su lugar de origen transformada en mercancía que será vendida y consumida por las personas.
Esta ultima característica es muy importante ya que determina la relacion entre los aspectos/contextos locales y los globales. Es decir, las consecuencias que puede significar el extractivismo forestal por ejemplo en un pequeño poblado donde comunidades pueden verse afectadas por escazes de agua, usurpación de territorios, empobrecimiento y miseria causada por la devastación, está directamente provocada por las necesidades de un mercado externo y por la forma en que se da la comercialización global de los recursos naturales. El resultante es que se aprueban e implantan emprendimientos extractivos para atender intereses exportadores. Por lo tanto, es en funcion de los mercados extranjeros y la demanda internacional que se articulan leyes, inversiones y proyectos extractivos, a partir del pacto entre los gobiernos y los capitales trasnacionales, asegurando el financiamiento de sus campañas y su política a cambio de la f lexibilización de condiciones, necesarias para la estabilidad que las trasnacionales exigen para explotar y exportar a bajo costo, hipotecando con este pacto los territorios. Esta subordinación y dependencia impone características muy particulares, resumidas en el siguiente párrafo:
<<enormes volúmenes de dinero invertidos, las capacidades de las comunidades locales, e incluso de los gobiernos, para regular el extractivismo son mucho más limitadas a las que se pueden ejercer, por ejemplo, sobre las extracciones para uso local o nacional.>> (Gudynas, 2013).
En el contexto de un nuevo auge extractivista en America Latina, a partir del proyecto de institucionalidad de los “socialismos del siglo xxi” o gobiernos populares (hoy enmarcados en el Unasur) y su relación de intereses con la matriz extractivo-exportadora, se han identificado dos tipos de actividad en la región. La mas común es llamada Extractivismo convencional, en la cual la acumulación recae de manera absoluta en la inversión privada, en las grandes transnacionales extranjeras o nacionales, las cuales pagan nulos impuestos de sus ganacias, acaparando así la mayor cantidad de control en el mercado nacional y en algunos casos expandiéndose hacia el mercado internacional, es el ejemplo de como las familias Matte, Angelini, Luksic y otras más han amasado sus fortunas. Este modelo continúa el tradicional modo de extracción capitalista, el cual fue intensificado y optimizado por medio de la entrega “incentivos” a la inversión extranjera y el subsidio del estado a la “industria extractiva”, desde los gobiernos neoliberales -Chile desde la ultima dictadura militar es el mejor ejemplo-.
El concepto de industrias extractivas, término alternativo al de extractivismo, ha sido utilizado por empresarios y gobiernos desde la década de los 50 en adelante en América Latina para promover cierta noción industrializante en torno a la práctica extractivista. Nada más alejado de la realidad ya que en este modelo -dado el fin exportador- el desarrollo de procesamientos de las materias primas o manufactura o producción–en términos industriales- no son contemplados, denotando el término
una contradicción en sí mismo.
Paralelamente en algunas regiones y bajo los “gobiernos progresistas” (Ecuador, Bolivia, Venezuela) se llevan a cabo, ciertas variaciones del extractivismo, principalmente relacionadas al poder regulador que ha adoptado el Estado sobre los procesos extractivos. Esto se pone de manifiesto en un mayor cobro de impuestos a las empresas, y con ello una mayor inversión del Estado en lo social (cierta accesibilidad de la población a salud, educación o vivienda por ejemplo) conformando así una redistribución –relativa- de las ganancias. Esto tiene como principal fin construir un respaldo a las políticas extractivistas por parte de la sociedad (desde los focos urbanos), pues se presenta como una “posibilidad de desarrollo”, asociada al flujo de mercancías y a la capacidad adquisitiva/consumista por una población que termina por confundir consumo con calidad de vida. Bajo consignas como el respeto hacia los pueblos originarios, a la “Pacha mama”, o la idea de Estados plurinacionales, estos gobiernos han logrado moldear la forma en que se piensa y ejecuta el extractivismo, buscando así perpetuarlo sin cuestionamientos que puedan amenazar su operatividad.
Esta leve aproximación nos puede servir para comenzar a dimensionar los alcances y repercusiones de un modelo complejo, que lleva siglos operando y perfeccionándose, y que hoy se provee de las más sofisticadas estrategias de propaganda para imponer en el imaginario común la idea de que sus intereses son los de todos, -desde los medios de comunicación masivos hasta los programas educacionales del Estado- a través de un aparataje jurídico y legislativo que se dictamina a puerta cerrada, y con una militarización creciente de los territorios en que se encuentran los “recursos”.
