Christina Soto
La larga persecución y los múltiples encarcelamientos de Ricardo Flores Magón (1873-1922) son indicios ineludibles de que su pensamiento político provocaba más que incomodidad en los distintos grupos políticos en el poder, tanto en México como en el extranjero. Lo mismo el porfiriato que la serie de caudillos de la Revolución mexicana y el gobierno norteamericano se sentían amenazados por las publicaciones y discursos del intelectual anarquista. La incomodidad se debía no solo a su denuncia y crítica de los sistemas económicos y políticos sino también a su rechazo tajante del nacionalismo y su activismo revolucionario de tono claramente violento. A cien años de la publicación de sus textos periodísticos y de la pronunciación de sus discursos, parece que el fuego de la incomodidad ha sido apagado por la institucionalización de su figura al denominarlo “precursor de la Revolución mexicana”, declararlo “persona ilustre” e incluso inscribir su nombre en letras de oro en la Cámara de Diputados.
La larga persecución y los múltiples encarcelamientos de Ricardo Flores Magón (1873-1922) son indicios ineludibles de que su pensamiento político provocaba más que incomodidad en los distintos grupos políticos en el poder, tanto en México como en el extranjero. Lo mismo el porfiriato que la serie de caudillos de la Revolución mexicana y el gobierno norteamericano se sentían amenazados por las publicaciones y discursos del intelectual anarquista. La incomodidad se debía no solo a su denuncia y crítica de los sistemas económicos y políticos sino también a su rechazo tajante del nacionalismo y su activismo revolucionario de tono claramente violento. A cien años de la publicación de sus textos periodísticos y de la pronunciación de sus discursos, parece que el fuego de la incomodidad ha sido apagado por la institucionalización de su figura al denominarlo “precursor de la Revolución mexicana”, declararlo “persona ilustre” e incluso inscribir su nombre en letras de oro en la Cámara de Diputados.
En realidad, la crítica de Flores Magón nunca fue más tenaz que cuando se dirigía contra la propia institucionalización y sistematización gubernamental de los movimientos que surgen desde la base trabajadora. Su discurso se basa primordialmente en el antagonismo y el desacuerdo, en la primacía de la acción sobre la representación, en la rebelión y la abolición de la propiedad privada y, en última instancia, en la supresión de la innecesaria idea de “patria”. Así, su pensamiento parece haber sido encasillado precisamente en aquello que intentaba suprimir. Y en tanto tal, hoy sus reflexiones resultan ser una incómoda arma de dos filos: son una crítica aún vigente del sistema del capital que se reinventa en su alianza con los gobiernos pero, al mismo tiempo, son enunciados que fácilmente se pierden en la esfera del puro desacuerdo y fácilmente se usan como estandarte del descontento político en contra de las instituciones, sin llegar a proponer una alternativa o establecer un programa de acción.
El pensamiento político de Flores Magón parte de una aguda crítica de su realidad contemporánea, desde la cual plantea la urgencia de un futuro radicalmente distinto. Cansado de la tiranía impuesta por los distintos gobernantes y de la explotación permanente de los trabajadores, Flores Magón desarrolla su labor intelectual y activista en un arco que parte del liberalismo y culmina en el anarquismo. Ambas ideologías comparten la idea de que el Estado no debería intervenir en la sociedad, pero el anarquismo la lleva a sus últimas consecuencias al plantear la disolución de toda jerarquía y del Estado mismo. En este sentido, la propuesta de Flores Magón está en contra de cualquier sistema de gobierno basado en la representatividad y contra el fundamento de la propiedad privada que implica desigualdad entre los individuos. Como solución a esto, su anarquismo propone operar una revolución radical, necesariamente violenta, tras la cual no habrá jerarquías sino “acción directa” y, por lo tanto, libertad de trabajar la tierra en común.
“¡Tierra y libertad!” es el lema anarquista que condensa la prerrogativa fundamental a la que siempre regresan los textos de Flores Magón. Esta imprecación, que fue también el estandarte del Partido Liberal Mexicano y luego de otros movimientos revolucionarios en México, condensa la propuesta básica del anarquismo: abolir la propiedad privada para trabajar la tierra en común y así liberar a los oprimidos del yugo de todo sistema autoritario y de gobierno. Para Flores Magón, la propiedad privada de la tierra tiene su origen en la esclavitud y en la violencia que una minoría ejerce sobre la mayoría, por lo que la sociedad se escinde en al menos dos grupos contrapuestos. “El origen de la propiedad territorial”[i] es la violencia, y un Estado se crea de la misma manera. La propuesta del discurso de Flores Magón es que todo sistema que acalle y mantenga a raya a la mayoría por medio de la violencia debe ser de la misma manera violentado y suprimido.
