Hector Bujanda
Estamos
lejos de acercarnos al otro
–El chavismo
nació como un proyecto político que anteponía el problema del "otro".
Creció justo en una época, años 90, que había una narrativa del sálvese quien
pueda. A la vuelta de 17 años en el poder, ¿hasta qué punto la sociedad
venezolana encontró en el otro la fórmula para avanzar políticamente? ¿La
encontró? ¿O más bien nos tropezamos con un abismo?
–Yo creo que no
la encontró, más bien se profundizó aquello del sálvese quien pueda. Lo podemos
ver ahorita en la conducta que tiene la gente con el problema de la escasez.
Nadie, ni siquiera esos grupos que creó el chavismo, como Consejos Comunales y
otras maneras de organización social, han ideado mecanismos para cooperar entre
sí y para encontrarse con el otro, para actuar en una red de solidaridad que haga
algo con el problema de la escasez. Allí te das cuenta de que eso fue puro
cuento, que no se cambió realmente el individualismo por la solidaridad.
Otra cosa que
sucedió con la propuesta chavista fue la reivindicación de la pobreza, pero no
para comprender los factores que la generan y derrumbar con eso toda aquella
mitología basura de que “los pobres son pobres porque son flojos y beben
cerveza y no estudian”, sino para hacer de eso un modelo. Es decir, no
comprendimos el sistema de desigualdad e inequidad que daba origen a esa
pobreza material, sino que se creó una especie de nuevo mito en el cual las
clases media y alta eran culpables.
Por un lado se
victimizó a los pobres sin hacerles entender el origen real de sus
circunstancias, y por el otro se dio a entender la pobreza como un valor. Eso
distorsionó las relaciones entre muchos sectores, produciendo brechas más allá
de lo económico y en lo ideológico. Como sociedad, en este momento, nos
comprendemos menos y nos odiamos más.
–Si
fracasó el modelo de la solidaridad y la reivindicación de la pobreza fue sólo
una coartada, ¿puede decirse que el chavismo ha sido una estafa?
–Cuando se dice
que el chavismo es una estafa, se está dando por sentado que hay una intención.
Yo no sé, no me atrevería a decir si esto ha sido planificado como tal, o si
más bien es el resultado de un proceso de no-planificación y de incompetencia
sumada a una cantidad de elementos derivados de la anti-política que se gestó
en los años noventa, y de la que no hemos salido todavía.
Yo creo que esa
crisis de los noventa no terminó dando las respuestas esperadas, así que ganó,
de alguna forma, el anti partidismo. El chavismo que surgió como respuesta a
eso no supo manejar el poder y terminó agrupando y temiendo. La verdad, me
cuesta mucho creer que la idea era, como piensa alguna gente, destrozar al
país. Siento que el chavismo ha tenido etapas, pequeñas olas, que lo han
convertido en esto.
–¿A qué
se refiere cuando dice que se ha convertido “en esto”?
–Yo creo que el
chavismo se comió a sí mismo, porque le faltó, de entrada, un componente
ideológico que estuviese bien blindado y resguardado. Se fue haciendo con el
tiempo. Si uno escucha a Chávez en 1998, en el 2002, en el 2005 y en el 2012,
te das cuenta que fue cambiando. Obviamente, la influencia del modelo cubano
fue determinante, pero antes de eso, no había una ideología, una forma política
que blindara toda esa fuerza que tuvo inicialmente. Y por eso, un poco
coqueteando con el modelo cubano, se terminó de ir por esa vía.
–Con el
“otro” nos manejamos igual que con las minorías sexuales. Desarrollamos
discursos que hablan de tolerancia, de reconocimiento de las diferencias, pero
no pasamos de las buenas intenciones.
–La comprensión
del otro es un fenómeno complejo, que no se da de la noche a la mañana. Eso no
es un mal venezolano sino global. Y lo ves en las noticias todo el tiempo. El
miedo a la diferencia mueve demasiadas decisiones y poderes, y es ahí donde
está el problema: cuando alguien con miedo, toma decisiones. Creo que eso fue lo
que pasó con Hugo Chávez.
Yo también creo
que esa visión del otro, discursivamente impecable y operativamente nefasta, es
una cosa muy marcada por lo católico, por la caridad. Entonces las políticas
públicas, la responsabilidad social empresarial y todas las aproximaciones que
se hacen al otro que está en una situación distinta, digamos precaria, es a
través de la caridad. Por eso el diseño de las misiones sociales fue bajo un
modelo de caridad y de lástima, donde no había una intención real de reivindicación
social. Y así son los programas que impulsan muchos empresarios en Venezuela.
Seguimos estando lejos de acercarnos al otro.