Es así como, en este caso Latinoamérica -o Afríca o todos los territorios llamados “Tercer Mundo”-, ve configurado y diseñado su territorio de acuerdo al atraco sistemático, operando como despensa mundial supuestamente “ilimitada” de la acumulación capitalista. En la región chilena por ejemplo los sectores minero, forestal, energético, agroindustrial, la piscicultura de salmón e industria pesquera a gran escala, se imponen a lo largo de los territorios generando enclaves extractivos, de los cuales el 89% de la extracción corresponde a exportación como materia prima.
A partir de este contexto, han ido emergiendo y continúan en aumento -a un nivel de consecuencias insospechadas para nosotros- problemáticas medioambientales y sociales asociadas a la destrucción de la biodiversidad, al agotamiento acelerado de los “recursos” -como el agua-, al colapso de la agricultura local seguida de la migración forzosa de los habitantes rurales a una vida de miseria en las ciudades, la violación sistematica de los derechos humanos al irrumpir a la fuerza en los territorios que se pretenden saquear, persiguiendo, encarcelando o dando muerte a cualquiera que se oponga a la instalación de los megaproyectos. De ahí uno de los preceptos base bajo los que actúa el modelo extractivista, la acumulación por desposesión. .(Harvey, 2006)
En este contexto y desde hace un par de décadas diversos grupos en la región latinoaméricana se han organizado para hacer frente a este modelo de vida ajeno, impuesto, opresor y ecocida. Han surgido ejemplos históricos como la resistencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (Ezln) en México, los levantamientos populares en Venezuela, en Bolivia las guerras de agua y gas, los levantamientos mapuche en Chile e indigenas en Ecuador, los piquetes, organización y acción directa Argentina, la lucha de los campesinos Sin Tierras en Brasil, enmarcados bajo la desconfianza y escepticismo absoluto a los gobiernos de izquierda, y haciendo brotar en muchos casos las semillas de la autonomía, la autodeterminación y la horizontalidad en desmedro de la representatividad institucional y la centralización del poder. Lamentablemente estas luchas de resistencia por lo general han sido reprimidas con la mayor violencia que los distintos Estados ha tenido a su alcance, de la cual no profundizaremos en esta ocasión pero que muchos ya sabemos de lo que se trata: extradiciones, persecuciones,
hostigamiento, asesinatos, encarcelamientos y tortura.
Ante una situación de tal complejidad que se presenta ante nosotros en forma de confusión, impotencia y desesperanza ineludibles, es difícil proponer una salida inequívoca, sin embargo, si algo claro podemos recoger de la historia mas reciente y de la manera en que se han desatado las condiciones y consecuencias del modelo extractivista, es que cualquier proyecto de liberación de nuestra Tierra y a su vez de nosotras y nosotros mismos, quedan desde un tiempo hasta hoy -y en adelante-, exclusivamente en nuestras manos, en las manos de los campesinos, indígenas, pobladores, de los humanos que necesitamos de la Tierra para existir, al margen de cualquier influencia de los que dicen representarnos y de los que dicen defenderla a la vez que la devastan y asesinan con su ambición. Si la Tierra ha de ser sanada y recuperada será en manos de quienes la amamos.
[Tomado de revista Mingaka # 1, Santiago de Chile, primavera 2015. Número completo accesible en http://ateneoanarquista.org/mingako_imprimir.pdf.]
Detrás de las ideas de progreso y desarrollo bajo las cuales se han instaurado –por medio de la fuerza– las naciones latinoamericanas, y que hoy continúan más que nunca operando en el imaginario común para justificar la organización económica y política, el extractivismo se asoma como una pieza fundamental en la articulación del capitalismo global. Al adentrarnos levemente en su significado, y en la manera en que opera en nuestras sociedades podemos visibilizar fácilmente su carácter inherentemente colonialista, basado en el saqueo y en el ejercicio de la violencia, condiciones sin las cuales no le sería útil al ordenamiento capitalista.
El término, y de acuerdo a la forma en que se ha dado el extractivismo en la Historia local más reciente, suele asociarse tanto a actividades de explotación petrolera como minera o gasífera y a los incalculables impactos ambientales que supone la extracción de lo que se conoce como recursos no renovables. Forma que ha venido desarrollándose en este sector del planeta desde la invasión de America, por medio de una explotación sistemática hasta nuestros días, momento en que ese despojo se manifiesta bajo la forma de Globalización, integrándose –de acuerdo a las necesidades del mercado- a la extracción y exportación, el monocultivo agrícola, forestal y las pesquerías, entre otras materias primas consideradas “recursos renovables”. El modelo en que se organiza no sólo la economía nacional, si no la de todas las regiones vecina se ha articulado entonces, en base en la dependencia de la extracción intensiva de recursos naturales en gigantescos volúmenes con muy bajo o nulo procesamiento posterior, y que luego son destinados exclusivamente a ser vendidos a empresas trasnacionales como materia prima.