Entrar en el juego electoral y de lucha por el gobierno, como sucedió durante y después de la Revolución mexicana, va en contra de los principios de Flores Magón. En uno de sus artículos dirigido a los triunfantes maderistas se pregunta si “¿vamos a tomar la tierra y la maquinaria llevando en las manos boletas electorales?”[ii] El temor de Flores Magón es que las fuerzas revolucionarias, en vez de radicalizarse, degeneren en “un simple movimiento político”[iii] o en “reformitas que no salvan”.[iv] Para él, el gobierno en todas sus instancias solo vela por los intereses de la clase capitalista y por lo tanto mantiene la desigualdad social. En este sentido, los movimientos políticos que buscan representar cualquier tipo de intereses particulares se desvían del objetivo que es la libertad e igualdad económica.
Incluso, en su fase más radical, es posible decir que el pensamiento de Flores Magón apunta a la disolución de la política entendida como estructura, programa o proyecto organizado. La necesidad de cualquier tipo de estructura sería, en la visión anarquista, suprimida. En esta coyuntura radican la debilidad y la fuerza del anarquismo: su crítica es tajante y certera, pero al mismo tiempo confía en una serie de principios que tendrían que nacer de manera natural en la sociedad sin ningún tipo de directiva ni visión. No se trata de la redefinición de la política ni de una lucha que pueda cambiar las circunstancias, sino de un puro acto radical sin paradigma que aniquila por completo la esfera de acción política.
Por ello, en oposición al sistema de representatividad para él fallido, Flores Magón retoma el principio anarquista de la “acción directa”. En la última etapa de desarrollo de su pensamiento, esto implica la internacionalización de su movimiento y la destrucción de las barreras nacionales basadas en el autoritarismo de la idea de “patria”. Una vez más, de regreso al principio esencial de la “tierra”, si el concepto de patria está basado en la tierra en que se nace, sus habitantes y sus costumbres, el precepto es falaz porque de cualquier manera la tierra y las leyes que se han impuesto para regularla son de los burgueses. En palabras de Flores Magón, la patria no ha sido sino “palabras estúpidas que han servido de pretexto para que legiones de brutos se rompan la cabeza”.[v] Así, la revolución no puede estar marginada a las fronteras ni políticas ni mentales y debe perseguir un desarrollo más profundo. En una visión cada vez más amplia, el proceso emancipatorio que concibe el anarquismo de Flores Magón es de índole internacional, pues el problema de la representación, ya sea del capital que representa el trabajo o del gobierno al que se le delega la acción política, es el mismo en todas las regiones.
La manera de salir de este punto muerto es el acto revolucionario. Siempre en tiempo presente y no en un porvenir, un futuro al que se tiene que llegar, Flores Magón declara que la revolución es el acto y agente de cambio. Se trata de un acto y no de acciones, y es importante notar la diferencia, pues el acto es una ruptura radical, mientras que las acciones son parte de la heterogeneidad que la pluralidad concierta. En este sentido, la fuerza del pensamiento magonista yace en la declaración de que se debe forzar la revolución en vez de esperar a que suceda algo que interrumpa el estado de la situación. En vez de derivar las consecuencias de un movimiento y un instante revolucionario, Flores Magón propone forzar la revolución misma. El acto revolucionario, en primer lugar, tiene que alejarse de la tentación inicial de ser partícipe del sistema y de tener voz y voto en sistemas de representación. Y en segunda instancia, este negarse a participar abriría la senda hacia un verdadero acto que sería capaz de cambiar las coordenadas de una constelación dada.
El impulso teórico y práctico del acto revolucionario es el desacuerdo. Se trata de un desacuerdo fundamental en la base de la sociedad con respecto a lo que cuenta o no cuenta en una comunidad. Antes que por los derechos, la disputa es por la desproporción aritmética que fundamenta la comunidad, tanto política como económica. La propuesta anarquista de Flores Magón tiene como lógica propia la racionalidad de la discordia como “agente creador”. La premisa es que el “descontento es fructífero”[vi] y que “la vida es desorden, es lucha, es crítica, es desacuerdo, es hervidero de pasiones”.[vii] Lo que mantiene adherida a la comunidad es el disenso, y por lo mismo es que con base en ello es posible articular una revuelta.