Antes
que crear simpatía, se capitaliza el descontento
–¿Qué
función ha tenido la polarización en este contexto?
–La polarización
es el caldo de cultivo perfecto para alejarnos del otro, con la excusa de una
ideología o de una postura política, de una religión o de determinadas
simpatías. Lo más grave de la polarización, me parece a mí, es que te hace
creer que el otro va a desaparecer o que puedes desaparecerlo por arte de
magia. Y eso es grave, porque como en la realidad eso no es posible, es decir
no puedes desaparecer a la gente que no te gusta o que no está de acuerdo
contigo, comienzas a idear mecanismos para que eso suceda.
Consciente o
inconscientemente, el relacionamiento social se da en esos términos: queriendo
desaparecer al otro y eso nos hace inviables como sociedad. Hace inviable la
política, hace inviable lo social e incluso, lo económico. Y estamos viviendo
las muestras de eso.
–La
polarización era útil mientras había un líder fuerte que mineralizaba el campo
de lo político. ¿Ahora que no lo hay, la polarización es como el síndrome del
miembro fantasma?
–Sin lugar a
dudas. Pero hay que recordar que la crisis política ya existía con el líder
fuerte. El problema es que ahora no se alimenta de ese liderazgo tan debilitado
que tienen ambos polos, sino que se alimenta de los pensamientos e ideas que se
hace cada quien del otro. Si lo vemos en términos de memética, ya el meme de la
intolerancia está metido en la gente. No importa tu tendencia política, ni la
condición social.
Se activa la
intolerancia con cada situación en la microsociedad, en la familia, en el
supermercado. Y eso es muy peligroso, porque termina justificando de alguna
manera que los liderazgos actúen con arbitrariedades. Ves gente justificando
atrocidades como los Operativos de Liberación del Pueblo (OLP) ¿Por qué? Porque
allí la lógica polarizadora se activa en contra del malandro, contra la mamá
del malandro y contra el entorno del malandro.
–¿Con
los signos de agotamiento, cómo rehacer el campo social y las correlaciones de
fuerza?
–Algunas
encuestas han estado dando números que indican que cada día hay menos gente en
los polos dominantes (el Psuv y la MUD) y cada vez más la que se identifica con
posturas ni-ni o intermedias, que han sido muy criticadas y
vilipendiadas en los últimos años de radicalidad. La pregunta que hay que
hacerse ante esto es: ¿quién está construyendo una opción para ese grupo, que
es ahora mayoría? No veo opciones a la vista.
Quizás estamos
viviendo una reedición de la crisis de los partidos que en los años 90 dio
lugar a la ruptura del bipartidismo y al surgimiento de Hugo Chávez como opción
política. Si esto es así, tenemos dos grandes conclusiones: por una parte, el
trabajo de Hugo Chávez fue malo, no logró hacer lo que tenía que hacer; no
respondió a la crisis que lo generó; el chavismo fue una transición entre esa
crisis y la actual, pero no fue la respuesta a aquella crisis porque no supo
serla.
Lo segundo es
que el país parece no haber aprendido mucho de esa transición que fue o es el
chavismo, porque para esa nueva mayoría, alejada de los polos, parece que no
hay opciones a la vista. ¿Quién está capitalizando esa nueva mayoría? No es la
oposición, lamentablemente. Porque la oposición ha sido muy torpe en sus
propuestas, se ha dedicado a capitalizar el descontento y no a crear simpatías.
Todavía, de cara a las elecciones parlamentarias, están apostando al voto
castigo, lo cual es muy decepcionante. Después de 17 años, no han entendido por
dónde van los tiros para ofrecer una respuesta a la gente.
“Nosotros
en este desastre, y estos locos aquí”
–¿A qué
le atribuye que no aparezcan alternativas? ¿Qué papel juega la sociedad en todo
esto?
–Creo que se
perdió, o se extravió en algún momento, la noción de la política. Otra vez
estamos hablando del descrédito que sufrieron los partidos en los años ochenta
y noventa, todavía lo estamos padeciendo. El partido no se ve, se extravió como
agrupación de ciudadanos que se organizan para acceder al poder, y desde el poder
activar los mecanismos y cambios en la administración del país.
Las fricciones
naturales, lógicas, sanas que se deberían estar dando, no existen. Porque no
hay forma de establecer estas dinámicas de intercambio. No hay reconocimiento
del otro, porque se está en un solo bloque: en la MUD o en el Psuv. Y el que se
sale de esa esfera, de los dos polos, es un traidor. Cada vez estamos eligiendo
menos, cada vez tenemos menos democracia, discutimos menos.
–Por ahí
salió un tuit de alguien que leyó la
entrevista del historiador Oscar Bataglini y comentó “no hay que llegarles.