Aproximarnos al extractivismo significa entender la manera en que se genera la actividad extractivista, ya que no todo acto de extraer supone las circunstancias y consecuencias que lleva consigo el extractivismo, y por ende no toda actividad extractiva debe ser considerada extractivismo. No es lo mismo la forma en que se da la pirquinería o minería artesanal a pequeña escala que la explotación de minerales a cielo abierto.
Durante su historia la humanidad ha necesitado y tomado de la tierra, lo que ella le ha brindado para subsistir, sin que ello haya significado –durante miles de años– la destrucción del mismo ambiente que le ha dado vida. Hoy, por el contrario el acto de tomar de ella, no supone la satisfacción de necesidades humanas, sino la subordinación a un mercado mundial productivista, cuyo último fin ha sido la satisfacción de dichas necesidades. Para establecer una distinción es importante tomar en consideración elementos como el volumen, intensidad y destino de lo extraído. En el caso de la minería del cobre -a modo de ejemplo respecto de los volúmenes- el mineral, al no ser producido sino extraido, por cada 1 tonelada de cobre, se extraen 500 ton. de material total. Entonces, si se habla de una extracción de 2,5 millones de toneladas métricas al año (según cifras actuales de la región peruana), esto equivaldría a 1.250 millones de toneladas de material extraído de la Tierra. Esto es llamado mochila ecologica; la suma de materiales y energía utilizados a lo largo del ciclo de vida de un recurso. En el caso de la minerí: volumen de agua empleada, procesamiento del mineral y desecho del agua (ya contaminada). Por otro lado, la actividad extractiva contempla una intensidad de extracción que por el uso de sustancias tóxicas, explosivos o emisión de gases de efecto invernadero supone la principal causa en problemas de ecotoxicidad (Conjunto y alcance de efectos medioambientales, tóxicos para los seres vivos, que resultan de diversos procesos humanos) en el planeta. Y por último, respecto del destino; bajo este modelo el único rumbo de los “recursos naturales” es la exportación a los países industriales, donde la materia prima es procesada para volver a su lugar de origen transformada en mercancía que será vendida y consumida por las personas.
Esta ultima característica es muy importante ya que determina la relacion entre los aspectos/contextos locales y los globales. Es decir, las consecuencias que puede significar el extractivismo forestal por ejemplo en un pequeño poblado donde comunidades pueden verse afectadas por escazes de agua, usurpación de territorios, empobrecimiento y miseria causada por la devastación, está directamente provocada por las necesidades de un mercado externo y por la forma en que se da la comercialización global de los recursos naturales. El resultante es que se aprueban e implantan emprendimientos extractivos para atender intereses exportadores. Por lo tanto, es en funcion de los mercados extranjeros y la demanda internacional que se articulan leyes, inversiones y proyectos extractivos, a partir del pacto entre los gobiernos y los capitales trasnacionales, asegurando el financiamiento de sus campañas y su política a cambio de la f lexibilización de condiciones, necesarias para la estabilidad que las trasnacionales exigen para explotar y exportar a bajo costo, hipotecando con este pacto los territorios. Esta subordinación y dependencia impone características muy particulares, resumidas en el siguiente párrafo:
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En el contexto de un nuevo auge extractivista en America Latina, a partir del proyecto de institucionalidad de los “socialismos del siglo xxi” o gobiernos populares (hoy enmarcados en el Unasur) y su relación de intereses con la matriz extractivo-exportadora, se han identificado dos tipos de actividad en la región. La mas común es llamada Extractivismo convencional, en la cual la acumulación recae de manera absoluta en la inversión privada, en las grandes transnacionales extranjeras o nacionales, las cuales pagan nulos impuestos de sus ganacias, acaparando así la mayor cantidad de control en el mercado nacional y en algunos casos expandiéndose hacia el mercado internacional, es el ejemplo de como las familias Matte, Angelini, Luksic y otras más han amasado sus fortunas. Este modelo continúa el tradicional modo de extracción capitalista, el cual fue intensificado y optimizado por medio de la entrega “incentivos” a la inversión extranjera y el subsidio del estado a la “industria extractiva”, desde los gobiernos neoliberales -Chile desde la ultima dictadura militar es el mejor ejemplo-.
El concepto de industrias extractivas, término alternativo al de extractivismo, ha sido utilizado por empresarios y gobiernos desde la década de los 50 en adelante en América Latina para promover cierta noción industrializante en torno a la práctica extractivista. Nada más alejado de la realidad ya que en este modelo -dado el fin exportador- el desarrollo de procesamientos de las materias primas o manufactura o producción–en términos industriales- no son contemplados, denotando el término
una contradicción en sí mismo.