En la visión contemporánea, esto se podría interpretar como uno más de los eufemismos gastados de parte de las instituciones y gobiernos que abogan por la inclusión de las minorías, la participación comunitaria, los acuerdos políticos, el consenso o los pactos de unidad dentro de la pluralidad. No hay nada más alejado de estos indiferentes enunciados que afirman la desigualdad que lo que propone Flores Magón. En contra de las políticas conciliadoras, su ideología anarquista aboga por mantener la crítica, el desorden y el desacuerdo como armas de acción directa durante la revolución y luego de la misma. De esa manera, incluso la aritmética sería un sistema innecesario, pues no se trata de mayorías o minorías, sino de defender la libertad inherente de las partes de la comunidad.
En cuanto a su labor dentro del movimiento revolucionario, Flores Magón se define como un “sembrador de ideales”, es decir, como un visionario encargado de diseminar en las conciencias los ideales de una sociedad basada en el trabajo en común en la que reinen la libertad y la comunidad. Su papel es ser un idealista que, en sus palabras, “camina hacia un futuro que mira con los ojos de su mente”.[viii] La labor del intelectual es proyectar su visión para que el “movimiento ciego”[ix] del disenso pueda ver hacia dónde se dirigen sus pasos. El intelectual tendría que ser la vanguardia del movimiento para poder no solo analizar los cimientos, la tierra de la realidad presente en la que siembra su ideología, sino también para proponer una visión del futuro y las dificultades que esto puede traer. Contra la esperanza de una felicidad por venir como la que propone la religión o un panorama lleno de promesas vacías como las que enuncian los políticos, Flores Magón propone una crítica radical de la situación actual para transformar al sistema que mantiene en su invisibilidad a los desheredados. Así, el intelectual es una suerte de instigador vanguardista que tiene la capacidad de ver todos los niveles del edificio jerárquico de dominación y opresión. Por lo tanto, tiene la responsabilidad de proclamar el acto revolucionario cualesquiera sus consecuencias. Esto es precisamente lo que hizo Flores Magón en México y en el exilio a través de sus artículos periodísticos, proclamas y cartas.
El tiempo que ha pasado desde la intervención anarquista de Flores Magón ha confirmado que “la repetición del intento de desarticular la institución, por su naturaleza que duplica un ataque fallido, se dispersa sin el menor efecto al interior del discurso institucional”.[x] Toda radicalidad de lo que supone la abolición de toda estructura representativa ha sido dirigida de la única manera conocida, es decir, como representación. El problema de la violenta ruptura revolucionaria, cuya proclama era abolir la propiedad privada y operar una liberación, es precisamente que no hay conexión alguna con lo presente. Es la debilidad de una crítica que tiene claro al enemigo pero que no propone un discurso positivo sino basado en las meras semillas de una visión de lo que podría ser plausible, dadas las condiciones ideales. Acaso por ello el rechazo de las jerarquías y representación ha sido retomado y neutralizado por las instituciones que quieren plantear una supuesta libertad. No hay mejor oxímoron para señalar la contradicción de esto que las siglas de un partido que se declara revolucionario e institucional. Es exactamente lo que ha sucedido con la institucionalización del anarquismo de Flores Magón.
Al mismo tiempo, la visión de Flores Magón despliega un espíritu combativo y de confrontación con un statu quo que parecía inaceptable y que con seguridad no se ha sino agravado. Sus ideas, leídas con cuidado, provocaron y provocan una incomodidad que no solo suscita un mero escozor. Son un diagnóstico que apunta a la enfermedad de la modernidad y a una posible solución. Su planteamiento de los problemas económicos y políticos, así como la claridad con que su discurso distingue a los responsables, son en sí mismos un acto revolucionario que debe tener consecuencias en la manera de pensar una propuesta de izquierda. Por ello, la propuesta anarquista de Ricardo Flores Magón es un arma crítica que vale la pena afilar.
Referencias
[i] Ricardo Flores Magón, Antología, sel. Gonzalo Aguirre Beltrán (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1972), 36.
[ii] Ibid, 43.
[iii] Ibid, 40
[iv] Ibid, 50.
[v] Ibid, 58.
[vi] Ibid, 119
[vii] Ibid, 15.
[viii] Ibid, 127.
[ix] Ibid, 26.
[x] Oswaldo Zavala, “La imaginación rebelde: Ricardo Flores Magón y el anarquismo como estética de vanguardia”. Revista de Estudios Hispánicos 45 (2011): 343.
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