Ellos solos se están viniendo”. ¿Eso es lo que está ocurriendo dentro del
chavismo?
–No, la verdad
que no. ¿Qué pasa? Me parece que la oposición tampoco está haciendo su trabajo,
incluso está peor que el chavismo. Aún no entiende de dónde salió, ni por qué
surgió. Ni siquiera tiene la intención de convertirse en una opción, sino que
están apostando a eso, a que los chavistas se vengan solitos. A mí me resulta
tan artificial esa propuesta.
No hay, lo que
se dice, una postura política auténtica, que le hable a todos los sectores.
Sólo apostar a que el chavismo se venga, es decir “vamos a esperar a que se
pongan bravos”. Bueno, ¿qué se vengan a qué? Las encuestas, últimamente, dicen
que la gente se está despolarizando. No, la gente no se está despolarizando. La
gente lo que está diciendo es: “coño, nosotros en este desastre y estos locos
aquí”.
Revanchismo
y garantías
–Hay
gente que piensa en cómo construir un acontecimiento que cambie la situación.
Hace un año, por ejemplo, fue La Salida.
–La torpeza
mayor es que fue una cosa como “de laboratorio”. Es decir, es un tema que yo
identifico y me preocupa muchísimo. Estamos viendo una historia repetida. Toda
la movida política de Leopoldo López, considero, es artificial. Para mí, él se
sentó a estudiar el fenómeno actual y se dijo: “ah, mira. Cosa de calle,
discurso épico, entrega épica, preso”. Por eso siento que La Salida tuvo sus
simpatizantes pero, realmente, no era orgánica. Y la política que hace la
oposición es muy artificial, no se corresponde con lo que la gente está
sintiendo, pensando, anhelando o creyendo del país.
–¿Para
que el chavista se vaya a la oposición no necesita primero la garantía de que
no viene un proyecto revanchista?
–Eso tiene su
antecedente muy claro en el 11 y 12 de abril de 2002, que fue el peor desastre
histórico a nivel de “chapucerismo”. Eso es inédito. Fue la locura desatada. El
revanchismo allí dejó pendejo al que tenía Chávez. Ese es un antecedente que
está muy fresco.
–Dirán
que ha pasado mucho tiempo
–Es natural que
ese sentimiento lo tenga el chavismo. Y es natural que se cuide: “coño, van a
venir estos locos”. Es más, otra vez, las figuras políticas que siguen en la
palestra son más o menos las mismas de entonces: Ramos Allup, María Corina,
Leopoldo López, Henrique Capriles.
–De no
prender una alternativa, qué pasará en este país. ¿Volverá la figura del outsider?
–Hay dos
escenarios: uno, la aparición de una figura que la gente descubra y diga “guao,
este tipo estaba aquí y ese es el que nos pudiera conducir de nuevo a la
esperanza”. El problema para el chavismo es que la esperanza es un elemento
fundamental. Ya se demostró que estamos en un “peladero de chivo”, por lo menos
antes estaba la esperanza: un proyecto de la izquierda en Venezuela que iba a
cambiar la distribución de la renta, iba a cambiar las inequidades, las
desigualdades se iban a superar. Ya ni siquiera tenemos eso.
Estamos frente a
un panorama desolador. Entonces surge la posibilidad que mencionas: el tipo que
llega. Por ahí se oye el nombre de Henry Falcón. Incluso el de Claudio Fermín.
O quizás uno inédito. Alguien que ni siquiera está medianamente presente en el
escenario político. O que la gente –eso me encantaría que pasara, no sé si sea
posible–, termine de construir, desde la base, algo tan orgánico que le diga a
ese alguien que llega: “mira, la cosa es por aquí”.
El único
consenso: la represión
–Para
muchos la reconciliación es la foto de un abrazo fraterno entre Ismael García y
Ricardo Sánchez. ¿Cree en esa posibilidad?
–Absolutamente.
No sólo creo fervientemente en la reconciliación, sino que yo creo que esto va
a tener que pasar. Previo a la reconciliación, puede que exista violencia. Yo
no lo descarto como escenario. Pero eso va a pasar, para mí es inevitable. ¿Qué
es lo peor de la reconciliación? Quizás es Ricardo –Ricardito– abrazando
a Ismael. Eso es lo peor, pero, bueno. Habrán otras fotos menos perversas, ¿no?
–No hay
soluciones fáciles. Esa es la imagen que trae la reconciliación
–Sin embargo,
creo que es posible y creo que es el pilar central de la reconstrucción del
país: entender que ciertos procesos históricos nos llevaron a esta gran
escisión de la sociedad. La gente habla de la polarización, pero ella tiene
varios rostros. Porque también dentro del chavismo hay una polarización entre
los que están más cerca del poder y los que no.