Paralelamente en algunas regiones y bajo los “gobiernos progresistas” (Ecuador, Bolivia, Venezuela) se llevan a cabo, ciertas variaciones del extractivismo, principalmente relacionadas al poder regulador que ha adoptado el Estado sobre los procesos extractivos. Esto se pone de manifiesto en un mayor cobro de impuestos a las empresas, y con ello una mayor inversión del Estado en lo social (cierta accesibilidad de la población a salud, educación o vivienda por ejemplo) conformando así una redistribución –relativa- de las ganancias. Esto tiene como principal fin construir un respaldo a las políticas extractivistas por parte de la sociedad (desde los focos urbanos), pues se presenta como una “posibilidad de desarrollo”, asociada al flujo de mercancías y a la capacidad adquisitiva/consumista por una población que termina por confundir consumo con calidad de vida. Bajo consignas como el respeto hacia los pueblos originarios, a la “Pacha mama”, o la idea de Estados plurinacionales, estos gobiernos han logrado moldear la forma en que se piensa y ejecuta el extractivismo, buscando así perpetuarlo sin cuestionamientos que puedan amenazar su operatividad.
Esta leve aproximación nos puede servir para comenzar a dimensionar los alcances y repercusiones de un modelo complejo, que lleva siglos operando y perfeccionándose, y que hoy se provee de las más sofisticadas estrategias de propaganda para imponer en el imaginario común la idea de que sus intereses son los de todos, -desde los medios de comunicación masivos hasta los programas educacionales del Estado- a través de un aparataje jurídico y legislativo que se dictamina a puerta cerrada, y con una militarización creciente de los territorios en que se encuentran los “recursos”.
Es así como, en este caso Latinoamérica -o Afríca o todos los territorios llamados “Tercer Mundo”-, ve configurado y diseñado su territorio de acuerdo al atraco sistemático, operando como despensa mundial supuestamente “ilimitada” de la acumulación capitalista. En la región chilena por ejemplo los sectores minero, forestal, energético, agroindustrial, la piscicultura de salmón e industria pesquera a gran escala, se imponen a lo largo de los territorios generando enclaves extractivos, de los cuales el 89% de la extracción corresponde a exportación como materia prima.
A partir de este contexto, han ido emergiendo y continúan en aumento -a un nivel de consecuencias insospechadas para nosotros- problemáticas medioambientales y sociales asociadas a la destrucción de la biodiversidad, al agotamiento acelerado de los “recursos” -como el agua-, al colapso de la agricultura local seguida de la migración forzosa de los habitantes rurales a una vida de miseria en las ciudades, la violación sistematica de los derechos humanos al irrumpir a la fuerza en los territorios que se pretenden saquear, persiguiendo, encarcelando o dando muerte a cualquiera que se oponga a la instalación de los megaproyectos. De ahí uno de los preceptos base bajo los que actúa el modelo extractivista, la acumulación por desposesión.
En este contexto y desde hace un par de décadas diversos grupos en la región latinoaméricana se han organizado para hacer frente a este modelo de vida ajeno, impuesto, opresor y ecocida. Han surgido ejemplos históricos como la resistencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (Ezln) en México, los levantamientos populares en Venezuela, en Bolivia las guerras de agua y gas, los levantamientos mapuche en Chile e indigenas en Ecuador, los piquetes, organización y acción directa Argentina, la lucha de los campesinos Sin Tierras en Brasil, enmarcados bajo la desconfianza y escepticismo absoluto a los gobiernos de izquierda, y haciendo brotar en muchos casos las semillas de la autonomía, la autodeterminación y la horizontalidad en desmedro de la representatividad institucional y la centralización del poder. Lamentablemente estas luchas de resistencia por lo general han sido reprimidas con la mayor violencia que los distintos Estados ha tenido a su alcance, de la cual no profundizaremos en esta ocasión pero que muchos ya sabemos de lo que se trata: extradiciones, persecuciones,
hostigamiento, asesinatos, encarcelamientos y tortura.
Ante una situación de tal complejidad que se presenta ante nosotros en forma de confusión, impotencia y desesperanza ineludibles, es difícil proponer una salida inequívoca, sin embargo, si algo claro podemos recoger de la historia mas reciente y de la manera en que se han desatado las condiciones y consecuencias del modelo extractivista, es que cualquier proyecto de liberación de nuestra Tierra y a su vez de nosotras y nosotros mismos, quedan desde un tiempo hasta hoy -y en adelante-, exclusivamente en nuestras manos, en las manos de los campesinos, indígenas, pobladores, de los humanos que necesitamos de la Tierra para existir, al margen de cualquier influencia de los que dicen representarnos y de los que dicen defenderla a la vez que la devastan y asesinan con su ambición. Si la Tierra ha de ser sanada y recuperada será en manos de quienes la amamos.
[Tomado de revista Mingaka # 1, Santiago de Chile, primavera 2015. Número completo accesible en http://ateneoanarquista.org/mingako_imprimir.pdf.]
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