Creo en la
reconciliación. Por eso creé el proyecto “Reconocernos”, por eso me fui a dar
talleres como una loca, sin ganar ni medio por todo el país: apostando a eso.
Por eso recibí amenazas. Por ahí he orientado mis intereses y mi vida: tratemos
de ver al otro, tratemos de ver qué es lo que está pasando en esa cabeza –en
ese universo–, porque eso es lo que finalmente va tendiendo puentes de
acercamiento. Tarde o temprano vamos a tener que sentarnos en una misma mesa,
así te incomode y te perturbe hablar con el otro.
–¿Cómo
reencontrar a la sociedad venezolana?
–Es una pregunta
bien difícil, que no puedo responder sin apostar a la gente. Esa pregunta se la
tiene que hacer el país entero. Esa es una discusión que debería estar sobre la
palestra pública en este instante, una discusión que debería estar pidiendo la
sociedad. ¿Cómo vamos a resolver el problema económico? ¿Cómo hacemos con los
altos índices de violencia? No veo que se esté dando esa discusión,
lamentablemente.
Y en la esfera
de la alta política, es imprescindible que se comience a hablar de consensos.
Que ya se frene ese infantilismo político de la rivalidad y la necedad. Aquí,
tarde o temprano, se tiene que dar el diálogo, se tienen que comenzar a
producir consensos y concertaciones. Eso puede postergarse con la retórica
ideológica de por medio. Pero mientras la crisis económica, social y política
se vaya profundizando, el entuerto será más difícil de arreglar.
–Parece
que el único consenso que se ha producido en este contexto es el que llaman el
"consenso represivo" en torno a la OLP y su despliegue bélico en
zonas populares.
–Me perturba
aceptarlo, pero sí. El consenso represivo siempre ha tenido aceptación en el
país. A muchos se les olvida que Hugo Chávez llegó al poder porque llevábamos
años diciendo que hacía falta una “mano dura”. Y un montón de gente se alegra
con las OLP y ahora están de fiesta con el cierre de la frontera y la
deportación de colombianos. Otra vez, la mano dura, la represión.
Cuando a raíz de
las protestas de febrero de 2014 se estableció la Mesa de Diálogo, cuya
primera sesión fue televisada, no hubo consenso sobre lo tremendamente positivo
que era ese proceso. Por eso fracasó, en gran parte porque no tuvo respaldo de
la gente. Eso era para organizar una gran marcha en apoyo al diálogo y al
consenso nacional, pero no había músculo, no solo porque se había sembrado ya
mucho odio sino porque hemos aprendido a arreglar las cosas a carajazos.
–Hay
categorías para la descalificación política como “escuálido” para hablar del
opositor; “talibanismo” para hablar de los radicales; y “guabinoso” para hablar
del que no es chicha ni limonada. ¿Se considera guabinosa?
–No me importa,
en realidad. Porque ya yo he sido señalada peyorativamente como “ni-ni”,
como guabinosa. Cuando estaba haciendo el taller “Reconocernos”,
un señor me escribió por redes. Me decía que yo era mandada por el G2 cubano y
que yo estaba saboteando a la oposición. Y otra persona me decía lo contrario.
A mí me hace sentir bien eso, porque me aleja un poco de las posturas de
destruir al otro. Si eso es ser guabinoso, entonces soy guabinosa. No tengo
ningún problema en decirlo. Si serlo apunta a que en el país quepa toda la
gente: sí, soy guabinosa.
** Adriana Ponte es licenciada en
Artes y con un posgrado en Planificación Social, pero lo suyo ha sido en los
últimos años adentrarse en las agallas de la polarización para identificar
elementos que puedan servir para el diálogo y lo que ella denomina la
reconciliación de la sociedad venezolana. Articulista de Contrapunto desde hace unos meses y su columna "El caño de la madre” no
sólo ha sido una fuente de debate alrededor de la promoción de los derechos
humanos y de las minorías, sino que tiene la astucia y la inteligencia para
hablar de unos temas ligados a la despolarización que no son fáciles de
potabilizar para una sociedad imbuida en el resentimiento, el rechazo al
presente y la desconfianza en el otro.
Si hay algún
termómetro que permita medir cómo están cambiando los imaginarios políticos en
Venezuela, este es precisamente el de Adriana Ponte. Su columna es una de las
más leídas del portal y goza de un grupo fiel de seguidores e hinchas
dispuestos a promover un nuevo lenguaje, una nueva aproximación, un nuevo
relacionamiento en medio del desierto que ha dejado la contienda política.
Fuente: http://contrapunto.com/noticia/adriana-ponte-en-este-pais-hemos-aprendido-a-arreglar-las-cosas-a-carajazos/
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